En el fondo del Mar del Norte hay tan solo oscuridad, frío y un silencio que mastica el tiempo. A noventa metros bajo la superficie, el agua se vuelve espesa y absoluta, y el ser humano que se aventure a estar allí apenas sobrevive gracias a un cordón que lo ata a la superficie. En 2012, ese cordón se rompió. Chris Lemons formaba parte de un equipo de buceo encargado de reparar tuberías en un pozo petrolífero del Campo Petrolífero de Huntington, en la costa este de Escocia. Los buzos pasan semanas enteras en cámaras presurizadas, donde se come en bandejas que entran por escotillas, se comparte el mismo aire reciclado durante días y el horizonte se reduce a las paredes del cubículo… o a las profundidades del océano. Fue en este entorno extremo donde, el 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons sufrió un accidente que lo puso al borde de la muerte: mientras trabajaba en una estructura submarina, el barco al que estaba conectado su cable umbilical comenzó a desplazarse. Este se rompió al cabo de un minuto, y Lemons se quedó a solas, a noventa metros de profundidad, con apenas ocho minutos de oxígeno de emergencia. Estuvo casi cuarenta minutos bajo estas circunstancias hasta que la tripulación pudo rescatarlo. Sorprendentemente, Chris seguía con vida. El 29 de agosto llegará a los cines españoles ‘Sin oxígeno’, la película con la que el británico Alex Parkinson recrea el accidente que Lemons (Finn Cole) consigue volver a la vida después de estar 29 minutos sin poder respirar. Woody Harrelson ( ‘Los Juegos del Hambre ‘) y Simu Liu ( ‘Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos’ ) acompañan a Cole interpretando a los compañeros que consiguieron rescatar a Lemons en el accidente. Esta película es una versión cinematográfica del documental ‘Último aliento’, con el que ya en contó en 2019 la historia del buzo. Casi por casualidadA diferencia de tantos compañeros que crecieron fascinados por el océano, Lemons descubrió esta profesión casi por accidente. «En mis veinte estaba un poco perdido. Conseguí un trabajo de verano en la cubierta de un barco de apoyo al buceo y ahí descubrí este mundo, que ni siquiera sabía que existía. Me pareció una aventura, incluso heroico. Así empecé, casi por casualidad», dice Chris Lemons para ABC.Woody Harrelson, Simu Liu y Finn Cole en ‘Sin oxígeno’ vérticeLa realidad del oficio pronto matizó aquella ilusión. El buceo de saturación, una de las profesiones más exigentes y desconocidas del mundo, se parece más a la disciplina de una cárcel que a una aventura romántica. «Con el tiempo aprendí que es un trabajo muy monótono», reconoce. «Pasas semanas en cámaras de compresión, siguiendo horarios casi carcelarios: desayunas, trabajas seis horas en el fondo, vuelves, te duchas, lees un poco y a dormir. Y al día siguiente, lo mismo». El mar se convierte en rutina, en repetición maquinal. Y sin embargo, en esa monotonía acecha siempre la amenaza.El día en que todo se rompióEl 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons y su compañero Dave Yuasa trabajaban en una estructura submarina cuando las alarmas comenzaron a sonar. No era extraño: los ruidos son constantes en un barco, y lo habitual es ignorarlos. Pero aquella vez algo era distinto.El sistema de posicionamiento dinámico de la embarcación había fallado, y el barco empezó a desplazarse, arrastrando con él los cordones umbilicales que mantenían con vida a los buzos. De pronto, Lemons sintió que su cable se tensaba con una violencia insoportable. «De repente me convertí en el ancla de un barco de diez mil toneladas. Se tensó con tanta fuerza que pensé que me rompería las piernas o que me arrastraría. Al final, el umbilical se rompió y me quedé solo, en completa oscuridad, a noventa metros de profundidad». El aire de su botella de emergencia le concedía apenas ocho minutos. El barco tardaría casi cuarenta en regresar.Metraje real del accidente de Chris Lemons documental ‘último aliento’Lo sorprendente, recuerda, fue la calma. «Acepté que iba a morir», dice. La conciencia de la muerte inminente no le provocó pánico, sino una serenidad desconcertante: «Fue muy extraño tener lo que yo pensaba que eran dos o tres minutos para despedirme de la vida. Pensé en mis padres, en la casa que estaba construyendo, en todo lo que iba a perder. No sentí pánico, sino una tristeza muy profunda». Las cámaras submarinas captaron después su cuerpo inmóvil en el lecho marino. En la superficie, la tripulación lo dio por muerto, pues el reloj de oxígeno había vencido. «Imaginé cómo serían las reacciones de mis seres queridos al enterarse de mi muerte y de cómo sería la vida sin mí. Fui tranquilizándome, poco a poco, y me dormí».Sin embargo, Dave volvió a sumergirse para buscarlo. Consiguió encontrar el cuerpo y arrastrarlo de nuevo hasta la campana de buceo. Allí, Duncan Allock, el tercero del grupo, intentó reanimarle a pesar de haber estado aproximadamente media hora sin oxígeno en el cerebro. Es en ese instante que ocurrió lo inexplicable: bastaron dos respiraciones de rescate para que Chris exhalara y comenzara a respirar por sí mismo. No hubo demora ni espera dramática, como en las películas. Volvió de inmediato.Aún hoy, la ciencia no tiene una explicación completa. ¿Cómo sobrevivió más de media hora sin oxígeno? Los médicos apuntan a dos factores: la temperatura del agua, apenas cuatro grados, que redujo sus funciones vitales al mínimo, y la mezcla de gases de saturación que había oxigenado su cuerpo antes del accidente. El resto pertenece al terreno del misterio. « El hecho de que no tenga ningún daño cerebral parece un milagro. Incluso los médicos se sorprenden cuando escuchan mi caso», comenta Lemons.Tres semanas despuésLo más desconcertante fue lo que vino después. Apenas tres semanas más tarde, Chris, Dave y Duncan regresaron al mar. «Curiosamente, el accidente nos dio más confianza. Sobrevivimos a lo impensable. Creo que los que más sufrieron fueron otros miembros de la tripulación, que lo vieron desde arriba y tuvieron pesadillas durante meses. Nosotros tres, en cambio, seguimos adelante como si nada», explica Lemons con total naturalidad. Chris continuó buceando más de una década, hasta convertirse en supervisor. Hoy dedica buena parte de su tiempo a charlas motivacionales (y más aprovechando el lanzamiento del filme), aunque se resiste a endulzar su experiencia con moralejas fáciles: «No tuve una epifanía de ‘ahora disfruto cada segundo’. La vida cotidiana se impone. Pero sí soy más consciente de lo frágil que es todo. Sé que puede terminar en cualquier momento, y quizás por eso intento aprovecharlo más».En la gran pantallaPara Lemons, ver su vida en pantalla ha sido «muy surrealista». Le preocupaba, en el documental, que los buzos pudieran parecer imprudentes o temerarios. Con la película, el vértigo fue distinto: «Cuando nos dijeron que iban a hacer una película con actores de ese calibre, fue todavía más increíble. Pero lo han hecho con mucho respeto y sensibilidad. Ha sido una experiencia muy bonita».Más de una década después, Lemons habla con serenidad de aquella experiencia. No se considera un elegido ni un superviviente providencial. Lo suyo, insiste, fue «azar, biología y un poco de milagro». Pero reconoce que el episodio dejó una huella: la conciencia de la fragilidad: «La muerte puede llegar en cualquier momento, incluso cuando crees que tienes todo bajo control. Mi historia es una prueba de que la vida es frágil, pero también de que a veces ocurren milagros». El suyo ocurrió a noventa metros bajo el Mar del Norte. Allí donde la oscuridad devora el tiempo y donde lo humano parece extinguirse, un cuerpo volvió a respirar. Ahora, gracias al cine, esa historia improbable regresa a la superficie para recordarnos que, incluso en las profundidades más oscuras, la vida insiste. En el fondo del Mar del Norte hay tan solo oscuridad, frío y un silencio que mastica el tiempo. A noventa metros bajo la superficie, el agua se vuelve espesa y absoluta, y el ser humano que se aventure a estar allí apenas sobrevive gracias a un cordón que lo ata a la superficie. En 2012, ese cordón se rompió. Chris Lemons formaba parte de un equipo de buceo encargado de reparar tuberías en un pozo petrolífero del Campo Petrolífero de Huntington, en la costa este de Escocia. Los buzos pasan semanas enteras en cámaras presurizadas, donde se come en bandejas que entran por escotillas, se comparte el mismo aire reciclado durante días y el horizonte se reduce a las paredes del cubículo… o a las profundidades del océano. Fue en este entorno extremo donde, el 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons sufrió un accidente que lo puso al borde de la muerte: mientras trabajaba en una estructura submarina, el barco al que estaba conectado su cable umbilical comenzó a desplazarse. Este se rompió al cabo de un minuto, y Lemons se quedó a solas, a noventa metros de profundidad, con apenas ocho minutos de oxígeno de emergencia. Estuvo casi cuarenta minutos bajo estas circunstancias hasta que la tripulación pudo rescatarlo. Sorprendentemente, Chris seguía con vida. El 29 de agosto llegará a los cines españoles ‘Sin oxígeno’, la película con la que el británico Alex Parkinson recrea el accidente que Lemons (Finn Cole) consigue volver a la vida después de estar 29 minutos sin poder respirar. Woody Harrelson ( ‘Los Juegos del Hambre ‘) y Simu Liu ( ‘Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos’ ) acompañan a Cole interpretando a los compañeros que consiguieron rescatar a Lemons en el accidente. Esta película es una versión cinematográfica del documental ‘Último aliento’, con el que ya en contó en 2019 la historia del buzo. Casi por casualidadA diferencia de tantos compañeros que crecieron fascinados por el océano, Lemons descubrió esta profesión casi por accidente. «En mis veinte estaba un poco perdido. Conseguí un trabajo de verano en la cubierta de un barco de apoyo al buceo y ahí descubrí este mundo, que ni siquiera sabía que existía. Me pareció una aventura, incluso heroico. Así empecé, casi por casualidad», dice Chris Lemons para ABC.Woody Harrelson, Simu Liu y Finn Cole en ‘Sin oxígeno’ vérticeLa realidad del oficio pronto matizó aquella ilusión. El buceo de saturación, una de las profesiones más exigentes y desconocidas del mundo, se parece más a la disciplina de una cárcel que a una aventura romántica. «Con el tiempo aprendí que es un trabajo muy monótono», reconoce. «Pasas semanas en cámaras de compresión, siguiendo horarios casi carcelarios: desayunas, trabajas seis horas en el fondo, vuelves, te duchas, lees un poco y a dormir. Y al día siguiente, lo mismo». El mar se convierte en rutina, en repetición maquinal. Y sin embargo, en esa monotonía acecha siempre la amenaza.El día en que todo se rompióEl 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons y su compañero Dave Yuasa trabajaban en una estructura submarina cuando las alarmas comenzaron a sonar. No era extraño: los ruidos son constantes en un barco, y lo habitual es ignorarlos. Pero aquella vez algo era distinto.El sistema de posicionamiento dinámico de la embarcación había fallado, y el barco empezó a desplazarse, arrastrando con él los cordones umbilicales que mantenían con vida a los buzos. De pronto, Lemons sintió que su cable se tensaba con una violencia insoportable. «De repente me convertí en el ancla de un barco de diez mil toneladas. Se tensó con tanta fuerza que pensé que me rompería las piernas o que me arrastraría. Al final, el umbilical se rompió y me quedé solo, en completa oscuridad, a noventa metros de profundidad». El aire de su botella de emergencia le concedía apenas ocho minutos. El barco tardaría casi cuarenta en regresar.Metraje real del accidente de Chris Lemons documental ‘último aliento’Lo sorprendente, recuerda, fue la calma. «Acepté que iba a morir», dice. La conciencia de la muerte inminente no le provocó pánico, sino una serenidad desconcertante: «Fue muy extraño tener lo que yo pensaba que eran dos o tres minutos para despedirme de la vida. Pensé en mis padres, en la casa que estaba construyendo, en todo lo que iba a perder. No sentí pánico, sino una tristeza muy profunda». Las cámaras submarinas captaron después su cuerpo inmóvil en el lecho marino. En la superficie, la tripulación lo dio por muerto, pues el reloj de oxígeno había vencido. «Imaginé cómo serían las reacciones de mis seres queridos al enterarse de mi muerte y de cómo sería la vida sin mí. Fui tranquilizándome, poco a poco, y me dormí».Sin embargo, Dave volvió a sumergirse para buscarlo. Consiguió encontrar el cuerpo y arrastrarlo de nuevo hasta la campana de buceo. Allí, Duncan Allock, el tercero del grupo, intentó reanimarle a pesar de haber estado aproximadamente media hora sin oxígeno en el cerebro. Es en ese instante que ocurrió lo inexplicable: bastaron dos respiraciones de rescate para que Chris exhalara y comenzara a respirar por sí mismo. No hubo demora ni espera dramática, como en las películas. Volvió de inmediato.Aún hoy, la ciencia no tiene una explicación completa. ¿Cómo sobrevivió más de media hora sin oxígeno? Los médicos apuntan a dos factores: la temperatura del agua, apenas cuatro grados, que redujo sus funciones vitales al mínimo, y la mezcla de gases de saturación que había oxigenado su cuerpo antes del accidente. El resto pertenece al terreno del misterio. « El hecho de que no tenga ningún daño cerebral parece un milagro. Incluso los médicos se sorprenden cuando escuchan mi caso», comenta Lemons.Tres semanas despuésLo más desconcertante fue lo que vino después. Apenas tres semanas más tarde, Chris, Dave y Duncan regresaron al mar. «Curiosamente, el accidente nos dio más confianza. Sobrevivimos a lo impensable. Creo que los que más sufrieron fueron otros miembros de la tripulación, que lo vieron desde arriba y tuvieron pesadillas durante meses. Nosotros tres, en cambio, seguimos adelante como si nada», explica Lemons con total naturalidad. Chris continuó buceando más de una década, hasta convertirse en supervisor. Hoy dedica buena parte de su tiempo a charlas motivacionales (y más aprovechando el lanzamiento del filme), aunque se resiste a endulzar su experiencia con moralejas fáciles: «No tuve una epifanía de ‘ahora disfruto cada segundo’. La vida cotidiana se impone. Pero sí soy más consciente de lo frágil que es todo. Sé que puede terminar en cualquier momento, y quizás por eso intento aprovecharlo más».En la gran pantallaPara Lemons, ver su vida en pantalla ha sido «muy surrealista». Le preocupaba, en el documental, que los buzos pudieran parecer imprudentes o temerarios. Con la película, el vértigo fue distinto: «Cuando nos dijeron que iban a hacer una película con actores de ese calibre, fue todavía más increíble. Pero lo han hecho con mucho respeto y sensibilidad. Ha sido una experiencia muy bonita».Más de una década después, Lemons habla con serenidad de aquella experiencia. No se considera un elegido ni un superviviente providencial. Lo suyo, insiste, fue «azar, biología y un poco de milagro». Pero reconoce que el episodio dejó una huella: la conciencia de la fragilidad: «La muerte puede llegar en cualquier momento, incluso cuando crees que tienes todo bajo control. Mi historia es una prueba de que la vida es frágil, pero también de que a veces ocurren milagros». El suyo ocurrió a noventa metros bajo el Mar del Norte. Allí donde la oscuridad devora el tiempo y donde lo humano parece extinguirse, un cuerpo volvió a respirar. Ahora, gracias al cine, esa historia improbable regresa a la superficie para recordarnos que, incluso en las profundidades más oscuras, la vida insiste.
En el fondo del Mar del Norte hay tan solo oscuridad, frío y un silencio que mastica el tiempo. A noventa metros bajo la superficie, el agua se vuelve espesa y absoluta, y el ser humano que se aventure a estar allí apenas sobrevive gracias a un cordón que lo ata a la superficie. En 2012, ese cordón se rompió.
Chris Lemons formaba parte de un equipo de buceo encargado de reparar tuberías en un pozo petrolífero del Campo Petrolífero de Huntington, en la costa este de Escocia. Los buzos pasan semanas enteras en cámaras presurizadas, donde se come en bandejas que entran por escotillas, se comparte el mismo aire reciclado durante días y el horizonte se reduce a las paredes del cubículo… o a las profundidades del océano.
Fue en este entorno extremo donde, el 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons sufrió un accidente que lo puso al borde de la muerte: mientras trabajaba en una estructura submarina, el barco al que estaba conectado su cable umbilical comenzó a desplazarse. Este se rompió al cabo de un minuto, y Lemons se quedó a solas, a noventa metros de profundidad, con apenas ocho minutos de oxígeno de emergencia. Estuvo casi cuarenta minutos bajo estas circunstancias hasta que la tripulación pudo rescatarlo. Sorprendentemente, Chris seguía con vida.
El 29 de agosto llegará a los cines españoles ‘Sin oxígeno’, la película con la que el británico Alex Parkinson recrea el accidente que Lemons (Finn Cole) consigue volver a la vida después de estar 29 minutos sin poder respirar. Woody Harrelson (‘Los Juegos del Hambre‘) y Simu Liu (‘Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos’) acompañan a Cole interpretando a los compañeros que consiguieron rescatar a Lemons en el accidente. Esta película es una versión cinematográfica del documental ‘Último aliento’, con el que ya en contó en 2019 la historia del buzo.
Casi por casualidad
A diferencia de tantos compañeros que crecieron fascinados por el océano, Lemons descubrió esta profesión casi por accidente. «En mis veinte estaba un poco perdido. Conseguí un trabajo de verano en la cubierta de un barco de apoyo al buceo y ahí descubrí este mundo, que ni siquiera sabía que existía. Me pareció una aventura, incluso heroico. Así empecé, casi por casualidad», dice Chris Lemons para ABC.
vértice
La realidad del oficio pronto matizó aquella ilusión. El buceo de saturación, una de las profesiones más exigentes y desconocidas del mundo, se parece más a la disciplina de una cárcel que a una aventura romántica. «Con el tiempo aprendí que es un trabajo muy monótono», reconoce. «Pasas semanas en cámaras de compresión, siguiendo horarios casi carcelarios: desayunas, trabajas seis horas en el fondo, vuelves, te duchas, lees un poco y a dormir. Y al día siguiente, lo mismo». El mar se convierte en rutina, en repetición maquinal. Y sin embargo, en esa monotonía acecha siempre la amenaza.
El día en que todo se rompió
El 18 de septiembre de 2012, Chris Lemons y su compañero Dave Yuasa trabajaban en una estructura submarina cuando las alarmas comenzaron a sonar. No era extraño: los ruidos son constantes en un barco, y lo habitual es ignorarlos. Pero aquella vez algo era distinto.
El sistema de posicionamiento dinámico de la embarcación había fallado, y el barco empezó a desplazarse, arrastrando con él los cordones umbilicales que mantenían con vida a los buzos. De pronto, Lemons sintió que su cable se tensaba con una violencia insoportable. «De repente me convertí en el ancla de un barco de diez mil toneladas. Se tensó con tanta fuerza que pensé que me rompería las piernas o que me arrastraría. Al final, el umbilical se rompió y me quedé solo, en completa oscuridad, a noventa metros de profundidad». El aire de su botella de emergencia le concedía apenas ocho minutos. El barco tardaría casi cuarenta en regresar.
documental ‘último aliento’
Lo sorprendente, recuerda, fue la calma. «Acepté que iba a morir», dice. La conciencia de la muerte inminente no le provocó pánico, sino una serenidad desconcertante: «Fue muy extraño tener lo que yo pensaba que eran dos o tres minutos para despedirme de la vida. Pensé en mis padres, en la casa que estaba construyendo, en todo lo que iba a perder. No sentí pánico, sino una tristeza muy profunda». Las cámaras submarinas captaron después su cuerpo inmóvil en el lecho marino. En la superficie, la tripulación lo dio por muerto, pues el reloj de oxígeno había vencido. «Imaginé cómo serían las reacciones de mis seres queridos al enterarse de mi muerte y de cómo sería la vida sin mí. Fui tranquilizándome, poco a poco, y me dormí».
Sin embargo, Dave volvió a sumergirse para buscarlo. Consiguió encontrar el cuerpo y arrastrarlo de nuevo hasta la campana de buceo. Allí, Duncan Allock, el tercero del grupo, intentó reanimarle a pesar de haber estado aproximadamente media hora sin oxígeno en el cerebro. Es en ese instante que ocurrió lo inexplicable: bastaron dos respiraciones de rescate para que Chris exhalara y comenzara a respirar por sí mismo. No hubo demora ni espera dramática, como en las películas. Volvió de inmediato.
Aún hoy, la ciencia no tiene una explicación completa. ¿Cómo sobrevivió más de media hora sin oxígeno? Los médicos apuntan a dos factores: la temperatura del agua, apenas cuatro grados, que redujo sus funciones vitales al mínimo, y la mezcla de gases de saturación que había oxigenado su cuerpo antes del accidente. El resto pertenece al terreno del misterio. «El hecho de que no tenga ningún daño cerebral parece un milagro. Incluso los médicos se sorprenden cuando escuchan mi caso», comenta Lemons.
Tres semanas después
Lo más desconcertante fue lo que vino después. Apenas tres semanas más tarde, Chris, Dave y Duncan regresaron al mar. «Curiosamente, el accidente nos dio más confianza. Sobrevivimos a lo impensable. Creo que los que más sufrieron fueron otros miembros de la tripulación, que lo vieron desde arriba y tuvieron pesadillas durante meses. Nosotros tres, en cambio, seguimos adelante como si nada», explica Lemons con total naturalidad.
Chris continuó buceando más de una década, hasta convertirse en supervisor. Hoy dedica buena parte de su tiempo a charlas motivacionales (y más aprovechando el lanzamiento del filme), aunque se resiste a endulzar su experiencia con moralejas fáciles: «No tuve una epifanía de ‘ahora disfruto cada segundo’. La vida cotidiana se impone. Pero sí soy más consciente de lo frágil que es todo. Sé que puede terminar en cualquier momento, y quizás por eso intento aprovecharlo más».
En la gran pantalla
Para Lemons, ver su vida en pantalla ha sido «muy surrealista». Le preocupaba, en el documental, que los buzos pudieran parecer imprudentes o temerarios. Con la película, el vértigo fue distinto: «Cuando nos dijeron que iban a hacer una película con actores de ese calibre, fue todavía más increíble. Pero lo han hecho con mucho respeto y sensibilidad. Ha sido una experiencia muy bonita».
Más de una década después, Lemons habla con serenidad de aquella experiencia. No se considera un elegido ni un superviviente providencial. Lo suyo, insiste, fue «azar, biología y un poco de milagro». Pero reconoce que el episodio dejó una huella: la conciencia de la fragilidad: «La muerte puede llegar en cualquier momento, incluso cuando crees que tienes todo bajo control. Mi historia es una prueba de que la vida es frágil, pero también de que a veces ocurren milagros».
El suyo ocurrió a noventa metros bajo el Mar del Norte. Allí donde la oscuridad devora el tiempo y donde lo humano parece extinguirse, un cuerpo volvió a respirar. Ahora, gracias al cine, esa historia improbable regresa a la superficie para recordarnos que, incluso en las profundidades más oscuras, la vida insiste.
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