Alejandro Fernández es politólogo y, desde 2018, presidente del PP en Cataluña. Es autor de ‘A calzón quitao’, certero análisis de la política catalana, que tan de primera mano conoce (y sufre), y el valiente testimonio de los errores cometidos y de cómo ‘el procés’ se ha extendido, colonizando la política nacional. Habla hoy con nosotros, ‘a calzón quitao’ (no podía ser de otro modo), sobre pecados capitales. —Le perdono un pecado.—A mí me encanta el concepto ‘disfrutón’, porque permite desarrollar la gula y la lujuria como si fueran una sana y venerable tradición hispana. Así, en España no hay gula ni lujuria, hay disfrutones. —Se declara disfrutón.—Sí, lo soy. A los españoles nos atribuyen la severidad católica, pero siempre hemos sido bastante indulgentes con estos pecados. Noticia Relacionada Los siete pecados capitales de… estandar Si Antonio Elorza: «Sánchez es un caso de narcisismo político. Le mueve la soberbia» Rebeca Argudo El historiador y ensayista, acaba de publicar su nuevo libro, ‘Pedro Sánchez o la pasión por sí mismo’—Bueno, la religión católica contempla el perdón, cosa que no hace esa nueva religión laica, el wokismo, donde uno no puede aspirar a la redención tras el pecado, ya sea este real o solo atribuido.—Eso pone difíciles las cosas a los disfrutones, sí. Además de no perdonar, se han convertido en una suerte de inquisición moderna. Son un coñazo.—¿Qué pecado perdona usted en los demás?—También esos dos, la gula y la lujuria. Y, quizá, también la pereza. Tal vez porque son los más habituales de ver en las personas de nuestro entorno. Aunque, si somos sinceros con nosotros mismos, todos en algún momento hemos caído en alguno de los siete, de manera más o menos intensa. Pero también es cierto que algunos, como la ira o la avaricia, tienen connotaciones más graves.—Parecen más disculpables los pecados carnales.—Sí, sobre todo porque son los que nos dañan a nosotros mismos. El resto perjudican también a los demás. —La política parece una profesión bastante propicia para caer en el pecado. A la actualidad me remito.—Eso parece. A mí me han adjudicado en alguna ocasión la soberbia, pero la mejor receta para combatirla, siempre lo digo, es ser presidente del PP catalán, porque te pone a parir todo el mundo. Yo creo que, más que soberbia, es autoprotección. —Es usted el primer político que se atreve a hablar conmigo de pecados. Le propongo algo: yo le digo uno y usted me dice un político al que le remita.—Me parece un pelín arriesgado, pero venga. Vamos a probar. —Lujuria.—No quiero ir a lo evidente, así que Berlusconi.—Bien esquivada esa bala. Pereza.—Este verano, Pedro Sánchez. Sin duda.—Gula.—Decían que Bettino Craxi no podía parar de comer.—Avaricia.—Pues, evidentemente, toda la pléyade de corruptos condenados por eso. Es tan enorme que quizá sea, de los pecados, el que más afecta a la política, por desgracia.—Y a todos los partidos, también al suyo. La avaricia sí que es transversal.—Es cierto. La avaricia, en sí misma, no tiene siglas. —La avaricia no tiene siglas y la probidad es individual. No la inocula tampoco la pertenencia a una u otra formación, ¿no?—Efectivamente. —La ira.—Pues estoy pensando en uno que, aunque político circunstancial, cuando le entraba un ataque de ira era un verdadero espectáculo. Jesús Gil.—Envidia.—Imagino que todos envidiamos al que gana. Pero dicen que la envidia de Nixon hacia Kennedy le tuvo amargado toda su vida, a pesar de sus grandes cualidades.—Soberbia.—Jacques Chirac. Dicen que era, probablemente, el tipo más estirado del planeta. —Pues ya les hemos hecho a todos un traje.—Eso parece, sí. Alejandro Fernández es politólogo y, desde 2018, presidente del PP en Cataluña. Es autor de ‘A calzón quitao’, certero análisis de la política catalana, que tan de primera mano conoce (y sufre), y el valiente testimonio de los errores cometidos y de cómo ‘el procés’ se ha extendido, colonizando la política nacional. Habla hoy con nosotros, ‘a calzón quitao’ (no podía ser de otro modo), sobre pecados capitales. —Le perdono un pecado.—A mí me encanta el concepto ‘disfrutón’, porque permite desarrollar la gula y la lujuria como si fueran una sana y venerable tradición hispana. Así, en España no hay gula ni lujuria, hay disfrutones. —Se declara disfrutón.—Sí, lo soy. A los españoles nos atribuyen la severidad católica, pero siempre hemos sido bastante indulgentes con estos pecados. Noticia Relacionada Los siete pecados capitales de… estandar Si Antonio Elorza: «Sánchez es un caso de narcisismo político. Le mueve la soberbia» Rebeca Argudo El historiador y ensayista, acaba de publicar su nuevo libro, ‘Pedro Sánchez o la pasión por sí mismo’—Bueno, la religión católica contempla el perdón, cosa que no hace esa nueva religión laica, el wokismo, donde uno no puede aspirar a la redención tras el pecado, ya sea este real o solo atribuido.—Eso pone difíciles las cosas a los disfrutones, sí. Además de no perdonar, se han convertido en una suerte de inquisición moderna. Son un coñazo.—¿Qué pecado perdona usted en los demás?—También esos dos, la gula y la lujuria. Y, quizá, también la pereza. Tal vez porque son los más habituales de ver en las personas de nuestro entorno. Aunque, si somos sinceros con nosotros mismos, todos en algún momento hemos caído en alguno de los siete, de manera más o menos intensa. Pero también es cierto que algunos, como la ira o la avaricia, tienen connotaciones más graves.—Parecen más disculpables los pecados carnales.—Sí, sobre todo porque son los que nos dañan a nosotros mismos. El resto perjudican también a los demás. —La política parece una profesión bastante propicia para caer en el pecado. A la actualidad me remito.—Eso parece. A mí me han adjudicado en alguna ocasión la soberbia, pero la mejor receta para combatirla, siempre lo digo, es ser presidente del PP catalán, porque te pone a parir todo el mundo. Yo creo que, más que soberbia, es autoprotección. —Es usted el primer político que se atreve a hablar conmigo de pecados. Le propongo algo: yo le digo uno y usted me dice un político al que le remita.—Me parece un pelín arriesgado, pero venga. Vamos a probar. —Lujuria.—No quiero ir a lo evidente, así que Berlusconi.—Bien esquivada esa bala. Pereza.—Este verano, Pedro Sánchez. Sin duda.—Gula.—Decían que Bettino Craxi no podía parar de comer.—Avaricia.—Pues, evidentemente, toda la pléyade de corruptos condenados por eso. Es tan enorme que quizá sea, de los pecados, el que más afecta a la política, por desgracia.—Y a todos los partidos, también al suyo. La avaricia sí que es transversal.—Es cierto. La avaricia, en sí misma, no tiene siglas. —La avaricia no tiene siglas y la probidad es individual. No la inocula tampoco la pertenencia a una u otra formación, ¿no?—Efectivamente. —La ira.—Pues estoy pensando en uno que, aunque político circunstancial, cuando le entraba un ataque de ira era un verdadero espectáculo. Jesús Gil.—Envidia.—Imagino que todos envidiamos al que gana. Pero dicen que la envidia de Nixon hacia Kennedy le tuvo amargado toda su vida, a pesar de sus grandes cualidades.—Soberbia.—Jacques Chirac. Dicen que era, probablemente, el tipo más estirado del planeta. —Pues ya les hemos hecho a todos un traje.—Eso parece, sí.
Alejandro Fernández es politólogo y, desde 2018, presidente del PP en Cataluña. Es autor de ‘A calzón quitao’, certero análisis de la política catalana, que tan de primera mano conoce (y sufre), y el valiente testimonio de los errores cometidos y de cómo ‘ … el procés’ se ha extendido, colonizando la política nacional. Habla hoy con nosotros, ‘a calzón quitao’ (no podía ser de otro modo), sobre pecados capitales.
—Le perdono un pecado.
—A mí me encanta el concepto ‘disfrutón’, porque permite desarrollar la gula y la lujuria como si fueran una sana y venerable tradición hispana. Así, en España no hay gula ni lujuria, hay disfrutones.
—Se declara disfrutón.
—Sí, lo soy. A los españoles nos atribuyen la severidad católica, pero siempre hemos sido bastante indulgentes con estos pecados.
—Bueno, la religión católica contempla el perdón, cosa que no hace esa nueva religión laica, el wokismo, donde uno no puede aspirar a la redención tras el pecado, ya sea este real o solo atribuido.
—Eso pone difíciles las cosas a los disfrutones, sí. Además de no perdonar, se han convertido en una suerte de inquisición moderna. Son un coñazo.
—¿Qué pecado perdona usted en los demás?
—También esos dos, la gula y la lujuria. Y, quizá, también la pereza. Tal vez porque son los más habituales de ver en las personas de nuestro entorno. Aunque, si somos sinceros con nosotros mismos, todos en algún momento hemos caído en alguno de los siete, de manera más o menos intensa. Pero también es cierto que algunos, como la ira o la avaricia, tienen connotaciones más graves.
—Parecen más disculpables los pecados carnales.
—Sí, sobre todo porque son los que nos dañan a nosotros mismos. El resto perjudican también a los demás.
—La política parece una profesión bastante propicia para caer en el pecado. A la actualidad me remito.
—Eso parece. A mí me han adjudicado en alguna ocasión la soberbia, pero la mejor receta para combatirla, siempre lo digo, es ser presidente del PP catalán, porque te pone a parir todo el mundo. Yo creo que, más que soberbia, es autoprotección.
—Es usted el primer político que se atreve a hablar conmigo de pecados. Le propongo algo: yo le digo uno y usted me dice un político al que le remita.
—Me parece un pelín arriesgado, pero venga. Vamos a probar.
—Lujuria.
—No quiero ir a lo evidente, así que Berlusconi.
—Bien esquivada esa bala. Pereza.
—Este verano, Pedro Sánchez. Sin duda.
—Gula.
—Decían que Bettino Craxi no podía parar de comer.
—Avaricia.
—Pues, evidentemente, toda la pléyade de corruptos condenados por eso. Es tan enorme que quizá sea, de los pecados, el que más afecta a la política, por desgracia.
—Y a todos los partidos, también al suyo. La avaricia sí que es transversal.
—Es cierto. La avaricia, en sí misma, no tiene siglas.
—La avaricia no tiene siglas y la probidad es individual. No la inocula tampoco la pertenencia a una u otra formación, ¿no?
—Efectivamente.
—La ira.
—Pues estoy pensando en uno que, aunque político circunstancial, cuando le entraba un ataque de ira era un verdadero espectáculo. Jesús Gil.
—Envidia.
—Imagino que todos envidiamos al que gana. Pero dicen que la envidia de Nixon hacia Kennedy le tuvo amargado toda su vida, a pesar de sus grandes cualidades.
—Soberbia.
—Jacques Chirac. Dicen que era, probablemente, el tipo más estirado del planeta.
—Pues ya les hemos hecho a todos un traje.
—Eso parece, sí.
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