Es demasiado pronto para que se comprenda en toda su extensión lo que voy a compartir, pero mi certeza es tan rotunda como la desolación que me invade: Mario Vargas Llosa ha sido el único intelectual global de habla hispana . El único creador y pensador hispanohablante que fue reconocido como par e interlocutor por las más grandes personalidades literarias, políticas, artísticas y doctrinarias de otras lenguas. El único autor en español que ha protagonizado debates, reflexiones y controversias de repercusiones globales. El único intelectual que fue capaz de crear y ocupar en vida un espacio que ha desaparecido con su muerte, pues no existe otra figura en nuestra lengua con prestigio, influencia o universalidad semejantes.Y que conste que no hablo del premio Nobel de Literatura. Ni de su ingreso en la Academia Francesa . Ni siquiera de sus ideas, tan denostadas como aplaudidas. Hablo de renombre y admiración , pues antes de recibir el Nobel en 2010 Vargas Llosa ya había sido investido Doctor Honoris Causa por 47 universidades de todo el planeta, como Yale (1994), Harvard (1999), Oxford (2003), Sorbona (2005) y Humboldt (2005). Hablo de autoridad y predicamento, pues antes de ser académico de Francia ( sin haber escrito jamás en francés ) fue el único autor vivo publicado en la colección La Pléiade de Gallimard. Hablo de compromiso y decencia , porque Vargas Llosa fue el primero que denunció la persecución de los homosexuales durante el castrismo y el primero que recusó por igual a dictadores de todos los signos , como Fidel Castro, Augusto Pinochet, Hugo Chávez, Francisco Franco, Daniel Ortega y Jorge Rafael Videla.No estoy comparando a Mario Vargas Llosa con ningún otro autor de habla hispana, porque en ese sentido fue único y no admite comparación posible. De hecho, no estoy pensando en premios, traducciones o ventas, sino en un valioso e intangible patrimonio que trasciende a su propia obra literaria, ensayística y periodística. En realidad, contemplando el vacío que ha dejado advierto la clarividencia de la Academia Francesa, pues Vargas Llosa fue capaz de asimilar lo esencial de los autores franceses que siempre admiró: la iniciativa política de Malraux, la apasionada desmesura de Víctor Hugo, la condición de hombre-pluma de Flaubert , el compromiso vocacional de Sartre, la ambición transgresora de Bataille, la sensatez iconoclasta de Revel y la racionalidad libertaria y filantrópica de Camus.Sin valorar todavía su legado literario, de Vargas Llosa podríamos decir que encarnó lo mismo que escribió sobre Sartre en 1980: «Alguien que ejerce un magisterio más allá de lo que sabe, de lo que escribe y aun de lo que dice, un hombre al que una vasta audiencia confiere el poder de legislar sobre asuntos que van desde las grandes cuestiones morales , culturales y políticas hasta las más triviales». Ahora es imposible que todos perciban lo que planteo, aunque muy pronto advertiremos cómo la lengua española ha perdido interlocución global con la desaparición de Mario Vargas Llosa.Con respecto a su obra, me hace ilusión destacar tres puntos esenciales: la precisión de su escritura , los personajes de sus novelas y las lecciones morales que atesoran sus libros. La prosa precisa de Vargas Llosa siempre me deslumbró más que su técnica narrativa, pues en su afán de mantener una economía verbal consiguió una escritura tan límpida, concisa y rigurosa, que encuentro ideal tanto para aprender a escribir como para aprender español. En cuanto a sus criaturas —el Poeta, Zavalita, Mayta, Urania, Mascarita, don Rigoberto, etc.—, resultan memorables porque asumen con dignidad la épica de la derrota . En sus ensayos y artículos periodísticos Vargas Llosa siempre fustigó la intransigencia ideológica, religiosa y nacionalista, pero en sus ficciones homenajeó a figuras inolvidables que persiguieron en vano justicias nacionales, religiosas o ideológicas, como Antonio Consejero, Flora Tristán o Roger Casement. La tenacidad, el idealismo y una existencia agónica consagrada a la búsqueda de una justicia utópica , los redimía, los henchía de un conmovedor aliento épico y los elevaba a la categoría de héroes. Y ahí es donde hallamos la gran lección moral que palpita en los libros de Vargas Llosa: la necesidad de entronizar la justicia. ¿No sería la libertad? De ninguna manera, pues sin justicia no es posible libertad .El acta del jurado de los académicos suecos definió muy bien la obra de Vargas Llosa —«cartografía de las estructuras del poder y afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo»—, pues la resistencia de los justos es el eje de ‘Pantaleón y las visitadoras’ (1973), ‘El hablador’ (1987), ‘Lituma en los Andes’ (1993), ‘Los cuadernos de don Rigoberto’ (1997), ‘Travesuras de la niña mala’ (2006) y ‘Tiempos recios’ (2019). Por otro lado, la rebelión de los justos crepita en ‘La casa verde’ (1966), ‘La fiesta del chivo’ (2000), ‘El paraíso en la otra esquina’ (2003) y ‘El héroe discreto’ (2013). Finalmente, la derrota de los justos es la terrible certeza que nos dejan ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘La casa verde’ (1966), ‘Conversación en La Catedral’ (1969), ‘La guerra del fin del mundo’ (1981), ‘Historia de Mayta’ (1984), ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’ (1986) y ‘El sueño del celta’ (2010).Mario Vargas Llosa —el último boomcano— era el superviviente de la más brillante promoción de escritores hispanoamericanos y con su muerte hemos perdido todos: la cultura peruana, la literatura latinoamericana y la lengua española. Es demasiado pronto para que se comprenda en toda su extensión lo que voy a compartir, pero mi certeza es tan rotunda como la desolación que me invade: Mario Vargas Llosa ha sido el único intelectual global de habla hispana . El único creador y pensador hispanohablante que fue reconocido como par e interlocutor por las más grandes personalidades literarias, políticas, artísticas y doctrinarias de otras lenguas. El único autor en español que ha protagonizado debates, reflexiones y controversias de repercusiones globales. El único intelectual que fue capaz de crear y ocupar en vida un espacio que ha desaparecido con su muerte, pues no existe otra figura en nuestra lengua con prestigio, influencia o universalidad semejantes.Y que conste que no hablo del premio Nobel de Literatura. Ni de su ingreso en la Academia Francesa . Ni siquiera de sus ideas, tan denostadas como aplaudidas. Hablo de renombre y admiración , pues antes de recibir el Nobel en 2010 Vargas Llosa ya había sido investido Doctor Honoris Causa por 47 universidades de todo el planeta, como Yale (1994), Harvard (1999), Oxford (2003), Sorbona (2005) y Humboldt (2005). Hablo de autoridad y predicamento, pues antes de ser académico de Francia ( sin haber escrito jamás en francés ) fue el único autor vivo publicado en la colección La Pléiade de Gallimard. Hablo de compromiso y decencia , porque Vargas Llosa fue el primero que denunció la persecución de los homosexuales durante el castrismo y el primero que recusó por igual a dictadores de todos los signos , como Fidel Castro, Augusto Pinochet, Hugo Chávez, Francisco Franco, Daniel Ortega y Jorge Rafael Videla.No estoy comparando a Mario Vargas Llosa con ningún otro autor de habla hispana, porque en ese sentido fue único y no admite comparación posible. De hecho, no estoy pensando en premios, traducciones o ventas, sino en un valioso e intangible patrimonio que trasciende a su propia obra literaria, ensayística y periodística. En realidad, contemplando el vacío que ha dejado advierto la clarividencia de la Academia Francesa, pues Vargas Llosa fue capaz de asimilar lo esencial de los autores franceses que siempre admiró: la iniciativa política de Malraux, la apasionada desmesura de Víctor Hugo, la condición de hombre-pluma de Flaubert , el compromiso vocacional de Sartre, la ambición transgresora de Bataille, la sensatez iconoclasta de Revel y la racionalidad libertaria y filantrópica de Camus.Sin valorar todavía su legado literario, de Vargas Llosa podríamos decir que encarnó lo mismo que escribió sobre Sartre en 1980: «Alguien que ejerce un magisterio más allá de lo que sabe, de lo que escribe y aun de lo que dice, un hombre al que una vasta audiencia confiere el poder de legislar sobre asuntos que van desde las grandes cuestiones morales , culturales y políticas hasta las más triviales». Ahora es imposible que todos perciban lo que planteo, aunque muy pronto advertiremos cómo la lengua española ha perdido interlocución global con la desaparición de Mario Vargas Llosa.Con respecto a su obra, me hace ilusión destacar tres puntos esenciales: la precisión de su escritura , los personajes de sus novelas y las lecciones morales que atesoran sus libros. La prosa precisa de Vargas Llosa siempre me deslumbró más que su técnica narrativa, pues en su afán de mantener una economía verbal consiguió una escritura tan límpida, concisa y rigurosa, que encuentro ideal tanto para aprender a escribir como para aprender español. En cuanto a sus criaturas —el Poeta, Zavalita, Mayta, Urania, Mascarita, don Rigoberto, etc.—, resultan memorables porque asumen con dignidad la épica de la derrota . En sus ensayos y artículos periodísticos Vargas Llosa siempre fustigó la intransigencia ideológica, religiosa y nacionalista, pero en sus ficciones homenajeó a figuras inolvidables que persiguieron en vano justicias nacionales, religiosas o ideológicas, como Antonio Consejero, Flora Tristán o Roger Casement. La tenacidad, el idealismo y una existencia agónica consagrada a la búsqueda de una justicia utópica , los redimía, los henchía de un conmovedor aliento épico y los elevaba a la categoría de héroes. Y ahí es donde hallamos la gran lección moral que palpita en los libros de Vargas Llosa: la necesidad de entronizar la justicia. ¿No sería la libertad? De ninguna manera, pues sin justicia no es posible libertad .El acta del jurado de los académicos suecos definió muy bien la obra de Vargas Llosa —«cartografía de las estructuras del poder y afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo»—, pues la resistencia de los justos es el eje de ‘Pantaleón y las visitadoras’ (1973), ‘El hablador’ (1987), ‘Lituma en los Andes’ (1993), ‘Los cuadernos de don Rigoberto’ (1997), ‘Travesuras de la niña mala’ (2006) y ‘Tiempos recios’ (2019). Por otro lado, la rebelión de los justos crepita en ‘La casa verde’ (1966), ‘La fiesta del chivo’ (2000), ‘El paraíso en la otra esquina’ (2003) y ‘El héroe discreto’ (2013). Finalmente, la derrota de los justos es la terrible certeza que nos dejan ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘La casa verde’ (1966), ‘Conversación en La Catedral’ (1969), ‘La guerra del fin del mundo’ (1981), ‘Historia de Mayta’ (1984), ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’ (1986) y ‘El sueño del celta’ (2010).Mario Vargas Llosa —el último boomcano— era el superviviente de la más brillante promoción de escritores hispanoamericanos y con su muerte hemos perdido todos: la cultura peruana, la literatura latinoamericana y la lengua española.
«Muy pronto advertiremos cómo la lengua española ha perdido interlocución global con la desaparición de Mario Vargas Llosa»
Es demasiado pronto para que se comprenda en toda su extensión lo que voy a compartir, pero mi certeza es tan rotunda como la desolación que me invade: Mario Vargas Llosa ha sido el único intelectual global de habla hispana. El único creador y … pensador hispanohablante que fue reconocido como par e interlocutor por las más grandes personalidades literarias, políticas, artísticas y doctrinarias de otras lenguas. El único autor en español que ha protagonizado debates, reflexiones y controversias de repercusiones globales. El único intelectual que fue capaz de crear y ocupar en vida un espacio que ha desaparecido con su muerte, pues no existe otra figura en nuestra lengua con prestigio, influencia o universalidad semejantes.
Y que conste que no hablo del premio Nobel de Literatura. Ni de su ingreso en la Academia Francesa. Ni siquiera de sus ideas, tan denostadas como aplaudidas. Hablo de renombre y admiración, pues antes de recibir el Nobel en 2010 Vargas Llosa ya había sido investido Doctor Honoris Causa por 47 universidades de todo el planeta, como Yale (1994), Harvard (1999), Oxford (2003), Sorbona (2005) y Humboldt (2005). Hablo de autoridad y predicamento, pues antes de ser académico de Francia (sin haber escrito jamás en francés) fue el único autor vivo publicado en la colección La Pléiade de Gallimard. Hablo de compromiso y decencia, porque Vargas Llosa fue el primero que denunció la persecución de los homosexuales durante el castrismo y el primero que recusó por igual a dictadores de todos los signos, como Fidel Castro, Augusto Pinochet, Hugo Chávez, Francisco Franco, Daniel Ortega y Jorge Rafael Videla.
No estoy comparando a Mario Vargas Llosa con ningún otro autor de habla hispana, porque en ese sentido fue único y no admite comparación posible. De hecho, no estoy pensando en premios, traducciones o ventas, sino en un valioso e intangible patrimonio que trasciende a su propia obra literaria, ensayística y periodística. En realidad, contemplando el vacío que ha dejado advierto la clarividencia de la Academia Francesa, pues Vargas Llosa fue capaz de asimilar lo esencial de los autores franceses que siempre admiró: la iniciativa política de Malraux, la apasionada desmesura de Víctor Hugo, la condición de hombre-pluma de Flaubert, el compromiso vocacional de Sartre, la ambición transgresora de Bataille, la sensatez iconoclasta de Revel y la racionalidad libertaria y filantrópica de Camus.
Sin valorar todavía su legado literario, de Vargas Llosa podríamos decir que encarnó lo mismo que escribió sobre Sartre en 1980: «Alguien que ejerce un magisterio más allá de lo que sabe, de lo que escribe y aun de lo que dice, un hombre al que una vasta audiencia confiere el poder de legislar sobre asuntos que van desde las grandes cuestiones morales, culturales y políticas hasta las más triviales». Ahora es imposible que todos perciban lo que planteo, aunque muy pronto advertiremos cómo la lengua española ha perdido interlocución global con la desaparición de Mario Vargas Llosa.
Con respecto a su obra, me hace ilusión destacar tres puntos esenciales: la precisión de su escritura, los personajes de sus novelas y las lecciones morales que atesoran sus libros. La prosa precisa de Vargas Llosa siempre me deslumbró más que su técnica narrativa, pues en su afán de mantener una economía verbal consiguió una escritura tan límpida, concisa y rigurosa, que encuentro ideal tanto para aprender a escribir como para aprender español. En cuanto a sus criaturas —el Poeta, Zavalita, Mayta, Urania, Mascarita, don Rigoberto, etc.—, resultan memorables porque asumen con dignidad la épica de la derrota. En sus ensayos y artículos periodísticos Vargas Llosa siempre fustigó la intransigencia ideológica, religiosa y nacionalista, pero en sus ficciones homenajeó a figuras inolvidables que persiguieron en vano justicias nacionales, religiosas o ideológicas, como Antonio Consejero, Flora Tristán o Roger Casement. La tenacidad, el idealismo y una existencia agónica consagrada a la búsqueda de una justicia utópica, los redimía, los henchía de un conmovedor aliento épico y los elevaba a la categoría de héroes. Y ahí es donde hallamos la gran lección moral que palpita en los libros de Vargas Llosa: la necesidad de entronizar la justicia. ¿No sería la libertad? De ninguna manera, pues sin justicia no es posible libertad.
El acta del jurado de los académicos suecos definió muy bien la obra de Vargas Llosa —«cartografía de las estructuras del poder y afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo»—, pues la resistencia de los justos es el eje de ‘Pantaleón y las visitadoras’ (1973), ‘El hablador’ (1987), ‘Lituma en los Andes’ (1993), ‘Los cuadernos de don Rigoberto’ (1997), ‘Travesuras de la niña mala’ (2006) y ‘Tiempos recios’ (2019). Por otro lado, la rebelión de los justos crepita en ‘La casa verde’ (1966), ‘La fiesta del chivo’ (2000), ‘El paraíso en la otra esquina’ (2003) y ‘El héroe discreto’ (2013). Finalmente, la derrota de los justos es la terrible certeza que nos dejan ‘La ciudad y los perros’ (1963), ‘La casa verde’ (1966), ‘Conversación en La Catedral’ (1969), ‘La guerra del fin del mundo’ (1981), ‘Historia de Mayta’ (1984), ‘¿Quién mató a Palomino Molero?’ (1986) y ‘El sueño del celta’ (2010).
Mario Vargas Llosa —el último boomcano— era el superviviente de la más brillante promoción de escritores hispanoamericanos y con su muerte hemos perdido todos: la cultura peruana, la literatura latinoamericana y la lengua española.
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