― ¿Qué significa editar?
― Cada libro que publicamos es una respuesta a esa pregunta ― dice Carlos Rod―, el día que dejemos de encontrar esa respuesta, dejaremos de editar.
Rod (Segovia, 52 años) recibe en su “cueva”, como si ahí morase un superhéroe o un oso; es la sede de la superheroica editorial La uÑa RoTa, sita en una pequeña calle segoviana: hoy la cueva está llena de cajas y de libros, por el trajín de las ferias veraniegas que, más allá de las grandes citas de Madrid y Barcelona, están cogiendo nuevo vigor: ser pequeño editor tiene mucho de feriante. Bajo los techos altos cuelgan carteles del gran tridente de autores teatrales de la editorial: Angélica Liddell, Rodrigo García y Juan Mayorga. Porque La uÑa RoTa tiene el mérito de haber puesto a leer teatro incluso a gente que no pertenece al mundillo: ¡más difícil que vender poesía! Cosa que, por cierto, también hacen: aquí no les gusta ponerse las cosas fáciles.
Hace unos años a Rod, cabeza visible del sello (los socios: Rodrigo González, Mario Pedrazuela y Arcadio Mardomingo), le gastaron una broma llamándole por teléfono y haciéndose pasar por el Ministerio de Cultura, “para no sé qué”. Así que cuando el pasado 10 de junio alguien llamó diciendo ser Ernest Urtasun, ministro de Cultura, Rod respondió lo lógico:
― No, tú no eres el ministro de Cultura.
― Que sí, Carlos, que sí lo soy,
Y lo era. Urtasun telefoneaba para anunciarle el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial: mucho prestigio y 30.000 eurazos. El jurado estaba cargado de razones. Esta: “Su dedicación constante, perseverancia, originalidad y su apuesta por la edición de gran calidad”. O esta otra: “Ha conseguido visibilizar, dotar de coherencia, continuidad y calidad a la edición de géneros no tan comerciales como la literatura dramática, la poesía y el ensayo”. Lo que dice el jurado es verdad, como eso otro del “catálogo heterogéneo de obras singulares nacidas en las fronteras de la vanguardia y el underground”.
Hoy no está claro qué es eso del underground y mucho menos si es deseable en un mundo que anhela la máxima visibilidad: nadie quiere ser un autor maldito. “Al final, una editorial no deja de ser una inversión de capital que tiene que recuperarse y opera en un mercado. En todo caso, seremos underground por nuestro modo de hacer las cosas más que por los títulos que publicamos. Ni siquiera tenemos el plan de otoño definido…. Y así llevamos trabajando siempre. ¡Es muy raro que nos hayan dado este premio!”, dice Rod, que cierra mucho los ojos cuando se ríe.
Lo que sí es cierto es que La uÑa RoTa viene de la movida de los fanzines de los noventa, cuando se hacían con tijeras y fotocopias, como Dios manda. Algunos se llamaban Gazapo, Fiasco o Pingajo. Los daban por los bares y escribía gente “reconocible” de Segovia, cuando no había internet y se disponía de tiempo y atención para todas las cosas. Ah, aquella vida humana. La fecha fundacional es 1996, eran unos veinteañeros cuando se introdujeron en el mercado con la colección de libritos Libros inútiles. En 2003 lanzan la colección Los Libros del Apuntador, para textos olvidados o descatalogados, como La vieja canción de Robert Pinget. En 2005, Los Libros Robados, que reúne textos curiosos o misceláneos. La profesionalización llega en 2009 cuando sacan los textos teatrales de Rodrigo García, Cenizas escogidas (porque los textos teatrales ya habían ardido en escena, para lo que fueron ideados), que nadie había sacado.
Rod había estudiado dramaturgia en la Resad (Real Escuela Superior de Arte Dramático) donde observó que muchos de los textos de la biblioteca eran fotocopiados o impresos en Word… y que ahí había un nicho de mercado. Era la época, además, en la que florecían las editoriales independientes. Tras un primer intento fallido, lograron que les distribuyese UDL, una distribuidora de importancia, por mediación de Javier Cambronero, que también había apoyado muy notoriamente al grupo de editoriales Contexto. Y hasta hoy, apostando por libros muy particulares, a veces raros, que ni siquiera tienen un diseño unificador. Cada uno de su padre y de su madre.
“No hay una imagen igual: creemos que cada libro tiene su propia forma de expresarse públicamente, que es su portada”, dice el editor. Para ello deberían tener unas colecciones bien definidas, tal vez por géneros, pero no es el caso: sus colecciones son más bien conceptuales. “Nunca hemos ido a un máster de edición, así que nos da un poco igual todo eso”, bromea Rod.
Respecto a la rareza, algunos ejemplos recientes: La última frase, de Camila Cañeque, que recopila y juega con las últimas frases de otros libros (la autora, en una trágica casualidad, falleció al acabarlo, sin cumplir los 40 años) o La crítica literaria en los noventa, en el que Miguel Alcázar reúne críticas salvajes de aquella década… pero inventadas. Hay en todo esto algo de juego metaliterario, de borgiano, de perequiano, de hecho, Enrique Vila-Matas, muy atento a lo meta, les recomienda textos de vez en cuando. Aquí consideran el premio nacional como la prueba de haber logrado visibilizar este tipo de artefactos.
¿Cómo se edita desde Segovia? “Segovia está muy cerca de Madrid, pero a la vez muy aislada”, dice Rod, “es una ciudad muy conservadora en muchos aspectos, y se cuida mucho de que Madrid no se la coma. Cada poco suenan las dulzainas por la calle, entiendo que para recordar dónde estamos. Hay una relación de amor-odio con Madrid: queremos que la gente venga a comer cochinillo, pero no ser invadidos”. La llegada de estudiantes de la universidad IE, señala, está operando grandes cambios en el casco antiguo: “Era un lugar que estaba en ruinas, desvalorizado, pero que solo se ha conseguido recuperar a través del dinero de los estudiantes ricos”.
Carlos Rod, como él mismo decía al principio, ha reflexionado largamente sobre la labor de editar (muchas veces siguiendo a otro editor muy reflexivo: Constantino Bértolo): para Rod editar consiste, en cierto modo, en hacer esa reflexión. “No creo en la idea del editor como un pequeño rey que está por encima de los libros y los autores y cuya obra es su catálogo”, dice; prefiere ver el catálogo como una “constelación” o un “rompecabezas”. Tampoco está tan interesado en publicar libros como en acompañar obras, las de autoras como Ángela Segovia, María Salgado, Luz Pichel, o cualquier otro nombre de su sello.
“Me preocupa la poética y la política de la editorial”, concluye, “hemos trabajado la construcción de un lector para lo que publicamos. Una sensibilidad que estaba ahí, pero a la que había que llegar: ¡Hacer match!”
El sello, encabezado por Carlos Rod, comenzó en el ‘underground’, transita los senderos literarios menos obvios y por ello recibió en junio el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial
― ¿Qué significa editar?
― Cada libro que publicamos es una respuesta a esa pregunta ― dice Carlos Rod―, el día que dejemos de encontrar esa respuesta, dejaremos de editar.
Rod (Segovia, 52 años) recibe en su “cueva”, como si ahí morase un superhéroe o un oso; es la sede de la superheroica editorial La uÑa RoTa, sita en una pequeña calle segoviana: hoy la cueva está llena de cajas y de libros, por el trajín de las ferias veraniegas que, más allá de las grandes citas de Madrid y Barcelona, están cogiendo nuevo vigor: ser pequeño editor tiene mucho de feriante. Bajo los techos altos cuelgan carteles del gran tridente de autores teatrales de la editorial: Angélica Liddell, Rodrigo García y Juan Mayorga. Porque La uÑa RoTa tiene el mérito de haber puesto a leer teatro incluso a gente que no pertenece al mundillo: ¡más difícil que vender poesía! Cosa que, por cierto, también hacen: aquí no les gusta ponerse las cosas fáciles.
Hace unos años a Rod, cabeza visible del sello (los socios: Rodrigo González, Mario Pedrazuela y Arcadio Mardomingo), le gastaron una broma llamándole por teléfono y haciéndose pasar por el Ministerio de Cultura, “para no sé qué”. Así que cuando el pasado 10 de junio alguien llamó diciendo ser Ernest Urtasun, ministro de Cultura, Rod respondió lo lógico:
― No, tú no eres el ministro de Cultura.
― Que sí, Carlos, que sí lo soy,
Y lo era. Urtasun telefoneaba para anunciarle el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial: mucho prestigio y 30.000 eurazos. El jurado estaba cargado de razones. Esta: “Su dedicación constante, perseverancia, originalidad y su apuesta por la edición de gran calidad”. O esta otra: “Ha conseguido visibilizar, dotar de coherencia, continuidad y calidad a la edición de géneros no tan comerciales como la literatura dramática, la poesía y el ensayo”. Lo que dice el jurado es verdad, como eso otro del “catálogo heterogéneo de obras singulares nacidas en las fronteras de la vanguardia y el underground”.
Hoy no está claro qué es eso del underground y mucho menos si es deseable en un mundo que anhela la máxima visibilidad: nadie quiere ser un autor maldito. “Al final, una editorial no deja de ser una inversión de capital que tiene que recuperarse y opera en un mercado. En todo caso, seremos underground por nuestro modo de hacer las cosas más que por los títulos que publicamos. Ni siquiera tenemos el plan de otoño definido…. Y así llevamos trabajando siempre. ¡Es muy raro que nos hayan dado este premio!”, dice Rod, que cierra mucho los ojos cuando se ríe.
Lo que sí es cierto es que La uÑa RoTa viene de la movida de los fanzines de los noventa, cuando se hacían con tijeras y fotocopias, como Dios manda. Algunos se llamaban Gazapo, Fiasco o Pingajo. Los daban por los bares y escribía gente “reconocible” de Segovia, cuando no había internet y se disponía de tiempo y atención para todas las cosas. Ah, aquella vida humana. La fecha fundacional es 1996, eran unos veinteañeros cuando se introdujeron en el mercado con la colección de libritos Libros inútiles. En 2003 lanzan la colección Los Libros del Apuntador, para textos olvidados o descatalogados, como La vieja canción de Robert Pinget. En 2005, Los Libros Robados, que reúne textos curiosos o misceláneos. La profesionalización llega en 2009 cuando sacan los textos teatrales de Rodrigo García, Cenizas escogidas (porque los textos teatrales ya habían ardido en escena, para lo que fueron ideados), que nadie había sacado.

Rod había estudiado dramaturgia en la Resad (Real Escuela Superior de Arte Dramático) donde observó que muchos de los textos de la biblioteca eran fotocopiados o impresos en Word… y que ahí había un nicho de mercado. Era la época, además, en la que florecían las editoriales independientes. Tras un primer intento fallido, lograron que les distribuyese UDL, una distribuidora de importancia, por mediación de Javier Cambronero, que también había apoyado muy notoriamente al grupo de editoriales Contexto. Y hasta hoy, apostando por libros muy particulares, a veces raros, que ni siquiera tienen un diseño unificador. Cada uno de su padre y de su madre.
“No hay una imagen igual: creemos que cada libro tiene su propia forma de expresarse públicamente, que es su portada”, dice el editor. Para ello deberían tener unas colecciones bien definidas, tal vez por géneros, pero no es el caso: sus colecciones son más bien conceptuales. “Nunca hemos ido a un máster de edición, así que nos da un poco igual todo eso”, bromea Rod.
Respecto a la rareza, algunos ejemplos recientes: La última frase, de Camila Cañeque, que recopila y juega con las últimas frases de otros libros (la autora, en una trágica casualidad, falleció al acabarlo, sin cumplir los 40 años) o La crítica literaria en los noventa, en el que Miguel Alcázar reúne críticas salvajes de aquella década… pero inventadas. Hay en todo esto algo de juego metaliterario, de borgiano, de perequiano, de hecho, Enrique Vila-Matas, muy atento a lo meta, les recomienda textos de vez en cuando. Aquí consideran el premio nacional como la prueba de haber logrado visibilizar este tipo de artefactos.
¿Cómo se edita desde Segovia? “Segovia está muy cerca de Madrid, pero a la vez muy aislada”, dice Rod, “es una ciudad muy conservadora en muchos aspectos, y se cuida mucho de que Madrid no se la coma. Cada poco suenan las dulzainas por la calle, entiendo que para recordar dónde estamos. Hay una relación de amor-odio con Madrid: queremos que la gente venga a comer cochinillo, pero no ser invadidos”. La llegada de estudiantes de la universidad IE, señala, está operando grandes cambios en el casco antiguo: “Era un lugar que estaba en ruinas, desvalorizado, pero que solo se ha conseguido recuperar a través del dinero de los estudiantes ricos”.
Carlos Rod, como él mismo decía al principio, ha reflexionado largamente sobre la labor de editar (muchas veces siguiendo a otro editor muy reflexivo: Constantino Bértolo): para Rod editar consiste, en cierto modo, en hacer esa reflexión. “No creo en la idea del editor como un pequeño rey que está por encima de los libros y los autores y cuya obra es su catálogo”, dice; prefiere ver el catálogo como una “constelación” o un “rompecabezas”. Tampoco está tan interesado en publicar libros como en acompañar obras, las de autoras como Ángela Segovia, María Salgado, Luz Pichel, o cualquier otro nombre de su sello.
“Me preocupa la poética y la política de la editorial”, concluye, “hemos trabajado la construcción de un lector para lo que publicamos. Una sensibilidad que estaba ahí, pero a la que había que llegar: ¡Hacer match!”
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