Hay países que se cruzan en la vida de un escritor como un destino, como un espejo de su alma. Para Mario Vargas Llosa, ese país ha sido Francia. No solo por el tiempo decisivo que pasó allí en los años 50 y 60, sino porque, desde entonces, Francia ha representado para él un ideal de civilización, libertad y cultura. Su paso por París, entre 1959 y 1966, no solo coincidió con sus primeros pasos como escritor, sino que moldeó su pensamiento estético, ético y político. Francia no fue solo un escenario: fue una escuela.
Fue en los bulevares y en las buhardillas de París donde el joven Vargas Llosa luchó contra la pobreza mientras escribía su primera gran novela, La ciudad y los perros, y descubría una literatura que le hablaba directamente al alma. En nuestros encuentros —tanto en Paris Match como en Le Figaro Magazine— evocó con emoción esa etapa. “París me enseñó a leer y a pensar con rigor”, me dijo, destacando la importancia que tuvo para él el contacto con el pensamiento francés en su formación intelectual.
Entre todas las influencias literarias que encontró en Francia, ninguna fue tan decisiva como la de Gustave Flaubert. Vargas Llosa no ha ocultado su admiración por el autor de Madame Bovary, al que ha consagrado uno de sus ensayos más brillantes: La orgía perpetua. Allí no solo analiza la revolución estilística de Flaubert, sino que también lo eleva como modelo del escritor total, obsesivo y perfeccionista. Para Vargas Llosa, Flaubert representa la exigencia suprema de la literatura, la convicción de que escribir es una forma de vida, una vocación que exige entrega total. En La tía Julia y el escribidor, por ejemplo, podemos ver cómo el humor y la complejidad narrativa confluyen en un homenaje implícito al estilo flaubertiano: el cruce entre lo real y lo imaginario, entre la vida banal y la estructura perfecta del relato.
Pero si la literatura francesa marcó su arte, la vida política y social de Francia también dejó una huella profunda en su visión del mundo. Vargas Llosa ha visto en Francia una nación en la que se encarnan los ideales democráticos que siempre ha defendido: el pluralismo, la libertad de expresión, el respeto por la cultura. “Francia me enseñó que la democracia no es solo una forma de gobierno, sino una forma de vivir”, me dijo en una de nuestras conversaciones. Lejos de los autoritarismos que conoció en América Latina, Francia fue para él una tierra de aire libre.
Sin embargo, como intelectual lúcido y sin concesiones, también supo ver las sombras. Su famosa frase —”Francia es una Unión Soviética que ha tenido éxito”— resume con ironía crítica su inquietud frente al peso del Estado en la economía y en la vida social francesa. Para él, el intervencionismo excesivo amenaza esa libertad que tanto valora. No se trata de rechazar el Estado por principio, sino de recordar que cuando la burocracia suplanta la iniciativa individual, la democracia pierde vitalidad.
En ese mismo espíritu, se ha mostrado siempre defensor del papel central de la educación y la lectura como garantes de la libertad. En nuestras entrevistas, subrayó la importancia de formar ciudadanos críticos, capaces de resistir las manipulaciones populistas y de comprender la complejidad del mundo. “La lectura —me dijo— nos hace más libres, porque nos obliga a ponernos en el lugar del otro, a cuestionar nuestras certezas, a dialogar con el tiempo”. En un momento en que muchos se conforman con la inmediatez de las redes sociales, su voz resuena como un llamado a recuperar la profundidad.
Vargas Llosa es, sin duda, uno de los grandes franceses del espíritu, aunque haya nacido en Perú y escriba en español. Su vida y su obra son testimonio de una fraternidad intelectual entre América Latina y Francia, entre el Sur y el Norte, entre la pasión por la libertad y la exigencia de la razón. En un tiempo en que las fronteras vuelven a cerrarse y los discursos de odio amenazan la convivencia, su figura nos recuerda que la cultura es el puente más sólido entre los pueblos, y que el amor por los libros puede ser también un acto político.
Francia le ha dado mucho a Mario Vargas Llosa. Pero también él le ha dado mucho a Francia hasta pertenecer a la Acadamie Française. Su mirada crítica y amante, su defensa inquebrantable de la democracia, su celebración de la literatura como un arte mayor, nos enriquecen a todos. En él, el ideal republicano encuentra uno de sus más elocuentes intérpretes.
Si la literatura francesa marcó el arte del autor, la vida política y social de Francia también dejó una huella profunda en su visión del mundo
Hay países que se cruzan en la vida de un escritor como un destino, como un espejo de su alma. Para Mario Vargas Llosa, ese país ha sido Francia. No solo por el tiempo decisivo que pasó allí en los años 50 y 60, sino porque, desde entonces, Francia ha representado para él un ideal de civilización, libertad y cultura. Su paso por París, entre 1959 y 1966, no solo coincidió con sus primeros pasos como escritor, sino que moldeó su pensamiento estético, ético y político. Francia no fue solo un escenario: fue una escuela.
Fue en los bulevares y en las buhardillas de París donde el joven Vargas Llosa luchó contra la pobreza mientras escribía su primera gran novela,La ciudad y los perros, y descubría una literatura que le hablaba directamente al alma. En nuestros encuentros —tanto en Paris Match como en Le Figaro Magazine— evocó con emoción esa etapa. “París me enseñó a leer y a pensar con rigor”, me dijo, destacando la importancia que tuvo para él el contacto con el pensamiento francés en su formación intelectual.
Entre todas las influencias literarias que encontró en Francia, ninguna fue tan decisiva como la de Gustave Flaubert. Vargas Llosa no ha ocultado su admiración por el autor de Madame Bovary, al que ha consagrado uno de sus ensayos más brillantes: La orgía perpetua. Allí no solo analiza la revolución estilística de Flaubert, sino que también lo eleva como modelo del escritor total, obsesivo y perfeccionista. Para Vargas Llosa, Flaubert representa la exigencia suprema de la literatura, la convicción de que escribir es una forma de vida, una vocación que exige entrega total. En La tía Julia y el escribidor, por ejemplo, podemos ver cómo el humor y la complejidad narrativa confluyen en un homenaje implícito al estilo flaubertiano: el cruce entre lo real y lo imaginario, entre la vida banal y la estructura perfecta del relato.
Pero si la literatura francesa marcó su arte, la vida política y social de Francia también dejó una huella profunda en su visión del mundo. Vargas Llosa ha visto en Francia una nación en la que se encarnan los ideales democráticos que siempre ha defendido: el pluralismo, la libertad de expresión, el respeto por la cultura. “Francia me enseñó que la democracia no es solo una forma de gobierno, sino una forma de vivir”, me dijo en una de nuestras conversaciones. Lejos de los autoritarismos que conoció en América Latina, Francia fue para él una tierra de aire libre.
Sin embargo, como intelectual lúcido y sin concesiones, también supo ver las sombras. Su famosa frase —”Francia es una Unión Soviética que ha tenido éxito”— resume con ironía crítica su inquietud frente al peso del Estado en la economía y en la vida social francesa. Para él, el intervencionismo excesivo amenaza esa libertad que tanto valora. No se trata de rechazar el Estado por principio, sino de recordar que cuando la burocracia suplanta la iniciativa individual, la democracia pierde vitalidad.
En ese mismo espíritu, se ha mostrado siempre defensor del papel central de la educación y la lectura como garantes de la libertad. En nuestras entrevistas, subrayó la importancia de formar ciudadanos críticos, capaces de resistir las manipulaciones populistas y de comprender la complejidad del mundo. “La lectura —me dijo— nos hace más libres, porque nos obliga a ponernos en el lugar del otro, a cuestionar nuestras certezas, a dialogar con el tiempo”. En un momento en que muchos se conforman con la inmediatez de las redes sociales, su voz resuena como un llamado a recuperar la profundidad.
Vargas Llosa es, sin duda, uno de los grandes franceses del espíritu, aunque haya nacido en Perú y escriba en español. Su vida y su obra son testimonio de una fraternidad intelectual entre América Latina y Francia, entre el Sur y el Norte, entre la pasión por la libertad y la exigencia de la razón. En un tiempo en que las fronteras vuelven a cerrarse y los discursos de odio amenazan la convivencia, su figura nos recuerda que la cultura es el puente más sólido entre los pueblos, y que el amor por los libros puede ser también un acto político.
Francia le ha dado mucho a Mario Vargas Llosa. Pero también él le ha dado mucho a Francia hasta pertenecer a la Acadamie Française. Su mirada crítica y amante, su defensa inquebrantable de la democracia, su celebración de la literatura como un arte mayor, nos enriquecen a todos. En él, el ideal republicano encuentra uno de sus más elocuentes intérpretes.
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