Para esto sirven las redes sociales. Para que a partir de ahora me dé por analizar las cosas que pasan a través de los reels. Enganchado a ellos ando, a su dinámica atómica, a su fragancia fragmentaria, a su esencia desintegrada. Creo que en ese puzle al que me meto en cada tiempo muerto de mi vida, cuando espero un tren, cuando llego antes a una cita, o cuando me da la gana andan desperdigadas gran parte de las respuestas a este caos presente como un pastillazo narcótico o como una llamada a la rebelión.
El vídeo de la ‘influencer’ es un acto de rebelión contra la superioridad moral y una declaración de guerra
Para esto sirven las redes sociales. Para que a partir de ahora me dé por analizar las cosas que pasan a través de los reels. Enganchado a ellos ando, a su dinámica atómica, a su fragancia fragmentaria, a su esencia desintegrada. Creo que en ese puzle al que me meto en cada tiempo muerto de mi vida, cuando espero un tren, cuando llego antes a una cita, o cuando me da la gana andan desperdigadas gran parte de las respuestas a este caos presente como un pastillazo narcótico o como una llamada a la rebelión.
@20m María Pombo defiende que no se quiera leer: «Hay que superarlo»#salseoentiktok mariapombo #lectura influencers
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Esta semana, María Pombo nos animaba a no venirnos arriba por leer, a no creernos más altos ni más guapos que ella. “Lo voy a decir: creo que hay que empezar a superar que hay gente que no le gusta leer. Y encima, no sois mejores porque os guste leer…”. Con esta exhibición dialéctica incontestable, propinaba un tortazo desde su altavoz digital, desde su trono de reina de Tik Tok, de emperadora de Instagram o en las plataformas que le venga en gana a la superioridad moral de esa cultura occidental ilustrada que los influencers llevan años deseando echar abajo.
Ni ella ni ningunos de sus colegas prestarán la más mínima atención a estas líneas porque no necesitan a los medios tradicionales y mucho menos, en su caso, a EL PAÍS. Y hacen bien. Y me alegro. Y lo asumimos. Y somos nosotros quienes les damos bola. Miren. Yo mismo. Ahora. Mea culpa. Pero es que María, sin saberlo, ha dado en el clavo. Ha llamado a la batalla. Pues, entonces, declaremos en nuestra medida y con muchos menos efectivos por tierra, mar y aire, la guerra.
Pero, para empezar, vamos a darle la razón: claro, María, leer no nos hace mejores. Leía y escribían Hitler y Mussolini. Hasta Franco leía y escribía. A Ortega y Gasset y a Unamuno. La clave no está en leer, sino en saber comprender lo que se lee. También lo hace Putin. No creo que ande entre las aficiones de Trump, que parece de los tuyos. Leer no nos da ninguna ventaja. Menos hoy, menos en este mundo. Pero, ¿sabes, qué, María? No hay mejor momento que tumbarse con un buen libro en las manos y perderse entre esos jeroglíficos del alfabeto en el conocimiento del mundo, en el pozo gozosa y aterradoramente imprevisto de la condición humana, en el misterio de la conciencia.
Que no nos embargue la soberbia por haber logrado alzar la patria de una biblioteca en nuestras casas, bien lo dices, María, porque en vez de respuestas como las que tú tienes, no nos provoca más que la inquietud de nuevas y constantes preguntas. En los libros bien elegidos, me refiero, en los que aspiran al arte y al conocimiento, no en la morralla de los productos impresos a los que los influencers también sois tan aficionados a probar fortuna o vestiros con un halo de prestigio. Ahí es donde, tontos y engreídos nosotros, encontramos el refugio del pecado sin penitencia, la gracia de lo mejor a lo que podemos aspirar como especie y el aviso, la alerta e incluso la evidencia de lo peor.
Leyendo me consuelo en mis propias contradicciones comparándolas con otros que sienten las mismas y no tienen muchas veces más remedio que convivir con ellas porque resultan irresolubles. Leyendo no necesitamos ni a Dios ni al diablo, esos dos personajes que tanto han dado de sí. Solo la certeza y el consuelo de que somos humanos y punto. Leyendo nos evadimos y tomamos tierra. En un verso de Walt Whitman -no sabrás quién es, pero tu pariente Álvaro y yo, te lo recomendamos- nos sentimos inmortales gracias a un chute de euforia y de belleza mucho mayor que cualquier like de los que dan sentido a tus días, aunque los rentabilices en millones.
Leer no nos hace mejores, desde luego, ¿qué nos hemos creído? Lo hacemos por vicio, por placer y miedo al vacío
Leer no nos hace mejores, desde luego, ¿qué nos hemos creído? Lo hacemos por vicio, por placer y miedo al vacío. Por debilidad, para ser conscientes de que no somos nadie, que cuanto más leemos menos sabemos. Aspirar al dominio a base de aportar clarividencia a la complejidad y signos de sabiduría resulta absurdo.
El refugio de los libros denota todo un signo de inseguridad, fragilidad, inconsistencia existencial, perpetuo desconcierto. No hay más que ver lo que funciona hoy: el imperio de la mentira, el prestigio de la frivolidad, la seguridad de la ignorancia. Cuando te encuentres a alguien que presuma de ello, desconfía. El reino de las redes, además, nos empequeñece y nos deja claro que puede que no seamos ya de este mundo. Pero, dime María, no leer, ¿te hace mejor a ti?
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