“Estoy haciendo algo nuevo, distinto a mis obras anteriores. Este teatro no es representable para actores. Ahora escribo para muñecos. Es algo que he creado y que titulo ‘Esperpentos’. Consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida misma. Lo que para ellos sería una escena dolorosa, acaso brutal…, para el espectador, una sencilla farsa grotesca”.
]]> La directora estrena “Los cuernos de Don Friolera” de Valle-Inclán, en los Teatros del Canal, con Roberto Enríquez, Nacho Fresneda y Lidia Otón
“Estoy haciendo algo nuevo, distinto a mis obras anteriores. Este teatro no es representable para actores. Ahora escribo para muñecos. Es algo que he creado y que titulo ‘Esperpentos’. Consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida misma. Lo que para ellos sería una escena dolorosa, acaso brutal…, para el espectador, una sencilla farsa grotesca”.
Esto explicaba el propio Valle-Inclán en 1921 en unas declaraciones a la prensa sobre los tres “esperpentos” que conforman su obra ‘Martes de Carnaval’.
Dentro de su producción literaria, los esperpentos son, quizá, las piezas que mejor ilustran su actitud iconoclasta y de rechazo de los modelos tradicionales, los que cumplen más eficazmente la función de desenmascaramiento y crítica de los valores convencionales impuestos por la tradición.
Una de esas tres obras, ‘Los cuernos de Don Friolera’, de cuya publicación se cumplen ahora 100 años, “es sin duda la que mejor representa ese género satírico del esperpento, que conjuga el humor de la comedia con un sentimiento trágico de la vida y la vamos a estrenar el día 4 de marzo, un martes de Carnaval”, significa Ainhoa Amestoy, responsable de la adaptación y dirección de versión que tendrá su estreno absoluto este día en los Teatros del Canal, donde estará hasta el 23 de marzo.
Con una estructura compleja, en la que se da un curioso juego de espejos, tiene tres partes, un prólogo, el esperpento propiamente dicho y un epílogo, que ofrecen tres versiones de la misma historia en tres géneros distintos, una representación de títeres, una obra dramática y un romance de ciego.
“Su texto nos recuerda el extraordinario universo que nos aporta el autor gallego, que debería figurar en los escenarios mucho más de lo que lo hace porque consideramos que, posiblemente, Valle-Inclán sea el autor más relevante del teatro español desde el Siglo de Oro hasta la actualidad –afirma Amestoy–. Su visión teatral es tan novedosamente rupturista, innovadora y arriesgada, que aún hoy en el siglo XXI conserva toda su modernidad”.
La noticia parte de un bulo, una es especie de “fake news” como las que pueblan ahora las redes en internet”. Un militar, Don Friolera (Roberto Enríquez), tras recibir una nota anónima, sospecha que su esposa, Doña Loreta (Lidia Otón), le es infiel con Pachequín, el barbero (Nacho Fresneda).
Esta supuesta infidelidad obsesiona a Don Friolera, que entra en una espiral de locura que no sabe gestionar y lo arrastra a un aquelarre de celos y honra trasnochada. Para restaurar su dignidad propone asesinar a su esposa y al supuesto amante, una venganza que culmina en una serie de eventos trágicos e irónicos que subrayan la hipocresía y el absurdo código de honor. El resto del reparto, que duplican y triplican personajes, lo componen Alberto Castrillo-Ferrer, Ester Bellver, Miguel Cubero, José Bustos e Iballa Rodríguez.
“Valle es renovación, escribe su teatro en libertad y considerábamos que este era el momento de llevarlo a escena porque nos representa hoy en el siglo XXI más que nunca, en él encontramos una temática que encaja absolutamente con nuestras preocupaciones actuales –explica la directora–.
Además del bulo o “fake news”, cuyo destinatario engorda hasta perder el control, está la violencia machista en la que desemboca al cometer un acto terrible.
El tercer pilar que desarrolla –prosigue– es el tema de la identidad, si somos capaces de convivir con nuestros propios puntos de vista, intereses y deseos, o nos dejamos llevar por lo que exigen y piensan de nosotros los demás”.
Para Roberto Enríquez, su personaje Don Friolera, “es una especie de antihéroe, lo contrario al prototipo del soldado heroico, que no responde a ese patrón, no tienen esos valores castrenses que podría tener un militar tópico, lleva una vida acomodada en ese pueblo de canallas donde vive, donde él y su familia son la comidilla. Le encanta la filarmonía, la música, es un disfrutón, pero corrupto como los demás carabineros, y también participa de las mordidas, pero aun podrido de corrupción, el cuerpo no pueden consentir que uno de sus miembros los deshonre”.
La puesta en escena minimalista “ha seguido un carácter expresionista con ciertos toques simbólicos –explica la directora–. La escenografía es una corrala, plaza pública o cárcel, una especie de Gran Hermano literario donde todos vemos y somos observados, juzgados, criticados, incluso maltratados sin posibilidad de huida. Además –prosigue–, rescatamos aspectos defendidos por Valle-Inclán como la metateatralidad, él jugaba con la inclusión en su escritura –y especialmente en esta obra–, de diferentes posibilidades escénicas y por eso hemos querido que sea un homenaje al teatro, a sus diferentes géneros, al melodrama, al drama, al teatro existencial, social, de sombras, el guiñol o la música que la obra tiene, que se convierte casi en teatro musical, porque Valle-Inclán lo permite todo y su escritura lo recoge todo”, concluye.
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: del 4 al 23 de marzo. Cuánto: de 9 a 25 euros.
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