El gerundense Albert Serra es director de cine, pero es, antes y sobre todo, un personaje. Su figura, traza, pensamiento, opiniones y proclamas llevan siempre un cartel no escrito con la leyenda: ‘No me parezco a nadie’. Su cine, por supuesto, también lleva ese cartel y lo forma una filmografía tan fuera de horma que cualquier análisis global de ella ha de conformarse con el tópico de ‘rara’ o con los aún más manidos y triviales de ‘provocadora’ o ‘desafiante’. Nunca es fácil de ver el cine de Albert Serra , y mucho menos aún entenderlo, disfrutarlo, convivirlo…El pasado mes de septiembre sorprendió al mundo con su última película, ‘Tardes de soledad’ , un documental sobre la figura del toreo Andrés Roca Rey y centrado casi exclusivamente en el misterio de la tauromaquia mediante la filmación (increíble filmación) de media docena de sus lidias al toro bravo. Ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y dejó sobre el lomo de las controversias hueras un par de puyas para que los taurinos y los antitaurinos tengan algo que roer en sus tardes de soledad. Y ahora va y gana el Premio Nacional de Tauromaquia, que le entregó el Senado.Noticia Relacionada estandar No Albert Serra: «Roca Rey tenía la razón moral, yo la razón estética» Sergi Doria El director de ‘Tardes de soledad’, documental sobre el toreo que estrena el próximo 7 de marzo, habla del cine en primera filaAntes de hablar de ‘Tardes de soledad’, un pequeño resumen de su filmografía y ver que no existe en ella la palabra semejanza: ‘Honor de cavalleria’, en la que a Don Quijote, entre otras innumerables cosas, le arrebata su castellano añejo y lleno de verdín para convertirlo en catalán; lleno de originalidad, sí, y démosle el valor de ponerse original ante la mejor literatura que se ha escrito. ‘El cant dels ocells’ (El canto de los pájaros), un perfecto dislate sobre la adoración de los Reyes Magos y con la preciosa música de Pau Casals. Luego siguieron ‘Història de la meva mort’, que por resumir reúne a Drácula y Casanova y de un modo naturalmente radical; ‘La muerte de Luis XIV’, que reconstruye a cama quieta la agonía del rey francés, comparable a la de su protagonista, Jean Pierre Léaud. Después hizo ‘Liberté’, indescriptible, enigmática, inexplorable y con una anárquica puesta en escena entre supuestos libertinos y sus relaciones escatológicas y sexuales. Impresionante. Y la anterior, ‘Pacifiction’, donde ya explora en un relato, hay un cierto sostén argumental y se convierte en su mejor obra, hasta ahora que aparece con ‘Tardes de soledad’. Vamos a ella.Arranca la película con ambiente y música nocturna con el resoplar de un toro bravo en la dehesa, su aliento, su cornamenta, su mirar nervioso…, pero enseguida entra en la harina del torero, Andrés Roca Rey, en el interior del ómnibus que lo lleva a la plaza a él y a su cuadrilla; un plano frontal, fijo en la cara y el gesto del torero que será uno de los lugares desde el que veremos la película. El guion es aparentemente sencillo y, por fuerza, tiene mucho de improvisación y sobre la marcha: un juego de cámaras recoge la lucha exclusiva del torero y del toro en varias plazas en las que solo se ve la lidia (los graderíos, el público, el ambiente, sólo es parte imaginable del fuera de campo, nunca en pantalla); un prodigioso montaje, un hilado de escenas de enorme belleza estética, pero también de sangre, miedo, sudores, adrenalina y movimientos calculados en ese mismo instante, por el toro y el torero, le dan a la imagen ese poder de lo irrepetible: no hay otra toma para todo ello.Sí hay cierta previsión de cámara en los preliminares a la salida a la plaza, los rituales de la vestimenta, la espiritualidad de los momentos, la absoluta soledad del maestro y la liturgia de la carne y el alma embutidas con brusquedad entre las apreturas de los refajos y el traje de luces, medias, taleguilla, corbatín, chaleco, chaquetilla… Todo dentro, metido con calzador, como la angustia, el valor, las ganas. También hay previsión de cámara (ya se ha dicho que está fija en el interior del ómnibus que los transporta) en las conversaciones posteriores a la corrida, con dicharacheros y elogiosos comentarios de la cuadrilla hacia su líder y con el silencio taciturno de Roca Rey, que invoca a su suerte en los lances (algunos impresionantes) en los que su vida ha estado a merced del toro.Hay extraordinaria pureza en lo que la cámara de Artur Tort (habitual en la fotografía excelente del cine de Serra) recoge a pie de albero, y le exprime todo lo que allí da el toro, su enorme fuerza, ímpetu, furia y vida, y también todo lo que pone y expone el torero, su derroche de valor, entereza y dignidad profesional.Un punto importante de la excelente película de Albert Serra (importante para el ‘rollito’ actual) es si induce a una actitud a favor o en contra de la tauromaquia. Albert Serra es un tipo muy inteligente y que está por encima de cualquier ‘rollito’; ha hecho una obra de arte al mirarlo y recogerlo, probablemente la mejor sobre la tauromaquia, y con la habilidad de que su mirada (indetectable, generosa, ecuánime) la asuman como propia los ‘pro’ y los ‘anti’. Ante ‘Tardes de soledad’, ante su belleza y su horror, el sí o el no a la tauromaquia es un dilema intelectualmente ridículo. El gerundense Albert Serra es director de cine, pero es, antes y sobre todo, un personaje. Su figura, traza, pensamiento, opiniones y proclamas llevan siempre un cartel no escrito con la leyenda: ‘No me parezco a nadie’. Su cine, por supuesto, también lleva ese cartel y lo forma una filmografía tan fuera de horma que cualquier análisis global de ella ha de conformarse con el tópico de ‘rara’ o con los aún más manidos y triviales de ‘provocadora’ o ‘desafiante’. Nunca es fácil de ver el cine de Albert Serra , y mucho menos aún entenderlo, disfrutarlo, convivirlo…El pasado mes de septiembre sorprendió al mundo con su última película, ‘Tardes de soledad’ , un documental sobre la figura del toreo Andrés Roca Rey y centrado casi exclusivamente en el misterio de la tauromaquia mediante la filmación (increíble filmación) de media docena de sus lidias al toro bravo. Ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y dejó sobre el lomo de las controversias hueras un par de puyas para que los taurinos y los antitaurinos tengan algo que roer en sus tardes de soledad. Y ahora va y gana el Premio Nacional de Tauromaquia, que le entregó el Senado.Noticia Relacionada estandar No Albert Serra: «Roca Rey tenía la razón moral, yo la razón estética» Sergi Doria El director de ‘Tardes de soledad’, documental sobre el toreo que estrena el próximo 7 de marzo, habla del cine en primera filaAntes de hablar de ‘Tardes de soledad’, un pequeño resumen de su filmografía y ver que no existe en ella la palabra semejanza: ‘Honor de cavalleria’, en la que a Don Quijote, entre otras innumerables cosas, le arrebata su castellano añejo y lleno de verdín para convertirlo en catalán; lleno de originalidad, sí, y démosle el valor de ponerse original ante la mejor literatura que se ha escrito. ‘El cant dels ocells’ (El canto de los pájaros), un perfecto dislate sobre la adoración de los Reyes Magos y con la preciosa música de Pau Casals. Luego siguieron ‘Història de la meva mort’, que por resumir reúne a Drácula y Casanova y de un modo naturalmente radical; ‘La muerte de Luis XIV’, que reconstruye a cama quieta la agonía del rey francés, comparable a la de su protagonista, Jean Pierre Léaud. Después hizo ‘Liberté’, indescriptible, enigmática, inexplorable y con una anárquica puesta en escena entre supuestos libertinos y sus relaciones escatológicas y sexuales. Impresionante. Y la anterior, ‘Pacifiction’, donde ya explora en un relato, hay un cierto sostén argumental y se convierte en su mejor obra, hasta ahora que aparece con ‘Tardes de soledad’. Vamos a ella.Arranca la película con ambiente y música nocturna con el resoplar de un toro bravo en la dehesa, su aliento, su cornamenta, su mirar nervioso…, pero enseguida entra en la harina del torero, Andrés Roca Rey, en el interior del ómnibus que lo lleva a la plaza a él y a su cuadrilla; un plano frontal, fijo en la cara y el gesto del torero que será uno de los lugares desde el que veremos la película. El guion es aparentemente sencillo y, por fuerza, tiene mucho de improvisación y sobre la marcha: un juego de cámaras recoge la lucha exclusiva del torero y del toro en varias plazas en las que solo se ve la lidia (los graderíos, el público, el ambiente, sólo es parte imaginable del fuera de campo, nunca en pantalla); un prodigioso montaje, un hilado de escenas de enorme belleza estética, pero también de sangre, miedo, sudores, adrenalina y movimientos calculados en ese mismo instante, por el toro y el torero, le dan a la imagen ese poder de lo irrepetible: no hay otra toma para todo ello.Sí hay cierta previsión de cámara en los preliminares a la salida a la plaza, los rituales de la vestimenta, la espiritualidad de los momentos, la absoluta soledad del maestro y la liturgia de la carne y el alma embutidas con brusquedad entre las apreturas de los refajos y el traje de luces, medias, taleguilla, corbatín, chaleco, chaquetilla… Todo dentro, metido con calzador, como la angustia, el valor, las ganas. También hay previsión de cámara (ya se ha dicho que está fija en el interior del ómnibus que los transporta) en las conversaciones posteriores a la corrida, con dicharacheros y elogiosos comentarios de la cuadrilla hacia su líder y con el silencio taciturno de Roca Rey, que invoca a su suerte en los lances (algunos impresionantes) en los que su vida ha estado a merced del toro.Hay extraordinaria pureza en lo que la cámara de Artur Tort (habitual en la fotografía excelente del cine de Serra) recoge a pie de albero, y le exprime todo lo que allí da el toro, su enorme fuerza, ímpetu, furia y vida, y también todo lo que pone y expone el torero, su derroche de valor, entereza y dignidad profesional.Un punto importante de la excelente película de Albert Serra (importante para el ‘rollito’ actual) es si induce a una actitud a favor o en contra de la tauromaquia. Albert Serra es un tipo muy inteligente y que está por encima de cualquier ‘rollito’; ha hecho una obra de arte al mirarlo y recogerlo, probablemente la mejor sobre la tauromaquia, y con la habilidad de que su mirada (indetectable, generosa, ecuánime) la asuman como propia los ‘pro’ y los ‘anti’. Ante ‘Tardes de soledad’, ante su belleza y su horror, el sí o el no a la tauromaquia es un dilema intelectualmente ridículo.
El gerundense Albert Serra es director de cine, pero es, antes y sobre todo, un personaje. Su figura, traza, pensamiento, opiniones y proclamas llevan siempre un cartel no escrito con la leyenda: ‘No me parezco a nadie’. Su cine, por supuesto, también lleva ese cartel … y lo forma una filmografía tan fuera de horma que cualquier análisis global de ella ha de conformarse con el tópico de ‘rara’ o con los aún más manidos y triviales de ‘provocadora’ o ‘desafiante’. Nunca es fácil de ver el cine de Albert Serra, y mucho menos aún entenderlo, disfrutarlo, convivirlo…
El pasado mes de septiembre sorprendió al mundo con su última película, ‘Tardes de soledad’, un documental sobre la figura del toreo Andrés Roca Rey y centrado casi exclusivamente en el misterio de la tauromaquia mediante la filmación (increíble filmación) de media docena de sus lidias al toro bravo. Ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián y dejó sobre el lomo de las controversias hueras un par de puyas para que los taurinos y los antitaurinos tengan algo que roer en sus tardes de soledad. Y ahora va y gana el Premio Nacional de Tauromaquia, que le entregó el Senado.
Antes de hablar de ‘Tardes de soledad’, un pequeño resumen de su filmografía y ver que no existe en ella la palabra semejanza: ‘Honor de cavalleria’, en la que a Don Quijote, entre otras innumerables cosas, le arrebata su castellano añejo y lleno de verdín para convertirlo en catalán; lleno de originalidad, sí, y démosle el valor de ponerse original ante la mejor literatura que se ha escrito. ‘El cant dels ocells’ (El canto de los pájaros), un perfecto dislate sobre la adoración de los Reyes Magos y con la preciosa música de Pau Casals. Luego siguieron ‘Història de la meva mort’, que por resumir reúne a Drácula y Casanova y de un modo naturalmente radical; ‘La muerte de Luis XIV’, que reconstruye a cama quieta la agonía del rey francés, comparable a la de su protagonista, Jean Pierre Léaud. Después hizo ‘Liberté’, indescriptible, enigmática, inexplorable y con una anárquica puesta en escena entre supuestos libertinos y sus relaciones escatológicas y sexuales. Impresionante. Y la anterior, ‘Pacifiction’, donde ya explora en un relato, hay un cierto sostén argumental y se convierte en su mejor obra, hasta ahora que aparece con ‘Tardes de soledad’. Vamos a ella.
Arranca la película con ambiente y música nocturna con el resoplar de un toro bravo en la dehesa, su aliento, su cornamenta, su mirar nervioso…, pero enseguida entra en la harina del torero, Andrés Roca Rey, en el interior del ómnibus que lo lleva a la plaza a él y a su cuadrilla; un plano frontal, fijo en la cara y el gesto del torero que será uno de los lugares desde el que veremos la película. El guion es aparentemente sencillo y, por fuerza, tiene mucho de improvisación y sobre la marcha: un juego de cámaras recoge la lucha exclusiva del torero y del toro en varias plazas en las que solo se ve la lidia (los graderíos, el público, el ambiente, sólo es parte imaginable del fuera de campo, nunca en pantalla); un prodigioso montaje, un hilado de escenas de enorme belleza estética, pero también de sangre, miedo, sudores, adrenalina y movimientos calculados en ese mismo instante, por el toro y el torero, le dan a la imagen ese poder de lo irrepetible: no hay otra toma para todo ello.
Sí hay cierta previsión de cámara en los preliminares a la salida a la plaza, los rituales de la vestimenta, la espiritualidad de los momentos, la absoluta soledad del maestro y la liturgia de la carne y el alma embutidas con brusquedad entre las apreturas de los refajos y el traje de luces, medias, taleguilla, corbatín, chaleco, chaquetilla… Todo dentro, metido con calzador, como la angustia, el valor, las ganas. También hay previsión de cámara (ya se ha dicho que está fija en el interior del ómnibus que los transporta) en las conversaciones posteriores a la corrida, con dicharacheros y elogiosos comentarios de la cuadrilla hacia su líder y con el silencio taciturno de Roca Rey, que invoca a su suerte en los lances (algunos impresionantes) en los que su vida ha estado a merced del toro.
Hay extraordinaria pureza en lo que la cámara de Artur Tort (habitual en la fotografía excelente del cine de Serra) recoge a pie de albero, y le exprime todo lo que allí da el toro, su enorme fuerza, ímpetu, furia y vida, y también todo lo que pone y expone el torero, su derroche de valor, entereza y dignidad profesional.
Un punto importante de la excelente película de Albert Serra (importante para el ‘rollito’ actual) es si induce a una actitud a favor o en contra de la tauromaquia. Albert Serra es un tipo muy inteligente y que está por encima de cualquier ‘rollito’; ha hecho una obra de arte al mirarlo y recogerlo, probablemente la mejor sobre la tauromaquia, y con la habilidad de que su mirada (indetectable, generosa, ecuánime) la asuman como propia los ‘pro’ y los ‘anti’. Ante ‘Tardes de soledad’, ante su belleza y su horror, el sí o el no a la tauromaquia es un dilema intelectualmente ridículo.
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