“Soy huertera”, dice Laura Sánchez entre risas para definirse. Es perfectamente consciente del momento exacto en el que comprendió que la moda no era para siempre. Fue entonces cuando hizo de los negocios, de la comunicación, de la interpretación y de la televisión sus nuevas pasarelas. Diabética de tipo 1 desde hace cuatro años, es embajadora de la primera muñeca Barbie con la enfermedad, y aunque indudablemente la onubense es la representante idónea de la estrella de Mattel, ella jamás ha vivido en esa burbuja plastificada de tintes fucsia que siempre ha caracterizado a la muñeca. Sánchez puede estar un martes entre gallinas y a las pocas horas, subida a unos vertiginosos tacones, pero siempre con ese salero que le caracteriza y con esa energía contagiosa que transmite en una charla en la que habla con desparpajo de su carrera, de su estrecha relación con su hija, de muñecas que tienen más mensaje que plástico e incluso de amor.
Muchas personas convirtieron su negativa a teñirse el pelo casi en un asunto de Estado.
¡Lo pusieron en el BOE y todo! (bromea). Además, ¡es reversible! Si no me gusta o si laboralmente no me va bien, vuelvo al rubio. No comprendo este revuelo con el pelo blanco, aunque cada vez veo a más personas más jóvenes dejándose el pelo blanco o que se niegan a cubrir sus canas. Es una decisión súper personal que tomé después de la pandemia, en contra de todo mi entorno, mi representante incluida. Estoy feliz por estar ahorrando mi tiempo al no tener que teñirme.
Los haters también han ido a por sus arrugas, pero usted se gusta. Y punto. Imagine la rabia que produce eso a los que hacen del odio su hobby…
Absolutamente. Cuando me preguntan cómo lucho contra la presión física que conlleva ser mujer y por si fuera poco, una mujer dentro de la moda, aclaro que yo no lucho contra la presión. Lo que yo hago es cuidarme. Como bien, hago deporte, hidrato mi piel, hago mis cuidados de cabina… No he recurrido a la cirugía estética ni a ningún retoque estético porque yo me levanto y me gusto. No tengo nada que mejorar. Cuando me dicen ‘Estarías mejor si te hicieras esto’ les aclaro que quizás ellos me verían mejor pero la que se tiene que ver bien soy yo.
Usted es ya una rubia icónica de la historia de la moda de nuestro país y hablando de otro icono de melena oxigenada, quien también tiene sus versiones con el pelo blanco es Barbie. ¿Qué sintió cuando le propusieron ser embajadora de la muñeca con diabetes tipo 1?
Tengo que confesar que pensé que me estaban haciendo una cámara oculta. ‘No puede ser que Mattel se haya acordado de nosotras’, pensé. Cuando me explicaron el proyecto y vi a la Barbie, con todos sus dispositivos, me emocioné mucho, porque cuando nos cruzamos por la calle dos personas diabéticas nos identificamos al ver nuestros sensores, nos sonreímos y nos saludamos. Solo una persona que padece la enfermedad puede comprender todo por lo que pasamos… Y luego están los que sufren contigo, pero desconocen nuestro día a día, por lo que al ver a Barbie con su sensor y su bombita, empaticé mucho y me emocioné.
El lanzamiento no solo ha servido para visibilizar la enfermedad, sino para informar sobre ella.
De hecho, lo que me ha parecido brutal es la campaña de concienciación, visibilidad e información a edad temprana que se ha hecho con la muñeca. Porque la niña que tiene diabetes conoce la enfermedad, por supuesto, pero sus amigas, no. Creo que es importante empezar a informar acerca de los dispositivos. Antes de la llegada de los sensores de glucosa, la diabetes era una enfermedad oculta y silenciosa. Ahora somos enfermos crónicos visibles. Es importante señalar que este aparato nos da visibilidad pero también, la vida.
A Barbie le costó un poquito abrazar la diversidad, algo que también pasa en la moda. ¿Por qué nos da tanto miedo lo diverso?
Porque estamos acribillados por pantallazos de mujeres perfectas. Creo que inconscientemente, vemos estereotipos de mujeres muy marcados. Nos falta lectura, nos falta viaje y nos falta cine. Tendríamos que dejar Instagram un tiempo y ver lo que pasa en la vida real.
¿No le ha pasado que en la vida real, en algunos eventos de este mundillo, la gente comienza a parecerse inquietantemente?
Me dan bastante miedo las personas que se parecen tanto entre sí. Lo curioso es que cuando vas por la calle, tampoco hay tanta gente parecida. Estos eventos y las redes nos llevan a un micromundo que tampoco es el real y que nos condiciona inconscientemente. Tenemos que trabajar mucho la seguridad en nosotras mismas.
Y al ir a la playa, ¡no todo el mundo es modelo de Instagram! ¡Hay estrías! ¡Celulitis! ¡Cicatrices!
Tengo 44 años y el otro día fui a Cristina Galmiche. “Cristina, para este invierno tienes que hacerme un tratamiento de glúteo, porque me veo celulitis”, le dije. ¿Sabes lo que me respondió? ‘Eso no es celulitis: se llama flacidez de la edad’. ¡Boom! Te puedes echar cremita y vas a mejorar un poco, pero si es algo que la edad trae consigo, vamos a aceptarlo, ¿no?
De hecho, como fundadora y directora creativa de Bloomers & Bikini, tendrá muy en cuenta lo importante que es para muchas sentirse bien en ropa de baño…
Cualquier prenda nos tiene que hacer sentir seguras, pero hay que entender que nuestro cuerpo cambia y evoluciona. Lo importante es que el cuerpo esté sano y compensado. Yo tengo bikinis de hace mil años y siempre he sido lista a la hora de comprarlos. ¿El truco?
Comprarlos de lacito, porque los puedes ajustar si el cuerpo cambia.
¿Por qué empodera tanto la moda flamenca, que hace que desde las más rectilíneas hasta las más curvilíneas se sientan seguras con esos vestidos?
Te convierten en toda una Monica Bellucci, en un mujerón de bandera. El traje de flamenca realza lo bonito que tienes y camufla lo que no te gusta. El secreto es que te permite jugar con los volúmenes y por eso sienta bien a todas las mujeres. Tengo que reconocer que no soy la flamenca a la que mejor le sienta el traje. A una mujer con talla 42 o 44 le sienta mucho mejor.
Como organizadora de la pasarela We Love Flamenco, tras haber pasado por ‘Maestros de la Costura’, ¿examina los diseños con mayor empatía o con mayor exigencia?
Las dos cosas. Lo más difícil que he hecho en mi vida profesionalmente ha sido coser. Es muy complicado entender un patrón y llevarlo a una prenda. He valorado mucho el trabajo en el que llevo 27 años, en los que me he probado desde diseños de Alta Costura parisina hasta los de otro tipo de diseñadores. Lo vivía con mucha gratitud, pero no le daba el valor que tenía. Me he quitado el sombrero ante todos los diseñadores con los que he trabajado y que existen. Me he vuelto muy exigente. Ya no me vale cualquier cosa: le doy la vuelta a todo.
Con esta experiencia, mirando hacia atrás, ¿valora ahora algún vestido de forma especial?
Tengo un vestido en mi armario que solo me he puesto en una ocasión que es un Loewe de Narciso Rodriguez. Es un vestido en un tul gris y está cosido entero con aguamarina, puntada a puntada de piedras. Y ahora digo: ‘Vaya T-R-A-B-A-J-A-Z-O’. Me lo puse con 18 años y en cada mudanza, me lo vuelvo a probar.
Ser modelo acarrea mucha soledad pero, ¿acaso hay algo más solitario que el nido vacío?
Ahora mismo tengo a mi hija cerquita, por las vacaciones.Tengo que reconocer que teniendo una custodia compartida desde hace ya tantísimos años, el desapego lo tengo trabajado, aunque lo sufrí durante mucho tiempo. Gracias a las videollamadas y la tecnología todo es ahora es muy cómodo y cercano. Tenemos además unos códigos: intentamos que no pase más de mes y medio, como máximo dos meses, sin tocarnos.
¿Le da miedo que Naia sea víctima de la presión mediática?
Creo que tiene una educación y unos valores que hacen que se enfrente a todo con naturalidad. Ella sabe que sus padres son conocidos y está centrada en su carrera deportiva y en sus estudios.
Se habla mucho de peleas de gatas entre modelos, pero Martina Klein fue quien le presentó a Peter Lindbergh…
Fue en unos premios celebrados en la Embajada de Francia, en Madrid, y en los que se premiaba al fotógrafo. Yo llevaba un vestido azul de Alberta Ferretti y Martina y yo fuimos juntas al baño como dos colegas más. Fue ahí donde nos lo encontramos. Ella nos presentó y le comentó que nunca habíamos trabajado juntos. Yo llevaba conmigo una cámara digital y me hizo unos retratos en el espejo del baño de la Embajada de Francia. ¿Se han publicado? No, pero tengo mis fotos de Peter Lindbergh.
Las supermodelos de entonces ganaban auténticas fortunas. ¿Puede confesar algún sueldo que recuerde especialmente o algún despliegue de medios mastodóntico?
Una muy gorda fue ir a Montmeló con una marca de ropa para ver unas carreras. Viajé en primerísima clase, me pusieron un coche privado… No te puedo decir lo que me pagaron pero sí que superaba un año de salario medio español. Aclaro que eso pasó una vez y nunca más, ¿eh?
¿No cree que la moda olvida y perdona los tropiezos demasiado rápido?
La moda no tiene memoria de elefante ni para lo bueno ni para lo malo. Y por eso hay que tener muy buena memoria para recordar siempre quién hizo qué.
¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que ir pensando en un plan b, al ser la moda una industria muy edadista?
Cuando llegó el momento en el que dije que no quería esperar a que el teléfono sonara. ¡Quiero ser yo la que llame! Por eso tengo Bloomers & Bikini y GO! Eventos y comunicación, que va a hacer 16 años. Igual el teléfono estuvo sin sonar un mes y medio, no fue dramático, pero para mí fue una alarmita que me hizo ver que podría ser un mes, pero tal vez, un año. Hay que repartir los huevos en varias cestas.
¿Le dio miedo pasar a la tele, que supone una exposición mediática mayor?
La televisión me encanta porque amo comunicar y entrar en las casas de la gente. Vamos a hacer ya la cuarta temporada de ‘Andalucía es moda’, un programa para Canal Sur. Lo que me da reparo es la interpretación, porque hablamos de palabras mayores. No quería ser una intrusa y por eso nunca digo que soy actriz, sino que trabajo en la interpretación. Creo que lo de actriz me queda muy grande, aunque me lleve broncas de todas mis compañeras y compañeros por decirlo.
¿Cómo le definimos, pues?
Estoy muy centrada en mi huerta… ¡Huertera! Desde hace dos años, le dedico todo el tiempo que puedo y está siendo una terapia maravillosa por suponer un regreso a las raíces, al origen. Y ayuda a trabajar la paciencia, porque yo quisiera siempre tenerlo todo para ayer. Me encanta trabajar con las manos pero sabiendo siempre que mañana me subo al tacón. Lo que he descubierto al hacer tantas cosas es que puedo sobrevivir en esta vida. Sé cocinar, coser, cazar… Hay una frase que estamos utilizando mucho mi madre y yo porque llevamos el huerto para adelante ambas: “No somos entendidas, pero listas, sí”.
Los amores de verano son fugaces pero el suyo cumple segundo año y ha abandonado el adjetivo “estival”… ¿Habrá que volver a creer en el amor en los meses de calor?
Nuestro amor empezó un poquito antes, a finales de primavera. Se nos han pasado volando estos dos años. A partir de los 40, los amores son diferentes, porque no hay tanta apretadura. Se trata de darnos paz, calma y de estar bien el uno con el otro, con las dos profesiones que tenemos. Al final, el olfato se desarrolla.
Usted dice que no es fácil ser pareja de un torero. Supongo que alguna cornada antitaurina fuerte se habrá llevado, ¿no?
En el tiempo que llevo con Manuel he tenido solo ocho comentarios feos. Siempre he sido muy taurina, por mi padre. Yo creo que tenemos una edad que hace que ya nos avergoncemos de dónde venimos. Llega un momento en el que dices ‘si vivo así, quiero mostrarme así en mis redes’. Yo tengo mis gallinas y mi mono azul, que me he puesto siempre y que no he empezado a mostrar hasta hace tres años. Si mi pareja es torero, es torero. No he elegido a la profesión: le he elegido a él. Me enamoro de la persona, no de su trabajo. Para saber cómo lo acoge la gente, no hay nada como las redes sociales. Pensé que iba a haber un bajón de seguidores y ha ocurrido lo contrario, una cosa normal y natural. He rebatido muchos comentarios y me he dado cuenta de que había hecho un drama antes de tiempo.
“Soy huertera”, dice Laura Sánchez entre risas para definirse. Es perfectamente consciente del momento exacto en el que comprendió que la moda no era para siempre. Fue entonces cuando hizo de los negocios, de la comunicación, de la interpretación y de la televisión sus nuevas pasarelas. Diabética de tipo 1 desde hace cuatro años, es embajadora de la primera muñeca Barbie con la enfermedad, y aunque indudablemente la onubense es la representante idónea de la estrella de Mattel, ella jamás ha vivido en esa burbuja plastificada de tintes fucsia que siempre ha caracterizado a la muñeca. Sánchez puede estar un martes entre gallinas y a las pocas horas, subida a unos vertiginosos tacones, pero siempre con ese salero que le caracteriza y con esa energía contagiosa que transmite en una charla en la que habla con desparpajo de su carrera, de su estrecha relación con su hija, de muñecas que tienen más mensaje que plástico e incluso de amor.Muchas personas convirtieron su negativa a teñirse el pelo casi en un asunto de Estado.¡Lo pusieron en el BOE y todo! (bromea). Además, ¡es reversible! Si no me gusta o si laboralmente no me va bien, vuelvo al rubio. No comprendo este revuelo con el pelo blanco, aunque cada vez veo a más personas más jóvenes dejándose el pelo blanco o que se niegan a cubrir sus canas. Es una decisión súper personal que tomé después de la pandemia, en contra de todo mi entorno, mi representante incluida. Estoy feliz por estar ahorrando mi tiempo al no tener que teñirme.Los haters también han ido a por sus arrugas, pero usted se gusta. Y punto. Imagine la rabia que produce eso a los que hacen del odio su hobby… Absolutamente. Cuando me preguntan cómo lucho contra la presión física que conlleva ser mujer y por si fuera poco, una mujer dentro de la moda, aclaro que yo no lucho contra la presión. Lo que yo hago es cuidarme. Como bien, hago deporte, hidrato mi piel, hago mis cuidados de cabina… No he recurrido a la cirugía estética ni a ningún retoque estético porque yo me levanto y me gusto. No tengo nada que mejorar. Cuando me dicen ‘Estarías mejor si te hicieras esto’ les aclaro que quizás ellos me verían mejor pero la que se tiene que ver bien soy yo. Usted es ya una rubia icónica de la historia de la moda de nuestro país y hablando de otro icono de melena oxigenada, quien también tiene sus versiones con el pelo blanco es Barbie. ¿Qué sintió cuando le propusieron ser embajadora de la muñeca con diabetes tipo 1?Tengo que confesar que pensé que me estaban haciendo una cámara oculta. ‘No puede ser que Mattel se haya acordado de nosotras’, pensé. Cuando me explicaron el proyecto y vi a la Barbie, con todos sus dispositivos, me emocioné mucho, porque cuando nos cruzamos por la calle dos personas diabéticas nos identificamos al ver nuestros sensores, nos sonreímos y nos saludamos. Solo una persona que padece la enfermedad puede comprender todo por lo que pasamos… Y luego están los que sufren contigo, pero desconocen nuestro día a día, por lo que al ver a Barbie con su sensor y su bombita, empaticé mucho y me emocioné.El lanzamiento no solo ha servido para visibilizar la enfermedad, sino para informar sobre ella.De hecho, lo que me ha parecido brutal es la campaña de concienciación, visibilidad e información a edad temprana que se ha hecho con la muñeca. Porque la niña que tiene diabetes conoce la enfermedad, por supuesto, pero sus amigas, no. Creo que es importante empezar a informar acerca de los dispositivos. Antes de la llegada de los sensores de glucosa, la diabetes era una enfermedad oculta y silenciosa. Ahora somos enfermos crónicos visibles. Es importante señalar que este aparato nos da visibilidad pero también, la vida.A Barbie le costó un poquito abrazar la diversidad, algo que también pasa en la moda. ¿Por qué nos da tanto miedo lo diverso? Porque estamos acribillados por pantallazos de mujeres perfectas. Creo que inconscientemente, vemos estereotipos de mujeres muy marcados. Nos falta lectura, nos falta viaje y nos falta cine. Tendríamos que dejar Instagram un tiempo y ver lo que pasa en la vida real. ¿No le ha pasado que en la vida real, en algunos eventos de este mundillo, la gente comienza a parecerse inquietantemente?Me dan bastante miedo las personas que se parecen tanto entre sí. Lo curioso es que cuando vas por la calle, tampoco hay tanta gente parecida. Estos eventos y las redes nos llevan a un micromundo que tampoco es el real y que nos condiciona inconscientemente. Tenemos que trabajar mucho la seguridad en nosotras mismas.Y al ir a la playa, ¡no todo el mundo es modelo de Instagram! ¡Hay estrías! ¡Celulitis! ¡Cicatrices!Tengo 44 años y el otro día fui a Cristina Galmiche. “Cristina, para este invierno tienes que hacerme un tratamiento de glúteo, porque me veo celulitis”, le dije. ¿Sabes lo que me respondió? ‘Eso no es celulitis: se llama flacidez de la edad’. ¡Boom! Te puedes echar cremita y vas a mejorar un poco, pero si es algo que la edad trae consigo, vamos a aceptarlo, ¿no?De hecho, como fundadora y directora creativa de Bloomers & Bikini, tendrá muy en cuenta lo importante que es para muchas sentirse bien en ropa de baño…Cualquier prenda nos tiene que hacer sentir seguras, pero hay que entender que nuestro cuerpo cambia y evoluciona. Lo importante es que el cuerpo esté sano y compensado. Yo tengo bikinis de hace mil años y siempre he sido lista a la hora de comprarlos. ¿El truco?Comprarlos de lacito, porque los puedes ajustar si el cuerpo cambia. ¿Por qué empodera tanto la moda flamenca, que hace que desde las más rectilíneas hasta las más curvilíneas se sientan seguras con esos vestidos?Te convierten en toda una Monica Bellucci, en un mujerón de bandera. El traje de flamenca realza lo bonito que tienes y camufla lo que no te gusta. El secreto es que te permite jugar con los volúmenes y por eso sienta bien a todas las mujeres. Tengo que reconocer que no soy la flamenca a la que mejor le sienta el traje. A una mujer con talla 42 o 44 le sienta mucho mejor. Como organizadora de la pasarela We Love Flamenco, tras haber pasado por ‘Maestros de la Costura’, ¿examina los diseños con mayor empatía o con mayor exigencia?Las dos cosas. Lo más difícil que he hecho en mi vida profesionalmente ha sido coser. Es muy complicado entender un patrón y llevarlo a una prenda. He valorado mucho el trabajo en el que llevo 27 años, en los que me he probado desde diseños de Alta Costura parisina hasta los de otro tipo de diseñadores. Lo vivía con mucha gratitud, pero no le daba el valor que tenía. Me he quitado el sombrero ante todos los diseñadores con los que he trabajado y que existen. Me he vuelto muy exigente. Ya no me vale cualquier cosa: le doy la vuelta a todo. Con esta experiencia, mirando hacia atrás, ¿valora ahora algún vestido de forma especial?Tengo un vestido en mi armario que solo me he puesto en una ocasión que es un Loewe de Narciso Rodriguez. Es un vestido en un tul gris y está cosido entero con aguamarina, puntada a puntada de piedras. Y ahora digo: ‘Vaya T-R-A-B-A-J-A-Z-O’. Me lo puse con 18 años y en cada mudanza, me lo vuelvo a probar.Ser modelo acarrea mucha soledad pero, ¿acaso hay algo más solitario que el nido vacío?Ahora mismo tengo a mi hija cerquita, por las vacaciones.Tengo que reconocer que teniendo una custodia compartida desde hace ya tantísimos años, el desapego lo tengo trabajado, aunque lo sufrí durante mucho tiempo. Gracias a las videollamadas y la tecnología todo es ahora es muy cómodo y cercano. Tenemos además unos códigos: intentamos que no pase más de mes y medio, como máximo dos meses, sin tocarnos.¿Le da miedo que Naia sea víctima de la presión mediática? Creo que tiene una educación y unos valores que hacen que se enfrente a todo con naturalidad. Ella sabe que sus padres son conocidos y está centrada en su carrera deportiva y en sus estudios.Se habla mucho de peleas de gatas entre modelos, pero Martina Klein fue quien le presentó a Peter Lindbergh… Fue en unos premios celebrados en la Embajada de Francia, en Madrid, y en los que se premiaba al fotógrafo. Yo llevaba un vestido azul de Alberta Ferretti y Martina y yo fuimos juntas al baño como dos colegas más. Fue ahí donde nos lo encontramos. Ella nos presentó y le comentó que nunca habíamos trabajado juntos. Yo llevaba conmigo una cámara digital y me hizo unos retratos en el espejo del baño de la Embajada de Francia. ¿Se han publicado? No, pero tengo mis fotos de Peter Lindbergh. Las supermodelos de entonces ganaban auténticas fortunas. ¿Puede confesar algún sueldo que recuerde especialmente o algún despliegue de medios mastodóntico?Una muy gorda fue ir a Montmeló con una marca de ropa para ver unas carreras. Viajé en primerísima clase, me pusieron un coche privado… No te puedo decir lo que me pagaron pero sí que superaba un año de salario medio español. Aclaro que eso pasó una vez y nunca más, ¿eh?¿No cree que la moda olvida y perdona los tropiezos demasiado rápido? La moda no tiene memoria de elefante ni para lo bueno ni para lo malo. Y por eso hay que tener muy buena memoria para recordar siempre quién hizo qué.¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que ir pensando en un plan b, al ser la moda una industria muy edadista?Cuando llegó el momento en el que dije que no quería esperar a que el teléfono sonara. ¡Quiero ser yo la que llame! Por eso tengo Bloomers & Bikini y GO! Eventos y comunicación, que va a hacer 16 años. Igual el teléfono estuvo sin sonar un mes y medio, no fue dramático, pero para mí fue una alarmita que me hizo ver que podría ser un mes, pero tal vez, un año. Hay que repartir los huevos en varias cestas. ¿Le dio miedo pasar a la tele, que supone una exposición mediática mayor? La televisión me encanta porque amo comunicar y entrar en las casas de la gente. Vamos a hacer ya la cuarta temporada de ‘Andalucía es moda’, un programa para Canal Sur. Lo que me da reparo es la interpretación, porque hablamos de palabras mayores. No quería ser una intrusa y por eso nunca digo que soy actriz, sino que trabajo en la interpretación. Creo que lo de actriz me queda muy grande, aunque me lleve broncas de todas mis compañeras y compañeros por decirlo.¿Cómo le definimos, pues? Estoy muy centrada en mi huerta… ¡Huertera! Desde hace dos años, le dedico todo el tiempo que puedo y está siendo una terapia maravillosa por suponer un regreso a las raíces, al origen. Y ayuda a trabajar la paciencia, porque yo quisiera siempre tenerlo todo para ayer. Me encanta trabajar con las manos pero sabiendo siempre que mañana me subo al tacón. Lo que he descubierto al hacer tantas cosas es que puedo sobrevivir en esta vida. Sé cocinar, coser, cazar… Hay una frase que estamos utilizando mucho mi madre y yo porque llevamos el huerto para adelante ambas: “No somos entendidas, pero listas, sí”.Los amores de verano son fugaces pero el suyo cumple segundo año y ha abandonado el adjetivo “estival”… ¿Habrá que volver a creer en el amor en los meses de calor?Nuestro amor empezó un poquito antes, a finales de primavera. Se nos han pasado volando estos dos años. A partir de los 40, los amores son diferentes, porque no hay tanta apretadura. Se trata de darnos paz, calma y de estar bien el uno con el otro, con las dos profesiones que tenemos. Al final, el olfato se desarrolla.Usted dice que no es fácil ser pareja de un torero. Supongo que alguna cornada antitaurina fuerte se habrá llevado, ¿no?En el tiempo que llevo con Manuel he tenido solo ocho comentarios feos. Siempre he sido muy taurina, por mi padre. Yo creo que tenemos una edad que hace que ya nos avergoncemos de dónde venimos. Llega un momento en el que dices ‘si vivo así, quiero mostrarme así en mis redes’. Yo tengo mis gallinas y mi mono azul, que me he puesto siempre y que no he empezado a mostrar hasta hace tres años. Si mi pareja es torero, es torero. No he elegido a la profesión: le he elegido a él. Me enamoro de la persona, no de su trabajo. Para saber cómo lo acoge la gente, no hay nada como las redes sociales. Pensé que iba a haber un bajón de seguidores y ha ocurrido lo contrario, una cosa normal y natural. He rebatido muchos comentarios y me he dado cuenta de que había hecho un drama antes de tiempo. Seguir leyendo
“Soy huertera”, dice Laura Sánchez entre risas para definirse. Es perfectamente consciente del momento exacto en el que comprendió que la moda no era para siempre. Fue entonces cuando hizo de los negocios, de la comunicación, de la interpretación y de la televisión sus nuevas pasarelas. Diabética de tipo 1 desde hace cuatro años, es embajadora de la primera muñeca Barbie con la enfermedad, y aunque indudablemente la onubense es la representante idónea de la estrella de Mattel, ella jamás ha vivido en esa burbuja plastificada de tintes fucsia que siempre ha caracterizado a la muñeca. Sánchez puede estar un martes entre gallinas y a las pocas horas, subida a unos vertiginosos tacones, pero siempre con ese salero que le caracteriza y con esa energía contagiosa que transmite en una charla en la que habla con desparpajo de su carrera, de su estrecha relación con su hija, de muñecas que tienen más mensaje que plástico e incluso de amor.
Muchas personas convirtieron su negativa a teñirse el pelo casi en un asunto de Estado.
¡Lo pusieron en el BOE y todo! (bromea). Además, ¡es reversible! Si no me gusta o si laboralmente no me va bien, vuelvo al rubio. No comprendo este revuelo con el pelo blanco, aunque cada vez veo a más personas más jóvenes dejándose el pelo blanco o que se niegan a cubrir sus canas. Es una decisión súper personal que tomé después de la pandemia, en contra de todo mi entorno, mi representante incluida. Estoy feliz por estar ahorrando mi tiempo al no tener que teñirme.
Los haters también han ido a por sus arrugas, pero usted se gusta. Y punto. Imagine la rabia que produce eso a los que hacen del odio su hobby…
Absolutamente. Cuando me preguntan cómo lucho contra la presión física que conlleva ser mujer y por si fuera poco, una mujer dentro de la moda, aclaro que yo no lucho contra la presión. Lo que yo hago es cuidarme. Como bien, hago deporte, hidrato mi piel, hago mis cuidados de cabina… No he recurrido a la cirugía estética ni a ningún retoque estético porque yo me levanto y me gusto. No tengo nada que mejorar. Cuando me dicen ‘Estarías mejor si te hicieras esto’ les aclaro que quizás ellos me verían mejor pero la que se tiene que ver bien soy yo.
Usted es ya una rubia icónica de la historia de la moda de nuestro país y hablando de otro icono de melena oxigenada, quien también tiene sus versiones con el pelo blanco es Barbie. ¿Qué sintió cuando le propusieron ser embajadora de la muñeca con diabetes tipo 1?
Tengo que confesar que pensé que me estaban haciendo una cámara oculta. ‘No puede ser que Mattel se haya acordado de nosotras’, pensé. Cuando me explicaron el proyecto y vi a la Barbie, con todos sus dispositivos, me emocioné mucho, porque cuando nos cruzamos por la calle dos personas diabéticas nos identificamos al ver nuestros sensores, nos sonreímos y nos saludamos. Solo una persona que padece la enfermedad puede comprender todo por lo que pasamos… Y luego están los que sufren contigo, pero desconocen nuestro día a día, por lo que al ver a Barbie con su sensor y su bombita, empaticé mucho y me emocioné.
El lanzamiento no solo ha servido para visibilizar la enfermedad, sino para informar sobre ella.
De hecho, lo que me ha parecido brutal es la campaña de concienciación, visibilidad e información a edad temprana que se ha hecho con la muñeca. Porque la niña que tiene diabetes conoce la enfermedad, por supuesto, pero sus amigas, no. Creo que es importante empezar a informar acerca de los dispositivos. Antes de la llegada de los sensores de glucosa, la diabetes era una enfermedad oculta y silenciosa. Ahora somos enfermos crónicos visibles. Es importante señalar que este aparato nos da visibilidad pero también, la vida.
A Barbie le costó un poquito abrazar la diversidad, algo que también pasa en la moda. ¿Por qué nos da tanto miedo lo diverso?
Porque estamos acribillados por pantallazos de mujeres perfectas. Creo que inconscientemente, vemos estereotipos de mujeres muy marcados. Nos falta lectura, nos falta viaje y nos falta cine. Tendríamos que dejar Instagram un tiempo y ver lo que pasa en la vida real.
¿No le ha pasado que en la vida real, en algunos eventos de este mundillo, la gente comienza a parecerse inquietantemente?
Me dan bastante miedo las personas que se parecen tanto entre sí. Lo curioso es que cuando vas por la calle, tampoco hay tanta gente parecida. Estos eventos y las redes nos llevan a un micromundo que tampoco es el real y que nos condiciona inconscientemente. Tenemos que trabajar mucho la seguridad en nosotras mismas.
Y al ir a la playa, ¡no todo el mundo es modelo de Instagram! ¡Hay estrías! ¡Celulitis! ¡Cicatrices!
Tengo 44 años y el otro día fui a Cristina Galmiche. “Cristina, para este invierno tienes que hacerme un tratamiento de glúteo, porque me veo celulitis”, le dije. ¿Sabes lo que me respondió? ‘Eso no es celulitis: se llama flacidez de la edad’. ¡Boom! Te puedes echar cremita y vas a mejorar un poco, pero si es algo que la edad trae consigo, vamos a aceptarlo, ¿no?
De hecho, como fundadora y directora creativa de Bloomers & Bikini, tendrá muy en cuenta lo importante que es para muchas sentirse bien en ropa de baño…
Cualquier prenda nos tiene que hacer sentir seguras, pero hay que entender que nuestro cuerpo cambia y evoluciona. Lo importante es que el cuerpo esté sano y compensado. Yo tengo bikinis de hace mil años y siempre he sido lista a la hora de comprarlos. ¿El truco?
Comprarlos de lacito, porque los puedes ajustar si el cuerpo cambia.
¿Por qué empodera tanto la moda flamenca, que hace que desde las más rectilíneas hasta las más curvilíneas se sientan seguras con esos vestidos?
Te convierten en toda una Monica Bellucci, en un mujerón de bandera. El traje de flamenca realza lo bonito que tienes y camufla lo que no te gusta. El secreto es que te permite jugar con los volúmenes y por eso sienta bien a todas las mujeres. Tengo que reconocer que no soy la flamenca a la que mejor le sienta el traje. A una mujer con talla 42 o 44 le sienta mucho mejor.
Como organizadora de la pasarela We Love Flamenco, tras haber pasado por ‘Maestros de la Costura’, ¿examina los diseños con mayor empatía o con mayor exigencia?
Las dos cosas. Lo más difícil que he hecho en mi vida profesionalmente ha sido coser. Es muy complicado entender un patrón y llevarlo a una prenda. He valorado mucho el trabajo en el que llevo 27 años, en los que me he probado desde diseños de Alta Costura parisina hasta los de otro tipo de diseñadores. Lo vivía con mucha gratitud, pero no le daba el valor que tenía. Me he quitado el sombrero ante todos los diseñadores con los que he trabajado y que existen. Me he vuelto muy exigente. Ya no me vale cualquier cosa: le doy la vuelta a todo.
Con esta experiencia, mirando hacia atrás, ¿valora ahora algún vestido de forma especial?
Tengo un vestido en mi armario que solo me he puesto en una ocasión que es un Loewe de Narciso Rodriguez. Es un vestido en un tul gris y está cosido entero con aguamarina, puntada a puntada de piedras. Y ahora digo: ‘Vaya T-R-A-B-A-J-A-Z-O’. Me lo puse con 18 años y en cada mudanza, me lo vuelvo a probar.
Ser modelo acarrea mucha soledad pero, ¿acaso hay algo más solitario que el nido vacío?
Ahora mismo tengo a mi hija cerquita, por las vacaciones.Tengo que reconocer que teniendo una custodia compartida desde hace ya tantísimos años, el desapego lo tengo trabajado, aunque lo sufrí durante mucho tiempo. Gracias a las videollamadas y la tecnología todo es ahora es muy cómodo y cercano. Tenemos además unos códigos: intentamos que no pase más de mes y medio, como máximo dos meses, sin tocarnos.
¿Le da miedo que Naia sea víctima de la presión mediática?
Creo que tiene una educación y unos valores que hacen que se enfrente a todo con naturalidad. Ella sabe que sus padres son conocidos y está centrada en su carrera deportiva y en sus estudios.
Se habla mucho de peleas de gatas entre modelos, pero Martina Klein fue quien le presentó a Peter Lindbergh…
Fue en unos premios celebrados en la Embajada de Francia, en Madrid, y en los que se premiaba al fotógrafo. Yo llevaba un vestido azul de Alberta Ferretti y Martina y yo fuimos juntas al baño como dos colegas más. Fue ahí donde nos lo encontramos. Ella nos presentó y le comentó que nunca habíamos trabajado juntos. Yo llevaba conmigo una cámara digital y me hizo unos retratos en el espejo del baño de la Embajada de Francia. ¿Se han publicado? No, pero tengo mis fotos de Peter Lindbergh.
Las supermodelos de entonces ganaban auténticas fortunas. ¿Puede confesar algún sueldo que recuerde especialmente o algún despliegue de medios mastodóntico?
Una muy gorda fue ir a Montmeló con una marca de ropa para ver unas carreras. Viajé en primerísima clase, me pusieron un coche privado… No te puedo decir lo que me pagaron pero sí que superaba un año de salario medio español. Aclaro que eso pasó una vez y nunca más, ¿eh?
¿No cree que la moda olvida y perdona los tropiezos demasiado rápido?
La moda no tiene memoria de elefante ni para lo bueno ni para lo malo. Y por eso hay que tener muy buena memoria para recordar siempre quién hizo qué.
¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que ir pensando en un plan b, al ser la moda una industria muy edadista?
Cuando llegó el momento en el que dije que no quería esperar a que el teléfono sonara. ¡Quiero ser yo la que llame! Por eso tengo Bloomers & Bikini y GO! Eventos y comunicación, que va a hacer 16 años. Igual el teléfono estuvo sin sonar un mes y medio, no fue dramático, pero para mí fue una alarmita que me hizo ver que podría ser un mes, pero tal vez, un año. Hay que repartir los huevos en varias cestas.
¿Le dio miedo pasar a la tele, que supone una exposición mediática mayor?
La televisión me encanta porque amo comunicar y entrar en las casas de la gente. Vamos a hacer ya la cuarta temporada de ‘Andalucía es moda’, un programa para Canal Sur. Lo que me da reparo es la interpretación, porque hablamos de palabras mayores. No quería ser una intrusa y por eso nunca digo que soy actriz, sino que trabajo en la interpretación. Creo que lo de actriz me queda muy grande, aunque me lleve broncas de todas mis compañeras y compañeros por decirlo.
¿Cómo le definimos, pues?
Estoy muy centrada en mi huerta… ¡Huertera! Desde hace dos años, le dedico todo el tiempo que puedo y está siendo una terapia maravillosa por suponer un regreso a las raíces, al origen. Y ayuda a trabajar la paciencia, porque yo quisiera siempre tenerlo todo para ayer. Me encanta trabajar con las manos pero sabiendo siempre que mañana me subo al tacón. Lo que he descubierto al hacer tantas cosas es que puedo sobrevivir en esta vida. Sé cocinar, coser, cazar… Hay una frase que estamos utilizando mucho mi madre y yo porque llevamos el huerto para adelante ambas: “No somos entendidas, pero listas, sí”.
Los amores de verano son fugaces pero el suyo cumple segundo año y ha abandonado el adjetivo “estival”… ¿Habrá que volver a creer en el amor en los meses de calor?
Nuestro amor empezó un poquito antes, a finales de primavera. Se nos han pasado volando estos dos años. A partir de los 40, los amores son diferentes, porque no hay tanta apretadura. Se trata de darnos paz, calma y de estar bien el uno con el otro, con las dos profesiones que tenemos. Al final, el olfato se desarrolla.
Usted dice que no es fácil ser pareja de un torero. Supongo que alguna cornada antitaurina fuerte se habrá llevado, ¿no?
En el tiempo que llevo con Manuel he tenido solo ocho comentarios feos. Siempre he sido muy taurina, por mi padre. Yo creo que tenemos una edad que hace que ya nos avergoncemos de dónde venimos. Llega un momento en el que dices ‘si vivo así, quiero mostrarme así en mis redes’. Yo tengo mis gallinas y mi mono azul, que me he puesto siempre y que no he empezado a mostrar hasta hace tres años. Si mi pareja es torero, es torero. No he elegido a la profesión: le he elegido a él. Me enamoro de la persona, no de su trabajo. Para saber cómo lo acoge la gente, no hay nada como las redes sociales. Pensé que iba a haber un bajón de seguidores y ha ocurrido lo contrario, una cosa normal y natural. He rebatido muchos comentarios y me he dado cuenta de que había hecho un drama antes de tiempo.
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