Es ya una costumbre desde hace mucho tiempo que la cartelera de cine se ‘enriquezca’ semanalmente con una enorme cantidad de estrenos, como si el público acudiera en masa a las salas. Este fin de semana han sido nada menos que diecisiete los títulos en incorporarse a la cartelera, y la semana anterior, veinte… El optimismo y la oferta es lo único que no decae, pues además de tanto estreno, el escaparate cinematográfico apuesta además por las grandes reposiciones, por títulos que cualquiera se alegra al verlos de vuelta a las salas de cine.Esta semana está en cartelera ‘Léolo’, la insólita y conmovedora película que hizo Jean-Claude Lauzon en 1992, y este viernes llega nada menos que ‘La quimera del oro’ , obra maestra de Charles Chaplin que cumple ahora un siglo de existencia. Y aún hay que sumar ‘ Lo que quisimos ser ‘, que no es una reposición sino flamante estreno de Alejandro Agresti, el director argentino que llevaba diez años sin filmar y cuyo cine, viejo o nuevo, siempre es una hermosa reposición de su idea de hacer películas.’Léolo’ fue la segunda y última película que hizo el canadiense Jean-Claude Lauzon , que falleció muy joven y pocos años después de terminarla. Vista hoy, treinta y tres años después de su estreno, ‘Léolo’ sigue siendo la más terrible, poética, sórdida y cautivadora relación de un niño con su infancia y con su mochila genética . El surrealismo se come al hiperrealismo, y viceversa, en una descripción del mundo, del hogar, de la realidad y los sueños: «Porque sueño, no estoy loco», repite la voz en ‘off’ que acompaña los recuerdos de Léolo.Fotograma ‘Leolo’El texto de Lauzon no solo es maravilloso, de una altura poética, irónica y escatológica inalcanzable, también persigue a la imagen con voz grave, adulta, en un prodigioso acto de compañía y comprensión entre lo entrañable y lo terrible. Las descripciones familiares, abuelo, padres, hermanos…, todos tocados, como Léolo, por una hermosa suciedad física y mental. Y las descripciones, entre realidad y sueño, del amor infantil, adolescente, limpio y a la vez cochino; o del miedo, algo que se lleva pegado al nacer y que no se tapa con músculos y fuerza; o de la locura, que solo te abandona mientras o porque sueñas…, en fin, ‘Léolo’ es la vida de un niño, vista con ojos de imaginación portentosa y escuchada con voz de viejo, mientras la mejor trama musical pone la atmósfera a hervir: parece que Tom Waits hubiera hecho ‘Cold cold ground’ para estar aquí, o Gilbert Becaud, Mike Jagger, ‘Gloria’, música india, italiana, tibetana… Se sale de ‘Léolo’ avasallado, tal y como pretendió Lauzon al darle a su historia parte de la letra de ‘El valle de los avasallados’, de Réjean Ducharme , y se sale, también y en realidad, como de la infancia, a golpes, a traumas, con esquirlas de encanto y sordidez, con frases y flahses incontrolables y restos de ternuras y porquerías. Lauzon se vació en esta película y no es raro vaciarse viéndola.’Lo que quisimos ser’, de Alejandro AgrestiEl argentino Alejandro Agresti también es, en cierto modo, un director único y al que de vez en cuando le salen películas únicas. ‘ Lo que quisimos ser ‘ es una de ellas, con dos personajes, apenas cambios en la escena y con un texto tan pulido en gracia y creatividad que parece horneado en el momento. Un hombre y una mujer, desconocidos, son los únicos espectadores en una sala de cine donde ponen ‘Luna nueva’, ese regalo de Howard Hawks al mundo, y a la salida hablan de ese milagro del cine y van a tomar algo. La película es la relación entre ese hombre solitario, algo mustio pero brillante sin querer parecerlo, y una mujer también sola, con un hijo ya mayor, y con una desbordante alegría e imaginación. Beben, comen, pero sobre todo hablan e inventan: serán no ellos sino lo que siempre quisieron ser, él, astronauta, y ella, escritora… Nombres inventados, vidas inventadas y una relación tan real y hermosa entre ellos que estremece. La culpa, además de ese cine siempre en reposición de Agresti, es de los actores, Luis Rubio, con el punto exacto de sosería y habilidad para hacer su personaje grande, y ella, Eleanora Wexter, el encanto hecho actriz, una mujer que enamora desde cualquier perfil y con toda la gracia y picardía en el decir y hacer que le falta a él (al personaje, al menos). Ni es ‘Luna nueva’, ni es Howard Hawks, ni Cary Grant o Rosalind Russell, pero se está tan confortable en ‘Lo que quisimos ser’ como si lo fueran de verdad .Y por último, ‘ La quimera del oro ‘, a la que le pesa menos su siglo de vida que a cualquiera de nosotros este último minuto. Lo conserva todo y especialmente una comicidad, un talento en la construcción del ‘gag’ y una visión del ser humano, tan canalla y tan querible, que el mundo no ha dicho nada mejor en cien años acerca del oro, del hambre, de la avaricia, de la dignidad de la pobreza, de la soledad. Cine mudo que no para de hablar y con momentos fuera y dentro de esa cabaña en la nieve (el baile con los panecillos, el de los zapatos y sus cordones, el del pollo gigantesco, el vaivén en el precipicio…) que están tatuados para siempre en la memoria del cine. Es ya una costumbre desde hace mucho tiempo que la cartelera de cine se ‘enriquezca’ semanalmente con una enorme cantidad de estrenos, como si el público acudiera en masa a las salas. Este fin de semana han sido nada menos que diecisiete los títulos en incorporarse a la cartelera, y la semana anterior, veinte… El optimismo y la oferta es lo único que no decae, pues además de tanto estreno, el escaparate cinematográfico apuesta además por las grandes reposiciones, por títulos que cualquiera se alegra al verlos de vuelta a las salas de cine.Esta semana está en cartelera ‘Léolo’, la insólita y conmovedora película que hizo Jean-Claude Lauzon en 1992, y este viernes llega nada menos que ‘La quimera del oro’ , obra maestra de Charles Chaplin que cumple ahora un siglo de existencia. Y aún hay que sumar ‘ Lo que quisimos ser ‘, que no es una reposición sino flamante estreno de Alejandro Agresti, el director argentino que llevaba diez años sin filmar y cuyo cine, viejo o nuevo, siempre es una hermosa reposición de su idea de hacer películas.’Léolo’ fue la segunda y última película que hizo el canadiense Jean-Claude Lauzon , que falleció muy joven y pocos años después de terminarla. Vista hoy, treinta y tres años después de su estreno, ‘Léolo’ sigue siendo la más terrible, poética, sórdida y cautivadora relación de un niño con su infancia y con su mochila genética . El surrealismo se come al hiperrealismo, y viceversa, en una descripción del mundo, del hogar, de la realidad y los sueños: «Porque sueño, no estoy loco», repite la voz en ‘off’ que acompaña los recuerdos de Léolo.Fotograma ‘Leolo’El texto de Lauzon no solo es maravilloso, de una altura poética, irónica y escatológica inalcanzable, también persigue a la imagen con voz grave, adulta, en un prodigioso acto de compañía y comprensión entre lo entrañable y lo terrible. Las descripciones familiares, abuelo, padres, hermanos…, todos tocados, como Léolo, por una hermosa suciedad física y mental. Y las descripciones, entre realidad y sueño, del amor infantil, adolescente, limpio y a la vez cochino; o del miedo, algo que se lleva pegado al nacer y que no se tapa con músculos y fuerza; o de la locura, que solo te abandona mientras o porque sueñas…, en fin, ‘Léolo’ es la vida de un niño, vista con ojos de imaginación portentosa y escuchada con voz de viejo, mientras la mejor trama musical pone la atmósfera a hervir: parece que Tom Waits hubiera hecho ‘Cold cold ground’ para estar aquí, o Gilbert Becaud, Mike Jagger, ‘Gloria’, música india, italiana, tibetana… Se sale de ‘Léolo’ avasallado, tal y como pretendió Lauzon al darle a su historia parte de la letra de ‘El valle de los avasallados’, de Réjean Ducharme , y se sale, también y en realidad, como de la infancia, a golpes, a traumas, con esquirlas de encanto y sordidez, con frases y flahses incontrolables y restos de ternuras y porquerías. Lauzon se vació en esta película y no es raro vaciarse viéndola.’Lo que quisimos ser’, de Alejandro AgrestiEl argentino Alejandro Agresti también es, en cierto modo, un director único y al que de vez en cuando le salen películas únicas. ‘ Lo que quisimos ser ‘ es una de ellas, con dos personajes, apenas cambios en la escena y con un texto tan pulido en gracia y creatividad que parece horneado en el momento. Un hombre y una mujer, desconocidos, son los únicos espectadores en una sala de cine donde ponen ‘Luna nueva’, ese regalo de Howard Hawks al mundo, y a la salida hablan de ese milagro del cine y van a tomar algo. La película es la relación entre ese hombre solitario, algo mustio pero brillante sin querer parecerlo, y una mujer también sola, con un hijo ya mayor, y con una desbordante alegría e imaginación. Beben, comen, pero sobre todo hablan e inventan: serán no ellos sino lo que siempre quisieron ser, él, astronauta, y ella, escritora… Nombres inventados, vidas inventadas y una relación tan real y hermosa entre ellos que estremece. La culpa, además de ese cine siempre en reposición de Agresti, es de los actores, Luis Rubio, con el punto exacto de sosería y habilidad para hacer su personaje grande, y ella, Eleanora Wexter, el encanto hecho actriz, una mujer que enamora desde cualquier perfil y con toda la gracia y picardía en el decir y hacer que le falta a él (al personaje, al menos). Ni es ‘Luna nueva’, ni es Howard Hawks, ni Cary Grant o Rosalind Russell, pero se está tan confortable en ‘Lo que quisimos ser’ como si lo fueran de verdad .Y por último, ‘ La quimera del oro ‘, a la que le pesa menos su siglo de vida que a cualquiera de nosotros este último minuto. Lo conserva todo y especialmente una comicidad, un talento en la construcción del ‘gag’ y una visión del ser humano, tan canalla y tan querible, que el mundo no ha dicho nada mejor en cien años acerca del oro, del hambre, de la avaricia, de la dignidad de la pobreza, de la soledad. Cine mudo que no para de hablar y con momentos fuera y dentro de esa cabaña en la nieve (el baile con los panecillos, el de los zapatos y sus cordones, el del pollo gigantesco, el vaivén en el precipicio…) que están tatuados para siempre en la memoria del cine.
Es ya una costumbre desde hace mucho tiempo que la cartelera de cine se ‘enriquezca’ semanalmente con una enorme cantidad de estrenos, como si el público acudiera en masa a las salas. Este fin de semana han sido nada menos que diecisiete los títulos en … incorporarse a la cartelera, y la semana anterior, veinte… El optimismo y la oferta es lo único que no decae, pues además de tanto estreno, el escaparate cinematográfico apuesta además por las grandes reposiciones, por títulos que cualquiera se alegra al verlos de vuelta a las salas de cine.
Esta semana está en cartelera ‘Léolo’, la insólita y conmovedora película que hizo Jean-Claude Lauzon en 1992, y este viernes llega nada menos que ‘La quimera del oro’, obra maestra de Charles Chaplin que cumple ahora un siglo de existencia. Y aún hay que sumar ‘Lo que quisimos ser‘, que no es una reposición sino flamante estreno de Alejandro Agresti, el director argentino que llevaba diez años sin filmar y cuyo cine, viejo o nuevo, siempre es una hermosa reposición de su idea de hacer películas.
‘Léolo’ fue la segunda y última película que hizo el canadiense Jean-Claude Lauzon, que falleció muy joven y pocos años después de terminarla. Vista hoy, treinta y tres años después de su estreno, ‘Léolo’ sigue siendo la más terrible, poética, sórdida y cautivadora relación de un niño con su infancia y con su mochila genética. El surrealismo se come al hiperrealismo, y viceversa, en una descripción del mundo, del hogar, de la realidad y los sueños: «Porque sueño, no estoy loco», repite la voz en ‘off’ que acompaña los recuerdos de Léolo.
El texto de Lauzon no solo es maravilloso, de una altura poética, irónica y escatológica inalcanzable, también persigue a la imagen con voz grave, adulta, en un prodigioso acto de compañía y comprensión entre lo entrañable y lo terrible. Las descripciones familiares, abuelo, padres, hermanos…, todos tocados, como Léolo, por una hermosa suciedad física y mental. Y las descripciones, entre realidad y sueño, del amor infantil, adolescente, limpio y a la vez cochino; o del miedo, algo que se lleva pegado al nacer y que no se tapa con músculos y fuerza; o de la locura, que solo te abandona mientras o porque sueñas…, en fin, ‘Léolo’ es la vida de un niño, vista con ojos de imaginación portentosa y escuchada con voz de viejo, mientras la mejor trama musical pone la atmósfera a hervir: parece que Tom Waits hubiera hecho ‘Cold cold ground’ para estar aquí, o Gilbert Becaud, Mike Jagger, ‘Gloria’, música india, italiana, tibetana… Se sale de ‘Léolo’ avasallado, tal y como pretendió Lauzon al darle a su historia parte de la letra de ‘El valle de los avasallados’, de Réjean Ducharme, y se sale, también y en realidad, como de la infancia, a golpes, a traumas, con esquirlas de encanto y sordidez, con frases y flahses incontrolables y restos de ternuras y porquerías. Lauzon se vació en esta película y no es raro vaciarse viéndola.
‘Lo que quisimos ser’, de Alejandro Agresti
El argentino Alejandro Agresti también es, en cierto modo, un director único y al que de vez en cuando le salen películas únicas. ‘Lo que quisimos ser‘ es una de ellas, con dos personajes, apenas cambios en la escena y con un texto tan pulido en gracia y creatividad que parece horneado en el momento. Un hombre y una mujer, desconocidos, son los únicos espectadores en una sala de cine donde ponen ‘Luna nueva’, ese regalo de Howard Hawks al mundo, y a la salida hablan de ese milagro del cine y van a tomar algo. La película es la relación entre ese hombre solitario, algo mustio pero brillante sin querer parecerlo, y una mujer también sola, con un hijo ya mayor, y con una desbordante alegría e imaginación. Beben, comen, pero sobre todo hablan e inventan: serán no ellos sino lo que siempre quisieron ser, él, astronauta, y ella, escritora… Nombres inventados, vidas inventadas y una relación tan real y hermosa entre ellos que estremece. La culpa, además de ese cine siempre en reposición de Agresti, es de los actores, Luis Rubio, con el punto exacto de sosería y habilidad para hacer su personaje grande, y ella, Eleanora Wexter, el encanto hecho actriz, una mujer que enamora desde cualquier perfil y con toda la gracia y picardía en el decir y hacer que le falta a él (al personaje, al menos). Ni es ‘Luna nueva’, ni es Howard Hawks, ni Cary Grant o Rosalind Russell, pero se está tan confortable en ‘Lo que quisimos ser’ como si lo fueran de verdad.
Y por último, ‘La quimera del oro‘, a la que le pesa menos su siglo de vida que a cualquiera de nosotros este último minuto. Lo conserva todo y especialmente una comicidad, un talento en la construcción del ‘gag’ y una visión del ser humano, tan canalla y tan querible, que el mundo no ha dicho nada mejor en cien años acerca del oro, del hambre, de la avaricia, de la dignidad de la pobreza, de la soledad. Cine mudo que no para de hablar y con momentos fuera y dentro de esa cabaña en la nieve (el baile con los panecillos, el de los zapatos y sus cordones, el del pollo gigantesco, el vaivén en el precipicio…) que están tatuados para siempre en la memoria del cine.
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