«Y ya no seré lo que antes era, porque iré tan otro que los que me conocieron dirán que no soy yo». En una carta remitida desde La Plata, en la actual Bolivia, a su primo que reside en Burgos, el emigrante español a Indias Juan Esquivel confiesa con serenidad su estado de ánimo. Es el 20 de enero de 1584. Primero despacha noticias tranquilizadoras, esas que toda familia espera tener y justifican el desgarro de una ausencia intolerable. « Estoy bueno y tengo salud. Muy contento de verme en esta tierra, muy aparejada para ganar de comer». ENSAYO ‘Cinco crónicas americanas’ Autor Manuel Burón Editorial Ladera Norte Año 2025 Páginas 288 Precio 19,90 euros 4Tras el estómago, habla el corazón: «He sentido mucho el venir a estas partes, porque han sido grandes los trabajos que he pasado». La quinta y última parte de este apasionante y oportuno libro está dedicada a la inmensa mayoría, ausente de las visiones grandilocuentes y acartonadas de la historia de España en América. Documentado hasta la extenuación, narrado de manera brillante, Manuel Burón recupera aquí los hilos que fueron las vidas de las personas en la frontera atlántica. Con nombres y apellidos. Hombres y mujeres. Mulatas, gitanas, blancas y mestizas . Cuando Hernán Cortés manda descansar en Tlaxcala, María Estrada, quizás una judeoconversa, replica: «No es bien, señor capitán, que mujeres dejen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieron, moriremos nosotras». El propósito del volumen, ejemplar en su factura narrativa y dirigido a todos los públicos, radica en despertar la curiosidad y el interés por las historias trenzadas de América y España, en cinco cuadros. «No estaba loco ni era un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media», se apunta sobre Cristóbal ColónEl primero se ocupa de Cristóbal Colón, no proyectado en la mitología oscura del indigenismo , ni en aureolas de santidad, sino en la simple representación de los hechos históricos conocidos. «No estaba loco, ni tampoco nos encontramos ante un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media». El segundo capítulo constituye una meritoria revisión de Hernán Cortés. Lo proyecta en la mentalidad de su tiempo y se hace inteligible: «Haría muchas cosas, pero la más interesante, quizás, haya pasado un tanto desapercibida: fundó un ayuntamiento». En efecto, en la promoción del establecimiento de Veracruz Cortés se coloca del lado de la ley, dentro del sistema urbano podríamos decir, al tiempo que conserva el margen de maniobra para aprovechar las relaciones interétnicas mesoamericanas y emprender la conquista del imperio militarista y caníbal de los aztecas. A continuación, el autor propone una imagen conmovedora y trágica, la del gigante patagón que se topa con la que será al poco expedición de circunnavegación de Magallanes-Elcano : «Tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura, sobre la arena casi desnudo cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza». Un gigante morirá por el calor tropical, otro de escorbuto y un tercero, quizás aculturado, pues usaba gorro y pantalones, fue asesinado por los suyos. De la Nueva España al Perú , que resulta tanto un contraste antiutópico como una pesadilla para la monarquía, al menos hasta la década de 1560, cuando el virrey Toledo puso orden real y legal. Al inca-emperador Atahualpa , divino y solar, un gobernador o mandón, como decían los castellanos, le habían informado que los españoles eran muy pocos y tan torpes «que no sabían andar a pie sin cansarse». Menuda metida de pata, nunca mejor dicho. «Y ya no seré lo que antes era, porque iré tan otro que los que me conocieron dirán que no soy yo». En una carta remitida desde La Plata, en la actual Bolivia, a su primo que reside en Burgos, el emigrante español a Indias Juan Esquivel confiesa con serenidad su estado de ánimo. Es el 20 de enero de 1584. Primero despacha noticias tranquilizadoras, esas que toda familia espera tener y justifican el desgarro de una ausencia intolerable. « Estoy bueno y tengo salud. Muy contento de verme en esta tierra, muy aparejada para ganar de comer». ENSAYO ‘Cinco crónicas americanas’ Autor Manuel Burón Editorial Ladera Norte Año 2025 Páginas 288 Precio 19,90 euros 4Tras el estómago, habla el corazón: «He sentido mucho el venir a estas partes, porque han sido grandes los trabajos que he pasado». La quinta y última parte de este apasionante y oportuno libro está dedicada a la inmensa mayoría, ausente de las visiones grandilocuentes y acartonadas de la historia de España en América. Documentado hasta la extenuación, narrado de manera brillante, Manuel Burón recupera aquí los hilos que fueron las vidas de las personas en la frontera atlántica. Con nombres y apellidos. Hombres y mujeres. Mulatas, gitanas, blancas y mestizas . Cuando Hernán Cortés manda descansar en Tlaxcala, María Estrada, quizás una judeoconversa, replica: «No es bien, señor capitán, que mujeres dejen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieron, moriremos nosotras». El propósito del volumen, ejemplar en su factura narrativa y dirigido a todos los públicos, radica en despertar la curiosidad y el interés por las historias trenzadas de América y España, en cinco cuadros. «No estaba loco ni era un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media», se apunta sobre Cristóbal ColónEl primero se ocupa de Cristóbal Colón, no proyectado en la mitología oscura del indigenismo , ni en aureolas de santidad, sino en la simple representación de los hechos históricos conocidos. «No estaba loco, ni tampoco nos encontramos ante un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media». El segundo capítulo constituye una meritoria revisión de Hernán Cortés. Lo proyecta en la mentalidad de su tiempo y se hace inteligible: «Haría muchas cosas, pero la más interesante, quizás, haya pasado un tanto desapercibida: fundó un ayuntamiento». En efecto, en la promoción del establecimiento de Veracruz Cortés se coloca del lado de la ley, dentro del sistema urbano podríamos decir, al tiempo que conserva el margen de maniobra para aprovechar las relaciones interétnicas mesoamericanas y emprender la conquista del imperio militarista y caníbal de los aztecas. A continuación, el autor propone una imagen conmovedora y trágica, la del gigante patagón que se topa con la que será al poco expedición de circunnavegación de Magallanes-Elcano : «Tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura, sobre la arena casi desnudo cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza». Un gigante morirá por el calor tropical, otro de escorbuto y un tercero, quizás aculturado, pues usaba gorro y pantalones, fue asesinado por los suyos. De la Nueva España al Perú , que resulta tanto un contraste antiutópico como una pesadilla para la monarquía, al menos hasta la década de 1560, cuando el virrey Toledo puso orden real y legal. Al inca-emperador Atahualpa , divino y solar, un gobernador o mandón, como decían los castellanos, le habían informado que los españoles eran muy pocos y tan torpes «que no sabían andar a pie sin cansarse». Menuda metida de pata, nunca mejor dicho.
«Y ya no seré lo que antes era, porque iré tan otro que los que me conocieron dirán que no soy yo». En una carta remitida desde La Plata, en la actual Bolivia, a su primo que reside en Burgos, el emigrante español … a Indias Juan Esquivel confiesa con serenidad su estado de ánimo.
Es el 20 de enero de 1584. Primero despacha noticias tranquilizadoras, esas que toda familia espera tener y justifican el desgarro de una ausencia intolerable. «Estoy bueno y tengo salud. Muy contento de verme en esta tierra, muy aparejada para ganar de comer».

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Autor
Manuel Burón -
Editorial
Ladera Norte -
Año
2025 -
Páginas
288 -
Precio
19,90 euros
Tras el estómago, habla el corazón: «He sentido mucho el venir a estas partes, porque han sido grandes los trabajos que he pasado». La quinta y última parte de este apasionante y oportuno libro está dedicada a la inmensa mayoría, ausente de las visiones grandilocuentes y acartonadas de la historia de España en América. Documentado hasta la extenuación, narrado de manera brillante, Manuel Burón recupera aquí los hilos que fueron las vidas de las personas en la frontera atlántica.
Con nombres y apellidos. Hombres y mujeres. Mulatas, gitanas, blancas y mestizas. Cuando Hernán Cortés manda descansar en Tlaxcala, María Estrada, quizás una judeoconversa, replica: «No es bien, señor capitán, que mujeres dejen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieron, moriremos nosotras». El propósito del volumen, ejemplar en su factura narrativa y dirigido a todos los públicos, radica en despertar la curiosidad y el interés por las historias trenzadas de América y España, en cinco cuadros.
«No estaba loco ni era un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media», se apunta sobre Cristóbal Colón
El primero se ocupa de Cristóbal Colón, no proyectado en la mitología oscura del indigenismo, ni en aureolas de santidad, sino en la simple representación de los hechos históricos conocidos. «No estaba loco, ni tampoco nos encontramos ante un oscuro personaje salido de las tinieblas de la Edad Media». El segundo capítulo constituye una meritoria revisión de Hernán Cortés. Lo proyecta en la mentalidad de su tiempo y se hace inteligible: «Haría muchas cosas, pero la más interesante, quizás, haya pasado un tanto desapercibida: fundó un ayuntamiento».
En efecto, en la promoción del establecimiento de Veracruz Cortés se coloca del lado de la ley, dentro del sistema urbano podríamos decir, al tiempo que conserva el margen de maniobra para aprovechar las relaciones interétnicas mesoamericanas y emprender la conquista del imperio militarista y caníbal de los aztecas. A continuación, el autor propone una imagen conmovedora y trágica, la del gigante patagón que se topa con la que será al poco expedición de circunnavegación de Magallanes-Elcano: «Tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura, sobre la arena casi desnudo cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose polvo sobre la cabeza».
Un gigante morirá por el calor tropical, otro de escorbuto y un tercero, quizás aculturado, pues usaba gorro y pantalones, fue asesinado por los suyos. De la Nueva España al Perú, que resulta tanto un contraste antiutópico como una pesadilla para la monarquía, al menos hasta la década de 1560, cuando el virrey Toledo puso orden real y legal.
Al inca-emperador Atahualpa, divino y solar, un gobernador o mandón, como decían los castellanos, le habían informado que los españoles eran muy pocos y tan torpes «que no sabían andar a pie sin cansarse». Menuda metida de pata, nunca mejor dicho.
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