Asegura el guitarrista mexicano Carlos Santana (Autlán de Navarro, Jalisco, 78 años) que, cada vez que visita España, realiza “el mismo ritual”: acercarse a Málaga en busca, una y otra vez, del genio de Pablo Picasso. Lo ha hecho en diferentes visitas privadas: encerrarse en el museo dedicado al pintor en su ciudad natal, como una suerte de güija que conecta a los artistas más allá de la vida. “Yo me identifico con Picasso, que era una persona brava. Él, para comenzar una obra nueva, dejaba todo lo demás de lado: su vida personal, las mujeres, la familia, cualquier distracción… Se deshacía de todo brutalmente para pintar y solo así podía crear una masterpiece [obra maestra] completamente diferente”. Sombrero calado y discurso a medio camino entre la experiencia religiosa y la memoria artística, esta leyenda viva de la guitarra eléctrica atiende a EL PAÍS por videoconferencia desde un hotel de Milán, al norte de Italia, antes de pisar suelo español este verano en la que será su primera gira por el país en veinte años.
Habla con emoción de este reencuentro: del maestro de la guitarra flamenca Paco de Lucía, con el que visitó Andalucía también en varias ocasiones; de Joaquín Rodrigo y su Concierto de Aranjuez —“que aprendí a tocar de chiquito”, aclara—, y de toda la mezcolanza de culturas y músicas que, filtradas, dan como resultado lo que él llama “sonidos de España”. “Tenemos en común eso, ¿cómo lo llaman? El duende. Y todo lo que dejaron los moros, y los gitanos. Venimos de África, lo que la gente llama música latina es música africana”, se explica en una conversación salpicada de inglés, de múltiples referencias a Dios y a su infancia. También de recuerdos del hijo del violinista de un conjunto mariachi que traicionó el instrumento que le había tocado en herencia al descubrir la guitarra con ocho años, influenciado principalmente por Ritchie Valens, el músico estadounidense que comparte con Santana su origen mexicano y por el que, el día que murió en un accidente de avión antes de cumplir los 20 años, fue bautizado como “el día que murió la música”.
En estas dos décadas de ausencia —como vemos, no del país pero sí de sus escenarios—, la carrera de este virtuoso inclasificable, conocido por fusionar el rock y el blues con ritmos afrolatinos, y superviviente del cartel del festival de Woodstock en 1969, no ha dejado de pisar la cima del éxito musical. Reflexiona con un pie puesto en el pasado, pero con la mirada hacia un horizonte que se le antoja aún lejano. “Estamos más fuertes y más claros ahora”, asegura durante la entrevista, siempre en primera persona del plural.
Este pasado domingo, 20 de julio, Carlos Santana cumplió 78 años. De ellos, más de 60 los ha pasado encima de un escenario. Celebra también —lo que le trae por Europa con su gira Oneness Tour— los 25 de su disco fetiche, Supernatural, y está condenado a hacer balance: “Ese disco tuvo encima la mano de Dios para conseguir una frecuencia, un sonido y una vibración universal”. Fue, sin duda, su éxito más comercial, con 15 discos de platino y ocho premios Grammy ganados en una misma noche, en una gesta que solo le ha podido igualar Michael Jackson.
A la mano de Dios debe sumarle la del productor Clive Davis, pieza fundamental en este giro copernicano en la carrera de Carlos Santana, que ya tenía por aquel entonces 17 discos anteriores, pero que le lanzó al mundo como uno de los músicos fundamentales del siglo XX: “Me dio la oportunidad de poder llegar a las cuatro esquinas del mundo. Santana no es un turista, Santana es parte de la familia en el mundo. Yo puedo ir a Irlanda, a Japón, a África o a España. A cualquier lugar que voy, la gente me reconoce. Y cuando oyen una nota de mi guitarra, saben que soy parte de la familia”, asegura con naturalidad.
Es lo que esperarán encontrar los espectadores que acudan a sus cuatro citas en España: la gira comienza en el Palau Sant Jordi de Barcelona este sábado 26 de julio; y que continuará en Las noches del Botánico de Madrid (28 y 29 de julio), Valencia (31 de julio), Murcia (1 de agosto), Starlite de Marbella (3 de agosto) y, para finalizar, el mexicano pondrá el colofón al Festival Tío Pepe de Jerez de la Frontera, en Cádiz, el 4 de agosto.
Considerado uno de los 20 mejores guitarristas de todos los tiempos, Carlos Santana trae a España una guitarra que, para él, es mucho más: “Es una voz”. Y se sigue acordando de sus inicios: “Mi padre se había marchado a San Francisco y mis hermanos y yo vivíamos en Tijuana con mi madre. Ella no quería que desperdiciara todo el tiempo que había invertido con mi padre estudiando música, me agarró de la mano y me llevó al parque municipal: allí estaba un grupo, Los Tijuanenses, el líder se llamaba Javier Bátiz (conocido como el precursor del rock mexicano). Entonces, cuando oí ese sonido por primera vez, la guitarra eléctrica, me electrificó todo mi cuerpo. Yo estaba chiquito, pero vi que ese era mi destino para el resto de mi vida. Yo sabía que yo podía articularlo, porque es un lenguaje. Tocar como toca Paco de Lucía es un lenguaje. O como Manitas de Plata, es un lenguaje. Aprender ese lenguaje fue mi obsesión y mi devoción”.
Aun así, asegura Santana que sigue considerándose un principiante, y con esta actitud vendrá a España: “en manos de Dios” y con la certeza de que ponerse delante del público español y toca la guitarra es “como hacer el amor delante de mucha gente: tiene un punto exhibicionista”. “Yo toco la guitarra como si no supiera tocarla, porque ahí está lo virgen y la inocencia. Un músico sin inocencia es como un perico que nomás repite cosas, ya no lo sientes porque practicaste todo. Yo me acerco a cada nota como si fuera mi primer french kiss”. Y remata acordándose, una vez más, del maestro: “Vengo a España para traer, como Paco de Lucía, la luz en mis notas”.
El guitarrista regresa este sábado a los escenarios españoles tras 20 años de ausencia con una gira que hará parada en Barcelona, Madrid, Valencia, Murcia, Marbella y Jerez de la Frontera
Asegura el guitarrista mexicano Carlos Santana (Autlán de Navarro, Jalisco, 78 años) que, cada vez que visita España, realiza “el mismo ritual”: acercarse a Málaga en busca, una y otra vez, del genio de Pablo Picasso. Lo ha hecho en diferentes visitas privadas: encerrarse en el museo dedicado al pintor en su ciudad natal, como una suerte de güija que conecta a los artistas más allá de la vida. “Yo me identifico con Picasso, que era una persona brava. Él, para comenzar una obra nueva, dejaba todo lo demás de lado: su vida personal, las mujeres, la familia, cualquier distracción… Se deshacía de todo brutalmente para pintar y solo así podía crear una masterpiece [obra maestra] completamente diferente”. Sombrero calado y discurso a medio camino entre la experiencia religiosa y la memoria artística, esta leyenda viva de la guitarra eléctrica atiende a EL PAÍS por videoconferencia desde un hotel de Milán, al norte de Italia, antes de pisar suelo español este verano en la que será su primera gira por el país en veinte años.
Habla con emoción de este reencuentro: del maestro de la guitarra flamenca Paco de Lucía, con el que visitó Andalucía también en varias ocasiones; de Joaquín Rodrigo y su Concierto de Aranjuez —“que aprendí a tocar de chiquito”, aclara—, y de toda la mezcolanza de culturas y músicas que, filtradas, dan como resultado lo que él llama “sonidos de España”. “Tenemos en común eso, ¿cómo lo llaman? El duende. Y todo lo que dejaron los moros, y los gitanos. Venimos de África, lo que la gente llama música latina es música africana”, se explica en una conversación salpicada de inglés, de múltiples referencias a Dios y a su infancia. También de recuerdos del hijo del violinista de un conjunto mariachi que traicionó el instrumento que le había tocado en herencia al descubrir la guitarra con ocho años, influenciado principalmente por Ritchie Valens, el músico estadounidense que comparte con Santana su origen mexicano y por el que, el día que murió en un accidente de avión antes de cumplir los 20 años, fue bautizado como “el día que murió la música”.

En estas dos décadas de ausencia —como vemos, no del país pero sí de sus escenarios—, la carrera de este virtuoso inclasificable, conocido por fusionar el rock y el blues con ritmos afrolatinos, y superviviente del cartel del festival de Woodstock en 1969, no ha dejado de pisar la cima del éxito musical. Reflexiona con un pie puesto en el pasado, pero con la mirada hacia un horizonte que se le antoja aún lejano. “Estamos más fuertes y más claros ahora”, asegura durante la entrevista, siempre en primera persona del plural.
Este pasado domingo, 20 de julio, Carlos Santana cumplió 78 años. De ellos, más de 60 los ha pasado encima de un escenario. Celebra también —lo que le trae por Europa con su gira Oneness Tour— los 25 de su disco fetiche, Supernatural, y está condenado a hacer balance: “Ese disco tuvo encima la mano de Dios para conseguir una frecuencia, un sonido y una vibración universal”. Fue, sin duda, su éxito más comercial, con 15 discos de platino y ocho premios Grammy ganados en una misma noche, en una gesta que solo le ha podido igualar Michael Jackson.
A la mano de Dios debe sumarle la del productor Clive Davis, pieza fundamental en este giro copernicano en la carrera de Carlos Santana, que ya tenía por aquel entonces 17 discos anteriores, pero que le lanzó al mundo como uno de los músicos fundamentales del siglo XX: “Me dio la oportunidad de poder llegar a las cuatro esquinas del mundo. Santana no es un turista, Santana es parte de la familia en el mundo. Yo puedo ir a Irlanda, a Japón, a África o a España. A cualquier lugar que voy, la gente me reconoce. Y cuando oyen una nota de mi guitarra, saben que soy parte de la familia”, asegura con naturalidad.

Es lo que esperarán encontrar los espectadores que acudan a sus cuatro citas en España: la gira comienza en el Palau Sant Jordi de Barcelona este sábado 26 de julio; y que continuará en Las noches del Botánico de Madrid (28 y 29 de julio), Valencia (31 de julio), Murcia (1 de agosto), Starlite de Marbella (3 de agosto) y, para finalizar, el mexicano pondrá el colofón al Festival Tío Pepe de Jerez de la Frontera, en Cádiz, el 4 de agosto.
Considerado uno de los 20 mejores guitarristas de todos los tiempos, Carlos Santana trae a España una guitarra que, para él, es mucho más: “Es una voz”. Y se sigue acordando de sus inicios: “Mi padre se había marchado a San Francisco y mis hermanos y yo vivíamos en Tijuana con mi madre. Ella no quería que desperdiciara todo el tiempo que había invertido con mi padre estudiando música, me agarró de la mano y me llevó al parque municipal: allí estaba un grupo, Los Tijuanenses, el líder se llamaba Javier Bátiz (conocido como el precursor del rock mexicano). Entonces, cuando oí ese sonido por primera vez, la guitarra eléctrica, me electrificó todo mi cuerpo. Yo estaba chiquito, pero vi que ese era mi destino para el resto de mi vida. Yo sabía que yo podía articularlo, porque es un lenguaje. Tocar como toca Paco de Lucía es un lenguaje. O como Manitas de Plata, es un lenguaje. Aprender ese lenguaje fue mi obsesión y mi devoción”.
Aun así, asegura Santana que sigue considerándose un principiante, y con esta actitud vendrá a España: “en manos de Dios” y con la certeza de que ponerse delante del público español y toca la guitarra es “como hacer el amor delante de mucha gente: tiene un punto exhibicionista”. “Yo toco la guitarra como si no supiera tocarla, porque ahí está lo virgen y la inocencia. Un músico sin inocencia es como un perico que nomás repite cosas, ya no lo sientes porque practicaste todo. Yo me acerco a cada nota como si fuera mi primer french kiss”. Y remata acordándose, una vez más, del maestro: “Vengo a España para traer, como Paco de Lucía, la luz en mis notas”.
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