Francia no era sólo la patria literaria de Mario Vargas Llosa, era mucho más. Hasta el punto de que el país se saltó sus propios códigos y le incluyó en vida en su biblioteca de autores más ilustres, la Pléiade, donde suelen entrar a título póstumo, y además le dio un asiento en la Academia Francesa, el club “de los inmortales”, a pesar de no haber publicado jamás un libro en la lengua patria. El flechazo tuvo lugar en la librería Joie de lire (Alegría de leer), en el barrio Latino de París. Era el año 1959 y Mario Vargas Llosa tenía 23. Ese día salió de la tienda con un libro en la mano, Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Se pasó la noche leyendo y “al día siguiente decidió que su alegría de vivir era escribir”. No sabía que esa historia iba a ser para siempre.
La anécdota, como se la contó el escritor, la recuerda uno de sus amigos y referentes en Francia: Daniel Rondeau, que entró en la Academia Francesa en 2019, poco antes de que Vargas Llosa lo hiciera en febrero de 2023. “Él me contaba que, cuando vino a París, quería respirar el aire de Balzac, de Baudelaire, de Proust, que sería un escritor también de domingos y de días festivos”, recuerda Rondeau en una conversación telefónica con EL PAÍS.
En París, en los sesenta, el Nobel de Literatura primero fue periodista y trabajó en la agencia de prensa AFP cuando se creó un área de noticias en lengua española y empezaron a contratar a periodistas sudamericanos. “Mario fue de los primeros en llegar. Éramos tres, no teníamos ni idea de lo que hacíamos, pero la vida era bonita. Él era discreto y muy trabajador”, ha recordado a France Info Sergio Berrocal, uno de los integrantes de ese trío pionero. A Rondeau, a quien conoció en los ochenta, le contaba que “las conferencias de prensa de Charles de Gaulle eran el espectáculo de teatro más bonito de Europa”, recuerda. Compartieron la época de Jean Paul Sartre o Albert Camus, “un periodo de mucha estimulación, que supo aprovechar. Amaba la ciudad de París. Francia y su literatura siempre fueron su fuente de inspiración. De Los miserables se sabía todos los personajes y dialogaba con ellos, con Jean Valjean o con Gavroche. Fueron los que le salvaron”, dice, en referencia a la obra de Víctor Hugo.
Esa devoción francófila le fue correspondida, sobre todo en dos momentos clave. Su entrada en la Pléiade, una de las colecciones de libros más exclusivas, de la editorial Gallimard. Creada en los años treinta, solo se seleccionan las obras más relevantes y por ello “suelen entran autores a título póstumo. Mario fue de los pocos que entró en vida”, explica Gustavo Guerrero, su editor durante muchos años en Gallimard. En la biblioteca de la Pléiade solo hay otros dos autores latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. “Fui a Barcelona a entregarle la carta y es uno de los momentos en los que le he visto más emocionado”, cuenta Guerrero. Su relación con la editorial francesa duró 60 años. “Siempre fue fiel. Era divertido porque tenía un buen oído en los títulos para el francés, pero en castellano no sonaba igual, así que siempre estábamos viendo cómo se podía traducir”, explica. Para su editor y amigo, “no es concebible la vida de Vargas Llosa sin Francia y París, el lugar donde se hizo escritor e intelectual”. “No ha habido, desde Jorge Semprún, un escritor tan vinculado, y Francia le agradeció todo lo que él hizo, con su obra, por la literatura y la cultura” patria.
También se le reconoció con otro de los mayores privilegios posibles para un intelectual: entrar en la Academia Francesa. Fue en febrero de 2023. Se convirtió en el primer autor que, sin haber publicado un libro en francés, consiguió un asiento en el “club de los inmortales”, como se llama a los académicos. Son 40 miembros, su misión es velar por la lengua y ahí figuran mitos de la talla de Molière, Balzac, Camus, Baudelaire o Gustave Flaubert. Fue Rondeau el que le llamó para informarle. “Él estaba en Madrid, explotó de alegría. A los pocos días me llamó para preguntarme si todo era una broma”, cuenta. El día que tomó posesión de su asiento, tras su discurso, le confesó a su amigo: “Hoy es el mejor día de mi vida literaria”. Rondeau le dio la réplica en la ceremonia: Vargas Llosa ensalzó todo lo que le había dado Francia y su literatura, y su amigo destacó a su vez todo lo que el escritor había aportado al país. “Vargas Llosa me prometió que acudiría a las reuniones de académicos y lo hizo, se lo tomó en serio. Venía cada 15 días. Se sentaba detrás de mí y comenzó un nuevo libro que escribía en el local de la librería de la Academia. Cuando yo fui elegido miembro, en 2019, le dije a mi mujer: sé que el próximo en entrar será Mario”, cuenta.
En Francia, Vargas Llosa tuvo así tres hogares: Gallimard, La Sorbona, donde dio algunas conferencias, y la Academia Francesa. “Le debemos algo muy importante. Toda una generación de escritores nos desesperábamos con la ficción, que se teorizaba mucho. Mario, como Gabriel García Márquez y Milan Kundera, nos devolvieron el amor por la ficción. Mario fue el cabeza de fila”, dice Rondeau. “Su posición, como novelista, intelectual comprometido, e incluso su incursión política, proceden del modelo francés”, dice su editor Gustavo Guerrero.
Vargas Llosa quiso a Francia y Francia quiso a Vargas Llosa, en un gesto de reciprocidad que el país no suele conceder a cualquiera, solo a los francófilos más elevados. El presidente Emmanuel Macron, que le invitó a cenar al Elíseo cuando entró en la Academia, dijo esta semana que “Vargas Llosa es Francia”. Los medios nacionales han ensalzado lo que el autor, un chaval que llegó enamorado de París y no pudo dormir leyendo Madame Bovary, acabó significando para Francia. Tanto que estará en La Pléiade y en la Academia con Gustave Flaubert, donde solo hay sitio para los inmortales.
Francia no era sólo la patria literaria de Mario Vargas Llosa, era mucho más. Hasta el punto de que el país se saltó sus propios códigos y le incluyó en vida en su biblioteca de autores más ilustres, la Pléiade, donde suelen entrar a título póstumo, y además le dio un asiento en la Academia Francesa, el club “de los inmortales”, a pesar de no haber publicado jamás un libro en la lengua patria. El flechazo tuvo lugar en la librería Joie de lire (Alegría de leer), en el barrio Latino de París. Era el año 1959 y Mario Vargas Llosa tenía 23. Ese día salió de la tienda con un libro en la mano, Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Se pasó la noche leyendo y “al día siguiente decidió que su alegría de vivir era escribir”. No sabía que esa historia iba a ser para siempre.La anécdota, como se la contó el escritor, la recuerda uno de sus amigos y referentes en Francia: Daniel Rondeau, que entró en la Academia Francesa en 2019, poco antes de que Vargas Llosa lo hiciera en febrero de 2023. “Él me contaba que, cuando vino a París, quería respirar el aire de Balzac, de Baudelaire, de Proust, que sería un escritor también de domingos y de días festivos”, recuerda Rondeau en una conversación telefónica con EL PAÍS.En París, en los sesenta, el Nobel de Literatura primero fue periodista y trabajó en la agencia de prensa AFP cuando se creó un área de noticias en lengua española y empezaron a contratar a periodistas sudamericanos. “Mario fue de los primeros en llegar. Éramos tres, no teníamos ni idea de lo que hacíamos, pero la vida era bonita. Él era discreto y muy trabajador”, ha recordado a France Info Sergio Berrocal, uno de los integrantes de ese trío pionero. A Rondeau, a quien conoció en los ochenta, le contaba que “las conferencias de prensa de Charles de Gaulle eran el espectáculo de teatro más bonito de Europa”, recuerda. Compartieron la época de Jean Paul Sartre o Albert Camus, “un periodo de mucha estimulación, que supo aprovechar. Amaba la ciudad de París. Francia y su literatura siempre fueron su fuente de inspiración. De Los miserables se sabía todos los personajes y dialogaba con ellos, con Jean Valjean o con Gavroche. Fueron los que le salvaron”, dice, en referencia a la obra de Víctor Hugo.Esa devoción francófila le fue correspondida, sobre todo en dos momentos clave. Su entrada en la Pléiade, una de las colecciones de libros más exclusivas, de la editorial Gallimard. Creada en los años treinta, solo se seleccionan las obras más relevantes y por ello “suelen entran autores a título póstumo. Mario fue de los pocos que entró en vida”, explica Gustavo Guerrero, su editor durante muchos años en Gallimard. En la biblioteca de la Pléiade solo hay otros dos autores latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. “Fui a Barcelona a entregarle la carta y es uno de los momentos en los que le he visto más emocionado”, cuenta Guerrero. Su relación con la editorial francesa duró 60 años. “Siempre fue fiel. Era divertido porque tenía un buen oído en los títulos para el francés, pero en castellano no sonaba igual, así que siempre estábamos viendo cómo se podía traducir”, explica. Para su editor y amigo, “no es concebible la vida de Vargas Llosa sin Francia y París, el lugar donde se hizo escritor e intelectual”. “No ha habido, desde Jorge Semprún, un escritor tan vinculado, y Francia le agradeció todo lo que él hizo, con su obra, por la literatura y la cultura” patria.También se le reconoció con otro de los mayores privilegios posibles para un intelectual: entrar en la Academia Francesa. Fue en febrero de 2023. Se convirtió en el primer autor que, sin haber publicado un libro en francés, consiguió un asiento en el “club de los inmortales”, como se llama a los académicos. Son 40 miembros, su misión es velar por la lengua y ahí figuran mitos de la talla de Molière, Balzac, Camus, Baudelaire o Gustave Flaubert. Fue Rondeau el que le llamó para informarle. “Él estaba en Madrid, explotó de alegría. A los pocos días me llamó para preguntarme si todo era una broma”, cuenta. El día que tomó posesión de su asiento, tras su discurso, le confesó a su amigo: “Hoy es el mejor día de mi vida literaria”. Rondeau le dio la réplica en la ceremonia: Vargas Llosa ensalzó todo lo que le había dado Francia y su literatura, y su amigo destacó a su vez todo lo que el escritor había aportado al país. “Vargas Llosa me prometió que acudiría a las reuniones de académicos y lo hizo, se lo tomó en serio. Venía cada 15 días. Se sentaba detrás de mí y comenzó un nuevo libro que escribía en el local de la librería de la Academia. Cuando yo fui elegido miembro, en 2019, le dije a mi mujer: sé que el próximo en entrar será Mario”, cuenta.En Francia, Vargas Llosa tuvo así tres hogares: Gallimard, La Sorbona, donde dio algunas conferencias, y la Academia Francesa. “Le debemos algo muy importante. Toda una generación de escritores nos desesperábamos con la ficción, que se teorizaba mucho. Mario, como Gabriel García Márquez y Milan Kundera, nos devolvieron el amor por la ficción. Mario fue el cabeza de fila”, dice Rondeau. “Su posición, como novelista, intelectual comprometido, e incluso su incursión política, proceden del modelo francés”, dice su editor Gustavo Guerrero.Vargas Llosa quiso a Francia y Francia quiso a Vargas Llosa, en un gesto de reciprocidad que el país no suele conceder a cualquiera, solo a los francófilos más elevados. El presidente Emmanuel Macron, que le invitó a cenar al Elíseo cuando entró en la Academia, dijo esta semana que “Vargas Llosa es Francia”. Los medios nacionales han ensalzado lo que el autor, un chaval que llegó enamorado de París y no pudo dormir leyendo Madame Bovary, acabó significando para Francia. Tanto que estará en La Pléiade y en la Academia con Gustave Flaubert, donde solo hay sitio para los inmortales. Seguir leyendo
Francia no era sólo la patria literaria de Mario Vargas Llosa, era mucho más. Hasta el punto de que el país se saltó sus propios códigos y le incluyó en vida en su biblioteca de autores más ilustres, la Pléiade, donde suelen entrar a título póstumo, y además le dio un asiento en la Academia Francesa, el club “de los inmortales”, a pesar de no haber publicado jamás un libro en la lengua patria. El flechazo tuvo lugar en la librería Joie de lire (Alegría de leer), en el barrio Latino de París. Era el año 1959 y Mario Vargas Llosa tenía 23. Ese día salió de la tienda con un libro en la mano, Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Se pasó la noche leyendo y “al día siguiente decidió que su alegría de vivir era escribir”. No sabía que esa historia iba a ser para siempre.
La anécdota, como se la contó el escritor, la recuerda uno de sus amigos y referentes en Francia: Daniel Rondeau, que entró en la Academia Francesa en 2019, poco antes de que Vargas Llosa lo hiciera en febrero de 2023. “Él me contaba que, cuando vino a París, quería respirar el aire de Balzac, de Baudelaire, de Proust, que sería un escritor también de domingos y de días festivos”, recuerda Rondeau en una conversación telefónica con EL PAÍS.
En París, en los sesenta, el Nobel de Literatura primero fue periodista y trabajó en la agencia de prensa AFP cuando se creó un área de noticias en lengua española y empezaron a contratar a periodistas sudamericanos. “Mario fue de los primeros en llegar. Éramos tres, no teníamos ni idea de lo que hacíamos, pero la vida era bonita. Él era discreto y muy trabajador”, ha recordado a France Info Sergio Berrocal, uno de los integrantes de ese trío pionero. A Rondeau, a quien conoció en los ochenta, le contaba que “las conferencias de prensa de Charles de Gaulle eran el espectáculo de teatro más bonito de Europa”, recuerda. Compartieron la época de Jean Paul Sartre o Albert Camus, “un periodo de mucha estimulación, que supo aprovechar. Amaba la ciudad de París. Francia y su literatura siempre fueron su fuente de inspiración. De Los miserables se sabía todos los personajes y dialogaba con ellos, con Jean Valjean o con Gavroche. Fueron los que le salvaron”, dice, en referencia a la obra de Víctor Hugo.

Esa devoción francófila le fue correspondida, sobre todo en dos momentos clave. Su entrada en la Pléiade, una de las colecciones de libros más exclusivas, de la editorial Gallimard. Creada en los años treinta, solo se seleccionan las obras más relevantes y por ello “suelen entran autores a título póstumo. Mario fue de los pocos que entró en vida”, explica Gustavo Guerrero, su editor durante muchos años en Gallimard. En la biblioteca de la Pléiade solo hay otros dos autores latinoamericanos: Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. “Fui a Barcelona a entregarle la carta y es uno de los momentos en los que le he visto más emocionado”, cuenta Guerrero. Su relación con la editorial francesa duró 60 años. “Siempre fue fiel. Era divertido porque tenía un buen oído en los títulos para el francés, pero en castellano no sonaba igual, así que siempre estábamos viendo cómo se podía traducir”, explica. Para su editor y amigo, “no es concebible la vida de Vargas Llosa sin Francia y París, el lugar donde se hizo escritor e intelectual”. “No ha habido, desde Jorge Semprún, un escritor tan vinculado, y Francia le agradeció todo lo que él hizo, con su obra, por la literatura y la cultura” patria.
También se le reconoció con otro de los mayores privilegios posibles para un intelectual: entrar en la Academia Francesa. Fue en febrero de 2023. Se convirtió en el primer autor que, sin haber publicado un libro en francés, consiguió un asiento en el “club de los inmortales”, como se llama a los académicos. Son 40 miembros, su misión es velar por la lengua y ahí figuran mitos de la talla de Molière, Balzac, Camus, Baudelaire o Gustave Flaubert. Fue Rondeau el que le llamó para informarle. “Él estaba en Madrid, explotó de alegría. A los pocos días me llamó para preguntarme si todo era una broma”, cuenta. El día que tomó posesión de su asiento, tras su discurso, le confesó a su amigo: “Hoy es el mejor día de mi vida literaria”. Rondeau le dio la réplica en la ceremonia: Vargas Llosa ensalzó todo lo que le había dado Francia y su literatura, y su amigo destacó a su vez todo lo que el escritor había aportado al país. “Vargas Llosa me prometió que acudiría a las reuniones de académicos y lo hizo, se lo tomó en serio. Venía cada 15 días. Se sentaba detrás de mí y comenzó un nuevo libro que escribía en el local de la librería de la Academia. Cuando yo fui elegido miembro, en 2019, le dije a mi mujer: sé que el próximo en entrar será Mario”, cuenta.
En Francia, Vargas Llosa tuvo así tres hogares: Gallimard, La Sorbona, donde dio algunas conferencias, y la Academia Francesa. “Le debemos algo muy importante. Toda una generación de escritores nos desesperábamos con la ficción, que se teorizaba mucho. Mario, como Gabriel García Márquez y Milan Kundera, nos devolvieron el amor por la ficción. Mario fue el cabeza de fila”, dice Rondeau. “Su posición, como novelista, intelectual comprometido, e incluso su incursión política, proceden del modelo francés”, dice su editor Gustavo Guerrero.
Vargas Llosa quiso a Francia y Francia quiso a Vargas Llosa, en un gesto de reciprocidad que el país no suele conceder a cualquiera, solo a los francófilos más elevados. El presidente Emmanuel Macron, que le invitó a cenar al Elíseo cuando entró en la Academia, dijo esta semana que “Vargas Llosa es Francia”. Los medios nacionales han ensalzado lo que el autor, un chaval que llegó enamorado de París y no pudo dormir leyendo Madame Bovary, acabó significando para Francia. Tanto que estará en La Pléiade y en la Academia con Gustave Flaubert, donde solo hay sitio para los inmortales.
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