El monte FitzRoy , de 3.405 metros de altitud, se encuentra situado en el campo de hielo de la Patagonia, en la frontera entre Argentina y Chile. Allí sitúa Jordi Galcerán a las cuatro protagonistas de su comedia ‘FitzRoy’, que tras estrenarse en Barcelona hace cerca de dos años llega ahora a Madrid en castellano y en un nuevo montaje que dirige Sergi Belbel e interpretan Amparo Larrañaga, Ruth Díaz, Cecilia Solaguren y Anna Carreño en el Teatro Maravillas.Amparo Larrañaga pasa de las nieves de ‘Laponia’ a las de ‘FitzRoy’. «Todo lo que sucede en la obra podía suceder perfectamente en el salón de una casa, pero del que no te puedes ir a ninguna parte; no puedes llamar un taxi, no puedes irte a dar un paseo, no puedes ni siquiera encerrarte en una habitación ni a llorar, ni a reír».La obra, continúa la actriz, habla de la ambición de las cuatro por subir a lo más alto, de la competitividad. «Muestra hasta qué punto pueden ser capaces de llegar, porque son mujeres a las que no les gusta perder. A mí es lo que me parece más interesante; sí, hay mucha solidaridad, pero también se ve la competitividad , el reto, lo que significa para ellas subir esa montaña y, si algo lo pone en peligro, cómo reacciona cada una. Pero todo a través de la comedia, que es como creo que llega más al público». Y con el sello ‘Galcerán’ que le dio a comedias como ‘ El método Grönholm ‘ o ‘ Burundanga ‘. «Maneja muy bien el drama, el humor y la sorpresa».La elección del FitzRoy no es casual. «La función -dice Amparo Larrañaga- habla del riesgo y de los retos. Y al parecer hay uno que no se ha conseguido: ninguna cordada femenina había escalado la vía yugoslava del ‘FizRoy’; por eso situó la comedia ahí». Son cuatro mujeres al límite. «Cuando estás a 2.800 metros de altura esperando para subir por una vía y sucede algo que no puedo destripar, se les pone al límite. Se genera además una tensión que las coloca a todas al límite -figuradamente y en la realidad-, que les hace ver hasta dónde son capaces de llegar para subir esa montaña. Todo ello, además, «a 2.800 metros y en un espacio muy pequeño y muy agobiante en el que todas duermen, hacen sus necesidades y comen al mismo tiempo. Es mucho más que ponerse al límite».Noticia Relacionada estandar No ‘Fitz Roy’: el método Galceran corona la cima Sergi Doria Mujeres al borde de un ataque de nervios en un recodo de montaña que encarnan con solvencia y compenetración Sílvia Bel, Míriam Iscla, Sara Espígul y Natalia SánchezEsa misma sensación de agobio la viven las actrices en una escenografía que limita y dificulta sus movimientos. «Cuando tienes un espacio tan pequeño, tan estrecho, tan mínimo, claro que condiciona nuestro trabajo. Yo cuando lo vi dije: ‘Nos van a meter en un terrario’. En ese espacio nos movemos, nos peleamos, nos reímos, jugamos, lloramos… Nos ha costado acostumbrarnos; es un escenario irregular con altos y bajos, con el añadido de todo el material de escalada: mosquetones, cascos… Es un caos tremendo. Pero en el teatro todo se acaba haciendo mecánico, se convierte en una coreografía aprendida». El monte FitzRoy , de 3.405 metros de altitud, se encuentra situado en el campo de hielo de la Patagonia, en la frontera entre Argentina y Chile. Allí sitúa Jordi Galcerán a las cuatro protagonistas de su comedia ‘FitzRoy’, que tras estrenarse en Barcelona hace cerca de dos años llega ahora a Madrid en castellano y en un nuevo montaje que dirige Sergi Belbel e interpretan Amparo Larrañaga, Ruth Díaz, Cecilia Solaguren y Anna Carreño en el Teatro Maravillas.Amparo Larrañaga pasa de las nieves de ‘Laponia’ a las de ‘FitzRoy’. «Todo lo que sucede en la obra podía suceder perfectamente en el salón de una casa, pero del que no te puedes ir a ninguna parte; no puedes llamar un taxi, no puedes irte a dar un paseo, no puedes ni siquiera encerrarte en una habitación ni a llorar, ni a reír».La obra, continúa la actriz, habla de la ambición de las cuatro por subir a lo más alto, de la competitividad. «Muestra hasta qué punto pueden ser capaces de llegar, porque son mujeres a las que no les gusta perder. A mí es lo que me parece más interesante; sí, hay mucha solidaridad, pero también se ve la competitividad , el reto, lo que significa para ellas subir esa montaña y, si algo lo pone en peligro, cómo reacciona cada una. Pero todo a través de la comedia, que es como creo que llega más al público». Y con el sello ‘Galcerán’ que le dio a comedias como ‘ El método Grönholm ‘ o ‘ Burundanga ‘. «Maneja muy bien el drama, el humor y la sorpresa».La elección del FitzRoy no es casual. «La función -dice Amparo Larrañaga- habla del riesgo y de los retos. Y al parecer hay uno que no se ha conseguido: ninguna cordada femenina había escalado la vía yugoslava del ‘FizRoy’; por eso situó la comedia ahí». Son cuatro mujeres al límite. «Cuando estás a 2.800 metros de altura esperando para subir por una vía y sucede algo que no puedo destripar, se les pone al límite. Se genera además una tensión que las coloca a todas al límite -figuradamente y en la realidad-, que les hace ver hasta dónde son capaces de llegar para subir esa montaña. Todo ello, además, «a 2.800 metros y en un espacio muy pequeño y muy agobiante en el que todas duermen, hacen sus necesidades y comen al mismo tiempo. Es mucho más que ponerse al límite».Noticia Relacionada estandar No ‘Fitz Roy’: el método Galceran corona la cima Sergi Doria Mujeres al borde de un ataque de nervios en un recodo de montaña que encarnan con solvencia y compenetración Sílvia Bel, Míriam Iscla, Sara Espígul y Natalia SánchezEsa misma sensación de agobio la viven las actrices en una escenografía que limita y dificulta sus movimientos. «Cuando tienes un espacio tan pequeño, tan estrecho, tan mínimo, claro que condiciona nuestro trabajo. Yo cuando lo vi dije: ‘Nos van a meter en un terrario’. En ese espacio nos movemos, nos peleamos, nos reímos, jugamos, lloramos… Nos ha costado acostumbrarnos; es un escenario irregular con altos y bajos, con el añadido de todo el material de escalada: mosquetones, cascos… Es un caos tremendo. Pero en el teatro todo se acaba haciendo mecánico, se convierte en una coreografía aprendida».
La actriz interpreta el texto junto a Ruth Díaz, Anna Carreño y Cecilia Solaguren, bajo la dirección de Sergi Belbel
El monte FitzRoy, de 3.405 metros de altitud, se encuentra situado en el campo de hielo de la Patagonia, en la frontera entre Argentina y Chile. Allí sitúa Jordi Galcerán a las cuatro protagonistas de su comedia ‘FitzRoy’, que tras estrenarse en Barcelona hace cerca de dos años llega ahora a Madrid en castellano y en un nuevo montaje que dirige Sergi Belbel e interpretan Amparo Larrañaga, Ruth Díaz, Cecilia Solaguren y Anna Carreño en el Teatro Maravillas.
Amparo Larrañaga pasa de las nieves de ‘Laponia’ a las de ‘FitzRoy’. «Todo lo que sucede en la obra podía suceder perfectamente en el salón de una casa, pero del que no te puedes ir a ninguna parte; no puedes llamar un taxi, no puedes irte a dar un paseo, no puedes ni siquiera encerrarte en una habitación ni a llorar, ni a reír».
La obra, continúa la actriz, habla de la ambición de las cuatro por subir a lo más alto, de la competitividad. «Muestra hasta qué punto pueden ser capaces de llegar, porque son mujeres a las que no les gusta perder. A mí es lo que me parece más interesante; sí, hay mucha solidaridad, pero también se ve la competitividad, el reto, lo que significa para ellas subir esa montaña y, si algo lo pone en peligro, cómo reacciona cada una. Pero todo a través de la comedia, que es como creo que llega más al público». Y con el sello ‘Galcerán’ que le dio a comedias como ‘El método Grönholm‘ o ‘Burundanga‘. «Maneja muy bien el drama, el humor y la sorpresa».
La elección del FitzRoy no es casual. «La función -dice Amparo Larrañaga- habla del riesgo y de los retos. Y al parecer hay uno que no se ha conseguido: ninguna cordada femenina había escalado la vía yugoslava del ‘FizRoy’; por eso situó la comedia ahí».
Son cuatro mujeres al límite. «Cuando estás a 2.800 metros de altura esperando para subir por una vía y sucede algo que no puedo destripar, se les pone al límite. Se genera además una tensión que las coloca a todas al límite -figuradamente y en la realidad-, que les hace ver hasta dónde son capaces de llegar para subir esa montaña. Todo ello, además, «a 2.800 metros y en un espacio muy pequeño y muy agobiante en el que todas duermen, hacen sus necesidades y comen al mismo tiempo. Es mucho más que ponerse al límite».
Esa misma sensación de agobio la viven las actrices en una escenografía que limita y dificulta sus movimientos. «Cuando tienes un espacio tan pequeño, tan estrecho, tan mínimo, claro que condiciona nuestro trabajo. Yo cuando lo vi dije: ‘Nos van a meter en un terrario’. En ese espacio nos movemos, nos peleamos, nos reímos, jugamos, lloramos… Nos ha costado acostumbrarnos; es un escenario irregular con altos y bajos, con el añadido de todo el material de escalada: mosquetones, cascos… Es un caos tremendo. Pero en el teatro todo se acaba haciendo mecánico, se convierte en una coreografía aprendida».
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