Era el último latido en blanco y rojo de 2025. Se percibía en el ambiente, en las caras de lunes que apuraban el penúltimo trago tras otro San Fermín en vena. Las gargantas rugían y los vasos chocaban. Bañadas en calimocho las camisetas, que necesitarán jabón casero y manos de abuela para ser encaladas de nuevo. Más animosas andaban las peñas que la corrida de Miura. Hasta que apareció Colombo, que lo mismo te alegra un tendido, que un cumpleaños o una despedida de soltero en un crucero. Las peñas, listas ellas, andaban a lo suyo, que poco se estaban perdiendo. Pero llegó el venezolano y las provocó con sus gestos y sus aspavientos. Torear, lo que se dice torear, poco toreo hubo. Pero hay que tener un no sé qué, que qué sé yo, para lograr que en el sol te hagan caso. En el bolsillo se las metió en el sexto toro para cortar la oreja que le abría la Puerta del Encierro.Como un obús había salido Luminario en la ya atardecida: a los matadores banderilleros se les olvidó que la gente quería llegar al ‘Pobre de mí’. Pobre de la afición: vaya tardecita. Con lances rodilla en tierra lo recibió Jesús Enrique, que luego se desataría en unas bullidoras lopecinas. Todo muy de guiño al sol. Como los pares de banderillas. Interminables. Cantaban en la andanada aquello de «un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña» y cuando terminó el asunto rehiletero había más elefantes que en Botsuana. El toro tenía su galope. Y Colombo también tenía el suyo. Fuetes la piernas, que se acercaron al 6 para pedir un sombrero y le lanzaron una chapela verde con la que se adornó en el último par. Otra vez se dirigió a ese sector para el brindis. La Monumental navarra, llena a rebosar como cada día –y por partida doble–, crecía en olas y olas humanas de sol y sombra, y se entendía más por qué algún maestro retirado decía que en Pamplona torease San Fermín. Pasaba en su ir y venir el miura, frente al que tiró con listeza del repertorio de los molinetes rodilla en tierra. Qué empacho, un día sí y otro también. Se produce un extraño fenómeno cuando terminan los sanfermines: cerramos los ojos y sólo vemos molinetes. El farmacéutico de la grada lo llama ‘molinetitis aguda’. La cosa es que aquella ración, unida al espadazo, le entregó un trofeo ¡con fuerte petición de otro! para que el título de ‘gache más grande del mundo’ no perdiera fuste.El torero de Venezuela había arrancado ya el trofeo del tercero, al que saludó a pies juntos, con una arrogante salida de la cara de Jabato. Se sucederían ya los guiños al graderío, buscando su comunión y su aplauso en el tercio de banderillas compartido con Escribano –hubo de todo, a toro pasado y otros más en el sitio–. Ahí quedaron los molinillos, los recortes y, tras rematar el tercio, ese relax para Jabato. Mucho tiempo le concedió antes de dirigirse a él con la muleta en una faena en movimiento, que el toro era ágil de cuello y más de una vez quiso embestir con el pitón de fuera. Había un torero en la plaza, sí, y un toro, sí, pero el momentazo lo tributaron las peñas cuando entonaron ‘Rosas’, el himno de la Oreja de Van Gogh. Cantado con ritmo, con voces que sonaban hasta cristalinas y que hicieron detener el ruidoso estruendo. Fue un instante de esos que se graban en la memoria, que conectó distintas generaciones y lanzó preguntas: ¿más de Leire o de Amaia? Mientras aquello se debatía, Colombo andaba ágil de piernas y ni la posición de la espada le privó de cortar la primera oreja. Tras el romanticismo de ‘Rosas’, se pasó a los gritos contra Pedro Sánchez, que han sido clamorosos este San Fermín en la plaza y en las calles. Los adoquines había pisado Escribano junto a los pastores en el encierro matinal, con las espadas, desaparecidas, recuperadas ya. A portagayola saludó a los dos de su lote, un Divorciado de justo trapío que humilló en los capotes pero muy mermado, y un Choricero con transmisión y carbón, con otra seriedad. Qué mal rato pasó con los palos: no lo veía por ningún lado el experimentado torero. ¡Cómo sería! Con la muleta esbozaría un par de meritorias tandas, pero el pinchazo le privó de cualquier opción de premio. Al primero lo levantó el puntillero entre el mosqueo: no era para tanto, no había pasado nada reseñable.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Lunes, 14 de julio de 2025. Última corrida. Lleno. Toros de Miura, desiguales, algunos justos; de escaso poder y bravura, decepcionantes en general; transmitió el 4º. Manuel Escribano, de de lila y oro: estocada trasera, tendida y desprendida (saludos tras aviso); pinchazo y estocada corta defectuosa (saludos tras aviso). Damián Castaño, de blanco y plata: estocada corta tendida (saludos); pinchazo hondo tendido y dos descabellos (saludos). Jesús Enrique Colombo, de tabaco y oro: estocada caída (oreja); espadazo (oreja). Sale a hombros. PREMIOS. El trofeo Feria del Toro a la corrida más completa ha sido para José Escolar; el Carriquiri al mejo toro es compartido: Lioso, de Cebada Gago, e Histórico, de Jandilla.Damián Castaño anduvo por encima de su lote. Quiso torear bien y sacó algún muletazo estimable, pero aquello decía muy poco y solo el desplante a cuerpo limpió caldeó la temperatura. El único capaz de animar el cotarro fue Jesús Enrique Colombo antes de que el ‘Pobre de mí’ pusiera el broche. Los pamploneses empezaban a descontar los días: «Ya falta menos…». Se despedían de su fiesta, pero no de su esencia. La literatura de San Fermín, tejida con el trabajo de la Casa de Misericordia, los ecos de Hemingway y la palabra sagrada de la bravura, no termina cuando se arrastra el último toro el día 14. Es un relato que se renueva cada julio, que permanece en los adoquines, en la arena, en las voces que cantan y en las que callan. ¡Viva San Fermín! Era el último latido en blanco y rojo de 2025. Se percibía en el ambiente, en las caras de lunes que apuraban el penúltimo trago tras otro San Fermín en vena. Las gargantas rugían y los vasos chocaban. Bañadas en calimocho las camisetas, que necesitarán jabón casero y manos de abuela para ser encaladas de nuevo. Más animosas andaban las peñas que la corrida de Miura. Hasta que apareció Colombo, que lo mismo te alegra un tendido, que un cumpleaños o una despedida de soltero en un crucero. Las peñas, listas ellas, andaban a lo suyo, que poco se estaban perdiendo. Pero llegó el venezolano y las provocó con sus gestos y sus aspavientos. Torear, lo que se dice torear, poco toreo hubo. Pero hay que tener un no sé qué, que qué sé yo, para lograr que en el sol te hagan caso. En el bolsillo se las metió en el sexto toro para cortar la oreja que le abría la Puerta del Encierro.Como un obús había salido Luminario en la ya atardecida: a los matadores banderilleros se les olvidó que la gente quería llegar al ‘Pobre de mí’. Pobre de la afición: vaya tardecita. Con lances rodilla en tierra lo recibió Jesús Enrique, que luego se desataría en unas bullidoras lopecinas. Todo muy de guiño al sol. Como los pares de banderillas. Interminables. Cantaban en la andanada aquello de «un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña» y cuando terminó el asunto rehiletero había más elefantes que en Botsuana. El toro tenía su galope. Y Colombo también tenía el suyo. Fuetes la piernas, que se acercaron al 6 para pedir un sombrero y le lanzaron una chapela verde con la que se adornó en el último par. Otra vez se dirigió a ese sector para el brindis. La Monumental navarra, llena a rebosar como cada día –y por partida doble–, crecía en olas y olas humanas de sol y sombra, y se entendía más por qué algún maestro retirado decía que en Pamplona torease San Fermín. Pasaba en su ir y venir el miura, frente al que tiró con listeza del repertorio de los molinetes rodilla en tierra. Qué empacho, un día sí y otro también. Se produce un extraño fenómeno cuando terminan los sanfermines: cerramos los ojos y sólo vemos molinetes. El farmacéutico de la grada lo llama ‘molinetitis aguda’. La cosa es que aquella ración, unida al espadazo, le entregó un trofeo ¡con fuerte petición de otro! para que el título de ‘gache más grande del mundo’ no perdiera fuste.El torero de Venezuela había arrancado ya el trofeo del tercero, al que saludó a pies juntos, con una arrogante salida de la cara de Jabato. Se sucederían ya los guiños al graderío, buscando su comunión y su aplauso en el tercio de banderillas compartido con Escribano –hubo de todo, a toro pasado y otros más en el sitio–. Ahí quedaron los molinillos, los recortes y, tras rematar el tercio, ese relax para Jabato. Mucho tiempo le concedió antes de dirigirse a él con la muleta en una faena en movimiento, que el toro era ágil de cuello y más de una vez quiso embestir con el pitón de fuera. Había un torero en la plaza, sí, y un toro, sí, pero el momentazo lo tributaron las peñas cuando entonaron ‘Rosas’, el himno de la Oreja de Van Gogh. Cantado con ritmo, con voces que sonaban hasta cristalinas y que hicieron detener el ruidoso estruendo. Fue un instante de esos que se graban en la memoria, que conectó distintas generaciones y lanzó preguntas: ¿más de Leire o de Amaia? Mientras aquello se debatía, Colombo andaba ágil de piernas y ni la posición de la espada le privó de cortar la primera oreja. Tras el romanticismo de ‘Rosas’, se pasó a los gritos contra Pedro Sánchez, que han sido clamorosos este San Fermín en la plaza y en las calles. Los adoquines había pisado Escribano junto a los pastores en el encierro matinal, con las espadas, desaparecidas, recuperadas ya. A portagayola saludó a los dos de su lote, un Divorciado de justo trapío que humilló en los capotes pero muy mermado, y un Choricero con transmisión y carbón, con otra seriedad. Qué mal rato pasó con los palos: no lo veía por ningún lado el experimentado torero. ¡Cómo sería! Con la muleta esbozaría un par de meritorias tandas, pero el pinchazo le privó de cualquier opción de premio. Al primero lo levantó el puntillero entre el mosqueo: no era para tanto, no había pasado nada reseñable.Feria de San Fermín Monumental de Pamplona. Lunes, 14 de julio de 2025. Última corrida. Lleno. Toros de Miura, desiguales, algunos justos; de escaso poder y bravura, decepcionantes en general; transmitió el 4º. Manuel Escribano, de de lila y oro: estocada trasera, tendida y desprendida (saludos tras aviso); pinchazo y estocada corta defectuosa (saludos tras aviso). Damián Castaño, de blanco y plata: estocada corta tendida (saludos); pinchazo hondo tendido y dos descabellos (saludos). Jesús Enrique Colombo, de tabaco y oro: estocada caída (oreja); espadazo (oreja). Sale a hombros. PREMIOS. El trofeo Feria del Toro a la corrida más completa ha sido para José Escolar; el Carriquiri al mejo toro es compartido: Lioso, de Cebada Gago, e Histórico, de Jandilla.Damián Castaño anduvo por encima de su lote. Quiso torear bien y sacó algún muletazo estimable, pero aquello decía muy poco y solo el desplante a cuerpo limpió caldeó la temperatura. El único capaz de animar el cotarro fue Jesús Enrique Colombo antes de que el ‘Pobre de mí’ pusiera el broche. Los pamploneses empezaban a descontar los días: «Ya falta menos…». Se despedían de su fiesta, pero no de su esencia. La literatura de San Fermín, tejida con el trabajo de la Casa de Misericordia, los ecos de Hemingway y la palabra sagrada de la bravura, no termina cuando se arrastra el último toro el día 14. Es un relato que se renueva cada julio, que permanece en los adoquines, en la arena, en las voces que cantan y en las que callan. ¡Viva San Fermín!
Era el último latido en blanco y rojo de 2025. Se percibía en el ambiente, en las caras de lunes que apuraban el penúltimo trago tras otro San Fermín en vena. Las gargantas rugían y los vasos chocaban. Bañadas en calimocho las camisetas, que necesitarán … jabón casero y manos de abuela para ser encaladas de nuevo. Más animosas andaban las peñas que la corrida de Miura. Hasta que apareció Colombo, que lo mismo te alegra un tendido, que un cumpleaños o una despedida de soltero en un crucero. Las peñas, listas ellas, andaban a lo suyo, que poco se estaban perdiendo. Pero llegó el venezolano y las provocó con sus gestos y sus aspavientos. Torear, lo que se dice torear, poco toreo hubo. Pero hay que tener un no sé qué, que qué sé yo, para lograr que en el sol te hagan caso. En el bolsillo se las metió en el sexto toro para cortar la oreja que le abría la Puerta del Encierro.
Como un obús había salido Luminario en la ya atardecida: a los matadores banderilleros se les olvidó que la gente quería llegar al ‘Pobre de mí’. Pobre de la afición: vaya tardecita. Con lances rodilla en tierra lo recibió Jesús Enrique, que luego se desataría en unas bullidoras lopecinas. Todo muy de guiño al sol. Como los pares de banderillas. Interminables. Cantaban en la andanada aquello de «un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña» y cuando terminó el asunto rehiletero había más elefantes que en Botsuana. El toro tenía su galope. Y Colombo también tenía el suyo. Fuetes la piernas, que se acercaron al 6 para pedir un sombrero y le lanzaron una chapela verde con la que se adornó en el último par. Otra vez se dirigió a ese sector para el brindis. La Monumental navarra, llena a rebosar como cada día –y por partida doble–, crecía en olas y olas humanas de sol y sombra, y se entendía más por qué algún maestro retirado decía que en Pamplona torease San Fermín. Pasaba en su ir y venir el miura, frente al que tiró con listeza del repertorio de los molinetes rodilla en tierra. Qué empacho, un día sí y otro también. Se produce un extraño fenómeno cuando terminan los sanfermines: cerramos los ojos y sólo vemos molinetes. El farmacéutico de la grada lo llama ‘molinetitis aguda’. La cosa es que aquella ración, unida al espadazo, le entregó un trofeo ¡con fuerte petición de otro! para que el título de ‘gache más grande del mundo’ no perdiera fuste.
El torero de Venezuela había arrancado ya el trofeo del tercero, al que saludó a pies juntos, con una arrogante salida de la cara de Jabato. Se sucederían ya los guiños al graderío, buscando su comunión y su aplauso en el tercio de banderillas compartido con Escribano –hubo de todo, a toro pasado y otros más en el sitio–. Ahí quedaron los molinillos, los recortes y, tras rematar el tercio, ese relax para Jabato. Mucho tiempo le concedió antes de dirigirse a él con la muleta en una faena en movimiento, que el toro era ágil de cuello y más de una vez quiso embestir con el pitón de fuera. Había un torero en la plaza, sí, y un toro, sí, pero el momentazo lo tributaron las peñas cuando entonaron ‘Rosas’, el himno de la Oreja de Van Gogh. Cantado con ritmo, con voces que sonaban hasta cristalinas y que hicieron detener el ruidoso estruendo. Fue un instante de esos que se graban en la memoria, que conectó distintas generaciones y lanzó preguntas: ¿más de Leire o de Amaia? Mientras aquello se debatía, Colombo andaba ágil de piernas y ni la posición de la espada le privó de cortar la primera oreja. Tras el romanticismo de ‘Rosas’, se pasó a los gritos contra Pedro Sánchez, que han sido clamorosos este San Fermín en la plaza y en las calles.
Los adoquines había pisado Escribano junto a los pastores en el encierro matinal, con las espadas, desaparecidas, recuperadas ya. A portagayola saludó a los dos de su lote, un Divorciado de justo trapío que humilló en los capotes pero muy mermado, y un Choricero con transmisión y carbón, con otra seriedad. Qué mal rato pasó con los palos: no lo veía por ningún lado el experimentado torero. ¡Cómo sería! Con la muleta esbozaría un par de meritorias tandas, pero el pinchazo le privó de cualquier opción de premio. Al primero lo levantó el puntillero entre el mosqueo: no era para tanto, no había pasado nada reseñable.
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Monumental de Pamplona.
Lunes, 14 de julio de 2025. Última corrida. Lleno. Toros de Miura, desiguales, algunos justos; de escaso poder y bravura, decepcionantes en general; transmitió el 4º. -
Manuel Escribano,
de de lila y oro: estocada trasera, tendida y desprendida (saludos tras aviso); pinchazo y estocada corta defectuosa (saludos tras aviso). -
Damián Castaño,
de blanco y plata: estocada corta tendida (saludos); pinchazo hondo tendido y dos descabellos (saludos). -
Jesús Enrique Colombo,
de tabaco y oro: estocada caída (oreja); espadazo (oreja). Sale a hombros. -
PREMIOS.
El trofeo Feria del Toro a la corrida más completa ha sido para José Escolar; el Carriquiri al mejo toro es compartido: Lioso, de Cebada Gago, e Histórico, de Jandilla.
Damián Castaño anduvo por encima de su lote. Quiso torear bien y sacó algún muletazo estimable, pero aquello decía muy poco y solo el desplante a cuerpo limpió caldeó la temperatura.
El único capaz de animar el cotarro fue Jesús Enrique Colombo antes de que el ‘Pobre de mí’ pusiera el broche. Los pamploneses empezaban a descontar los días: «Ya falta menos…». Se despedían de su fiesta, pero no de su esencia. La literatura de San Fermín, tejida con el trabajo de la Casa de Misericordia, los ecos de Hemingway y la palabra sagrada de la bravura, no termina cuando se arrastra el último toro el día 14. Es un relato que se renueva cada julio, que permanece en los adoquines, en la arena, en las voces que cantan y en las que callan. ¡Viva San Fermín!
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