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  Literatura  ‘Adiós, Tánger’: la maldición de ‘la mujer con un hombre dentro mirando a una mujer’
Literatura

‘Adiós, Tánger’: la maldición de ‘la mujer con un hombre dentro mirando a una mujer’

21 de abril de 2025
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A Salma El Moumni no le hacía falta saber que, de media, las mujeres piensan en cómo exponen su cuerpo a los demás unas ocho veces cada cinco minutos. Ella ya lo hacía desde adolescente, cuando las niñas dejan de serlo y aprenden a vestirse y maquillarse para ser deseadas o para que se las tome en serio. Lo que sí ignoraba esta escritora marroquí es que no era la única imaginando cómo era percibida. El clic le llegó con Brainwashed, el documental de 2022 de Nina Menkes sobre la influencia de la mirada masculina en el cine. “Fue ver a una estudiante contar que hasta cuando se duchaba pensaba en cómo sería vista desde fuera y entender que mi hipervigilancia era algo universal”, explica en la terraza de la librería Finestres de Barcelona la última tarde de marzo. De eso mismo, de la eterna maldición de la mujer con un hombre dentro mirando a una mujer, va su primera novela, Adiós, Tanger. El texto, finalista del premio Médicis y Premio France Culture des Étudiants en 2023, lo ha traducido ahora Palmira Feixas del francés al castellano para la editorial Sexto Piso.

A sus 26 años, esta escritora criada en Tánger e instalada en París ha debutado con un crudo monólogo en el que una veinteañera desubicada explora los estragos de la mirada masculina, la vergüenza y los prejuicios raciales en las migraciones. “Quería dar voz a una mujer silenciada socialmente. Cuando crecemos, confundimos la idea de libertad con el silencio. El precio de vivir libremente es no poder hablar claro: hemos de ser discretas, calladitas, invisibles. Quería descubrir qué pasa cuando una mujer decide no callarse. Cuando habla y habla durante 123 páginas”, apunta la autora. Lo que ocurre, como pueden imaginar, no es nada complaciente.

Mirada masculina y mirada colonial

En Adiós, Tanger, Alia es una veinteañera bisexual que ha huido de Tánger a Francia con la excusa de la universidad después de que sus fotos íntimas se filtraran en una cuenta anónima de Instagram. Si Alia se había fotografiado a sí misma desnuda en su habitación en su último año de instituto, solo para sus ojos, era por la intriga que le despertaba su cuerpo. Necesitaba comprobar cómo era percibida desde fuera. Entender por qué su figura perturbaba tanto a los hombres que la asediaban con su mirada por la calle, por qué le silbaban y le decían que “buscaba problemas” aunque siempre caminase cabizbaja o con sudaderas anchas. Aterrorizada por la vergüenza de sus padres accediendo a esas fotos filtradas, angustiada por la pena de cárcel que estipula el artículo del código penal marroquí sobre “la ofensa pública al pudor” de los cuerpos desnudos, Alia huye a Lyon, escenario desde el que rememora a los pocos años todo lo vivido: las fotos, la culpa, la mochila de la moral familiar.

La cosificación que vivía en las calles de su ciudad también la perseguirá en Europa, donde el racismo golpea doble y siente que “ni es de los magrebíes de Francia ni de los blancos de Francia”. “Allí, la categoría más buscada en Pornhub es ‘beurette’, un término peyorativo del argot para designar a las jóvenes francesas de padres magrebíes. En España, ‘morita’ es lo más parecido. Si quería escribir sobre esto en el libro es porque es un poco intraducible, es un fetiche muy específico. La sola palabra me produce arcadas”, aclara.

Su novela también busca desmontar otra mirada cosificadora: la visión colonial y romantizada de Tánger. El Moumni enmienda la postal que la convierte en un parque hedonista para los hombres y mujeres del norte global. “Este Tánger no tiene nada que ver con el de la generación beat, el de los Rolling Stones y todos esos autores americanos y europeos que la han exotizado como un paraíso de libertad en el que pillar drogas y acostarse con gente joven. Me irrita mucho esa mirada”, aclara. En su texto, esa herencia la encarna Quentin, un adolescente pijo francés instalado por negocios familiares en Tánger con el que Alia mantendrá una relación abusiva en el instituto, un crío que se sabe impune porque su vida en Marruecos “no es más que un paréntesis” por su condición de expat. “Alia y Quentin no podrán ser iguales o tener una relación neutral, no solo por cuestión de género o raza, sino por el peso histórico de sus identidades. Por mucho que lo intenten, la realidad y el poder simbólico entre Francia y Marruecos siempre se impone”, aclara la autora.

El giro disociativo

“Incluso fingir que no estás satisfaciendo fantasías masculinas es una fantasía masculina”, sentenció Margaret Atwood en La novia ladrona (Ediciones B, 1996) a propósito del estigma patriarcal que ha convertido a las mujeres en su propio vouyeur. El Soumni no es la primera ni la última que escribe sobre el influjo de la mirada masculina, pero sí le aporta un interesantísimo giro interseccional en la disociación femenina. Uno que amplía horizontes e interseccionalidad respecto a todo lo que habíamos leído o visto. Veinte años antes de que naciera la marroquí, John Berger ya la definió a través de la publicidad y el arte en Modos de ver (“Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas”) y la teórica Laura Mulvey lo amplió en Placer visual y cine narrativo, un ensayo donde probó que la mirada masculina del cine era la única hasta la fecha, culpable de haber “deformado” nuestra visión de lo erótico. Ese texto, precisamente, es el que sirvió de base teórica para Brainwashed, el documental que tanto impactó a la autora marroquí.

L’Avventura (1960) // The White Lotus (2022):

Aubrey Plaza stepping into Monica Vitti’s shoes. We love an Antonioni reference. pic.twitter.com/I6PRx19jZg

— Same Name On 🟦☁️ (@HunseckerProxy) November 14, 2022

Aunque la provocadora Nancy Huston tiró de esencialismo al afrontar el asunto en la polémica Reflejos en el ojo de un hombre (Galaxia Gutenberg, 2013) y la segunda temporada de The White Lotus fetichizó el acoso callejero mostrando al personaje de Aubrey Plaza igual de indefensa que el de Monica Vitti en La aventura de Antonioni, lo interesante de El Soumni y otras autoras del presente es la profundidad con la que exploran la disociación femenina. Cat Person, el cuento de Kristen Roupenian sobre un encuentro sexual en el que la protagonista se veía a sí misma manteniendo relaciones desde el techo, provocó un pico de visitas nunca visto en The New Yorker por la identificación que despertó esa escena y hasta se llevó al cine con más pena que gloria. En España, la investigadora Núria Gómez Gabriel ha provocado un fenómeno nicho y de culto con Traumacore: crónicas de una disociación feminista (Cielo Santo, 2023), donde tipifica a una generación de mujeres desquiciadas que van por la vida “haciendo como si nada”, disociadas, pero siempre paranoicas por cómo serán percibidas. Una de las consecuencias, según Gómez Gabriel, de haber sido educadas para ser mujeres siempre fuertes, empoderadas y hechas a sí mismas.

Si tanta teoría sabemos desde hace décadas, ¿por qué las jóvenes de hoy siguen siendo esclavas y sargentos de su hipervigilancia, siempre buscando el mejor perfil para la cámara imaginaria que nunca deja de grabarlas? El Moumni no tiene respuestas. “Quiero pensar que con la edad desaparecerá ese autocontrol”, dice. Con lo que sí está encantada es con una de las reacciones a su texto: “Es increíble lo turbador que resulta para los hombres, mis amigos ignoraban lo amenazante que es la experiencia femenina. Ha sido una lectura incómoda para ellos. Me encanta. Eso, precisamente, es lo que buscaba”.

Portada de 'Adiós, Tánger', de Salma El Moumni. Con traducción de Palmira Feixas para Sexto Piso.

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A sus 26 años, esta escritora criada en Tánger e instalada en París ha debutado con un crudo monólogo en el que una veinteañera desubicada explora los estragos de la mirada masculina, la vergüenza y los prejuicios raciales en las migraciones. “Quería dar voz a una mujer silenciada socialmente. Cuando crecemos, confundimos la idea de libertad con el silencio. El precio de vivir libremente es no poder hablar claro: hemos de ser discretas, calladitas, invisibles. Quería descubrir qué pasa cuando una mujer decide no callarse. Cuando habla y habla durante 123 páginas”, apunta la autora. Lo que ocurre, como pueden imaginar, no es nada complaciente.

Mirada masculina y mirada colonial

En Adiós, Tanger, Alia es una veinteañera bisexual que ha huido de Tánger a Francia con la excusa de la universidad después de que sus fotos íntimas se filtraran en una cuenta anónima de Instagram. Si Alia se había fotografiado a sí misma desnuda en su habitación en su último año de instituto, solo para sus ojos, era por la intriga que le despertaba su cuerpo. Necesitaba comprobar cómo era percibida desde fuera. Entender por qué su figura perturbaba tanto a los hombres que la asediaban con su mirada por la calle, por qué le silbaban y le decían que “buscaba problemas” aunque siempre caminase cabizbaja o con sudaderas anchas. Aterrorizada por la vergüenza de sus padres accediendo a esas fotos filtradas, angustiada por la pena de cárcel que estipula el artículo del código penal marroquí sobre “la ofensa pública al pudor” de los cuerpos desnudos, Alia huye a Lyon, escenario desde el que rememora a los pocos años todo lo vivido: las fotos, la culpa, la mochila de la moral familiar.

La cosificación que vivía en las calles de su ciudad también la perseguirá en Europa, donde el racismo golpea doble y siente que “ni es de los magrebíes de Francia ni de los blancos de Francia”. “Allí, la categoría más buscada en Pornhub es ‘beurette’, un término peyorativo del argot para designar a las jóvenes francesas de padres magrebíes. En España, ‘morita’ es lo más parecido. Si quería escribir sobre esto en el libro es porque es un poco intraducible, es un fetiche muy específico. La sola palabra me produce arcadas”, aclara.

Su novela también busca desmontar otra mirada cosificadora: la visión colonial y romantizada de Tánger. El Moumni enmienda la postal que la convierte en un parque hedonista para los hombres y mujeres del norte global. “Este Tánger no tiene nada que ver con el de la generación beat, el de los Rolling Stones y todos esos autores americanos y europeos que la han exotizado como un paraíso de libertad en el que pillar drogas y acostarse con gente joven. Me irrita mucho esa mirada”, aclara. En su texto, esa herencia la encarna Quentin, un adolescente pijo francés instalado por negocios familiares en Tánger con el que Alia mantendrá una relación abusiva en el instituto, un crío que se sabe impune porque su vida en Marruecos “no es más que un paréntesis” por su condición de expat. “Alia y Quentin no podrán ser iguales o tener una relación neutral, no solo por cuestión de género o raza, sino por el peso histórico de sus identidades. Por mucho que lo intenten, la realidad y el poder simbólico entre Francia y Marruecos siempre se impone”, aclara la autora.

El giro disociativo

“Incluso fingir que no estás satisfaciendo fantasías masculinas es una fantasía masculina”, sentenció Margaret Atwood en La novia ladrona (Ediciones B, 1996) a propósito del estigma patriarcal que ha convertido a las mujeres en su propio vouyeur. El Soumni no es la primera ni la última que escribe sobre el influjo de la mirada masculina, pero sí le aporta un interesantísimo giro interseccional en la disociación femenina. Uno que amplía horizontes e interseccionalidad respecto a todo lo que habíamos leído o visto. Veinte años antes de que naciera la marroquí, John Berger ya la definió a través de la publicidad y el arte en Modos de ver (“Los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se contemplan a sí mismas mientras son miradas”) y la teórica Laura Mulvey lo amplió en Placer visual y cine narrativo, un ensayo donde probó que la mirada masculina del cine era la única hasta la fecha, culpable de haber “deformado” nuestra visión de lo erótico. Ese texto, precisamente, es el que sirvió de base teórica para Brainwashed, el documental que tanto impactó a la autora marroquí.

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— Same Name On 🟦☁️ (@HunseckerProxy) November 14, 2022

Aunque la provocadora Nancy Huston tiró de esencialismo al afrontar el asunto en la polémica Reflejos en el ojo de un hombre (Galaxia Gutenberg, 2013) y la segunda temporada de The White Lotus fetichizó el acoso callejero mostrando al personaje de Aubrey Plaza igual de indefensa que el de Monica Vitti en La aventura de Antonioni, lo interesante de El Soumni y otras autoras del presente es la profundidad con la que exploran la disociación femenina. Cat Person, el cuento de Kristen Roupenian sobre un encuentro sexual en el que la protagonista se veía a sí misma manteniendo relaciones desde el techo, provocó un pico de visitas nunca visto en The New Yorker por la identificación que despertó esa escena y hasta se llevó al cine con más pena que gloria. En España, la investigadora Núria Gómez Gabriel ha provocado un fenómeno nicho y de culto con Traumacore: crónicas de una disociación feminista (Cielo Santo, 2023), donde tipifica a una generación de mujeres desquiciadas que van por la vida “haciendo como si nada”, disociadas, pero siempre paranoicas por cómo serán percibidas. Una de las consecuencias, según Gómez Gabriel, de haber sido educadas para ser mujeres siempre fuertes, empoderadas y hechas a sí mismas.

Si tanta teoría sabemos desde hace décadas, ¿por qué las jóvenes de hoy siguen siendo esclavas y sargentos de su hipervigilancia, siempre buscando el mejor perfil para la cámara imaginaria que nunca deja de grabarlas? El Moumni no tiene respuestas. “Quiero pensar que con la edad desaparecerá ese autocontrol”, dice. Con lo que sí está encantada es con una de las reacciones a su texto: “Es increíble lo turbador que resulta para los hombres, mis amigos ignoraban lo amenazante que es la experiencia femenina. Ha sido una lectura incómoda para ellos. Me encanta. Eso, precisamente, es lo que buscaba”.

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