Apolo tiene la mirada luminosa, Alfonso Aijón también. El instrumento del griego era la lira, Aijón los domina todos. Fundador de Ibermúsica, durante más de 50 años ha traído a España a las grandes orquestas y solistas del mundo. Va camino de figura mitológica él también. Se arruinó dos veces. Y dos veces resurgió. Acercó la música clásica a nuevos públicos sin depender de subvenciones y contrató a los grandes directores: primero Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, luego Claudio Abbado y Zubin Mehta, más tarde Daniel Barenboim, Seiji Ozawa y Riccardo Muti, y ya después Lorin Maazel, Valery Gergiev y Sir Simon Rattle. —¿Qué tiene de veraniego ‘Años de peregrinaje’, de Liszt?—Porque leí la partitura con Esteban Sánchez. Éramos muy jóvenes, en un verano en el conservatorio. Esteban era un fenómeno —sonríe—. Asocio esa obra con el verano y con este gran amigo. —¿Además de ser un momento de belleza, musicalmente, a qué nos debería remitir?—Generalmente, la música de verano suele ser popular, fiestas de los pueblos, a veces demasiado vulgar. Por otro lado, están los festivales de verano, que muchas veces son artificiales, lugares donde cierta gente va más a exhibirse que a escuchar música. El máximo ejemplo es Salzburgo, al que solo accedían los pudientes.—¿Cómo percibe a España en ese mapa de festivales?—Granada fue referencia, aunque más antiguo es el de San Sebastián. Los festivales tienen también una raíz política y, en el caso de Salzburgo, conexiones con la época nazi. En esa época había mucha música, y figuras como Wilhelm Furtwängler quedaron marcadas.—Furtwängler. Pasto de biografía.—Incluso hay varias películas sobre él. Recuerdo una en el Festival de Berlín, dirigida por un cineasta francés, casado con una nieta de Wagner. También existen libros. Es curioso que, pese a las giras de la Filarmónica de Berlín en la España del nazismo, Furtwängler nunca vino.—El teatro Real existía, ¿pero funcionaba?—Estaba cerrado. Había sido usado como polvorín durante la Guerra Civil. La Filarmónica de Berlín vino por primera vez en 1901 con Arthur Nikisch. Siempre llegaban en mayo, incluso conmigo, recuerdo que en su debut en Madrid, como había huelga el 1 de mayo, trasladaron los instrumentos en burro hasta el teatro.—Es usted el pilar de la música en España. Hoy hay muchos auditorios, pero vacíos. ¿Por qué?—La música en Europa no funciona de manera natural, sino con subvenciones. En Inglaterra y Estados Unidos la realidad es distinta: allí los músicos viven de su trabajo y cuentan con mecenas. En España, la música dio un salto gracias a la reina Sofía. Su afición hizo que los políticos se acercaran, y a partir de ahí se construyeron auditorios magníficos, muchos mejores que en Italia o incluso Inglaterra. La música necesita ser vivida como necesidad, y eso solo ocurre si se descubre en la escuela.—Es una profesión muy sacrificada—Más aún que la de actor. Mi hijo estudió teatro en Estados Unidos y acabó con un restaurante. Un músico nunca puede dejar de estudiar. En mi experiencia, las mujeres han demostrado enorme capacidad. Yo siempre digo que son superiores, y el futuro de la música sinfónica estará en mujeres y asiáticos: coreanos, chinos y japoneses, que trabajan con disciplina.—¿Cuál es su primer recuerdo musical?—De niño, en el colegio Ramiro de Maeztu, donde había conciertos semanales. Yo mismo organizaba algunos a los 14 años. Escuchaba mucho la radio y recuerdo emocionarme hasta las lágrimas. Mi primer concierto sinfónico fue en Madrid, con la Filarmónica de Berlín dirigida por Hans Knappertsbusch. Fue en un cine de barrio, y aún al recordar la Sinfonía Incompleta de Schubert se me eriza la piel.—¿Qué edad tenía?—Sería 1943. En ese tiempo el idioma de la música era el alemán, no el inglés. Después, Londres se convirtió en el centro musical, porque Berlín estaba destruida.—América debe mucho al exilio de entreguerras—Sí, figuras como Bartók, Schoenberg, Bruno Walter… todos llevaron la tradición europea a Estados Unidos.—¿Cree que ahora el esplendor vuelve a Europa, o más bien a Asia?—Sin duda a Asia. He visto en China auditorios impresionantes y un crecimiento enorme. Steinway, por ejemplo, volvió a cotizar en bolsa gracias al mercado chino.—China es un sistema autoritario. ¿Será propicio para la música acaso? ¡Ay!—Es cierto. La disciplina favorece ese desarrollo. Mussolini tocaba el violín, Hitler incluso opinaba sobre lo que hacía Furtwängler. En España, durante el franquismo, había intelectuales de gran nivel. Hoy la política es más pobre. Para mí, los últimos políticos con altura moral han sido Mandela, Mujica y Merkel.—Entre los músicos actuales, muchos solistas intentan crear pequeños grupos y les cuesta vivir de ello.—Cada vez será más difícil. Sobran músicos y no hay espacios suficientes. Muchos tendrán que volver a tocar en cafés. La falta de educación musical es grave. Sin esa necesidad, la música se pierde.—¿Antes había más diálogo entre música y literatura? ¿O con el resto de las artes?—Se debe a la pérdida de educación humanística. Antes estudiábamos latín y griego, y eso nos conectaba con la literatura y la cultura. Ahora todo eso ha desaparecido.—¿Escucha música por placer? ¿Todavía puede?—Sí, cuando no la organizo yo. Prefiero los conciertos en vivo. Hoy se toca mejor que nunca, aunque a veces con menos emoción. —¿De qué proyecto se siente más orgulloso?—De haber llevado la música a todos, incluso a los más desfavorecidos. Recuerdo una temporada en que Toyota nos apoyó a cambio de 140 entradas para ciegos. Fue maravilloso: programas en braille, público con perros guía. Escuchaban con una pasión única. Es lo más hermoso que hemos hecho.«Trabajé hasta en bancos, que fue lo peor»Alfonso Aijón se ganó la vida de joven en oficios muy diversos: fue boyero (partidor de bueyes), enterrador en un cementerio militar en Alemania, jornalero en minas y fábricas, e incluso empleado en un banco, que él mismo consideró su peor trabajo. Esa experiencia vital tan amplia marcó su carácter antes de convertirse en el gran productor musical español. Conoció a Jacqueline du Prè. «La recuerdo corriendo con su melena en el Teatro Real. Más tarde la vi en silla de ruedas, Daniel Barenboim la cuidaba con devoción. Fue muy doloroso». Confiesa ser un «mal pianista» y a la pregunta sobre cuál es su instrumento favorito, contesta, sin pensárselo, que se trata del chelo.—¿Cuál es el instrumento del verano?—La guitarra. Es el instrumento que cualquiera puede tocar en reuniones veraniegas.—¿Y su instrumento favorito?—El chelo. Aunque soy pianista, mal pianista (bromea), el chelo me emociona mucho.—¿En qué se parecen la música y la literatura?—En la estructura y en la importancia de la fantasía. Sin imaginación no hay arte.—¿Por qué hay tanto interés por la interpretación históricamente informada?—En España empezó mal, en manos de músicos mediocres en universidades. Pero con los años ha mejorado mucho. Apolo tiene la mirada luminosa, Alfonso Aijón también. El instrumento del griego era la lira, Aijón los domina todos. Fundador de Ibermúsica, durante más de 50 años ha traído a España a las grandes orquestas y solistas del mundo. Va camino de figura mitológica él también. Se arruinó dos veces. Y dos veces resurgió. Acercó la música clásica a nuevos públicos sin depender de subvenciones y contrató a los grandes directores: primero Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, luego Claudio Abbado y Zubin Mehta, más tarde Daniel Barenboim, Seiji Ozawa y Riccardo Muti, y ya después Lorin Maazel, Valery Gergiev y Sir Simon Rattle. —¿Qué tiene de veraniego ‘Años de peregrinaje’, de Liszt?—Porque leí la partitura con Esteban Sánchez. Éramos muy jóvenes, en un verano en el conservatorio. Esteban era un fenómeno —sonríe—. Asocio esa obra con el verano y con este gran amigo. —¿Además de ser un momento de belleza, musicalmente, a qué nos debería remitir?—Generalmente, la música de verano suele ser popular, fiestas de los pueblos, a veces demasiado vulgar. Por otro lado, están los festivales de verano, que muchas veces son artificiales, lugares donde cierta gente va más a exhibirse que a escuchar música. El máximo ejemplo es Salzburgo, al que solo accedían los pudientes.—¿Cómo percibe a España en ese mapa de festivales?—Granada fue referencia, aunque más antiguo es el de San Sebastián. Los festivales tienen también una raíz política y, en el caso de Salzburgo, conexiones con la época nazi. En esa época había mucha música, y figuras como Wilhelm Furtwängler quedaron marcadas.—Furtwängler. Pasto de biografía.—Incluso hay varias películas sobre él. Recuerdo una en el Festival de Berlín, dirigida por un cineasta francés, casado con una nieta de Wagner. También existen libros. Es curioso que, pese a las giras de la Filarmónica de Berlín en la España del nazismo, Furtwängler nunca vino.—El teatro Real existía, ¿pero funcionaba?—Estaba cerrado. Había sido usado como polvorín durante la Guerra Civil. La Filarmónica de Berlín vino por primera vez en 1901 con Arthur Nikisch. Siempre llegaban en mayo, incluso conmigo, recuerdo que en su debut en Madrid, como había huelga el 1 de mayo, trasladaron los instrumentos en burro hasta el teatro.—Es usted el pilar de la música en España. Hoy hay muchos auditorios, pero vacíos. ¿Por qué?—La música en Europa no funciona de manera natural, sino con subvenciones. En Inglaterra y Estados Unidos la realidad es distinta: allí los músicos viven de su trabajo y cuentan con mecenas. En España, la música dio un salto gracias a la reina Sofía. Su afición hizo que los políticos se acercaran, y a partir de ahí se construyeron auditorios magníficos, muchos mejores que en Italia o incluso Inglaterra. La música necesita ser vivida como necesidad, y eso solo ocurre si se descubre en la escuela.—Es una profesión muy sacrificada—Más aún que la de actor. Mi hijo estudió teatro en Estados Unidos y acabó con un restaurante. Un músico nunca puede dejar de estudiar. En mi experiencia, las mujeres han demostrado enorme capacidad. Yo siempre digo que son superiores, y el futuro de la música sinfónica estará en mujeres y asiáticos: coreanos, chinos y japoneses, que trabajan con disciplina.—¿Cuál es su primer recuerdo musical?—De niño, en el colegio Ramiro de Maeztu, donde había conciertos semanales. Yo mismo organizaba algunos a los 14 años. Escuchaba mucho la radio y recuerdo emocionarme hasta las lágrimas. Mi primer concierto sinfónico fue en Madrid, con la Filarmónica de Berlín dirigida por Hans Knappertsbusch. Fue en un cine de barrio, y aún al recordar la Sinfonía Incompleta de Schubert se me eriza la piel.—¿Qué edad tenía?—Sería 1943. En ese tiempo el idioma de la música era el alemán, no el inglés. Después, Londres se convirtió en el centro musical, porque Berlín estaba destruida.—América debe mucho al exilio de entreguerras—Sí, figuras como Bartók, Schoenberg, Bruno Walter… todos llevaron la tradición europea a Estados Unidos.—¿Cree que ahora el esplendor vuelve a Europa, o más bien a Asia?—Sin duda a Asia. He visto en China auditorios impresionantes y un crecimiento enorme. Steinway, por ejemplo, volvió a cotizar en bolsa gracias al mercado chino.—China es un sistema autoritario. ¿Será propicio para la música acaso? ¡Ay!—Es cierto. La disciplina favorece ese desarrollo. Mussolini tocaba el violín, Hitler incluso opinaba sobre lo que hacía Furtwängler. En España, durante el franquismo, había intelectuales de gran nivel. Hoy la política es más pobre. Para mí, los últimos políticos con altura moral han sido Mandela, Mujica y Merkel.—Entre los músicos actuales, muchos solistas intentan crear pequeños grupos y les cuesta vivir de ello.—Cada vez será más difícil. Sobran músicos y no hay espacios suficientes. Muchos tendrán que volver a tocar en cafés. La falta de educación musical es grave. Sin esa necesidad, la música se pierde.—¿Antes había más diálogo entre música y literatura? ¿O con el resto de las artes?—Se debe a la pérdida de educación humanística. Antes estudiábamos latín y griego, y eso nos conectaba con la literatura y la cultura. Ahora todo eso ha desaparecido.—¿Escucha música por placer? ¿Todavía puede?—Sí, cuando no la organizo yo. Prefiero los conciertos en vivo. Hoy se toca mejor que nunca, aunque a veces con menos emoción. —¿De qué proyecto se siente más orgulloso?—De haber llevado la música a todos, incluso a los más desfavorecidos. Recuerdo una temporada en que Toyota nos apoyó a cambio de 140 entradas para ciegos. Fue maravilloso: programas en braille, público con perros guía. Escuchaban con una pasión única. Es lo más hermoso que hemos hecho.«Trabajé hasta en bancos, que fue lo peor»Alfonso Aijón se ganó la vida de joven en oficios muy diversos: fue boyero (partidor de bueyes), enterrador en un cementerio militar en Alemania, jornalero en minas y fábricas, e incluso empleado en un banco, que él mismo consideró su peor trabajo. Esa experiencia vital tan amplia marcó su carácter antes de convertirse en el gran productor musical español. Conoció a Jacqueline du Prè. «La recuerdo corriendo con su melena en el Teatro Real. Más tarde la vi en silla de ruedas, Daniel Barenboim la cuidaba con devoción. Fue muy doloroso». Confiesa ser un «mal pianista» y a la pregunta sobre cuál es su instrumento favorito, contesta, sin pensárselo, que se trata del chelo.—¿Cuál es el instrumento del verano?—La guitarra. Es el instrumento que cualquiera puede tocar en reuniones veraniegas.—¿Y su instrumento favorito?—El chelo. Aunque soy pianista, mal pianista (bromea), el chelo me emociona mucho.—¿En qué se parecen la música y la literatura?—En la estructura y en la importancia de la fantasía. Sin imaginación no hay arte.—¿Por qué hay tanto interés por la interpretación históricamente informada?—En España empezó mal, en manos de músicos mediocres en universidades. Pero con los años ha mejorado mucho.
Apolo tiene la mirada luminosa, Alfonso Aijón también. El instrumento del griego era la lira, Aijón los domina todos. Fundador de Ibermúsica, durante más de 50 años ha traído a España a las grandes orquestas y solistas del mundo. Va camino de figura mitológica … él también. Se arruinó dos veces. Y dos veces resurgió. Acercó la música clásica a nuevos públicos sin depender de subvenciones y contrató a los grandes directores: primero Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, luego Claudio Abbado y Zubin Mehta, más tarde Daniel Barenboim, Seiji Ozawa y Riccardo Muti, y ya después Lorin Maazel, Valery Gergiev y Sir Simon Rattle.
—¿Qué tiene de veraniego ‘Años de peregrinaje’, de Liszt?
—Porque leí la partitura con Esteban Sánchez. Éramos muy jóvenes, en un verano en el conservatorio. Esteban era un fenómeno —sonríe—. Asocio esa obra con el verano y con este gran amigo.
—¿Además de ser un momento de belleza, musicalmente, a qué nos debería remitir?
—Generalmente, la música de verano suele ser popular, fiestas de los pueblos, a veces demasiado vulgar. Por otro lado, están los festivales de verano, que muchas veces son artificiales, lugares donde cierta gente va más a exhibirse que a escuchar música. El máximo ejemplo es Salzburgo, al que solo accedían los pudientes.
—¿Cómo percibe a España en ese mapa de festivales?
—Granada fue referencia, aunque más antiguo es el de San Sebastián. Los festivales tienen también una raíz política y, en el caso de Salzburgo, conexiones con la época nazi. En esa época había mucha música, y figuras como Wilhelm Furtwängler quedaron marcadas.
—Furtwängler. Pasto de biografía.
—Incluso hay varias películas sobre él. Recuerdo una en el Festival de Berlín, dirigida por un cineasta francés, casado con una nieta de Wagner. También existen libros. Es curioso que, pese a las giras de la Filarmónica de Berlín en la España del nazismo, Furtwängler nunca vino.
—El teatro Real existía, ¿pero funcionaba?
—Estaba cerrado. Había sido usado como polvorín durante la Guerra Civil. La Filarmónica de Berlín vino por primera vez en 1901 con Arthur Nikisch. Siempre llegaban en mayo, incluso conmigo, recuerdo que en su debut en Madrid, como había huelga el 1 de mayo, trasladaron los instrumentos en burro hasta el teatro.
—Es usted el pilar de la música en España. Hoy hay muchos auditorios, pero vacíos. ¿Por qué?
—La música en Europa no funciona de manera natural, sino con subvenciones. En Inglaterra y Estados Unidos la realidad es distinta: allí los músicos viven de su trabajo y cuentan con mecenas. En España, la música dio un salto gracias a la reina Sofía. Su afición hizo que los políticos se acercaran, y a partir de ahí se construyeron auditorios magníficos, muchos mejores que en Italia o incluso Inglaterra. La música necesita ser vivida como necesidad, y eso solo ocurre si se descubre en la escuela.
—Es una profesión muy sacrificada
—Más aún que la de actor. Mi hijo estudió teatro en Estados Unidos y acabó con un restaurante. Un músico nunca puede dejar de estudiar. En mi experiencia, las mujeres han demostrado enorme capacidad. Yo siempre digo que son superiores, y el futuro de la música sinfónica estará en mujeres y asiáticos: coreanos, chinos y japoneses, que trabajan con disciplina.
—¿Cuál es su primer recuerdo musical?
—De niño, en el colegio Ramiro de Maeztu, donde había conciertos semanales. Yo mismo organizaba algunos a los 14 años. Escuchaba mucho la radio y recuerdo emocionarme hasta las lágrimas. Mi primer concierto sinfónico fue en Madrid, con la Filarmónica de Berlín dirigida por Hans Knappertsbusch. Fue en un cine de barrio, y aún al recordar la Sinfonía Incompleta de Schubert se me eriza la piel.
—¿Qué edad tenía?
—Sería 1943. En ese tiempo el idioma de la música era el alemán, no el inglés. Después, Londres se convirtió en el centro musical, porque Berlín estaba destruida.
—América debe mucho al exilio de entreguerras
—Sí, figuras como Bartók, Schoenberg, Bruno Walter… todos llevaron la tradición europea a Estados Unidos.
—¿Cree que ahora el esplendor vuelve a Europa, o más bien a Asia?
—Sin duda a Asia. He visto en China auditorios impresionantes y un crecimiento enorme. Steinway, por ejemplo, volvió a cotizar en bolsa gracias al mercado chino.
—China es un sistema autoritario. ¿Será propicio para la música acaso? ¡Ay!
—Es cierto. La disciplina favorece ese desarrollo. Mussolini tocaba el violín, Hitler incluso opinaba sobre lo que hacía Furtwängler. En España, durante el franquismo, había intelectuales de gran nivel. Hoy la política es más pobre. Para mí, los últimos políticos con altura moral han sido Mandela, Mujica y Merkel.
—Entre los músicos actuales, muchos solistas intentan crear pequeños grupos y les cuesta vivir de ello.
—Cada vez será más difícil. Sobran músicos y no hay espacios suficientes. Muchos tendrán que volver a tocar en cafés. La falta de educación musical es grave. Sin esa necesidad, la música se pierde.
—¿Antes había más diálogo entre música y literatura? ¿O con el resto de las artes?
—Se debe a la pérdida de educación humanística. Antes estudiábamos latín y griego, y eso nos conectaba con la literatura y la cultura. Ahora todo eso ha desaparecido.
—¿Escucha música por placer? ¿Todavía puede?
—Sí, cuando no la organizo yo. Prefiero los conciertos en vivo. Hoy se toca mejor que nunca, aunque a veces con menos emoción.
—¿De qué proyecto se siente más orgulloso?
—De haber llevado la música a todos, incluso a los más desfavorecidos. Recuerdo una temporada en que Toyota nos apoyó a cambio de 140 entradas para ciegos. Fue maravilloso: programas en braille, público con perros guía. Escuchaban con una pasión única. Es lo más hermoso que hemos hecho.
«Trabajé hasta en bancos, que fue lo peor»
Alfonso Aijón se ganó la vida de joven en oficios muy diversos: fue boyero (partidor de bueyes), enterrador en un cementerio militar en Alemania, jornalero en minas y fábricas, e incluso empleado en un banco, que él mismo consideró su peor trabajo. Esa experiencia vital tan amplia marcó su carácter antes de convertirse en el gran productor musical español. Conoció a Jacqueline du Prè. «La recuerdo corriendo con su melena en el Teatro Real. Más tarde la vi en silla de ruedas, Daniel Barenboim la cuidaba con devoción. Fue muy doloroso». Confiesa ser un «mal pianista» y a la pregunta sobre cuál es su instrumento favorito, contesta, sin pensárselo, que se trata del chelo.
—¿Cuál es el instrumento del verano?
—La guitarra. Es el instrumento que cualquiera puede tocar en reuniones veraniegas.
—¿Y su instrumento favorito?
—El chelo. Aunque soy pianista, mal pianista (bromea), el chelo me emociona mucho.
—¿En qué se parecen la música y la literatura?
—En la estructura y en la importancia de la fantasía. Sin imaginación no hay arte.
—¿Por qué hay tanto interés por la interpretación históricamente informada?
—En España empezó mal, en manos de músicos mediocres en universidades. Pero con los años ha mejorado mucho.
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