La Antología de Spoon River (1915) es uno de esos libros insólitos que traspasan fronteras culturales y lingüísticas y que pueden llegar a devorar la obra entera de un autor, relegado para siempre a la autoría de un único libro, por más que escribiera muchos más, como fue el caso de Edgar Lee Masters (1868-1950). Fue un fenómeno editorial —tuvo numerosas ediciones— y hasta fue aclamado por Ezra Pound, que vio en él una especie de resurrección de la poesía estadounidense. Con el tiempo tuvo su purgatorio, pero también su renacimiento, y el hecho de que se vuelva a traducir ahora revela el interés que despierta entre nosotros, aún hoy.
Y ciertamente merece la pena leer este libro en una nueva y excelente traducción, porque el universo que presenta no deja de ser atractivo, empezando por la idea originaria, realmente fecunda: son los muertos desde su tumba los que relatan la vida y la desenmascaran y nos la ofrecen con una realidad casi siempre inhóspita e hiriente. He dicho “relatan” porque este libro de poemas escrito en verso libre tiene una dimensión eminentemente narrativa, empezando por los personajes, prácticamente todos inventados, y terminando por el lugar, Spoon River, también inventado. El río existió, y dejó una huella en la memoria infantil de Masters, pero la población como tal no. Ahora bien, sabemos que la invención narrativa suele tener arraigo en realidades conocidas, aunque transfiguradas, y eso es lo que pasa aquí. Y además, los relatos se engarzan muchas veces, y retoman motivos y personajes, dando una sensación de construcción unitaria, casi novelesca.
A Lee Masters le molestaba que nos olvidáramos de la dimensión celebrativa que hay en algunos poemas, muy vía Wordsworth o Whitman, pero lo cierto es que el ser humano que puebla estas páginas es un desastre completo, y los canallas pululan y cometen fechorías infames, la corrupción es permanente, en todos los ámbitos, y la injusticia se hace fuerte casi siempre. Asesinatos, traiciones, mentiras, puñaladas, falsedades. Cierto, la ética quiere hacerse oír, pero le cuesta horrores prevalecer. Cierto, por la carne apasionada se puede ascender al espíritu, pero ¿a qué precio? ¿Al de la muerte misma?
Podemos leer el delicioso ‘Hare Drummer’: “Siguen yendo los niños… a coger avellanas, entre los matorrales…”. O el ‘Edmund Pollard’: “Morirás, sin duda, pero muere viviendo / en honduras de arrobo y azur, con alguien a tu lado, / besando a la abeja reina, ¡la Vida!”. O nos perderemos con ‘Dillard Sissman’ en una especie de contemplación arrobadora: “Y una granja, blanca como la nieve, / asoma entre los árboles, verdes, a lo lejos / … Me deslumbra una llamarada como un lirio de pantano: / ¡flameo como una bandera!”. Sin embargo, también nos podemos topar —en un contraste brutal— con la rebelión de los muertos contra los cuentos chinos de los epitafios: “… La inscripción Pro Patria”, dice el muerto Knowlt Hoheimer, “¿qué diantres querrá decir?”. O con hombres que se comportan como cerdos (‘Schroeder, el pescador’) o con ignorantes poderosos que arrasan con los libros, les molestan porque invitan a pensar (‘Seth Compton’). O con tiparracos que engatusan a ilusionados ciudadanos con esperanzas sociales redentoras, y que, de pronto, los dejan tirados y se pasan al bando de los corruptos: “Fuera, aguantando el frío, se quedaron mis seguidores: / jóvenes idealistas… / almas que lo habían apostado todo por la verdad…” (‘Hiram Scates’).
Muchos ecos hay entre estas páginas, desde Dante —Divina comedia— a Goethe —Fausto—, y hasta Whitman reclama su presencia —”hijo natural de Whitman”, dijo de él un crítico— y hasta Jorge Manrique puede reclamar la suya —gracias a las Coplas traducidas por Longfellow que tal vez leyera Masters—, con ese comienzo que obliga a recordar el célebre y emocionante manriqueño ubi sunt: “¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom…? / Duermen, están durmiendo todos en la colina”. Con la ayuda de todos, y con su propia voz, Masters nos interpela con una extraña actualidad, y más teniendo en cuenta la pesadilla trumpista que ya planea sobre su país. ¿Qué invención literaria contará el retorno de la condición humana a sus peores lodazales?
Una nueva traducción rescata los insólitos poemas en verso libre de Edgar Lee Masters, en los que la injusticia se hace fuerte casi siempre
LaAntología de Spoon River(1915) es uno de esos libros insólitos que traspasan fronteras culturales y lingüísticas y que pueden llegar a devorar la obra entera de un autor, relegado para siempre a la autoría de un único libro, por más que escribiera muchos más, como fue el caso de Edgar Lee Masters (1868-1950). Fue un fenómeno editorial —tuvo numerosas ediciones— y hasta fue aclamado por Ezra Pound, que vio en él una especie de resurrección de la poesía estadounidense. Con el tiempo tuvo su purgatorio, pero también su renacimiento, y el hecho de que se vuelva a traducir ahora revela el interés que despierta entre nosotros, aún hoy.
Y ciertamente merece la pena leer este libro en una nueva y excelente traducción, porque el universo que presenta no deja de ser atractivo, empezando por la idea originaria, realmente fecunda: son los muertos desde su tumba los que relatan la vida y la desenmascaran y nos la ofrecen con una realidad casi siempre inhóspita e hiriente. He dicho “relatan” porque este libro de poemas escrito en verso libre tiene una dimensión eminentemente narrativa, empezando por los personajes, prácticamente todos inventados, y terminando por el lugar, Spoon River, también inventado. El río existió, y dejó una huella en la memoria infantil de Masters, pero la población como tal no. Ahora bien, sabemos que la invención narrativa suele tener arraigo en realidades conocidas, aunque transfiguradas, y eso es lo que pasa aquí. Y además, los relatos se engarzan muchas veces, y retoman motivos y personajes, dando una sensación de construcción unitaria, casi novelesca.
A Lee Masters le molestaba que nos olvidáramos de la dimensión celebrativa que hay en algunos poemas, muy vía Wordsworth o Whitman, pero lo cierto es que el ser humano que puebla estas páginas es un desastre completo, y los canallas pululan y cometen fechorías infames, la corrupción es permanente, en todos los ámbitos, y la injusticia se hace fuerte casi siempre. Asesinatos, traiciones, mentiras, puñaladas, falsedades. Cierto, la ética quiere hacerse oír, pero le cuesta horrores prevalecer. Cierto, por la carne apasionada se puede ascender al espíritu, pero ¿a qué precio? ¿Al de la muerte misma?
Podemos leer el delicioso ‘Hare Drummer’: “Siguen yendo los niños… a coger avellanas, entre los matorrales…”. O el ‘Edmund Pollard’: “Morirás, sin duda, pero muere viviendo / en honduras de arrobo y azur, con alguien a tu lado, / besando a la abeja reina, ¡la Vida!”. O nos perderemos con ‘Dillard Sissman’ en una especie de contemplación arrobadora: “Y una granja, blanca como la nieve, / asoma entre los árboles, verdes, a lo lejos / … Me deslumbra una llamarada como un lirio de pantano: / ¡flameo como una bandera!”. Sin embargo, también nos podemos topar —en un contraste brutal— con la rebelión de los muertos contra los cuentos chinos de los epitafios: “… La inscripción Pro Patria”, dice el muerto Knowlt Hoheimer, “¿qué diantres querrá decir?”. O con hombres que se comportan como cerdos (‘Schroeder, el pescador’) o con ignorantes poderosos que arrasan con los libros, les molestan porque invitan a pensar (‘Seth Compton’). O con tiparracos que engatusan a ilusionados ciudadanos con esperanzas sociales redentoras, y que, de pronto, los dejan tirados y se pasan al bando de los corruptos: “Fuera, aguantando el frío, se quedaron mis seguidores: / jóvenes idealistas… / almas que lo habían apostado todo por la verdad…” (‘Hiram Scates’).
Muchos ecos hay entre estas páginas, desde Dante —Divina comedia— a Goethe —Fausto—, y hasta Whitman reclama su presencia —”hijo natural de Whitman”, dijo de él un crítico— y hasta Jorge Manrique puede reclamar la suya —gracias a las Coplas traducidas por Longfellow que tal vez leyera Masters—, con ese comienzo que obliga a recordar el célebre y emocionante manriqueño ubi sunt: “¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom…? / Duermen, están durmiendo todos en la colina”. Con la ayuda de todos, y con su propia voz, Masters nos interpela con una extraña actualidad, y más teniendo en cuenta la pesadilla trumpista que ya planea sobre su país. ¿Qué invención literaria contará el retorno de la condición humana a sus peores lodazales?
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