En la obra de Annie Ernaux, la fotografía no es un mero objeto evocador, sino un detonante de la memoria. Es el punto de partida de la escritura, una herramienta para acceder a lo que el tiempo y las defensas de la mente han sepultado. La escritora francesa ha recurrido a ella en El lugar, La vergüenza, Una mujer o Los años, donde describía instantáneas de su infancia y juventud como si fueran fotos en prosa. En Diario del afuera, la convirtió en técnica de escritura: transcribió fragmentos cotidianos de su vida entre 1985 y 1992 con la urgencia y la precisión de un fotógrafo callejero en busca del instante decisivo. Más tarde, en El uso de la foto, diario del cáncer de mama que sufrió en 2003, alternó imágenes tomadas tras sus encuentros sexuales con entradas escritas un tiempo más tarde, cuando la enfermedad ya había irrumpido en su día a día.
Aun así, la fotografía nunca había tenido un papel tan importante como en este fotodiario, que contiene 120 imagenes del archivo personal de la escritora. No es un simple apéndice o un tomo menor: revela los hilos invisibles que recorren su obra: la humillación por sus orígenes modestos (El lugar, Una mujer), el conflicto entre deseo y culpa (La vergüenza) y, en menor medida, el tabú del aborto (El acontecimiento), la desigualdad en el matrimonio (La mujer helada) o el arrebato amoroso (Pura pasión). Concebido en 2011 para la edición de sus obras completas en la colección Quarto de Gallimard —una especie de Pléiade más asequible y menos elitista—, el libro ha sido ampliado para su edición española, que incluye nuevas entradas que llegan hasta 2023.
El resultado es un artefacto híbrido, fiel a la poética de Ernaux, que siempre ha desconfiado de la supuesta objetividad del relato biográfico. El libro propone otra forma de traducir una vida en palabras: a través del enfrentamiento entre la realidad muda de la imagen y la interpretación subjetiva que aporta la escritura. Este cruce entre álbum familiar y diario íntimo da lugar a un espacio autobiográfico inédito, en el que textos e imágenes de épocas distintas se suceden en un estudiado desorden cronológico, con una calculada disonancia. “En el fondo, podría ubicar un pasaje de 1978 en 1967, uno de 1963 en 1988. ¿Habría una gran diferencia?”, se pregunta Ernaux.
A la vez que narra sus sueños, obsesiones y emociones en bruto, la autora comenta fotografías que acompañan una existencia común: los estudios, el matrimonio, los hijos, los nietos, los lugares donde vivió, de la Normandía rural a la periferia de París. La primera entrada, de 1963, recoge una frase decisiva, esa que habla de “vengar a mi raza”, que retomará en su discurso de aceptación del Nobel. La segunda, escrita el último día de 1999, refleja su vértigo histórico: “Cae la noche sobre el siglo XX. Hace un siglo, mis abuelos vivían a la luz de las velas en una casa con suelo de tierra”. En la séptima, de 1990, reaparece la figura de su hermana muerta, convertida por el relato materno en “una pequeña santa que al fallecer dijo que iba a ver al Buen Jesús”. En unas pocas páginas, aflora todo su marco referencial: la pobreza y el transfuguismo de clase, el curso tortuoso del siglo XX, el catolicismo como enfermedad moral, el deseo de corregir un relato social plagado de falsedades.
Como en una misión arqueológica, la autora busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue
“Nada traduce mejor la permanencia del yo que el diario, al no hacer historia”, escribe Ernaux. Pero, como sucede en sus libros más conocidos, ese yo no es una entidad fija, sino una construcción en constante tensión. La autora contiene multitudes: está ella, pero también el reflejo que ve en la ventana de un tren de cercanías. “Una mujer extraña e intimidante, una mujer que no me gusta”. “Yo soy una figura enemiga”, añade. El proyecto tiene una misión arqueológica: busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue, marcada por la vergüenza sexual y la exclusión social. “Una doble alienación de la que extraigo todo lo que escribo, pero a ciegas”, apunta. Ese “malestar infinito” reaparece en una imagen en la playa de Ymare, donde trabajó como monitora, perdió la virginidad a los 18 años y fue tratada de chica fácil. Su yo verdadero podría ser esa joven herida, forjada por “el viento fuerte de las tardes solitarias en provincias”. En “el agujero de esas tardes”, escribe Ernaux, es donde se encuentra el tiempo en estado puro, “la muerte”.
Las entradas más recientes irradian una luz crepuscular. En una de 2021, Ernaux escribe: “Lo que odio de las ocupaciones de mi vida actual es que me impiden conocer la vejez, ese tiempo que, como la juventud, solo se vive una vez”. En otro texto, pegado a un selfi con su gato Sam, anota: “El sufrimiento de este árbol me parece evidente. Me gustaría hacer algo por él, pero sé que no hay nada que hacer”. No es la última entrada, pero condensa algo esencial: la conciencia de una vida que se agota. Sus frases son breves y claras, pero dejan un poso de verdad que nunca logrará igualar ninguna confesión ruidosa.
En la obra de Annie Ernaux, la fotografía no es un mero objeto evocador, sino un detonante de la memoria. Es el punto de partida de la escritura, una herramienta para acceder a lo que el tiempo y las defensas de la mente han sepultado. La escritora francesa ha recurrido a ella en El lugar, La vergüenza, Una mujer o Los años, donde describía instantáneas de su infancia y juventud como si fueran fotos en prosa. En Diario del afuera, la convirtió en técnica de escritura: transcribió fragmentos cotidianos de su vida entre 1985 y 1992 con la urgencia y la precisión de un fotógrafo callejero en busca del instante decisivo. Más tarde, en El uso de la foto, diario del cáncer de mama que sufrió en 2003, alternó imágenes tomadas tras sus encuentros sexuales con entradas escritas un tiempo más tarde, cuando la enfermedad ya había irrumpido en su día a día.Aun así, la fotografía nunca había tenido un papel tan importante como en este fotodiario, que contiene 120 imagenes del archivo personal de la escritora. No es un simple apéndice o un tomo menor: revela los hilos invisibles que recorren su obra: la humillación por sus orígenes modestos (El lugar, Una mujer), el conflicto entre deseo y culpa (La vergüenza) y, en menor medida, el tabú del aborto (El acontecimiento), la desigualdad en el matrimonio (La mujer helada) o el arrebato amoroso (Pura pasión). Concebido en 2011 para la edición de sus obras completas en la colección Quarto de Gallimard —una especie de Pléiade más asequible y menos elitista—, el libro ha sido ampliado para su edición española, que incluye nuevas entradas que llegan hasta 2023. El resultado es un artefacto híbrido, fiel a la poética de Ernaux, que siempre ha desconfiado de la supuesta objetividad del relato biográfico. El libro propone otra forma de traducir una vida en palabras: a través del enfrentamiento entre la realidad muda de la imagen y la interpretación subjetiva que aporta la escritura. Este cruce entre álbum familiar y diario íntimo da lugar a un espacio autobiográfico inédito, en el que textos e imágenes de épocas distintas se suceden en un estudiado desorden cronológico, con una calculada disonancia. “En el fondo, podría ubicar un pasaje de 1978 en 1967, uno de 1963 en 1988. ¿Habría una gran diferencia?”, se pregunta Ernaux. A la vez que narra sus sueños, obsesiones y emociones en bruto, la autora comenta fotografías que acompañan una existencia común: los estudios, el matrimonio, los hijos, los nietos, los lugares donde vivió, de la Normandía rural a la periferia de París. La primera entrada, de 1963, recoge una frase decisiva, esa que habla de “vengar a mi raza”, que retomará en su discurso de aceptación del Nobel. La segunda, escrita el último día de 1999, refleja su vértigo histórico: “Cae la noche sobre el siglo XX. Hace un siglo, mis abuelos vivían a la luz de las velas en una casa con suelo de tierra”. En la séptima, de 1990, reaparece la figura de su hermana muerta, convertida por el relato materno en “una pequeña santa que al fallecer dijo que iba a ver al Buen Jesús”. En unas pocas páginas, aflora todo su marco referencial: la pobreza y el transfuguismo de clase, el curso tortuoso del siglo XX, el catolicismo como enfermedad moral, el deseo de corregir un relato social plagado de falsedades.Como en una misión arqueológica, la autora busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue“Nada traduce mejor la permanencia del yo que el diario, al no hacer historia”, escribe Ernaux. Pero, como sucede en sus libros más conocidos, ese yo no es una entidad fija, sino una construcción en constante tensión. La autora contiene multitudes: está ella, pero también el reflejo que ve en la ventana de un tren de cercanías. “Una mujer extraña e intimidante, una mujer que no me gusta”. “Yo soy una figura enemiga”, añade. El proyecto tiene una misión arqueológica: busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue, marcada por la vergüenza sexual y la exclusión social. “Una doble alienación de la que extraigo todo lo que escribo, pero a ciegas”, apunta. Ese “malestar infinito” reaparece en una imagen en la playa de Ymare, donde trabajó como monitora, perdió la virginidad a los 18 años y fue tratada de chica fácil. Su yo verdadero podría ser esa joven herida, forjada por “el viento fuerte de las tardes solitarias en provincias”. En “el agujero de esas tardes”, escribe Ernaux, es donde se encuentra el tiempo en estado puro, “la muerte”.Las entradas más recientes irradian una luz crepuscular. En una de 2021, Ernaux escribe: “Lo que odio de las ocupaciones de mi vida actual es que me impiden conocer la vejez, ese tiempo que, como la juventud, solo se vive una vez”. En otro texto, pegado a un selfi con su gato Sam, anota: “El sufrimiento de este árbol me parece evidente. Me gustaría hacer algo por él, pero sé que no hay nada que hacer”. No es la última entrada, pero condensa algo esencial: la conciencia de una vida que se agota. Sus frases son breves y claras, pero dejan un poso de verdad que nunca logrará igualar ninguna confesión ruidosa. Seguir leyendo
En la obra de Annie Ernaux, la fotografía no es un mero objeto evocador, sino un detonante de la memoria. Es el punto de partida de la escritura, una herramienta para acceder a lo que el tiempo y las defensas de la mente han sepultado. La escritora francesa ha recurrido a ella en El lugar, La vergüenza, Una mujer o Los años, donde describía instantáneas de su infancia y juventud como si fueran fotos en prosa. En Diario del afuera, la convirtió en técnica de escritura: transcribió fragmentos cotidianos de su vida entre 1985 y 1992 con la urgencia y la precisión de un fotógrafo callejero en busca del instante decisivo. Más tarde, en El uso de la foto, diario del cáncer de mama que sufrió en 2003, alternó imágenes tomadas tras sus encuentros sexuales con entradas escritas un tiempo más tarde, cuando la enfermedad ya había irrumpido en su día a día.
Aun así, la fotografía nunca había tenido un papel tan importante como en este fotodiario, que contiene 120 imagenes del archivo personal de la escritora. No es un simple apéndice o un tomo menor: revela los hilos invisibles que recorren su obra: la humillación por sus orígenes modestos (El lugar, Una mujer), el conflicto entre deseo y culpa (La vergüenza) y, en menor medida, el tabú del aborto (El acontecimiento), la desigualdad en el matrimonio (La mujer helada) o el arrebato amoroso (Pura pasión). Concebido en 2011 para la edición de sus obras completas en la colección Quarto de Gallimard —una especie de Pléiade más asequible y menos elitista—, el libro ha sido ampliado para su edición española, que incluye nuevas entradas que llegan hasta 2023.

El resultado es un artefacto híbrido, fiel a la poética de Ernaux, que siempre ha desconfiado de la supuesta objetividad del relato biográfico. El libro propone otra forma de traducir una vida en palabras: a través del enfrentamiento entre la realidad muda de la imagen y la interpretación subjetiva que aporta la escritura. Este cruce entre álbum familiar y diario íntimo da lugar a un espacio autobiográfico inédito, en el que textos e imágenes de épocas distintas se suceden en un estudiado desorden cronológico, con una calculada disonancia. “En el fondo, podría ubicar un pasaje de 1978 en 1967, uno de 1963 en 1988. ¿Habría una gran diferencia?”, se pregunta Ernaux.
A la vez que narra sus sueños, obsesiones y emociones en bruto, la autora comenta fotografías que acompañan una existencia común: los estudios, el matrimonio, los hijos, los nietos, los lugares donde vivió, de la Normandía rural a la periferia de París. La primera entrada, de 1963, recoge una frase decisiva, esa que habla de “vengar a mi raza”, que retomará en su discurso de aceptación del Nobel. La segunda, escrita el último día de 1999, refleja su vértigo histórico: “Cae la noche sobre el siglo XX. Hace un siglo, mis abuelos vivían a la luz de las velas en una casa con suelo de tierra”. En la séptima, de 1990, reaparece la figura de su hermana muerta, convertida por el relato materno en “una pequeña santa que al fallecer dijo que iba a ver al Buen Jesús”. En unas pocas páginas, aflora todo su marco referencial: la pobreza y el transfuguismo de clase, el curso tortuoso del siglo XX, el catolicismo como enfermedad moral, el deseo de corregir un relato social plagado de falsedades.
Como en una misión arqueológica, la autora busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue
“Nada traduce mejor la permanencia del yo que el diario, al no hacer historia”, escribe Ernaux. Pero, como sucede en sus libros más conocidos, ese yo no es una entidad fija, sino una construcción en constante tensión. La autora contiene multitudes: está ella, pero también el reflejo que ve en la ventana de un tren de cercanías. “Una mujer extraña e intimidante, una mujer que no me gusta”. “Yo soy una figura enemiga”, añade. El proyecto tiene una misión arqueológica: busca entre los restos del tiempo hasta encontrar a la adolescente que fue, marcada por la vergüenza sexual y la exclusión social. “Una doble alienación de la que extraigo todo lo que escribo, pero a ciegas”, apunta. Ese “malestar infinito” reaparece en una imagen en la playa de Ymare, donde trabajó como monitora, perdió la virginidad a los 18 años y fue tratada de chica fácil. Su yo verdadero podría ser esa joven herida, forjada por “el viento fuerte de las tardes solitarias en provincias”. En “el agujero de esas tardes”, escribe Ernaux, es donde se encuentra el tiempo en estado puro, “la muerte”.
Las entradas más recientes irradian una luz crepuscular. En una de 2021, Ernaux escribe: “Lo que odio de las ocupaciones de mi vida actual es que me impiden conocer la vejez, ese tiempo que, como la juventud, solo se vive una vez”. En otro texto, pegado a un selfi con su gato Sam, anota: “El sufrimiento de este árbol me parece evidente. Me gustaría hacer algo por él, pero sé que no hay nada que hacer”. No es la última entrada, pero condensa algo esencial: la conciencia de una vida que se agota. Sus frases son breves y claras, pero dejan un poso de verdad que nunca logrará igualar ninguna confesión ruidosa.

Annie Ernaux
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire, 2025
176 páginas. 20,95 euros
EL PAÍS