Me voy a Londres de canguro con un amigo divorciado y que se ha vuelto a casar con una chica veinte años más joven. Han tenido una hija que recién cumplidos los dos. Antes las vacaciones eran el resumen de las hipocresías y equilibrios familiares. Hoy sirven para constatar que algo nuevo ha comenzado, después de que lo fuimos saltara por los aires. El trato es que me invitan a la estancia y yo me quedaré de ‘babysitter’ en el hotel para que puedan salir de noche. La ciudad está pletórica de ultrarricos y atestada de todo tipo de asiáticos vendiendo latas, piraterías y trayectos en bici con carruaje. Las calles huelen a comida barata especiada pero cuando miras ves millones de libras en el aire. Todo rebosa billetes. Los apartamentos, los coches, las tiendas, los hoteles tan sensacionales.52 años contra 31. Mi amigo es padre otras dos niñas de 15 y 19, a las que conozco y quiero desde hace muchos años. Durante el día paseamos juntos, las compras de la chica, los dos muy acaramelados, él muy atento con la niña. No era así con sus dos primeras hijas ni mucho menos con su exmujer, y se quejaba cuando yo proponía ir todos a un gran restaurante.—Tú y yo solos, lo que quieras, pero con la familia no que me sale por un ojo de la cara.Hoy paga a lo bestia en las grandes tiendas, se acaba de dejar 1.000 libras en unas Golden Goose y tenemos una vista a Prada por delante. Y aunque procuro sugerir restaurantes no muy caros, mi prima viene con la lista muy fijada. Todos los que intento evitar, ella los lleva anotados. La mayoría obvios, instagramers, fantasmones y muy caros.La niña se ha hecho caca, la madre va a cambiarla.—Si vamos a los que ella dice, le digo a mi amigo, de 900 los tres no bajas. Y con el club al que quiere ir esta noche, cuidado.—Me hace feliz y lo demás no me importa. Llevaba años sin poder ser yo, triste, apagado. Tu me veías entonces. Mírame ahora, la vida sólo hay una y es muy corta.—También era corta antes y cada vez que pagabas más de 50 te daba un calambre.—Nadie me ha hecho sentir como ella.No es ningún castigo quedarme de noche en el hotel. Estamos en el hotel Nomad, 800 la noche, Covent Garden. La niña es muy maja. Cenamos huevos con patatas fritas y una hamburguesa he de decir que extraordinaria. Está cansada. Se lava los dientes, «¡yo sola!», se pone el pijama, enseguida se duerme, no me extraña.Me aparecen en Instagram las fotos que a lo largo del día la chica ha ido colgando de sus sus compras, y con su hija y su marido -yo he dicho antes que no quería salir en ninguna- en el restaurante. Y no tarda en escribirme su otra hija, 15 años.—¿Estás con mi padre en Londres?Me duele tener la conversación pero no puedo evitarlo.—Ya me ha dicho mi hermano. Yo ni sabía que iba a Londres. Desde que conoció a Blanca, nunca más hemos viajado. Es como si sólo tuviera una hija.Procuro alegrarla diciendo que su padre habla mucho de ella y prometiéndole que en agosto haremos un viaje como los de antes (aunque sin su madre). Hay algo más deprimente que mis mentiras y es que una niña de 15 hace ver que se las cree para ponerme el fin de la conversación un poco más fácil.La parejita regresa no muy tarde. Ella está muy cansada, se lleva a la niña a su habitación y mi amigo me propone que vayamos al magnífico bar mexicano del hotel, que cierra tarde.Tequila. No Margaritas. Tequila solo y luego mezcal.—Me ha escrito tu hija. No le habías dicho nada del viaje.—Soy su padre, no su esclavo. Yo tengo derecho a tener mi vida.—Tú ya tenías tu vida. Era la que tú habías elegido. Era la que tú habías creado.—Pero no me gustaba. ¿Qué quieres, que fuera para siempre un amargado? Los hijos crecen, se van de casa, hacen su vida. ¿Y entonces conmigo qué pasa?Una que lleva rato mirando se sienta con nosotros, es colombiana. Es realmente simpática y guapa al modo colombiano, que es una élite de la belleza. Se ha fijado en mi amigo, que me escribe un mensaje. Digo que he quedado. Le pongo la llave de mi habitación en el bolsillo del pantalón al abrazarlo para despedirme. Llamo a María, sin querer la he despertado. Hace una noche estupenda para pasear por el Covent Garden. Me voy a Londres de canguro con un amigo divorciado y que se ha vuelto a casar con una chica veinte años más joven. Han tenido una hija que recién cumplidos los dos. Antes las vacaciones eran el resumen de las hipocresías y equilibrios familiares. Hoy sirven para constatar que algo nuevo ha comenzado, después de que lo fuimos saltara por los aires. El trato es que me invitan a la estancia y yo me quedaré de ‘babysitter’ en el hotel para que puedan salir de noche. La ciudad está pletórica de ultrarricos y atestada de todo tipo de asiáticos vendiendo latas, piraterías y trayectos en bici con carruaje. Las calles huelen a comida barata especiada pero cuando miras ves millones de libras en el aire. Todo rebosa billetes. Los apartamentos, los coches, las tiendas, los hoteles tan sensacionales.52 años contra 31. Mi amigo es padre otras dos niñas de 15 y 19, a las que conozco y quiero desde hace muchos años. Durante el día paseamos juntos, las compras de la chica, los dos muy acaramelados, él muy atento con la niña. No era así con sus dos primeras hijas ni mucho menos con su exmujer, y se quejaba cuando yo proponía ir todos a un gran restaurante.—Tú y yo solos, lo que quieras, pero con la familia no que me sale por un ojo de la cara.Hoy paga a lo bestia en las grandes tiendas, se acaba de dejar 1.000 libras en unas Golden Goose y tenemos una vista a Prada por delante. Y aunque procuro sugerir restaurantes no muy caros, mi prima viene con la lista muy fijada. Todos los que intento evitar, ella los lleva anotados. La mayoría obvios, instagramers, fantasmones y muy caros.La niña se ha hecho caca, la madre va a cambiarla.—Si vamos a los que ella dice, le digo a mi amigo, de 900 los tres no bajas. Y con el club al que quiere ir esta noche, cuidado.—Me hace feliz y lo demás no me importa. Llevaba años sin poder ser yo, triste, apagado. Tu me veías entonces. Mírame ahora, la vida sólo hay una y es muy corta.—También era corta antes y cada vez que pagabas más de 50 te daba un calambre.—Nadie me ha hecho sentir como ella.No es ningún castigo quedarme de noche en el hotel. Estamos en el hotel Nomad, 800 la noche, Covent Garden. La niña es muy maja. Cenamos huevos con patatas fritas y una hamburguesa he de decir que extraordinaria. Está cansada. Se lava los dientes, «¡yo sola!», se pone el pijama, enseguida se duerme, no me extraña.Me aparecen en Instagram las fotos que a lo largo del día la chica ha ido colgando de sus sus compras, y con su hija y su marido -yo he dicho antes que no quería salir en ninguna- en el restaurante. Y no tarda en escribirme su otra hija, 15 años.—¿Estás con mi padre en Londres?Me duele tener la conversación pero no puedo evitarlo.—Ya me ha dicho mi hermano. Yo ni sabía que iba a Londres. Desde que conoció a Blanca, nunca más hemos viajado. Es como si sólo tuviera una hija.Procuro alegrarla diciendo que su padre habla mucho de ella y prometiéndole que en agosto haremos un viaje como los de antes (aunque sin su madre). Hay algo más deprimente que mis mentiras y es que una niña de 15 hace ver que se las cree para ponerme el fin de la conversación un poco más fácil.La parejita regresa no muy tarde. Ella está muy cansada, se lleva a la niña a su habitación y mi amigo me propone que vayamos al magnífico bar mexicano del hotel, que cierra tarde.Tequila. No Margaritas. Tequila solo y luego mezcal.—Me ha escrito tu hija. No le habías dicho nada del viaje.—Soy su padre, no su esclavo. Yo tengo derecho a tener mi vida.—Tú ya tenías tu vida. Era la que tú habías elegido. Era la que tú habías creado.—Pero no me gustaba. ¿Qué quieres, que fuera para siempre un amargado? Los hijos crecen, se van de casa, hacen su vida. ¿Y entonces conmigo qué pasa?Una que lleva rato mirando se sienta con nosotros, es colombiana. Es realmente simpática y guapa al modo colombiano, que es una élite de la belleza. Se ha fijado en mi amigo, que me escribe un mensaje. Digo que he quedado. Le pongo la llave de mi habitación en el bolsillo del pantalón al abrazarlo para despedirme. Llamo a María, sin querer la he despertado. Hace una noche estupenda para pasear por el Covent Garden.
Me voy a Londres de canguro con un amigo divorciado y que se ha vuelto a casar con una chica veinte años más joven. Han tenido una hija que recién cumplidos los dos. Antes las vacaciones eran el resumen de las hipocresías y equilibrios familiares. … Hoy sirven para constatar que algo nuevo ha comenzado, después de que lo fuimos saltara por los aires. El trato es que me invitan a la estancia y yo me quedaré de ‘babysitter’ en el hotel para que puedan salir de noche.
La ciudad está pletórica de ultrarricos y atestada de todo tipo de asiáticos vendiendo latas, piraterías y trayectos en bici con carruaje. Las calles huelen a comida barata especiada pero cuando miras ves millones de libras en el aire. Todo rebosa billetes. Los apartamentos, los coches, las tiendas, los hoteles tan sensacionales.
52 años contra 31. Mi amigo es padre otras dos niñas de 15 y 19, a las que conozco y quiero desde hace muchos años. Durante el día paseamos juntos, las compras de la chica, los dos muy acaramelados, él muy atento con la niña. No era así con sus dos primeras hijas ni mucho menos con su exmujer, y se quejaba cuando yo proponía ir todos a un gran restaurante.
—Tú y yo solos, lo que quieras, pero con la familia no que me sale por un ojo de la cara.
Hoy paga a lo bestia en las grandes tiendas, se acaba de dejar 1.000 libras en unas Golden Goose y tenemos una vista a Prada por delante. Y aunque procuro sugerir restaurantes no muy caros, mi prima viene con la lista muy fijada. Todos los que intento evitar, ella los lleva anotados. La mayoría obvios, instagramers, fantasmones y muy caros.
La niña se ha hecho caca, la madre va a cambiarla.
—Si vamos a los que ella dice, le digo a mi amigo, de 900 los tres no bajas. Y con el club al que quiere ir esta noche, cuidado.
—Me hace feliz y lo demás no me importa. Llevaba años sin poder ser yo, triste, apagado. Tu me veías entonces. Mírame ahora, la vida sólo hay una y es muy corta.
—También era corta antes y cada vez que pagabas más de 50 te daba un calambre.
—Nadie me ha hecho sentir como ella.
No es ningún castigo quedarme de noche en el hotel. Estamos en el hotel Nomad, 800 la noche, Covent Garden. La niña es muy maja. Cenamos huevos con patatas fritas y una hamburguesa he de decir que extraordinaria. Está cansada. Se lava los dientes, «¡yo sola!», se pone el pijama, enseguida se duerme, no me extraña.
Me aparecen en Instagram las fotos que a lo largo del día la chica ha ido colgando de sus sus compras, y con su hija y su marido -yo he dicho antes que no quería salir en ninguna- en el restaurante. Y no tarda en escribirme su otra hija, 15 años.
—¿Estás con mi padre en Londres?
Me duele tener la conversación pero no puedo evitarlo.
—Ya me ha dicho mi hermano. Yo ni sabía que iba a Londres. Desde que conoció a Blanca, nunca más hemos viajado. Es como si sólo tuviera una hija.
Procuro alegrarla diciendo que su padre habla mucho de ella y prometiéndole que en agosto haremos un viaje como los de antes (aunque sin su madre). Hay algo más deprimente que mis mentiras y es que una niña de 15 hace ver que se las cree para ponerme el fin de la conversación un poco más fácil.
La parejita regresa no muy tarde. Ella está muy cansada, se lleva a la niña a su habitación y mi amigo me propone que vayamos al magnífico bar mexicano del hotel, que cierra tarde.
Tequila. No Margaritas. Tequila solo y luego mezcal.
—Me ha escrito tu hija. No le habías dicho nada del viaje.
—Soy su padre, no su esclavo. Yo tengo derecho a tener mi vida.
—Tú ya tenías tu vida. Era la que tú habías elegido. Era la que tú habías creado.
—Pero no me gustaba. ¿Qué quieres, que fuera para siempre un amargado? Los hijos crecen, se van de casa, hacen su vida. ¿Y entonces conmigo qué pasa?
Una que lleva rato mirando se sienta con nosotros, es colombiana. Es realmente simpática y guapa al modo colombiano, que es una élite de la belleza. Se ha fijado en mi amigo, que me escribe un mensaje. Digo que he quedado. Le pongo la llave de mi habitación en el bolsillo del pantalón al abrazarlo para despedirme. Llamo a María, sin querer la he despertado. Hace una noche estupenda para pasear por el Covent Garden.
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