Se quedó la segunda temporada de ‘La diplomática’ más arriba que el día que dispararon a J.R. Ya está la tercera en Netflix y el primer capítulo acaba con otra sorpresa mayúscula. Keri Russell, nuestra Felicity, venía de hacer ‘The Americans’. Es como cuando Concha Velasco terminó ‘Teresa de Jesús’ e inmediatamente hizo la revista ‘El pájaro de fuego’ en TVE. Aunque no me consta que Keri Russell quisiera evitar convertirse en Chanquete, que es lo que siempre dijo Concha Velasco. ‘La diplomática’ es entretenida, divertida, con ritmo. Aspira a la superclase, pero no es la joya de ‘The Americans’. Se parece a ‘Madam Secretary’, aunque más trepidante, con frases demoledoras y toques de Shonda. Anda más cerca de eso ‘El ala oeste’. Pero tiene vocación de que se parezca. Es lo más cercano que vamos a encontrar. Y no paran de hacer gestos. En la temporada pasada, ya la vicepresidenta era Allison Janney. En la tercera, su marido es, tachán, Bradley Whitford. Alaoestazo. O sea C.J. Cregg y Josh Lyman juntos otra vez (nunca estuvieron juntos en ‘El ala oeste’, pero sí en el reparto; ella los prefería más guapos, como Mark Harmon). Tampoco extrañan estas fantasías porque la creadora de ‘La diplomática’, Debora Cahn, fue guionista en la legendaria ficción de Aaron Sorkin. Y otra vez aquí todo el mundo es listísimo. Y hablan a la velocidad de ‘El ala oeste’ o ‘Luna nueva’ (en una película normal suele haber 90 palabras por minuto, en ‘Luna nueva’ hay 240 por minuto).Pero es cierto que, pese a las tentaciones de shondismo, hay discursos privados tan elaborados como los que podía hacer Bartlett o cualquiera de su staff. Por ejemplo, Keri Russell va siempre despeinada. Podríamos decir que las guapas pueden permitírselo. Pero en la segunda temporada, la vicepresidenta (Allison Janney) le da una lección de por qué debe peinarse. Y no vale la excusa de estar ocupada. La teoría (la querencia) de Netflix de que sus series sean hamburguesas gourmet (no foie, no caviar) se cumple aquí. Pero, vaya, también pasaba en ‘House of cards’. Que a ver si la literatura comercial va a ser la de Juan del Val y no la de Pérez-Reverte . Y otra serie totalmente diferente. Diferente de ‘La diplomática’ y diferente en general. Y tan española como ‘Poquita fe’. ‘La suerte’ (Disney +), de Paco Plaza y Pablo Guerrero. De Diana Rojo y Borja González Santaolalla. No va de toros ni de derecho penal, pero las dos cosas salen. Óscar Jaenada es un torero en decadencia. Ricardo Gómez, un taxista que prepara oposiciones. David es ajeno a lo taurino y se ve metido, porque creen que su taxi da suerte, en un mundo que no entiende (un día se pone la montera del maestro y como si hubiera matado a alguien). Mira ese universo raro como un antropólogo a los habitantes de una isla remota. La ficción no es taurina ni antitaurina. Aunque se ría de Albert Serra. No es ‘Juncal’. Ni falta que le hace. Se quedó la segunda temporada de ‘La diplomática’ más arriba que el día que dispararon a J.R. Ya está la tercera en Netflix y el primer capítulo acaba con otra sorpresa mayúscula. Keri Russell, nuestra Felicity, venía de hacer ‘The Americans’. Es como cuando Concha Velasco terminó ‘Teresa de Jesús’ e inmediatamente hizo la revista ‘El pájaro de fuego’ en TVE. Aunque no me consta que Keri Russell quisiera evitar convertirse en Chanquete, que es lo que siempre dijo Concha Velasco. ‘La diplomática’ es entretenida, divertida, con ritmo. Aspira a la superclase, pero no es la joya de ‘The Americans’. Se parece a ‘Madam Secretary’, aunque más trepidante, con frases demoledoras y toques de Shonda. Anda más cerca de eso ‘El ala oeste’. Pero tiene vocación de que se parezca. Es lo más cercano que vamos a encontrar. Y no paran de hacer gestos. En la temporada pasada, ya la vicepresidenta era Allison Janney. En la tercera, su marido es, tachán, Bradley Whitford. Alaoestazo. O sea C.J. Cregg y Josh Lyman juntos otra vez (nunca estuvieron juntos en ‘El ala oeste’, pero sí en el reparto; ella los prefería más guapos, como Mark Harmon). Tampoco extrañan estas fantasías porque la creadora de ‘La diplomática’, Debora Cahn, fue guionista en la legendaria ficción de Aaron Sorkin. Y otra vez aquí todo el mundo es listísimo. Y hablan a la velocidad de ‘El ala oeste’ o ‘Luna nueva’ (en una película normal suele haber 90 palabras por minuto, en ‘Luna nueva’ hay 240 por minuto).Pero es cierto que, pese a las tentaciones de shondismo, hay discursos privados tan elaborados como los que podía hacer Bartlett o cualquiera de su staff. Por ejemplo, Keri Russell va siempre despeinada. Podríamos decir que las guapas pueden permitírselo. Pero en la segunda temporada, la vicepresidenta (Allison Janney) le da una lección de por qué debe peinarse. Y no vale la excusa de estar ocupada. La teoría (la querencia) de Netflix de que sus series sean hamburguesas gourmet (no foie, no caviar) se cumple aquí. Pero, vaya, también pasaba en ‘House of cards’. Que a ver si la literatura comercial va a ser la de Juan del Val y no la de Pérez-Reverte . Y otra serie totalmente diferente. Diferente de ‘La diplomática’ y diferente en general. Y tan española como ‘Poquita fe’. ‘La suerte’ (Disney +), de Paco Plaza y Pablo Guerrero. De Diana Rojo y Borja González Santaolalla. No va de toros ni de derecho penal, pero las dos cosas salen. Óscar Jaenada es un torero en decadencia. Ricardo Gómez, un taxista que prepara oposiciones. David es ajeno a lo taurino y se ve metido, porque creen que su taxi da suerte, en un mundo que no entiende (un día se pone la montera del maestro y como si hubiera matado a alguien). Mira ese universo raro como un antropólogo a los habitantes de una isla remota. La ficción no es taurina ni antitaurina. Aunque se ría de Albert Serra. No es ‘Juncal’. Ni falta que le hace. Se quedó la segunda temporada de ‘La diplomática’ más arriba que el día que dispararon a J.R. Ya está la tercera en Netflix y el primer capítulo acaba con otra sorpresa mayúscula. Keri Russell, nuestra Felicity, venía de hacer ‘The Americans’. Es como cuando Concha Velasco terminó ‘Teresa de Jesús’ e inmediatamente hizo la revista ‘El pájaro de fuego’ en TVE. Aunque no me consta que Keri Russell quisiera evitar convertirse en Chanquete, que es lo que siempre dijo Concha Velasco. ‘La diplomática’ es entretenida, divertida, con ritmo. Aspira a la superclase, pero no es la joya de ‘The Americans’. Se parece a ‘Madam Secretary’, aunque más trepidante, con frases demoledoras y toques de Shonda. Anda más cerca de eso ‘El ala oeste’. Pero tiene vocación de que se parezca. Es lo más cercano que vamos a encontrar. Y no paran de hacer gestos. En la temporada pasada, ya la vicepresidenta era Allison Janney. En la tercera, su marido es, tachán, Bradley Whitford. Alaoestazo. O sea C.J. Cregg y Josh Lyman juntos otra vez (nunca estuvieron juntos en ‘El ala oeste’, pero sí en el reparto; ella los prefería más guapos, como Mark Harmon). Tampoco extrañan estas fantasías porque la creadora de ‘La diplomática’, Debora Cahn, fue guionista en la legendaria ficción de Aaron Sorkin. Y otra vez aquí todo el mundo es listísimo. Y hablan a la velocidad de ‘El ala oeste’ o ‘Luna nueva’ (en una película normal suele haber 90 palabras por minuto, en ‘Luna nueva’ hay 240 por minuto).Pero es cierto que, pese a las tentaciones de shondismo, hay discursos privados tan elaborados como los que podía hacer Bartlett o cualquiera de su staff. Por ejemplo, Keri Russell va siempre despeinada. Podríamos decir que las guapas pueden permitírselo. Pero en la segunda temporada, la vicepresidenta (Allison Janney) le da una lección de por qué debe peinarse. Y no vale la excusa de estar ocupada. La teoría (la querencia) de Netflix de que sus series sean hamburguesas gourmet (no foie, no caviar) se cumple aquí. Pero, vaya, también pasaba en ‘House of cards’. Que a ver si la literatura comercial va a ser la de Juan del Val y no la de Pérez-Reverte . Y otra serie totalmente diferente. Diferente de ‘La diplomática’ y diferente en general. Y tan española como ‘Poquita fe’. ‘La suerte’ (Disney +), de Paco Plaza y Pablo Guerrero. De Diana Rojo y Borja González Santaolalla. No va de toros ni de derecho penal, pero las dos cosas salen. Óscar Jaenada es un torero en decadencia. Ricardo Gómez, un taxista que prepara oposiciones. David es ajeno a lo taurino y se ve metido, porque creen que su taxi da suerte, en un mundo que no entiende (un día se pone la montera del maestro y como si hubiera matado a alguien). Mira ese universo raro como un antropólogo a los habitantes de una isla remota. La ficción no es taurina ni antitaurina. Aunque se ría de Albert Serra. No es ‘Juncal’. Ni falta que le hace. RSS de noticias de play
