Vuelve Alatriste y junto con la saga vuelve la voz de un autor que es una de las más originales, renovadoras y populares de los últimos cuarenta años en España y Europa. Se trata de un autor con éxito comercial y popular, sí, pero sin que esto suponga ninguna merma, porque como nos ha explicado Félix de Azúa en ‘Autobiografía de papel’, «la única esperanza de que se conserve durante algún tiempo el antiguo arte literario está en el mercado, el cual, justamente porque no discrimina moralmente, a veces lanza buena mercancía. Como el reloj parado de Lewis Carroll , acierta dos veces al día». La buena mercancía, pues, de la literatura de Arturo Pérez-Reverte en conjunto ha estado buscando y creando a un lector nuevo, un lector cómplice que, como el lector a quien buscaba Umberto Eco mientras escribía ‘El nombre de la rosa’, entrase en su juego.La saga de Alatriste constituye el tipo de narración del que nos habló Fernando Savater en 1976 en su famoso ensayo ‘La infancia recuperada’ y que conforma el espacio prohibido de las denominadas historias de aventuras que no son sino historias puras y que no hacen sino contar hermosas historias, «que no conozco razón más alta que ésta para leer un libro». Como le recordaba Robert Louis Stevenson a Henry James hablando de historias de aventuras, «nos permiten, a la mayoría de nosotros, el inmenso lujo de suspender nuestro juicio y de vernos sumergidos en el relato como en una ola, sólo para despertar cuando la pieza esté acabada y el libro haya sido apartado». Este tipo de literatura rescata lo que Savater llama el reino de lo «preconvencional» o de las «convenciones primarias», frente al mundo de las «convenciones secundarias» en torno a las cuales giran las novelas sin (o con poca) historia. Creo que es en ese intento de instalarnos y recobrar el reino de lo preconvencional donde hay que buscar uno de los factores por los que nos encantan a muchos las historias de aventuras como las de Alatriste. A la vez, se trata de una especie de fidelidad al mundo narrativo de la infancia y de las historias que, según Savater, fundaron los objetos primarios de nuestra subjetividad, es decir las historias que han contribuido a forjar nuestra persona, a hacer de nosotros quienes somos. No olvidemos lo que nos recuerda el propio Íñigo Balboa en el primer libro, coprotagonista y narrador de toda la saga de Alatriste: «La verdadera patria de un hombre es su niñez». De ahí que Íñigo Balboa Aguirre, con pelo gris y memoria tan agridulce como toda memoria lúcida, como todo buen narrador de aventuras esté de vuelta de todo. Se ha enfrentado al enemigo, al azar, al destino y a sí mismo, y, parafraseando de nuevo a Savater, como todo narrador de esta estirpe ha regresado para contarnos su historia, empezándolo todo desde el principio, despaciosamente, construyendo pieza por pieza otro mundo, pero para que sus oyentes conquistemos, como él, el derecho de residir en éste. Vuelve Alatriste y junto con la saga vuelve la voz de un autor que es una de las más originales, renovadoras y populares de los últimos cuarenta años en España y Europa. Se trata de un autor con éxito comercial y popular, sí, pero sin que esto suponga ninguna merma, porque como nos ha explicado Félix de Azúa en ‘Autobiografía de papel’, «la única esperanza de que se conserve durante algún tiempo el antiguo arte literario está en el mercado, el cual, justamente porque no discrimina moralmente, a veces lanza buena mercancía. Como el reloj parado de Lewis Carroll , acierta dos veces al día». La buena mercancía, pues, de la literatura de Arturo Pérez-Reverte en conjunto ha estado buscando y creando a un lector nuevo, un lector cómplice que, como el lector a quien buscaba Umberto Eco mientras escribía ‘El nombre de la rosa’, entrase en su juego.La saga de Alatriste constituye el tipo de narración del que nos habló Fernando Savater en 1976 en su famoso ensayo ‘La infancia recuperada’ y que conforma el espacio prohibido de las denominadas historias de aventuras que no son sino historias puras y que no hacen sino contar hermosas historias, «que no conozco razón más alta que ésta para leer un libro». Como le recordaba Robert Louis Stevenson a Henry James hablando de historias de aventuras, «nos permiten, a la mayoría de nosotros, el inmenso lujo de suspender nuestro juicio y de vernos sumergidos en el relato como en una ola, sólo para despertar cuando la pieza esté acabada y el libro haya sido apartado». Este tipo de literatura rescata lo que Savater llama el reino de lo «preconvencional» o de las «convenciones primarias», frente al mundo de las «convenciones secundarias» en torno a las cuales giran las novelas sin (o con poca) historia. Creo que es en ese intento de instalarnos y recobrar el reino de lo preconvencional donde hay que buscar uno de los factores por los que nos encantan a muchos las historias de aventuras como las de Alatriste. A la vez, se trata de una especie de fidelidad al mundo narrativo de la infancia y de las historias que, según Savater, fundaron los objetos primarios de nuestra subjetividad, es decir las historias que han contribuido a forjar nuestra persona, a hacer de nosotros quienes somos. No olvidemos lo que nos recuerda el propio Íñigo Balboa en el primer libro, coprotagonista y narrador de toda la saga de Alatriste: «La verdadera patria de un hombre es su niñez». De ahí que Íñigo Balboa Aguirre, con pelo gris y memoria tan agridulce como toda memoria lúcida, como todo buen narrador de aventuras esté de vuelta de todo. Se ha enfrentado al enemigo, al azar, al destino y a sí mismo, y, parafraseando de nuevo a Savater, como todo narrador de esta estirpe ha regresado para contarnos su historia, empezándolo todo desde el principio, despaciosamente, construyendo pieza por pieza otro mundo, pero para que sus oyentes conquistemos, como él, el derecho de residir en éste.
«Vuelve la voz de un autor que es una de las más originales, renovadoras y populares de los últimos cuarenta años en España y Europa»
Vuelve Alatriste y junto con la saga vuelve la voz de un autor que es una de las más originales, renovadoras y populares de los últimos cuarenta años en España y Europa. Se trata de un autor con éxito comercial y popular, sí, pero … sin que esto suponga ninguna merma, porque como nos ha explicado Félix de Azúa en ‘Autobiografía de papel’, «la única esperanza de que se conserve durante algún tiempo el antiguo arte literario está en el mercado, el cual, justamente porque no discrimina moralmente, a veces lanza buena mercancía. Como el reloj parado de Lewis Carroll, acierta dos veces al día». La buena mercancía, pues, de la literatura de Arturo Pérez-Reverte en conjunto ha estado buscando y creando a un lector nuevo, un lector cómplice que, como el lector a quien buscaba Umberto Eco mientras escribía ‘El nombre de la rosa’, entrase en su juego.
La saga de Alatriste constituye el tipo de narración del que nos habló Fernando Savater en 1976 en su famoso ensayo ‘La infancia recuperada’ y que conforma el espacio prohibido de las denominadas historias de aventuras que no son sino historias puras y que no hacen sino contar hermosas historias, «que no conozco razón más alta que ésta para leer un libro». Como le recordaba Robert Louis Stevenson a Henry James hablando de historias de aventuras, «nos permiten, a la mayoría de nosotros, el inmenso lujo de suspender nuestro juicio y de vernos sumergidos en el relato como en una ola, sólo para despertar cuando la pieza esté acabada y el libro haya sido apartado».
Este tipo de literatura rescata lo que Savater llama el reino de lo «preconvencional» o de las «convenciones primarias», frente al mundo de las «convenciones secundarias» en torno a las cuales giran las novelas sin (o con poca) historia. Creo que es en ese intento de instalarnos y recobrar el reino de lo preconvencional donde hay que buscar uno de los factores por los que nos encantan a muchos las historias de aventuras como las de Alatriste. A la vez, se trata de una especie de fidelidad al mundo narrativo de la infancia y de las historias que, según Savater, fundaron los objetos primarios de nuestra subjetividad, es decir las historias que han contribuido a forjar nuestra persona, a hacer de nosotros quienes somos. No olvidemos lo que nos recuerda el propio Íñigo Balboa en el primer libro, coprotagonista y narrador de toda la saga de Alatriste: «La verdadera patria de un hombre es su niñez».
De ahí que Íñigo Balboa Aguirre, con pelo gris y memoria tan agridulce como toda memoria lúcida, como todo buen narrador de aventuras esté de vuelta de todo. Se ha enfrentado al enemigo, al azar, al destino y a sí mismo, y, parafraseando de nuevo a Savater, como todo narrador de esta estirpe ha regresado para contarnos su historia, empezándolo todo desde el principio, despaciosamente, construyendo pieza por pieza otro mundo, pero para que sus oyentes conquistemos, como él, el derecho de residir en éste.
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