El tiempo es relativo en la pantalla pero absoluto en los zarpazos de las fechas en la vida real. Entre la invención del cine y el estreno de ‘ Psicosis ‘ habían pasado 65 años, que son los mismos que ahora cumple el clásico de Alfred Hitchcock . Los ‘ Tiempos modernos ‘ de Chaplin y ‘ El Padrino ‘ de Coppola se llevan 36 años, que es la misma distancia que hay entre este número de ABC Cultural y el estreno de ‘ Terminator II ‘. Para alguien nacido en los años 90, el ‘ Dersu Uzala ‘ de Akira Kurosawa sonaba a prehistoria, y sin embargo estaba más ‘pegado’ a su generación (se estrenó en 1975) que películas que ahora suenan a ‘modernas’, como ‘Trainspotting’, ‘Forrest Gump’ o ‘Pulp Fiction’ , que celebran 30 años.O quizá todo esto sea absurdo, una sensación de los ‘millennial’, esa generación que para algunos pensadores no es más que la que continuó pavimentando el camino de los ‘boomers’. Pero ¡ay! los Z, ahí la quiebra es total. Una persona de 35 años está más cerca culturalmente de uno de 60 que de uno de 18. No hay vasos comunicantes, los ídolos de unos son anónimos para otros, las estrellas surgen de lugares insospechados, los medios de comunicación se enteran menos de lo que ocurre en las calles que los padres de los adolescentes. Y sí, siempre estuvo la sensación de que lo nuevo, lo joven, había nacido para cambiarlo todo y ningún adulto entendía cómo había pasado: el rock, el punk o la electrónica en música; las nuevas olas, los indies de después en el cine; los ‘ fanzines ‘, los primeros chats del protointernet en las formas de comunicarse… Pero al final el sistema absorbía todo lo contracultural, todo lo que surgía a la ribera del ‘establishment’: un Grammy de honor en la vitrina de The Clash , Spike Lee insultando a Hollywood desde la primera fila del Madison Square Garden y la ‘New Musical Express’ promocionando la última serie de la corporación de Jeff Bezos. Noticia Relacionada reportaje Si ‘Adolescencia’, el brutal retrato que incomoda a la sociedad y aplaude la crítica Ivannia Salazar | Corresponsal en londres O quizá todo sea un absurdo, la sensación de quien de pronto se cruza la rebeca y se ajusta las gafas para mirar con distancia no irónica a cualquier cosa que venga de los Z , esa generación criada en las redes de internet y madurada en un confinamiento que cerró las puertas de las habitaciones de las casas familiares y abrió ventanas a páginas web donde el mundo incomprensible se explicaba de manera muy sencilla, según el gusto ideológico de cada cual.IncomunicaciónLos pensamientos circulares que nacen de la aproximación a ‘ Adolescencia ‘, la serie de moda que ha hecho que Netflix recupere una brizna de prestigio entre tanta serie algorítmica, invitan a una definición rápida de los chavales de hoy. También de sus padres. Puertas cerradas, incomunicación, Andrew Tate como ejemplo de masculinidad, rabia generacional, redes sociales, acoso de todo tipo… La solución está en esa escena de la furgoneta, cuando la madre le pide a la hermana del niño protagonista que ponga ‘Take on me ‘ y le tiene que deletrear el nombre del grupo. Suena A-ha y todo parece ir bien. La grieta generacional se cierra. La niña descubre que sus padres fueron jóvenes a través de sus canciones y el mundo tiene sentido al menos durante un segundo . Felices sin móviles. Arriba, los chavales de ‘Trainspotting’, echando unas copas antes de pincharse heroína, sonríen felices sin móviles en 1995. Abajo, Forrest Gump y su amigo Bubba, de paseo por Vietnam sin la presión de las redes sociales. En la última imagen: el hijo del policía de ‘Adolescencia’ pasando un mal rato en Instagram.Un ‘millennial’ descubría a Tarantino en la tele del salón donde el abuelo veía a John Ford a la hora de la siesta o el ‘Tómbola’ por la noche . En los coches, si la familia era de derechas, se ponía el cassette de Julio Iglesias o de Luis Eduardo Aute si votaron a Felipe González. El adolescente, sin cinturón ni escapatoria, se aguantaba en el asiento de atrás con la promesa de poder poner la película de Disney que todos los demás verían después. Una cultura común, sin necesidad de ley de derechos culturales. Ahora las sillas infantiles tienen cuatro anclajes, y los cascos, cancelación de ruido para que no se filtre ni una sola referencia adulta. No es caer en la nostalgia, como hacía Borja Cobeaga en ‘No me gusta conducir’ , donde el viejo coche del padre, ese que durante años cogió polvo en el garaje, hacía recuperar al cuarentón de Juan Diego Botto una especie de confianza perdida. Noticia Relacionada reportaje Si Borja Cobeaga: «Siempre he visto el humor como una venganza contra la realidad y un arma de relativización total» Fernando MuñozNo ha habido jamás una adolescencia sin riesgos: en internet ahora, en las tribus urbanas antes, en las jeringuillas de los parques más atrás… Y así hasta que la adolescencia duraba el segundo exacto en el que los niños y niñas se convertían en adultos de golpe para ponerse a trabajar. El cine lo ha contado con extrema precisión a lo largo de sus 130 años de vida y ahora las series lo amplían para unos padres asustados ante el reflejo de la pantalla. Lo importante, en realidad, es que la cultura sirva para tapiar esas grietas. Para mostrar, al fin y al cabo, lo ciegos que estamos cuando queremos volvernos sordos y dejar de oír a nuestros hijos poniéndoles una pantalla en las manos. El tiempo es relativo en la pantalla pero absoluto en los zarpazos de las fechas en la vida real. Entre la invención del cine y el estreno de ‘ Psicosis ‘ habían pasado 65 años, que son los mismos que ahora cumple el clásico de Alfred Hitchcock . Los ‘ Tiempos modernos ‘ de Chaplin y ‘ El Padrino ‘ de Coppola se llevan 36 años, que es la misma distancia que hay entre este número de ABC Cultural y el estreno de ‘ Terminator II ‘. Para alguien nacido en los años 90, el ‘ Dersu Uzala ‘ de Akira Kurosawa sonaba a prehistoria, y sin embargo estaba más ‘pegado’ a su generación (se estrenó en 1975) que películas que ahora suenan a ‘modernas’, como ‘Trainspotting’, ‘Forrest Gump’ o ‘Pulp Fiction’ , que celebran 30 años.O quizá todo esto sea absurdo, una sensación de los ‘millennial’, esa generación que para algunos pensadores no es más que la que continuó pavimentando el camino de los ‘boomers’. Pero ¡ay! los Z, ahí la quiebra es total. Una persona de 35 años está más cerca culturalmente de uno de 60 que de uno de 18. No hay vasos comunicantes, los ídolos de unos son anónimos para otros, las estrellas surgen de lugares insospechados, los medios de comunicación se enteran menos de lo que ocurre en las calles que los padres de los adolescentes. Y sí, siempre estuvo la sensación de que lo nuevo, lo joven, había nacido para cambiarlo todo y ningún adulto entendía cómo había pasado: el rock, el punk o la electrónica en música; las nuevas olas, los indies de después en el cine; los ‘ fanzines ‘, los primeros chats del protointernet en las formas de comunicarse… Pero al final el sistema absorbía todo lo contracultural, todo lo que surgía a la ribera del ‘establishment’: un Grammy de honor en la vitrina de The Clash , Spike Lee insultando a Hollywood desde la primera fila del Madison Square Garden y la ‘New Musical Express’ promocionando la última serie de la corporación de Jeff Bezos. Noticia Relacionada reportaje Si ‘Adolescencia’, el brutal retrato que incomoda a la sociedad y aplaude la crítica Ivannia Salazar | Corresponsal en londres O quizá todo sea un absurdo, la sensación de quien de pronto se cruza la rebeca y se ajusta las gafas para mirar con distancia no irónica a cualquier cosa que venga de los Z , esa generación criada en las redes de internet y madurada en un confinamiento que cerró las puertas de las habitaciones de las casas familiares y abrió ventanas a páginas web donde el mundo incomprensible se explicaba de manera muy sencilla, según el gusto ideológico de cada cual.IncomunicaciónLos pensamientos circulares que nacen de la aproximación a ‘ Adolescencia ‘, la serie de moda que ha hecho que Netflix recupere una brizna de prestigio entre tanta serie algorítmica, invitan a una definición rápida de los chavales de hoy. También de sus padres. Puertas cerradas, incomunicación, Andrew Tate como ejemplo de masculinidad, rabia generacional, redes sociales, acoso de todo tipo… La solución está en esa escena de la furgoneta, cuando la madre le pide a la hermana del niño protagonista que ponga ‘Take on me ‘ y le tiene que deletrear el nombre del grupo. Suena A-ha y todo parece ir bien. La grieta generacional se cierra. La niña descubre que sus padres fueron jóvenes a través de sus canciones y el mundo tiene sentido al menos durante un segundo . Felices sin móviles. Arriba, los chavales de ‘Trainspotting’, echando unas copas antes de pincharse heroína, sonríen felices sin móviles en 1995. Abajo, Forrest Gump y su amigo Bubba, de paseo por Vietnam sin la presión de las redes sociales. En la última imagen: el hijo del policía de ‘Adolescencia’ pasando un mal rato en Instagram.Un ‘millennial’ descubría a Tarantino en la tele del salón donde el abuelo veía a John Ford a la hora de la siesta o el ‘Tómbola’ por la noche . En los coches, si la familia era de derechas, se ponía el cassette de Julio Iglesias o de Luis Eduardo Aute si votaron a Felipe González. El adolescente, sin cinturón ni escapatoria, se aguantaba en el asiento de atrás con la promesa de poder poner la película de Disney que todos los demás verían después. Una cultura común, sin necesidad de ley de derechos culturales. Ahora las sillas infantiles tienen cuatro anclajes, y los cascos, cancelación de ruido para que no se filtre ni una sola referencia adulta. No es caer en la nostalgia, como hacía Borja Cobeaga en ‘No me gusta conducir’ , donde el viejo coche del padre, ese que durante años cogió polvo en el garaje, hacía recuperar al cuarentón de Juan Diego Botto una especie de confianza perdida. Noticia Relacionada reportaje Si Borja Cobeaga: «Siempre he visto el humor como una venganza contra la realidad y un arma de relativización total» Fernando MuñozNo ha habido jamás una adolescencia sin riesgos: en internet ahora, en las tribus urbanas antes, en las jeringuillas de los parques más atrás… Y así hasta que la adolescencia duraba el segundo exacto en el que los niños y niñas se convertían en adultos de golpe para ponerse a trabajar. El cine lo ha contado con extrema precisión a lo largo de sus 130 años de vida y ahora las series lo amplían para unos padres asustados ante el reflejo de la pantalla. Lo importante, en realidad, es que la cultura sirva para tapiar esas grietas. Para mostrar, al fin y al cabo, lo ciegos que estamos cuando queremos volvernos sordos y dejar de oír a nuestros hijos poniéndoles una pantalla en las manos.
El tiempo es relativo en la pantalla pero absoluto en los zarpazos de las fechas en la vida real. Entre la invención del cine y el estreno de ‘Psicosis‘ habían pasado 65 años, que son los mismos que ahora cumple el clásico de … Alfred Hitchcock. Los ‘Tiempos modernos‘ de Chaplin y ‘El Padrino‘ de Coppola se llevan 36 años, que es la misma distancia que hay entre este número de ABC Cultural y el estreno de ‘Terminator II‘. Para alguien nacido en los años 90, el ‘Dersu Uzala‘ de Akira Kurosawa sonaba a prehistoria, y sin embargo estaba más ‘pegado’ a su generación (se estrenó en 1975) que películas que ahora suenan a ‘modernas’, como ‘Trainspotting’, ‘Forrest Gump’ o ‘Pulp Fiction’, que celebran 30 años.
O quizá todo esto sea absurdo, una sensación de los ‘millennial’, esa generación que para algunos pensadores no es más que la que continuó pavimentando el camino de los ‘boomers’. Pero ¡ay! los Z, ahí la quiebra es total. Una persona de 35 años está más cerca culturalmente de uno de 60 que de uno de 18. No hay vasos comunicantes, los ídolos de unos son anónimos para otros, las estrellas surgen de lugares insospechados, los medios de comunicación se enteran menos de lo que ocurre en las calles que los padres de los adolescentes. Y sí, siempre estuvo la sensación de que lo nuevo, lo joven, había nacido para cambiarlo todo y ningún adulto entendía cómo había pasado: el rock, el punk o la electrónica en música; las nuevas olas, los indies de después en el cine; los ‘fanzines‘, los primeros chats del protointernet en las formas de comunicarse… Pero al final el sistema absorbía todo lo contracultural, todo lo que surgía a la ribera del ‘establishment’: un Grammy de honor en la vitrina de The Clash, Spike Lee insultando a Hollywood desde la primera fila del Madison Square Garden y la ‘New Musical Express’ promocionando la última serie de la corporación de Jeff Bezos.
O quizá todo sea un absurdo, la sensación de quien de pronto se cruza la rebeca y se ajusta las gafas para mirar con distancia no irónica a cualquier cosa que venga de los Z, esa generación criada en las redes de internet y madurada en un confinamiento que cerró las puertas de las habitaciones de las casas familiares y abrió ventanas a páginas web donde el mundo incomprensible se explicaba de manera muy sencilla, según el gusto ideológico de cada cual.
Incomunicación
Los pensamientos circulares que nacen de la aproximación a ‘Adolescencia‘, la serie de moda que ha hecho que Netflix recupere una brizna de prestigio entre tanta serie algorítmica, invitan a una definición rápida de los chavales de hoy. También de sus padres. Puertas cerradas, incomunicación, Andrew Tate como ejemplo de masculinidad, rabia generacional, redes sociales, acoso de todo tipo… La solución está en esa escena de la furgoneta, cuando la madre le pide a la hermana del niño protagonista que ponga ‘Take on me‘ y le tiene que deletrear el nombre del grupo. Suena A-ha y todo parece ir bien. La grieta generacional se cierra. La niña descubre que sus padres fueron jóvenes a través de sus canciones y el mundo tiene sentido al menos durante un segundo.



Arriba, los chavales de ‘Trainspotting’, echando unas copas antes de pincharse heroína, sonríen felices sin móviles en 1995. Abajo, Forrest Gump y su amigo Bubba, de paseo por Vietnam sin la presión de las redes sociales. En la última imagen: el hijo del policía de ‘Adolescencia’ pasando un mal rato en Instagram.
Un ‘millennial’ descubría a Tarantino en la tele del salón donde el abuelo veía a John Ford a la hora de la siesta o el ‘Tómbola’ por la noche. En los coches, si la familia era de derechas, se ponía el cassette de Julio Iglesias o de Luis Eduardo Aute si votaron a Felipe González. El adolescente, sin cinturón ni escapatoria, se aguantaba en el asiento de atrás con la promesa de poder poner la película de Disney que todos los demás verían después. Una cultura común, sin necesidad de ley de derechos culturales. Ahora las sillas infantiles tienen cuatro anclajes, y los cascos, cancelación de ruido para que no se filtre ni una sola referencia adulta. No es caer en la nostalgia, como hacía Borja Cobeaga en ‘No me gusta conducir’, donde el viejo coche del padre, ese que durante años cogió polvo en el garaje, hacía recuperar al cuarentón de Juan Diego Botto una especie de confianza perdida.
No ha habido jamás una adolescencia sin riesgos: en internet ahora, en las tribus urbanas antes, en las jeringuillas de los parques más atrás… Y así hasta que la adolescencia duraba el segundo exacto en el que los niños y niñas se convertían en adultos de golpe para ponerse a trabajar. El cine lo ha contado con extrema precisión a lo largo de sus 130 años de vida y ahora las series lo amplían para unos padres asustados ante el reflejo de la pantalla. Lo importante, en realidad, es que la cultura sirva para tapiar esas grietas. Para mostrar, al fin y al cabo, lo ciegos que estamos cuando queremos volvernos sordos y dejar de oír a nuestros hijos poniéndoles una pantalla en las manos.
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