Esta es la tercera vez que Freddy Castiblanco intenta salvar Terraza 7, su bar y un proyecto social que desde 2002 ha logrado reunir a las diásporas latinoamericanas e hispanas de Nueva York. Algo consonante con la ciudad, pero, paradójicamente, extraño y escaso.
Lo atenuante es que ahora, en una de las crisis más directas contra la población migrante de Estados Unidos y Nueva York, Castiblanco no ha podido hacer nada contra la excesiva subida de la renta, que pasará de $7.500 (precio que paga desde el final de la pandemia) a $12.000. “Un negocio en esta industria, de bares y restaurantes, debe pagar en teoría alrededor del 10% de sus ventas netas. Entonces yo debería estar pagando mensualmente unos 6.500 dólares, máximo. Por lo tanto, 7.500 ya se escapa de ese tope”, asegura. “Lo que pasa es que se ha hecho un gran esfuerzo durante tantos años y se han creado comunidades que vienen a ver la música… es un milagro económico para un barrio con dificultades, en el que hay bajo poder de compra”.
En el 2000, cuando el colombiano llegó a Queens, a la zona de Jackson Heights-Elmhurst, conocida como la más diversa del mundo, encontró que todos los inmigrantes del área seguían en su propio país. Los peruanos en Perú, los colombianos en Colombia, los mexicanos en México, los ecuatorianos en Ecuador… Y nadie cruzaba fronteras. Sobre esa avenida, Latinoamérica se replicaba y se repetía como sabía.
“Y se carecía de un espacio en donde se promoviera la apreciación del otro. El propósito con Terraza era tener un lugar de apreciación por esa diversidad artística y cultural”, cuenta. En su local se presentan grupos y bandas de América Central y del Sur, del Caribe, España, del Norte de África y la India. La cumbia y la rumba cubana fueron los ritmos iniciáticos. Cada presentación era un repaso por la historia y las inquietudes que explicaban esos sonidos: cómo habían surgido, de dónde venían, hacia dónde habían ido y cómo era que ahora estaban ahí. “Y pues, entendí que los migrantes eran quienes construían y quienes habían construido las musicalidades de las Américas, de todas”, concluye Castiblanco.
Luego llegó la música de Marruecos, Andalucía, Nueva Orleans o Veracruz. Sonidos afroperuanos, afrobrasileños, el candombe, el tango. Y en medio de todo, y siempre entre todo, hubo jazz. “Invité a maestros cajoneros, maestros de la marimba y maestros de la rumba cubana para que tocaran e hicieran una improvisación de jazz alrededor de sus instrumentos tradicionales. Los elementos de improvisación del jazz permitían ese juego. Entonces había una forma muy flexible para expresar esas memorias de los inmigrantes y de alguna manera construir una musicalidad que sí era local y que no se limitaba a recrear la tradición”, explica.
Los años de la pandemia fueron determinantes para el presente de Terraza 7. Lo que afectó a la mayoría terminó beneficiándolos. Usaron el frente del bar para las presentaciones. Había música casi a diario, nunca pararon. Llegaron a tener hasta tres conciertos al día. “Tuvimos una explosión maravillosa”, asegura el colombiano. “Teníamos una big band diferente una vez por semana, que repetía cada mes: tuvimos la de Pedro Giraudo, con influencia del tango contemporáneo; la de Samuel Torres, que tiene influencia colombiana; la de Emilio Soya con influencia del tango; y ahorita la de Manuel Valera, con influencia cubana”.
Y, sin embargo, esa misma fortuna trajo el problema. Finalizando la pandemia, el propietario del local le avisó a Castiblanco que subiría su renta; el argumento era que había mucha gente afuera. En ese entonces pretendía cobrarle $10.000, que él logró, con negociación y campañas de apoyo, bajar a $7.500.
Todo iba bien, hasta que en marzo del año pasado el propietario le avisó que debía empezar a pagar $12.000 de renta y retroactivos por la rebaja que le había hecho a finales de la pandemia. Su argumento, de nuevo, era el espacio exterior: es muy amplio y pretende sacarle más dinero. “Entonces, me llevó a corte cobrándome todo,” señala Castiblanco. Hasta diciembre de 2024, ese “todo” sumaba $150.000.
Un espacio cultural y político
Terraza 7 no es otro bar a punto de sucumbir ante la excesiva subida de las rentas neoyorquinas. El asunto es que su cierre sería otra victoria del ecosistema político actual, en el que toda celebración o consagración de la otredad busca ser extinguida.
El trabajo de Castiblanco ha sido intencionalmente político. En Nueva York, muchos saben que es dueño de Terraza 7, pero muchos más lo reconocen por ser un líder. Es médico de profesión, ha dado testimonios en el Congreso de Estados Unidos, en la Alcaldía y en el Consejo de la ciudad —en todos los casos, siempre defendiendo los derechos de los ciudadanos y los inmigrantes: garantizar el acceso a salarios dignos y a la salud.
“Entender la complejidad de la migración ha sido una responsabilidad. Ahora mismo, bajo el ataque de la Administración de Donald Trump, somos una bandera que expone, que educa sobre la complejidad de las migraciones. Y una casa, un refugio, porque se están disolviendo muchos espacios por temor y por todo lo que está pasando”, asegura el colombiano.
Personas como la senadora estatal de Nueva York Jessica Ramos, el reconocido percusionista Bobby Sanabria y la líder y activista Ana María Archila se han sumado a la campaña #saveterraza7, con el propósito de recoger dinero para mover las fechas de audiencia en las que se dará paso a la orden de desalojo del local. Hasta el momento, Castiblanco ha recaudado $17.000, que se ha utilizado para posponer las audiencias. “El juez dijo ya no se puede correr más, en abril será el juicio”.
El futuro de Terraza 7 no parece estar en la calle Gleane de Queens. A diferencia de las campañas anteriores, en las que Castiblanco pudo negociar para seguir en donde ahí, esta vez, parece que eso no sucederá. Lo más conveniente para el proyecto es relocalizarse en un nuevo espacio.
“Yo lo veo como una oportunidad”, apunta. “De hecho, cuando la Ford Foundation me apoyó en la crisis que tuvimos en 2016, una de las condiciones fue que parte de los fondos se usaran para incorporar su propia non-profit. La misión, la visión y hasta el logo están diseñados desde esa época. Se llama Acoustic Memories, y sería la que manejaría toda la programación, toda la esencia artística de Terraza”.
Pero aquello toma tiempo, dinero y el apoyo de la gente. El propósito ulterior de la campaña #saveterraza7 es convocar clientes a los próximos eventos que le quedan en ese espacio, recoger fondos para el traslado y gestar un nuevo local. Quizá uno en donde estuvo una de esas viejas fábricas típicas de la zona; en donde quepan más de las 70 personas que caben en el sitio actual; en donde sea posible bailar, leer poesía, dictar talleres, permitir encuentros sociales y políticos… Reunir mucha gente, que es de lo que se trata.
“Terraza es un lugar donde en sí mismo se crea cultura, se crea experimentación, donde hay una interacción íntima con la gente que vive en la comunidad y la que nos visita. Y esa interacción es la que moldea el arte. La diferencia es que acá se crea arte”, sostiene Castiblanco. Para el activista es esencial poder tener el restaurante y el bar, contar con esos ingresos y no depender de las donaciones. Su meta es que Terraza 7 pueda salvarse a sí misma.
Aunque la subida de la renta amenaza el destino del bar en el cruce entre Jackson Heights y Elmhurst, su dueño está haciendo lo que sea para continuar un proyecto, que es sobre todo social y político
Esta es la tercera vez que Freddy Castiblanco intenta salvar Terraza 7, su bar y un proyecto social que desde 2002 ha logrado reunir a las diásporas latinoamericanas e hispanas de Nueva York. Algo consonante con la ciudad, pero, paradójicamente, extraño y escaso.
Lo atenuante es que ahora, en una de las crisis más directas contra la población migrante de Estados Unidos y Nueva York, Castiblanco no ha podido hacer nada contra la excesiva subida de la renta, que pasará de $7.500 (precio que paga desde el final de la pandemia) a $12.000. “Un negocio en esta industria, de bares y restaurantes, debe pagar en teoría alrededor del 10% de sus ventas netas. Entonces yo debería estar pagando mensualmente unos 6.500 dólares, máximo. Por lo tanto, 7.500 ya se escapa de ese tope”, asegura. “Lo que pasa es que se ha hecho un gran esfuerzo durante tantos años y se han creado comunidades que vienen a ver la música… es un milagro económico para un barrio con dificultades, en el que hay bajo poder de compra”.
En el 2000, cuando el colombiano llegó a Queens, a la zona de Jackson Heights-Elmhurst, conocida como la más diversa del mundo, encontró que todos los inmigrantes del área seguían en su propio país. Los peruanos en Perú, los colombianos en Colombia, los mexicanos en México, los ecuatorianos en Ecuador… Y nadie cruzaba fronteras. Sobre esa avenida, Latinoamérica se replicaba y se repetía como sabía.
“Y se carecía de un espacio en donde se promoviera la apreciación del otro. El propósito con Terraza era tener un lugar de apreciación por esa diversidad artística y cultural”, cuenta. En su local se presentan grupos y bandas de América Central y del Sur, del Caribe, España, del Norte de África y la India. La cumbia y la rumba cubana fueron los ritmos iniciáticos. Cada presentación era un repaso por la historia y las inquietudes que explicaban esos sonidos: cómo habían surgido, de dónde venían, hacia dónde habían ido y cómo era que ahora estaban ahí. “Y pues, entendí que los migrantes eran quienes construían y quienes habían construido las musicalidades de las Américas, de todas”, concluye Castiblanco.
Luego llegó la música de Marruecos, Andalucía, Nueva Orleans o Veracruz. Sonidos afroperuanos, afrobrasileños, el candombe, el tango. Y en medio de todo, y siempre entre todo, hubo jazz. “Invité a maestros cajoneros, maestros de la marimba y maestros de la rumba cubana para que tocaran e hicieran una improvisación de jazz alrededor de sus instrumentos tradicionales. Los elementos de improvisación del jazz permitían ese juego. Entonces había una forma muy flexible para expresar esas memorias de los inmigrantes y de alguna manera construir una musicalidad que sí era local y que no se limitaba a recrear la tradición”, explica.
Los años de la pandemia fueron determinantes para el presente de Terraza 7. Lo que afectó a la mayoría terminó beneficiándolos. Usaron el frente del bar para las presentaciones. Había música casi a diario, nunca pararon. Llegaron a tener hasta tres conciertos al día. “Tuvimos una explosión maravillosa”, asegura el colombiano. “Teníamos una big band diferente una vez por semana, que repetía cada mes: tuvimos la de Pedro Giraudo, con influencia del tango contemporáneo; la de Samuel Torres, que tiene influencia colombiana; la de Emilio Soya con influencia del tango; y ahorita la de Manuel Valera, con influencia cubana”.
Y, sin embargo, esa misma fortuna trajo el problema. Finalizando la pandemia, el propietario del local le avisó a Castiblanco que subiría su renta; el argumento era que había mucha gente afuera. En ese entonces pretendía cobrarle $10.000, que él logró, con negociación y campañas de apoyo, bajar a $7.500.
Todo iba bien, hasta que en marzo del año pasado el propietario le avisó que debía empezar a pagar $12.000 de renta y retroactivos por la rebaja que le había hecho a finales de la pandemia. Su argumento, de nuevo, era el espacio exterior: es muy amplio y pretende sacarle más dinero. “Entonces, me llevó a corte cobrándome todo,” señala Castiblanco. Hasta diciembre de 2024, ese “todo” sumaba $150.000.

Un espacio cultural y político
Terraza 7 no es otro bar a punto de sucumbir ante la excesiva subida de las rentas neoyorquinas. El asunto es que su cierre sería otra victoria del ecosistema político actual, en el que toda celebración o consagración de la otredad busca ser extinguida.
El trabajo de Castiblanco ha sido intencionalmente político. En Nueva York, muchos saben que es dueño de Terraza 7, pero muchos más lo reconocen por ser un líder. Es médico de profesión, ha dado testimonios en el Congreso de Estados Unidos, en la Alcaldía y en el Consejo de la ciudad —en todos los casos, siempre defendiendo los derechos de los ciudadanos y los inmigrantes: garantizar el acceso a salarios dignos y a la salud.
“Entender la complejidad de la migración ha sido una responsabilidad. Ahora mismo, bajo el ataque de la Administración de Donald Trump, somos una bandera que expone, que educa sobre la complejidad de las migraciones. Y una casa, un refugio, porque se están disolviendo muchos espacios por temor y por todo lo que está pasando”, asegura el colombiano.
Personas como la senadora estatal de Nueva York Jessica Ramos, el reconocido percusionista Bobby Sanabria y la líder y activista Ana María Archila se han sumado a la campaña #saveterraza7, con el propósito de recoger dinero para mover las fechas de audiencia en las que se dará paso a la orden de desalojo del local. Hasta el momento, Castiblanco ha recaudado $17.000, que se ha utilizado para posponer las audiencias. “El juez dijo ya no se puede correr más, en abril será el juicio”.
El futuro de Terraza 7 no parece estar en la calle Gleane de Queens. A diferencia de las campañas anteriores, en las que Castiblanco pudo negociar para seguir en donde ahí, esta vez, parece que eso no sucederá. Lo más conveniente para el proyecto es relocalizarse en un nuevo espacio.
“Yo lo veo como una oportunidad”, apunta. “De hecho, cuando la Ford Foundation me apoyó en la crisis que tuvimos en 2016, una de las condiciones fue que parte de los fondos se usaran para incorporar su propia non-profit. La misión, la visión y hasta el logo están diseñados desde esa época. Se llama Acoustic Memories, y sería la que manejaría toda la programación, toda la esencia artística de Terraza”.
Pero aquello toma tiempo, dinero y el apoyo de la gente. El propósito ulterior de la campaña #saveterraza7 es convocar clientes a los próximos eventos que le quedan en ese espacio, recoger fondos para el traslado y gestar un nuevo local. Quizá uno en donde estuvo una de esas viejas fábricas típicas de la zona; en donde quepan más de las 70 personas que caben en el sitio actual; en donde sea posible bailar, leer poesía, dictar talleres, permitir encuentros sociales y políticos… Reunir mucha gente, que es de lo que se trata.
“Terraza es un lugar donde en sí mismo se crea cultura, se crea experimentación, donde hay una interacción íntima con la gente que vive en la comunidad y la que nos visita. Y esa interacción es la que moldea el arte. La diferencia es que acá se crea arte”, sostiene Castiblanco. Para el activista es esencial poder tener el restaurante y el bar, contar con esos ingresos y no depender de las donaciones. Su meta es que Terraza 7 pueda salvarse a sí misma.
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