Cuando Rauw Alejandro no era aún Rauw Alejandro, sino solo un muchachito de 10 años llamado Raúl Alejandro Ocasio Ruiz, el chico llegó a casa con una música nueva en los oídos y la boca llena de “charlatanería”, que es como lo llaman en Puerto Rico, dice la estrella del pop latino, a “las maldades de por ahí, de la calle”. Al escucharlo decir “bellaco”, su madre le quitó los cascos con uno de esos manotazos que solo las madres saben soltar.
Y así fue como el reguetón entró por primera vez en esa casa.
“Bellaco en Puerto Rico es una palabra obscena, como horny, ¿cómo es que dicen ustedes?”, preguntó recientemente Rauw en una entrevista en Miami con ese español del archipiélago, espolvoreado de inglés.
—Cachondo.
—Eso, cachondo.
El reguetón se lo habían enseñado sus tíos, “jóvenes de los noventa”. “Entonces, antes de la onda más comercial, más romántica, era música de la calle, muy underground. A ella le preocupaba verme mezclado en esos ambientes”.
El niño creció y, como parte de una generación que renovó el lenguaje de un género que ha conquistado el mundo, se acabó convertido en, tal vez, la más romántica de las estrellas del reguetón, y también una de las más versátiles, capaz de incorporar a su propuesta todo el espectro del pop latino contemporáneo, el disco o el house. De modo que la madre, corista aficionada que lo crio en el seno de “una familia muy trabajadora” y en la enseñanza de que “lo más importante es pagar la luz y el agua”, puede estar tranquila con las finanzas del hijo, lo cual no quita para que aún, a veces, le dé “un par de cantazos”. Por ejemplo, por el estribillo del tema 2/Catorce. La letra dice:
La bellaquera revienta.
Baby, hoy te voy a chingar.
Y al oído va’a gritarme
que siempre me va’a amar.
Rauw Alejandro nació en San Juan y tiene 32 años. Compone, canta, baila y produce pequeñas películas. Le gusta, dice, controlar de principio a fin el proceso de llevar la música a sus fans. Vive entre Nueva York y Puerto Rico, aunque no pase “mucho tiempo en ningún lado”. Las fotografías para este perfil se hicieron en París. El hueco para la entrevista llegó un sábado en Miami, ciudad que sigue siendo la capital de la industria de la música en español. La diferencia es que ahora esa música se escucha en todo el mundo, también, o sobre todo, en los cotos antes exclusivos del inglés.
El reguetonero se encerró durante semanas en un hangar-estudio a las afueras de la ciudad, en el Doral, para preparar el espectáculo de su nueva gira, que llegará en julio a España e inauguró su pata estadounidense el 5 de abril con un concierto en Seattle y una maquinaria que incluye una “banda grande” y “unas 115 personas”. El día de la entrevista no desveló mucho sobre su contenido, más allá de que, inspirado en “los shows de Broadway”, se basará “en la historia de un puertorriqueño emigrante en Nueva York”. A juzgar por una lista de canciones pegada en una pared negra de la enorme estancia en la que estaban ensayando los bailarines, se nutrirá sobre todo del repertorio de su último disco, Cosa nuestra, publicado en otoño.
Dos coches de los años setenta invitaban a pensar que la gira también reproducirá la estética del álbum, para el que Alejandro se remonta a la edad dorada de la salsa nuyorican, y, concretamente, a la serie de obras maestras que Willie Colón grabó para la Fania junto al cantante Héctor Lavoe, otro puertorriqueño en Nueva York.
Además de por su música extraordinaria, esos discos se distinguen por el gusto de Colón por el juego. En la portada de Cosa nuestra (título de 1969 que Rauw tomó prestado para su álbum), el trombonista se disfraza de mafioso junto a un cadáver cubierto con una sábana, mientras que en la de La gran fuga Colón posa, de frente y de perfil, bajo el alias de El Malo, en una orden de busca y captura del FBI firmada por un tal J. Edgar González (nombre ciertamente más salsero que el del director de la agencia entonces, el temible J. Edgar Hoover).
Para el álbum, Rauw tomó prestada esa estética mafiosa italiana “elegante”, de trajes anchos y sombreros de ala corta, porque, dice, de Colón admira su capacidad para “cambiar de estilo y hacer un refresh a su carrera con cada disco”. “Como artista, pienso cada proyecto de principio a fin, e interpreto un personaje. Me dieron ganas de viajar a esa época, a ese vibe del old money [dinero viejo]”, explicó el músico, que lleva su transformación (y su interés por la moda) hasta las últimas consecuencias; el día de nuestro encuentro vestía pantalón de raya diplomática, zapatos italianos y camisa de seda amarilla.
En ese juego de referencias, le gusta pensar que también concursan sus raíces: le contaron que un antepasado por parte de su padre emigró del área de Palermo a Nueva York, antes de que esa rama se mudara a Puerto Rico, de donde es la familia de su madre, con su mezcla de “cultura africana, española y taína”. Aunque el préstamo también es musical: el disco propone un viaje al pasado del reguetón, a ese punto en el que el género se encuentra con la salsa puertorriqueña, la de quienes emigraron (entre ellos, el boricua de Nueva Jersey Frankie Ruiz, del que versiona Tú con él), pero también de los que se quedaron.
“¿Qué le voy a hacer si tengo un alma antigua?”, se excusó el músico en la entrevista, con una sonrisa de playboy en cuyos poderes parece confiar plenamente. El encuentro también tuvo el aire de otra época. Un tiempo anterior a las redes sociales, en el que los famosos necesitaban a los medios para llegar a sus fans y se sometían al ritual acostumbrado: la charla con testigos, la hora de conversación cronometrada y la sugerencia educada al periodista de que mejor no hacer ciertas preguntas.
En este caso, preguntas sobre Rosalía.
Con la estrella española, Alejandro mantuvo una relación sentimental que parecía demasiado buena para ser verdad: dos jóvenes talentosos y guapos que además sumaban en el plano artístico. El amor se les rompió hace casi dos años, cuando la pareja había anunciado su compromiso (más asuntos de otra época). La ruptura y el silencio que ambos han mantenido desde entonces dejó sin respuestas a ambas hinchadas.
Al final fueron dos preguntas. A la de si había aprendido algo de aquella experiencia de amor y desamor en directo, el músico respondió: “It is what it is [es lo que es]. Si algo me ha enseñado la vida es que a lo que no puedas controlar, mejor no le des cabeza. El espectáculo continúa; van a seguir pasando los años y me van a seguir relacionando con personas. Somos figuras públicas. No es que haya aprendido, pero ahora prefiero mantener una vida privada lo más privada posible”.
Antes, el músico se había quejado de la fama y de que, como lamenta en el disco, anden pendientes de sus entradas y salidas (“To los días me vinculan con un culo nuevo, pero es que yo soy selectivo”, canta en Il Capo). “No creo que me retire nunca de la música”, dijo, “pero sí, joven, del spotlight [el foco]. Echo de menos cuando tenía 25 o 26 años e iba por ahí, disfrutando con mis amistades, y nadie me estaba grabando. Ahora no es posible. Todo puede ser malinterpretado”.
La segunda pregunta sobre Rosalía tenía que ver con una de las letras del álbum. La tomó prestada de Pablo Neruda la puertorriqueña Myrta Silva, La Gorda de Oro. Dice: “Es tan corto el amor / y tan largo el olvido”. En el tema de Alejandro, los versos continúan así:
Y yo sigo curándome, curándome.
¿Por qué yo no puedo tenerla?
Dios mío, ayúdame, que yo
voy de cama en cama, buscándola.
¿Escribió esas líneas pensando en su expareja? El músico respondió con un clásico recurso del arte de la evasiva: la defensa de la experiencia como fuente creativa. “En mi proyecto hay muchas cosas, cosas que me han pasado y otras que no. Como yo pongo la cara a lo que estoy diciendo, no puedes evitar que la gente lo relacione con lo que saben de ti. Lo acepto, es parte del contrato. Soy una persona y un personaje. Está Raúl Ocasio y está Rauw Alejandro. Es raro porque son muy diferentes, pero a los dos los quiero mucho”.
Más allá del préstamo de Neruda, las letras del álbum dan a entender, con un halo menos poético, que en su cabeza —o en la de su personaje— no cabe mucho más que una cosa: las mujeres. “Toda mi carrera está dirigida a ellas”, admite el músico. “Cuando escribo, busco un equilibrio. Ni tan explícito, ni tan romántico. He aprendido que a las chicas no les gusta el que es bien malo, pero tampoco el que es bien bueno”.
Cuenta que su conocimiento del universo femenino se lo debe a haber crecido rodeado por su madre, su abuela y su hermana después de que sus padres se separaran y el chico acabara con ellas en Villa Carolina, una comunidad humilde cerca de San Juan. “Tengo todos los códigos”, afirma entre risas. “Mi madre me enseñó a ser un romántico de la vida. Ella sabe que yo desde pequeño siempre fui un enamorado, me compraba las flores y los chocolates, y me decía: ‘Tienes que ser detallista”.
El gusto ecléctico por la música la heredó del padre, un guitarrista profesional que, antes de que la vida lo llevara a ser agrimensor en Florida, “tuvo una banda de rock y estuvo en una orquesta de merengue”. Padre e hijo son “músicos de oído” y ahora se han reunido en uno de los temas del disco, un homenaje al Sex Machine de James Brown.
Rauw Alejandro también probó en el continente, donde fue a vivir con el padre en Cabo Coral (Florida) para estudiar y para hacer su primera apuesta por “ser alguien en la vida”: “Yo quería jugar en el Real Madrid”, recuerda. Lo dejó cuando vio que ya tenía 21 años y no había llegado “al primer equipo” del Naples. “Me pagaban, pero no tanto, unos 900 dólares. Me lo tuve que replantear”.
De regreso a Puerto Rico, encadenó muchos trabajos: cortar el césped, mozo de almacén, camarero, dependiente en una tienda de ropa y “algún que otro saquito de marihuana por ahí”. “Ahora que es medio legal en todas partes, se puede decir, ¿no?”. En resumen, se dedicaba a lo que en Puerto Rico se llama josear, corrupción del verbo inglés to hustle, buscarse la vida.
Fue en esa época cuando empezó a cantar, a grabar sus temas y a subirlos a plataformas como YouTube o SoundCloud. También a sentirse parte de una escena a la que a mediados de la década pasada pertenecían “Alvarito Díaz, Myke Towers, el Conejo [Bad Bunny] y Anuel”. “Algunos explotaron primero, y otros más tarde”, recuerda.
Diez años después, ninguna de esas ondas expansivas ha sido tan potente como la de Bad Bunny, el artista puertorriqueño más famoso de Estados Unidos. A Rauw le une que sus carreras progresaron en pandemia y gracias a la difusión desjerarquizada de internet, que, a diferencia de las radios de antes, no entiende de idiomas. El nombre de Bad Bunny destaca además en la lista de los colaboradores de Cosa nuestra, que incluye a Pharrell Williams, Romeo Santos, Alexis y Fido (representantes de ese reguetón clásico que llaman de la mata) y Laura Pausini, que se presta a una revisión de su famoso tema Se fue.
“Rauw, El Conejo y el resto crecieron en un Puerto Rico quebrado, el de la migración masiva, sobre la que no hay cifras oficiales pero se sabe que fue más grande que la que se dio entre los cuarenta y los setenta, cuando salieron unas 865.000 personas. Además, se volvieron adultos durante la crisis de 2014 y de 2015, cuando el gobernador Alejandro García Padilla dijo públicamente que ‘la deuda [con Estados Unidos] era impagable”, explica el historiador puertorriqueño Jorell Meléndez-Badillo, profesor de la Universidad de Wisconsin y autor de Puerto Rico: historia de una nación (Planeta), un inesperado best seller. “Por último, comparten el trauma colectivo del huracán María”.
Aquella catástrofe natural dejó en 2017 casi 3.000 muertos en el archipiélago. A Rauw lo pilló al principio de su carrera. “Ya cobraba 2.000 dólares por fiesta”, recuerda. “El huracán nos paralizó a todos. En mi casa estuve sin luz dos meses, y sin agua casi un mes. Me quedé con mi familia, ayudando a la comunidad”. A finales de ese año se mudó con un tío a Nueva Jersey, y regresó a Puerto Rico en 2018.
La tragedia y las imágenes de Donald Trump arrojando rollos de papel higiénico durante una visita a la isla también contribuyeron a que “una audiencia liberal en Estados Unidos prestara atención a Puerto Rico como la colonia que es, más allá del relato benévolo, falso, del imperialismo de Washington”, explica Meléndez-Badillo, que ha colaborado escribiendo 15 textos sobre la historia del archipiélago para unos vídeos —que han visto millones de personas— del último disco de Bad Bunny, un trabajo que supone una celebración del orgullo boricua del músico y también de los vínculos entre el reguetón con la salsa.
La aparición de ese álbum, tres meses después del de Rauw, dio pie para aventurar una tendencia en un género hasta ahora poco dado a mirar atrás. “Son dos artistas bien distintos”, opina Anamaria Saye, copresentadora del podcast Alt.Latino y productora de los conciertos Tiny Desk, de la radio pública NPR, que esta semana han acogido la actuación de Bad Bunny (el debut de Rauw en ese diminuto escenario aún está por llegar).
“Me parece que Rauw siempre ha estado abierto a incluir elementos de otros estilos”, dice Sayre. “Por ejemplo, la canción que le catapultó a la fama tenía un rollo muy de los años setenta. Ahí ya mostraba su interés en la cultura de la diáspora nuyorican. En cuanto a Benito [Bad Bunny], el camino es, en cierto sentido, opuesto. Su estilo al principio fue más trappy y reguetón, pero sobre todo es muy él. Puro Bad Bunny. Su último disco es un buen ejemplo. Es como si dijera: ‘No me importa lo que esperéis de mí, yo soy, ante todo y siempre, puertorriqueño”.
Rauw Alejandro se refiere a Puerto Rico —Estado libre asociado de Estados Unidos, cuyos 3,4 millones de habitantes carecen de voto en el Capitolio y, salvo si viven en el continente, no pueden decidir en las elecciones presidenciales— como su “islita”, y asegura que quiere retirarse allí. En otoño, en un gesto que supuso una grata sorpresa para algunos de sus fans, apoyó a Juan Dalmau, candidato a gobernador de una alianza que incluía a los independentistas y que aspiraba a desafiar el tradicional bipartidismo del archipiélago. Su cierre de campaña, en el que Bad Bunny ofreció un encendido discurso, se celebró pocos días después de que un cómico llamado Tony Hinchcliffe se refiriera en un mitin de Trump a Puerto Rico como una “isla flotante de basura”. Trump ganó las elecciones y Dalmau las perdió, aunque esa derrota se pareciera bastante a una victoria: es la primera vez desde los años cincuenta en la que un independentista queda segundo, advierte Meléndez-Badillo.
Rauw dice que sigue las noticias todo lo que puede. Al menos, cuando sale de la “cueva” en la que se mete a trabajar. En la mañana de la entrevista, esa cueva era un enorme hangar a las afueras de Miami, donde, una vez terminó la charla, dio pruebas de su afán por estar encima: fue a supervisar cómo los bailarines memorizaban los pasos del nuevo espectáculo y se hizo un selfi en blanco y negro que subió a Instagram mientras por los altavoces atronaba su canción Baja pa’ acá, una incitación al perreo de la vieja escuela. Esa música por la que un día se llevó un manotazo cuando solo era Raúl Alejandro Ocasio Ruiz y que ahora, convertido en Rauw Alejandro, lo lleva por el mundo.
Cuando Rauw Alejandro no era aún Rauw Alejandro, sino solo un muchachito de 10 años llamado Raúl Alejandro Ocasio Ruiz, el chico llegó a casa con una música nueva en los oídos y la boca llena de “charlatanería”, que es como lo llaman en Puerto Rico, dice la estrella del pop latino, a “las maldades de por ahí, de la calle”. Al escucharlo decir “bellaco”, su madre le quitó los cascos con uno de esos manotazos que solo las madres saben soltar.Y así fue como el reguetón entró por primera vez en esa casa.“Bellaco en Puerto Rico es una palabra obscena, como horny, ¿cómo es que dicen ustedes?”, preguntó recientemente Rauw en una entrevista en Miami con ese español del archipiélago, espolvoreado de inglés.—Cachondo.—Eso, cachondo.El reguetón se lo habían enseñado sus tíos, “jóvenes de los noventa”. “Entonces, antes de la onda más comercial, más romántica, era música de la calle, muy underground. A ella le preocupaba verme mezclado en esos ambientes”.El niño creció y, como parte de una generación que renovó el lenguaje de un género que ha conquistado el mundo, se acabó convertido en, tal vez, la más romántica de las estrellas del reguetón, y también una de las más versátiles, capaz de incorporar a su propuesta todo el espectro del pop latino contemporáneo, el disco o el house. De modo que la madre, corista aficionada que lo crio en el seno de “una familia muy trabajadora” y en la enseñanza de que “lo más importante es pagar la luz y el agua”, puede estar tranquila con las finanzas del hijo, lo cual no quita para que aún, a veces, le dé “un par de cantazos”. Por ejemplo, por el estribillo del tema 2/Catorce. La letra dice:La bellaquera revienta.Baby, hoy te voy a chingar.Y al oído va’a gritarmeque siempre me va’a amar.Rauw Alejandro nació en San Juan y tiene 32 años. Compone, canta, baila y produce pequeñas películas. Le gusta, dice, controlar de principio a fin el proceso de llevar la música a sus fans. Vive entre Nueva York y Puerto Rico, aunque no pase “mucho tiempo en ningún lado”. Las fotografías para este perfil se hicieron en París. El hueco para la entrevista llegó un sábado en Miami, ciudad que sigue siendo la capital de la industria de la música en español. La diferencia es que ahora esa música se escucha en todo el mundo, también, o sobre todo, en los cotos antes exclusivos del inglés.El reguetonero se encerró durante semanas en un hangar-estudio a las afueras de la ciudad, en el Doral, para preparar el espectáculo de su nueva gira, que llegará en julio a España e inauguró su pata estadounidense el 5 de abril con un concierto en Seattle y una maquinaria que incluye una “banda grande” y “unas 115 personas”. El día de la entrevista no desveló mucho sobre su contenido, más allá de que, inspirado en “los shows de Broadway”, se basará “en la historia de un puertorriqueño emigrante en Nueva York”. A juzgar por una lista de canciones pegada en una pared negra de la enorme estancia en la que estaban ensayando los bailarines, se nutrirá sobre todo del repertorio de su último disco, Cosa nuestra, publicado en otoño.Dos coches de los años setenta invitaban a pensar que la gira también reproducirá la estética del álbum, para el que Alejandro se remonta a la edad dorada de la salsa nuyorican, y, concretamente, a la serie de obras maestras que Willie Colón grabó para la Fania junto al cantante Héctor Lavoe, otro puertorriqueño en Nueva York.Además de por su música extraordinaria, esos discos se distinguen por el gusto de Colón por el juego. En la portada de Cosa nuestra (título de 1969 que Rauw tomó prestado para su álbum), el trombonista se disfraza de mafioso junto a un cadáver cubierto con una sábana, mientras que en la de La gran fuga Colón posa, de frente y de perfil, bajo el alias de El Malo, en una orden de busca y captura del FBI firmada por un tal J. Edgar González (nombre ciertamente más salsero que el del director de la agencia entonces, el temible J. Edgar Hoover).Para el álbum, Rauw tomó prestada esa estética mafiosa italiana “elegante”, de trajes anchos y sombreros de ala corta, porque, dice, de Colón admira su capacidad para “cambiar de estilo y hacer un refresh a su carrera con cada disco”. “Como artista, pienso cada proyecto de principio a fin, e interpreto un personaje. Me dieron ganas de viajar a esa época, a ese vibe del old money [dinero viejo]”, explicó el músico, que lleva su transformación (y su interés por la moda) hasta las últimas consecuencias; el día de nuestro encuentro vestía pantalón de raya diplomática, zapatos italianos y camisa de seda amarilla.En ese juego de referencias, le gusta pensar que también concursan sus raíces: le contaron que un antepasado por parte de su padre emigró del área de Palermo a Nueva York, antes de que esa rama se mudara a Puerto Rico, de donde es la familia de su madre, con su mezcla de “cultura africana, española y taína”. Aunque el préstamo también es musical: el disco propone un viaje al pasado del reguetón, a ese punto en el que el género se encuentra con la salsa puertorriqueña, la de quienes emigraron (entre ellos, el boricua de Nueva Jersey Frankie Ruiz, del que versiona Tú con él), pero también de los que se quedaron.“¿Qué le voy a hacer si tengo un alma antigua?”, se excusó el músico en la entrevista, con una sonrisa de playboy en cuyos poderes parece confiar plenamente. El encuentro también tuvo el aire de otra época. Un tiempo anterior a las redes sociales, en el que los famosos necesitaban a los medios para llegar a sus fans y se sometían al ritual acostumbrado: la charla con testigos, la hora de conversación cronometrada y la sugerencia educada al periodista de que mejor no hacer ciertas preguntas.En este caso, preguntas sobre Rosalía.Con la estrella española, Alejandro mantuvo una relación sentimental que parecía demasiado buena para ser verdad: dos jóvenes talentosos y guapos que además sumaban en el plano artístico. El amor se les rompió hace casi dos años, cuando la pareja había anunciado su compromiso (más asuntos de otra época). La ruptura y el silencio que ambos han mantenido desde entonces dejó sin respuestas a ambas hinchadas.Al final fueron dos preguntas. A la de si había aprendido algo de aquella experiencia de amor y desamor en directo, el músico respondió: “It is what it is [es lo que es]. Si algo me ha enseñado la vida es que a lo que no puedas controlar, mejor no le des cabeza. El espectáculo continúa; van a seguir pasando los años y me van a seguir relacionando con personas. Somos figuras públicas. No es que haya aprendido, pero ahora prefiero mantener una vida privada lo más privada posible”.Antes, el músico se había quejado de la fama y de que, como lamenta en el disco, anden pendientes de sus entradas y salidas (“To los días me vinculan con un culo nuevo, pero es que yo soy selectivo”, canta en Il Capo). “No creo que me retire nunca de la música”, dijo, “pero sí, joven, del spotlight [el foco]. Echo de menos cuando tenía 25 o 26 años e iba por ahí, disfrutando con mis amistades, y nadie me estaba grabando. Ahora no es posible. Todo puede ser malinterpretado”.La segunda pregunta sobre Rosalía tenía que ver con una de las letras del álbum. La tomó prestada de Pablo Neruda la puertorriqueña Myrta Silva, La Gorda de Oro. Dice: “Es tan corto el amor / y tan largo el olvido”. En el tema de Alejandro, los versos continúan así:Y yo sigo curándome, curándome.¿Por qué yo no puedo tenerla?Dios mío, ayúdame, que yovoy de cama en cama, buscándola.¿Escribió esas líneas pensando en su expareja? El músico respondió con un clásico recurso del arte de la evasiva: la defensa de la experiencia como fuente creativa. “En mi proyecto hay muchas cosas, cosas que me han pasado y otras que no. Como yo pongo la cara a lo que estoy diciendo, no puedes evitar que la gente lo relacione con lo que saben de ti. Lo acepto, es parte del contrato. Soy una persona y un personaje. Está Raúl Ocasio y está Rauw Alejandro. Es raro porque son muy diferentes, pero a los dos los quiero mucho”.Más allá del préstamo de Neruda, las letras del álbum dan a entender, con un halo menos poético, que en su cabeza —o en la de su personaje— no cabe mucho más que una cosa: las mujeres. “Toda mi carrera está dirigida a ellas”, admite el músico. “Cuando escribo, busco un equilibrio. Ni tan explícito, ni tan romántico. He aprendido que a las chicas no les gusta el que es bien malo, pero tampoco el que es bien bueno”.Cuenta que su conocimiento del universo femenino se lo debe a haber crecido rodeado por su madre, su abuela y su hermana después de que sus padres se separaran y el chico acabara con ellas en Villa Carolina, una comunidad humilde cerca de San Juan. “Tengo todos los códigos”, afirma entre risas. “Mi madre me enseñó a ser un romántico de la vida. Ella sabe que yo desde pequeño siempre fui un enamorado, me compraba las flores y los chocolates, y me decía: ‘Tienes que ser detallista”.El gusto ecléctico por la música la heredó del padre, un guitarrista profesional que, antes de que la vida lo llevara a ser agrimensor en Florida, “tuvo una banda de rock y estuvo en una orquesta de merengue”. Padre e hijo son “músicos de oído” y ahora se han reunido en uno de los temas del disco, un homenaje al Sex Machine de James Brown.Rauw Alejandro también probó en el continente, donde fue a vivir con el padre en Cabo Coral (Florida) para estudiar y para hacer su primera apuesta por “ser alguien en la vida”: “Yo quería jugar en el Real Madrid”, recuerda. Lo dejó cuando vio que ya tenía 21 años y no había llegado “al primer equipo” del Naples. “Me pagaban, pero no tanto, unos 900 dólares. Me lo tuve que replantear”.De regreso a Puerto Rico, encadenó muchos trabajos: cortar el césped, mozo de almacén, camarero, dependiente en una tienda de ropa y “algún que otro saquito de marihuana por ahí”. “Ahora que es medio legal en todas partes, se puede decir, ¿no?”. En resumen, se dedicaba a lo que en Puerto Rico se llama josear, corrupción del verbo inglés to hustle, buscarse la vida.Fue en esa época cuando empezó a cantar, a grabar sus temas y a subirlos a plataformas como YouTube o SoundCloud. También a sentirse parte de una escena a la que a mediados de la década pasada pertenecían “Alvarito Díaz, Myke Towers, el Conejo [Bad Bunny] y Anuel”. “Algunos explotaron primero, y otros más tarde”, recuerda.Diez años después, ninguna de esas ondas expansivas ha sido tan potente como la de Bad Bunny, el artista puertorriqueño más famoso de Estados Unidos. A Rauw le une que sus carreras progresaron en pandemia y gracias a la difusión desjerarquizada de internet, que, a diferencia de las radios de antes, no entiende de idiomas. El nombre de Bad Bunny destaca además en la lista de los colaboradores de Cosa nuestra, que incluye a Pharrell Williams, Romeo Santos, Alexis y Fido (representantes de ese reguetón clásico que llaman de la mata) y Laura Pausini, que se presta a una revisión de su famoso tema Se fue.“Rauw, El Conejo y el resto crecieron en un Puerto Rico quebrado, el de la migración masiva, sobre la que no hay cifras oficiales pero se sabe que fue más grande que la que se dio entre los cuarenta y los setenta, cuando salieron unas 865.000 personas. Además, se volvieron adultos durante la crisis de 2014 y de 2015, cuando el gobernador Alejandro García Padilla dijo públicamente que ‘la deuda [con Estados Unidos] era impagable”, explica el historiador puertorriqueño Jorell Meléndez-Badillo, profesor de la Universidad de Wisconsin y autor de Puerto Rico: historia de una nación (Planeta), un inesperado best seller. “Por último, comparten el trauma colectivo del huracán María”.Aquella catástrofe natural dejó en 2017 casi 3.000 muertos en el archipiélago. A Rauw lo pilló al principio de su carrera. “Ya cobraba 2.000 dólares por fiesta”, recuerda. “El huracán nos paralizó a todos. En mi casa estuve sin luz dos meses, y sin agua casi un mes. Me quedé con mi familia, ayudando a la comunidad”. A finales de ese año se mudó con un tío a Nueva Jersey, y regresó a Puerto Rico en 2018.La tragedia y las imágenes de Donald Trump arrojando rollos de papel higiénico durante una visita a la isla también contribuyeron a que “una audiencia liberal en Estados Unidos prestara atención a Puerto Rico como la colonia que es, más allá del relato benévolo, falso, del imperialismo de Washington”, explica Meléndez-Badillo, que ha colaborado escribiendo 15 textos sobre la historia del archipiélago para unos vídeos —que han visto millones de personas— del último disco de Bad Bunny, un trabajo que supone una celebración del orgullo boricua del músico y también de los vínculos entre el reguetón con la salsa.La aparición de ese álbum, tres meses después del de Rauw, dio pie para aventurar una tendencia en un género hasta ahora poco dado a mirar atrás. “Son dos artistas bien distintos”, opina Anamaria Saye, copresentadora del podcast Alt.Latino y productora de los conciertos Tiny Desk, de la radio pública NPR, que esta semana han acogido la actuación de Bad Bunny (el debut de Rauw en ese diminuto escenario aún está por llegar).“Me parece que Rauw siempre ha estado abierto a incluir elementos de otros estilos”, dice Sayre. “Por ejemplo, la canción que le catapultó a la fama tenía un rollo muy de los años setenta. Ahí ya mostraba su interés en la cultura de la diáspora nuyorican. En cuanto a Benito [Bad Bunny], el camino es, en cierto sentido, opuesto. Su estilo al principio fue más trappy y reguetón, pero sobre todo es muy él. Puro Bad Bunny. Su último disco es un buen ejemplo. Es como si dijera: ‘No me importa lo que esperéis de mí, yo soy, ante todo y siempre, puertorriqueño”.Rauw Alejandro se refiere a Puerto Rico —Estado libre asociado de Estados Unidos, cuyos 3,4 millones de habitantes carecen de voto en el Capitolio y, salvo si viven en el continente, no pueden decidir en las elecciones presidenciales— como su “islita”, y asegura que quiere retirarse allí. En otoño, en un gesto que supuso una grata sorpresa para algunos de sus fans, apoyó a Juan Dalmau, candidato a gobernador de una alianza que incluía a los independentistas y que aspiraba a desafiar el tradicional bipartidismo del archipiélago. Su cierre de campaña, en el que Bad Bunny ofreció un encendido discurso, se celebró pocos días después de que un cómico llamado Tony Hinchcliffe se refiriera en un mitin de Trump a Puerto Rico como una “isla flotante de basura”. Trump ganó las elecciones y Dalmau las perdió, aunque esa derrota se pareciera bastante a una victoria: es la primera vez desde los años cincuenta en la que un independentista queda segundo, advierte Meléndez-Badillo.Rauw dice que sigue las noticias todo lo que puede. Al menos, cuando sale de la “cueva” en la que se mete a trabajar. En la mañana de la entrevista, esa cueva era un enorme hangar a las afueras de Miami, donde, una vez terminó la charla, dio pruebas de su afán por estar encima: fue a supervisar cómo los bailarines memorizaban los pasos del nuevo espectáculo y se hizo un selfi en blanco y negro que subió a Instagram mientras por los altavoces atronaba su canción Baja pa’ acá, una incitación al perreo de la vieja escuela. Esa música por la que un día se llevó un manotazo cuando solo era Raúl Alejandro Ocasio Ruiz y que ahora, convertido en Rauw Alejandro, lo lleva por el mundo. Seguir leyendo
Cuando Rauw Alejandro no era aún Rauw Alejandro, sino solo un muchachito de 10 años llamado Raúl Alejandro Ocasio Ruiz, el chico llegó a casa con una música nueva en los oídos y la boca llena de “charlatanería”, que es como lo llaman en Puerto Rico, dice la estrella del pop latino, a “las maldades de por ahí, de la calle”. Al escucharlo decir “bellaco”, su madre le quitó los cascos con uno de esos manotazos que solo las madres saben soltar.
Y así fue como el reguetón entró por primera vez en esa casa.
“Bellaco en Puerto Rico es una palabra obscena, como horny, ¿cómo es que dicen ustedes?”, preguntó recientemente Rauw en una entrevista en Miami con ese español del archipiélago, espolvoreado de inglés.
—Cachondo.
—Eso, cachondo.


El reguetón se lo habían enseñado sus tíos, “jóvenes de los noventa”. “Entonces, antes de la onda más comercial, más romántica, era música de la calle, muy underground. A ella le preocupaba verme mezclado en esos ambientes”.
El niño creció y, como parte de una generación que renovó el lenguaje de un género que ha conquistado el mundo, se acabó convertido en, tal vez, la más romántica de las estrellas del reguetón, y también una de las más versátiles, capaz de incorporar a su propuesta todo el espectro del pop latino contemporáneo, el disco o el house. De modo que la madre, corista aficionada que lo crio en el seno de “una familia muy trabajadora” y en la enseñanza de que “lo más importante es pagar la luz y el agua”, puede estar tranquila con las finanzas del hijo, lo cual no quita para que aún, a veces, le dé “un par de cantazos”. Por ejemplo, por el estribillo del tema 2/Catorce. La letra dice:
La bellaquera revienta.
Baby, hoy te voy a chingar.
Y al oído va’a gritarme
que siempre me va’a amar.
Rauw Alejandro nació en San Juan y tiene 32 años. Compone, canta, baila y produce pequeñas películas. Le gusta, dice, controlar de principio a fin el proceso de llevar la música a sus fans. Vive entre Nueva York y Puerto Rico, aunque no pase “mucho tiempo en ningún lado”. Las fotografías para este perfil se hicieron en París. El hueco para la entrevista llegó un sábado en Miami, ciudad que sigue siendo la capital de la industria de la música en español. La diferencia es que ahora esa música se escucha en todo el mundo, también, o sobre todo, en los cotos antes exclusivos del inglés.
El reguetonero se encerró durante semanas en un hangar-estudio a las afueras de la ciudad, en el Doral, para preparar el espectáculo de su nueva gira, que llegará en julio a España e inauguró su pata estadounidense el 5 de abril con un concierto en Seattle y una maquinaria que incluye una “banda grande” y “unas 115 personas”. El día de la entrevista no desveló mucho sobre su contenido, más allá de que, inspirado en “los shows de Broadway”, se basará “en la historia de un puertorriqueño emigrante en Nueva York”. A juzgar por una lista de canciones pegada en una pared negra de la enorme estancia en la que estaban ensayando los bailarines, se nutrirá sobre todo del repertorio de su último disco, Cosa nuestra, publicado en otoño.
Dos coches de los años setenta invitaban a pensar que la gira también reproducirá la estética del álbum, para el que Alejandro se remonta a la edad dorada de la salsa nuyorican, y, concretamente, a la serie de obras maestras que Willie Colón grabó para la Fania junto al cantante Héctor Lavoe, otro puertorriqueño en Nueva York.
Además de por su música extraordinaria, esos discos se distinguen por el gusto de Colón por el juego. En la portada de Cosa nuestra (título de 1969 que Rauw tomó prestado para su álbum), el trombonista se disfraza de mafioso junto a un cadáver cubierto con una sábana, mientras que en la de La gran fuga Colón posa, de frente y de perfil, bajo el alias de El Malo, en una orden de busca y captura del FBI firmada por un tal J. Edgar González (nombre ciertamente más salsero que el del director de la agencia entonces, el temible J. Edgar Hoover).
![“No creo que me retire nunca de la música, pero sí, joven, del 'spotlight' [el foco]”, apunta. En esta imagen, el músico, con chaqueta de lana de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/LS56XJNXLJACXM7D4NVDDZK47A.jpg?auth=88cc819b30ab6d1bcc45cafa814d015e10da88e92d4aba96083ec07da7c6bddb&width=414)

Para el álbum, Rauw tomó prestada esa estética mafiosa italiana “elegante”, de trajes anchos y sombreros de ala corta, porque, dice, de Colón admira su capacidad para “cambiar de estilo y hacer un refresh a su carrera con cada disco”. “Como artista, pienso cada proyecto de principio a fin, e interpreto un personaje. Me dieron ganas de viajar a esa época, a ese vibe del old money [dinero viejo]”, explicó el músico, que lleva su transformación (y su interés por la moda) hasta las últimas consecuencias; el día de nuestro encuentro vestía pantalón de raya diplomática, zapatos italianos y camisa de seda amarilla.
En ese juego de referencias, le gusta pensar que también concursan sus raíces: le contaron que un antepasado por parte de su padre emigró del área de Palermo a Nueva York, antes de que esa rama se mudara a Puerto Rico, de donde es la familia de su madre, con su mezcla de “cultura africana, española y taína”. Aunque el préstamo también es musical: el disco propone un viaje al pasado del reguetón, a ese punto en el que el género se encuentra con la salsa puertorriqueña, la de quienes emigraron (entre ellos, el boricua de Nueva Jersey Frankie Ruiz, del que versiona Tú con él), pero también de los que se quedaron.
“¿Qué le voy a hacer si tengo un alma antigua?”, se excusó el músico en la entrevista, con una sonrisa de playboy en cuyos poderes parece confiar plenamente. El encuentro también tuvo el aire de otra época. Un tiempo anterior a las redes sociales, en el que los famosos necesitaban a los medios para llegar a sus fans y se sometían al ritual acostumbrado: la charla con testigos, la hora de conversación cronometrada y la sugerencia educada al periodista de que mejor no hacer ciertas preguntas.
En este caso, preguntas sobre Rosalía.
Con la estrella española, Alejandro mantuvo una relación sentimental que parecía demasiado buena para ser verdad: dos jóvenes talentosos y guapos que además sumaban en el plano artístico. El amor se les rompió hace casi dos años, cuando la pareja había anunciado su compromiso (más asuntos de otra época). La ruptura y el silencio que ambos han mantenido desde entonces dejó sin respuestas a ambas hinchadas.
Al final fueron dos preguntas. A la de si había aprendido algo de aquella experiencia de amor y desamor en directo, el músico respondió: “It is what it is [es lo que es]. Si algo me ha enseñado la vida es que a lo que no puedas controlar, mejor no le des cabeza. El espectáculo continúa; van a seguir pasando los años y me van a seguir relacionando con personas. Somos figuras públicas. No es que haya aprendido, pero ahora prefiero mantener una vida privada lo más privada posible”.
Antes, el músico se había quejado de la fama y de que, como lamenta en el disco, anden pendientes de sus entradas y salidas (“To los días me vinculan con un culo nuevo, pero es que yo soy selectivo”, canta en Il Capo). “No creo que me retire nunca de la música”, dijo, “pero sí, joven, del spotlight [el foco]. Echo de menos cuando tenía 25 o 26 años e iba por ahí, disfrutando con mis amistades, y nadie me estaba grabando. Ahora no es posible. Todo puede ser malinterpretado”.
La segunda pregunta sobre Rosalía tenía que ver con una de las letras del álbum. La tomó prestada de Pablo Neruda la puertorriqueña Myrta Silva, La Gorda de Oro. Dice: “Es tan corto el amor / y tan largo el olvido”. En el tema de Alejandro, los versos continúan así:
Y yo sigo curándome, curándome.
¿Por qué yo no puedo tenerla?
Dios mío, ayúdame, que yo
voy de cama en cama, buscándola.
¿Escribió esas líneas pensando en su expareja? El músico respondió con un clásico recurso del arte de la evasiva: la defensa de la experiencia como fuente creativa. “En mi proyecto hay muchas cosas, cosas que me han pasado y otras que no. Como yo pongo la cara a lo que estoy diciendo, no puedes evitar que la gente lo relacione con lo que saben de ti. Lo acepto, es parte del contrato. Soy una persona y un personaje. Está Raúl Ocasio y está Rauw Alejandro. Es raro porque son muy diferentes, pero a los dos los quiero mucho”.
Más allá del préstamo de Neruda, las letras del álbum dan a entender, con un halo menos poético, que en su cabeza —o en la de su personaje— no cabe mucho más que una cosa: las mujeres. “Toda mi carrera está dirigida a ellas”, admite el músico. “Cuando escribo, busco un equilibrio. Ni tan explícito, ni tan romántico. He aprendido que a las chicas no les gusta el que es bien malo, pero tampoco el que es bien bueno”.
Cuenta que su conocimiento del universo femenino se lo debe a haber crecido rodeado por su madre, su abuela y su hermana después de que sus padres se separaran y el chico acabara con ellas en Villa Carolina, una comunidad humilde cerca de San Juan. “Tengo todos los códigos”, afirma entre risas. “Mi madre me enseñó a ser un romántico de la vida. Ella sabe que yo desde pequeño siempre fui un enamorado, me compraba las flores y los chocolates, y me decía: ‘Tienes que ser detallista”.
El gusto ecléctico por la música la heredó del padre, un guitarrista profesional que, antes de que la vida lo llevara a ser agrimensor en Florida, “tuvo una banda de rock y estuvo en una orquesta de merengue”. Padre e hijo son “músicos de oído” y ahora se han reunido en uno de los temas del disco, un homenaje al Sex Machine de James Brown.
Rauw Alejandro también probó en el continente, donde fue a vivir con el padre en Cabo Coral (Florida) para estudiar y para hacer su primera apuesta por “ser alguien en la vida”: “Yo quería jugar en el Real Madrid”, recuerda. Lo dejó cuando vio que ya tenía 21 años y no había llegado “al primer equipo” del Naples. “Me pagaban, pero no tanto, unos 900 dólares. Me lo tuve que replantear”.
De regreso a Puerto Rico, encadenó muchos trabajos: cortar el césped, mozo de almacén, camarero, dependiente en una tienda de ropa y “algún que otro saquito de marihuana por ahí”. “Ahora que es medio legal en todas partes, se puede decir, ¿no?”. En resumen, se dedicaba a lo que en Puerto Rico se llama josear, corrupción del verbo inglés to hustle, buscarse la vida.
Fue en esa época cuando empezó a cantar, a grabar sus temas y a subirlos a plataformas como YouTube o SoundCloud. También a sentirse parte de una escena a la que a mediados de la década pasada pertenecían “Alvarito Díaz, Myke Towers, el Conejo [Bad Bunny] y Anuel”. “Algunos explotaron primero, y otros más tarde”, recuerda.
Diez años después, ninguna de esas ondas expansivas ha sido tan potente como la de Bad Bunny, el artista puertorriqueño más famoso de Estados Unidos. A Rauw le une que sus carreras progresaron en pandemia y gracias a la difusión desjerarquizada de internet, que, a diferencia de las radios de antes, no entiende de idiomas. El nombre de Bad Bunny destaca además en la lista de los colaboradores de Cosa nuestra, que incluye a Pharrell Williams, Romeo Santos, Alexis y Fido (representantes de ese reguetón clásico que llaman de la mata) y Laura Pausini, que se presta a una revisión de su famoso tema Se fue.
“Rauw, El Conejo y el resto crecieron en un Puerto Rico quebrado, el de la migración masiva, sobre la que no hay cifras oficiales pero se sabe que fue más grande que la que se dio entre los cuarenta y los setenta, cuando salieron unas 865.000 personas. Además, se volvieron adultos durante la crisis de 2014 y de 2015, cuando el gobernador Alejandro García Padilla dijo públicamente que ‘la deuda [con Estados Unidos] era impagable”, explica el historiador puertorriqueño Jorell Meléndez-Badillo, profesor de la Universidad de Wisconsin y autor de Puerto Rico: historia de una nación (Planeta), un inesperado best seller. “Por último, comparten el trauma colectivo del huracán María”.
Aquella catástrofe natural dejó en 2017 casi 3.000 muertos en el archipiélago. A Rauw lo pilló al principio de su carrera. “Ya cobraba 2.000 dólares por fiesta”, recuerda. “El huracán nos paralizó a todos. En mi casa estuve sin luz dos meses, y sin agua casi un mes. Me quedé con mi familia, ayudando a la comunidad”. A finales de ese año se mudó con un tío a Nueva Jersey, y regresó a Puerto Rico en 2018.
La tragedia y las imágenes de Donald Trump arrojando rollos de papel higiénico durante una visita a la isla también contribuyeron a que “una audiencia liberal en Estados Unidos prestara atención a Puerto Rico como la colonia que es, más allá del relato benévolo, falso, del imperialismo de Washington”, explica Meléndez-Badillo, que ha colaborado escribiendo 15 textos sobre la historia del archipiélago para unos vídeos —que han visto millones de personas— del último disco de Bad Bunny, un trabajo que supone una celebración del orgullo boricua del músico y también de los vínculos entre el reguetón con la salsa.



La aparición de ese álbum, tres meses después del de Rauw, dio pie para aventurar una tendencia en un género hasta ahora poco dado a mirar atrás. “Son dos artistas bien distintos”, opina Anamaria Saye, copresentadora del podcast Alt.Latino y productora de los conciertos Tiny Desk, de la radio pública NPR, que esta semana han acogido la actuación de Bad Bunny (el debut de Rauw en ese diminuto escenario aún está por llegar).
“Me parece que Rauw siempre ha estado abierto a incluir elementos de otros estilos”, dice Sayre. “Por ejemplo, la canción que le catapultó a la fama tenía un rollo muy de los años setenta. Ahí ya mostraba su interés en la cultura de la diáspora nuyorican. En cuanto a Benito [Bad Bunny], el camino es, en cierto sentido, opuesto. Su estilo al principio fue más trappy y reguetón, pero sobre todo es muy él. Puro Bad Bunny. Su último disco es un buen ejemplo. Es como si dijera: ‘No me importa lo que esperéis de mí, yo soy, ante todo y siempre, puertorriqueño”.
Rauw Alejandro se refiere a Puerto Rico —Estado libre asociado de Estados Unidos, cuyos 3,4 millones de habitantes carecen de voto en el Capitolio y, salvo si viven en el continente, no pueden decidir en las elecciones presidenciales— como su “islita”, y asegura que quiere retirarse allí. En otoño, en un gesto que supuso una grata sorpresa para algunos de sus fans, apoyó a Juan Dalmau, candidato a gobernador de una alianza que incluía a los independentistas y que aspiraba a desafiar el tradicional bipartidismo del archipiélago. Su cierre de campaña, en el que Bad Bunny ofreció un encendido discurso, se celebró pocos días después de que un cómico llamado Tony Hinchcliffe se refiriera en un mitin de Trump a Puerto Rico como una “isla flotante de basura”. Trump ganó las elecciones y Dalmau las perdió, aunque esa derrota se pareciera bastante a una victoria: es la primera vez desde los años cincuenta en la que un independentista queda segundo, advierte Meléndez-Badillo.
Rauw dice que sigue las noticias todo lo que puede. Al menos, cuando sale de la “cueva” en la que se mete a trabajar. En la mañana de la entrevista, esa cueva era un enorme hangar a las afueras de Miami, donde, una vez terminó la charla, dio pruebas de su afán por estar encima: fue a supervisar cómo los bailarines memorizaban los pasos del nuevo espectáculo y se hizo un selfi en blanco y negro que subió a Instagram mientras por los altavoces atronaba su canción Baja pa’ acá, una incitación al perreo de la vieja escuela. Esa música por la que un día se llevó un manotazo cuando solo era Raúl Alejandro Ocasio Ruiz y que ahora, convertido en Rauw Alejandro, lo lleva por el mundo.
Créditos de producción
Fotografía Pablo Sáez
Estilismo Alba Melendo
Maquillaje Millie Morales
Producción Cristina Serrano
Producción local Laura Bègue (Birth LX)
Coordinador de producción local llyes Selami
Asistente de fotografía Steven Pane
Asistentes de estilismo Naomi Vallejo y Judit Grau Navarro
Asistente de producción local Enzo Di Risio
EL PAÍS