Hasta hace bien poco lo malo era malo y lo bueno era bueno, y ciertas cuestiones parecían evidentes: la mayor parte de los productos que usábamos procedían, en su forma mínima, de la merma de la Naturaleza (un término, por otro lado, el de ‘lo natural’, algo difuso): consumir papel nos llevaba irremediablemente a pensar en árboles siendo talados, en el imaginario popular, casi siempre en el Amazonas, que a vista de pájaro o helicóptero mostraba al espectador sobrecogedoras calvas en su pelaje forestal que nos han hecho sentir históricamente culpables del malgasto en materia de celulosa. Ahora, sin embargo, lo malo es bueno y lo bueno malo, se puede hacer bandera hasta de la peor barrabasada, y los productos que más consumimos, los hechos de unos y ceros, han deslocalizado por completo el sentimiento de culpa hasta el punto de que pareciese que funcionan de un modo ligero, suave, casi sin esfuerzo. Textos negros en cuidadas tipografías sobre fondos blancos, estética ‘clean’, voces apacibles: el repiqueteo del dedo sobre la pantalla es algo extraído de un sueño. El de la razón.Noticias relacionadas estandar Si INTERNET Prompt: Escribe un artículo sobre la formación actual en arte y diseño Eduardo Almiñana estandar Si INTERNET El NFT vive. ¿La hucha sigue? Eduardo AlmiñanaLa realidad es que la nube no es blanca y esponjosa, sino que tiene forma de monstruosos consumos de energía para renderizar imágenes, que si hablamos de las peticiones a la IA, pueden ser tan contingentes como la de un langostino sentado en una silla en un despacho, para ejemplificar una mala higiene postural frente al ordenador en el trabajo. Esos consumos no son algo abstracto, claro: hasta tal punto son concretos que hay compañías ‘tech’ planteándose construir centrales nucleares solo para alimentar sus servicios y tecnologías. Por otro lado, lo cierto es que dicho meme no ha sido creado para este artículo, sino que se ha guardado una copia del mismo y se ha compartido. Esta acción, por supuesto, no es inocua —nada lo es—, pero su almacenamiento implica un gasto energético muy distinto al hecho de su creación. Entonces, ¿qué alternativas hay para, una vez conscientes, no sentirnos Hexxus, el engendro oleoso de Ferngully ?Meme generado con ChatGPTEl entorno digital permite una forma muy propia de reutilización: no solo se comparten obras terminadas, sino elementos estructurales —texturas, modelos 3D, entornos, animaciones, datasets, algoritmos— que pueden ser usados una y otra vez sin desgaste. Esta economía circular creativa es una de las grandes virtudes sostenibles del arte digital. Plataformas como Sketchfab, OpenGameArt , BlenderKit o Unreal Marketplace, así como los bancos de imágenes y vídeos de stock, permiten acceder a recursos reutilizables para crear nuevas obras sin partir de cero, lo cual no es sinónimo de ser verde, ni mucho menos: la nube, el nubarrón del almacenamiento, sigue emanando de granjas de servidores, pero sí se evitan procesos creativos que exigen una alta potencia de cálculo. Fotograma de la pelicula de animacion ‘Fengully’ ABCAdemás de la reutilización, existen estrategias para crear de un modo menos demandante a nivel medioambiental:a) Low poly aesthetics: la generación de mundos visualmente atractivos pero con baja complejidad computacional (pocos polígonos), sello de estudios como Puppet Combo, cuyo arte para sus juegos emula el reconfortante sabor 32 bits de aquella lejana PlayStation original. En el contexto de los videojuegos es toda una tendencia estética, además de una cuestión práctica. b) Obras efímeras que se autodestruyen digitalmente, como metáfora de la temporalidad o para evitar almacenamiento perpetuo en servidores, como thiswebsitewillselfdestruct.com , sitio que fue diseñado para borrarse si no recibía un mensaje en 24 horas , cosa que finalmente sucedió, con la consiguiente desaparición de la página. En clave simbólica, ‘The World of Irreversible Change’, de teamLab, en la que las interacciones del público con la simulación de un pueblo puede llevar a la aniquilación irreversible del mismo. Mientras eso no ocurra, el pueblo sigue con su vida, cuya meteorología incluso está sincronizada con la del lugar donde se expone la obra, como el Centro de Arte Hortensia Herrero.Obra de la cultura Demoscene ABCc) Arte con código mínimo: movimientos como el bytebeat o el demoscene crean visuales y sonidos espectaculares con unos pocos kilobytes de código, exprimiendo el rendimiento de la máquina hasta la última tecnogota. d) Hosting sostenible: algunas iniciativas artísticas se alojan en servidores verdes, o emplean tecnologías ‘peer-to-peer’ para reducir la dependencia de grandes centros de datos.Por un futuro responsableMás allá de las métricas de consumo energético o las decisiones tecnológicas, el arte digital sostenible propone una ética: cómo crear sin devastar, cómo imaginar sin consumir por consumir. En ese sentido, artistas como Lemercier, quien en 2021 participó en ‘The Carbon Drop’ junto a Beeple, Gmunk, Refik Anadol y otros para denunciar el impacto de plataformas NFT altamente contaminantes para cancelar su participación al constatar que la plataforma — Nifty Gateway — no implementó soluciones reales de reducción de carbono, o el artista y tecnólogo Memo Akten, quien realizó un estudio exhaustivo sobre la huella ecológica del criptoarte en Ethereum que levantó ampollas y le granjeó altas dosis de odio online, no solo generan obras, sino que señalan caminos: el de la transparencia, la conciencia y la experimentación responsable. Memo Akten, fotograma de ‘Depeche Mode – Fragile Tension’ (2009)En una era de saturación visual e hiperproducción, la reutilización, la síntesis y el cuestionamiento de los medios que empleamos se convierten no solo en estética, sino en un posicionamiento respecto al frenético e irreflexivo curso del mundo. Porque si vamos a habitar un mundo decididamente digital, mejor que no de asiente sobre el humo negro de sus ciberchimeneas, sino sobre el brillo de quienes piensan en cómo hacerlo aunque sea un poco más habitable. Hasta hace bien poco lo malo era malo y lo bueno era bueno, y ciertas cuestiones parecían evidentes: la mayor parte de los productos que usábamos procedían, en su forma mínima, de la merma de la Naturaleza (un término, por otro lado, el de ‘lo natural’, algo difuso): consumir papel nos llevaba irremediablemente a pensar en árboles siendo talados, en el imaginario popular, casi siempre en el Amazonas, que a vista de pájaro o helicóptero mostraba al espectador sobrecogedoras calvas en su pelaje forestal que nos han hecho sentir históricamente culpables del malgasto en materia de celulosa. Ahora, sin embargo, lo malo es bueno y lo bueno malo, se puede hacer bandera hasta de la peor barrabasada, y los productos que más consumimos, los hechos de unos y ceros, han deslocalizado por completo el sentimiento de culpa hasta el punto de que pareciese que funcionan de un modo ligero, suave, casi sin esfuerzo. Textos negros en cuidadas tipografías sobre fondos blancos, estética ‘clean’, voces apacibles: el repiqueteo del dedo sobre la pantalla es algo extraído de un sueño. El de la razón.Noticias relacionadas estandar Si INTERNET Prompt: Escribe un artículo sobre la formación actual en arte y diseño Eduardo Almiñana estandar Si INTERNET El NFT vive. ¿La hucha sigue? Eduardo AlmiñanaLa realidad es que la nube no es blanca y esponjosa, sino que tiene forma de monstruosos consumos de energía para renderizar imágenes, que si hablamos de las peticiones a la IA, pueden ser tan contingentes como la de un langostino sentado en una silla en un despacho, para ejemplificar una mala higiene postural frente al ordenador en el trabajo. Esos consumos no son algo abstracto, claro: hasta tal punto son concretos que hay compañías ‘tech’ planteándose construir centrales nucleares solo para alimentar sus servicios y tecnologías. Por otro lado, lo cierto es que dicho meme no ha sido creado para este artículo, sino que se ha guardado una copia del mismo y se ha compartido. Esta acción, por supuesto, no es inocua —nada lo es—, pero su almacenamiento implica un gasto energético muy distinto al hecho de su creación. Entonces, ¿qué alternativas hay para, una vez conscientes, no sentirnos Hexxus, el engendro oleoso de Ferngully ?Meme generado con ChatGPTEl entorno digital permite una forma muy propia de reutilización: no solo se comparten obras terminadas, sino elementos estructurales —texturas, modelos 3D, entornos, animaciones, datasets, algoritmos— que pueden ser usados una y otra vez sin desgaste. Esta economía circular creativa es una de las grandes virtudes sostenibles del arte digital. Plataformas como Sketchfab, OpenGameArt , BlenderKit o Unreal Marketplace, así como los bancos de imágenes y vídeos de stock, permiten acceder a recursos reutilizables para crear nuevas obras sin partir de cero, lo cual no es sinónimo de ser verde, ni mucho menos: la nube, el nubarrón del almacenamiento, sigue emanando de granjas de servidores, pero sí se evitan procesos creativos que exigen una alta potencia de cálculo. Fotograma de la pelicula de animacion ‘Fengully’ ABCAdemás de la reutilización, existen estrategias para crear de un modo menos demandante a nivel medioambiental:a) Low poly aesthetics: la generación de mundos visualmente atractivos pero con baja complejidad computacional (pocos polígonos), sello de estudios como Puppet Combo, cuyo arte para sus juegos emula el reconfortante sabor 32 bits de aquella lejana PlayStation original. En el contexto de los videojuegos es toda una tendencia estética, además de una cuestión práctica. b) Obras efímeras que se autodestruyen digitalmente, como metáfora de la temporalidad o para evitar almacenamiento perpetuo en servidores, como thiswebsitewillselfdestruct.com , sitio que fue diseñado para borrarse si no recibía un mensaje en 24 horas , cosa que finalmente sucedió, con la consiguiente desaparición de la página. En clave simbólica, ‘The World of Irreversible Change’, de teamLab, en la que las interacciones del público con la simulación de un pueblo puede llevar a la aniquilación irreversible del mismo. Mientras eso no ocurra, el pueblo sigue con su vida, cuya meteorología incluso está sincronizada con la del lugar donde se expone la obra, como el Centro de Arte Hortensia Herrero.Obra de la cultura Demoscene ABCc) Arte con código mínimo: movimientos como el bytebeat o el demoscene crean visuales y sonidos espectaculares con unos pocos kilobytes de código, exprimiendo el rendimiento de la máquina hasta la última tecnogota. d) Hosting sostenible: algunas iniciativas artísticas se alojan en servidores verdes, o emplean tecnologías ‘peer-to-peer’ para reducir la dependencia de grandes centros de datos.Por un futuro responsableMás allá de las métricas de consumo energético o las decisiones tecnológicas, el arte digital sostenible propone una ética: cómo crear sin devastar, cómo imaginar sin consumir por consumir. En ese sentido, artistas como Lemercier, quien en 2021 participó en ‘The Carbon Drop’ junto a Beeple, Gmunk, Refik Anadol y otros para denunciar el impacto de plataformas NFT altamente contaminantes para cancelar su participación al constatar que la plataforma — Nifty Gateway — no implementó soluciones reales de reducción de carbono, o el artista y tecnólogo Memo Akten, quien realizó un estudio exhaustivo sobre la huella ecológica del criptoarte en Ethereum que levantó ampollas y le granjeó altas dosis de odio online, no solo generan obras, sino que señalan caminos: el de la transparencia, la conciencia y la experimentación responsable. Memo Akten, fotograma de ‘Depeche Mode – Fragile Tension’ (2009)En una era de saturación visual e hiperproducción, la reutilización, la síntesis y el cuestionamiento de los medios que empleamos se convierten no solo en estética, sino en un posicionamiento respecto al frenético e irreflexivo curso del mundo. Porque si vamos a habitar un mundo decididamente digital, mejor que no de asiente sobre el humo negro de sus ciberchimeneas, sino sobre el brillo de quienes piensan en cómo hacerlo aunque sea un poco más habitable.
Hasta hace bien poco lo malo era malo y lo bueno era bueno, y ciertas cuestiones parecían evidentes: la mayor parte de los productos que usábamos procedían, en su forma mínima, de la merma de la Naturaleza (un término, por otro lado, el de ‘ … lo natural’, algo difuso): consumir papel nos llevaba irremediablemente a pensar en árboles siendo talados, en el imaginario popular, casi siempre en el Amazonas, que a vista de pájaro o helicóptero mostraba al espectador sobrecogedoras calvas en su pelaje forestal que nos han hecho sentir históricamente culpables del malgasto en materia de celulosa.
Ahora, sin embargo, lo malo es bueno y lo bueno malo, se puede hacer bandera hasta de la peor barrabasada, y los productos que más consumimos, los hechos de unos y ceros, han deslocalizado por completo el sentimiento de culpa hasta el punto de que pareciese que funcionan de un modo ligero, suave, casi sin esfuerzo. Textos negros en cuidadas tipografías sobre fondos blancos, estética ‘clean’, voces apacibles: el repiqueteo del dedo sobre la pantalla es algo extraído de un sueño. El de la razón.
La realidad es que la nube no es blanca y esponjosa, sino que tiene forma de monstruosos consumos de energía para renderizar imágenes, que si hablamos de las peticiones a la IA, pueden ser tan contingentes como la de un langostino sentado en una silla en un despacho, para ejemplificar una mala higiene postural frente al ordenador en el trabajo. Esos consumos no son algo abstracto, claro: hasta tal punto son concretos que hay compañías ‘tech’ planteándose construir centrales nucleares solo para alimentar sus servicios y tecnologías.
Por otro lado, lo cierto es que dicho meme no ha sido creado para este artículo, sino que se ha guardado una copia del mismo y se ha compartido. Esta acción, por supuesto, no es inocua —nada lo es—, pero su almacenamiento implica un gasto energético muy distinto al hecho de su creación. Entonces, ¿qué alternativas hay para, una vez conscientes, no sentirnos Hexxus, el engendro oleoso de Ferngully?
El entorno digital permite una forma muy propia de reutilización: no solo se comparten obras terminadas, sino elementos estructurales —texturas, modelos 3D, entornos, animaciones, datasets, algoritmos— que pueden ser usados una y otra vez sin desgaste. Esta economía circular creativa es una de las grandes virtudes sostenibles del arte digital.
Plataformas como Sketchfab,OpenGameArt, BlenderKit o Unreal Marketplace, así como los bancos de imágenes y vídeos de stock, permiten acceder a recursos reutilizables para crear nuevas obras sin partir de cero, lo cual no es sinónimo de ser verde, ni mucho menos: la nube, el nubarrón del almacenamiento, sigue emanando de granjas de servidores, pero sí se evitan procesos creativos que exigen una alta potencia de cálculo.
ABC
Además de la reutilización, existen estrategias para crear de un modo menos demandante a nivel medioambiental:
a) Low poly aesthetics: la generación de mundos visualmente atractivos pero con baja complejidad computacional (pocos polígonos), sello de estudios como Puppet Combo, cuyo arte para sus juegos emula el reconfortante sabor 32 bits de aquella lejana PlayStation original. En el contexto de los videojuegos es toda una tendencia estética, además de una cuestión práctica.
b) Obras efímeras que se autodestruyen digitalmente, como metáfora de la temporalidad o para evitar almacenamiento perpetuo en servidores, como thiswebsitewillselfdestruct.com, sitio que fue diseñado para borrarse si no recibía un mensaje en 24 horas, cosa que finalmente sucedió, con la consiguiente desaparición de la página. En clave simbólica, ‘The World of Irreversible Change’, de teamLab, en la que las interacciones del público con la simulación de un pueblo puede llevar a la aniquilación irreversible del mismo. Mientras eso no ocurra, el pueblo sigue con su vida, cuya meteorología incluso está sincronizada con la del lugar donde se expone la obra, como el Centro de Arte Hortensia Herrero.
ABC
c) Arte con código mínimo: movimientos como el bytebeat o el demoscene crean visuales y sonidos espectaculares con unos pocos kilobytes de código, exprimiendo el rendimiento de la máquina hasta la última tecnogota.
d) Hosting sostenible: algunas iniciativas artísticas se alojan en servidores verdes, o emplean tecnologías ‘peer-to-peer’ para reducir la dependencia de grandes centros de datos.
Por un futuro responsable
Más allá de las métricas de consumo energético o las decisiones tecnológicas, el arte digital sostenible propone una ética: cómo crear sin devastar,cómo imaginar sin consumir por consumir. En ese sentido, artistas como Lemercier, quien en 2021 participó en ‘The Carbon Drop’ junto a Beeple, Gmunk, Refik Anadol y otros para denunciar el impacto de plataformas NFT altamente contaminantes para cancelar su participación al constatar que la plataforma —Nifty Gateway— no implementó soluciones reales de reducción de carbono, o el artista y tecnólogo Memo Akten, quien realizó un estudio exhaustivo sobre la huella ecológica del criptoarte en Ethereum que levantó ampollas y le granjeó altas dosis de odio online, no solo generan obras, sino que señalan caminos: el de la transparencia, la conciencia y la experimentación responsable.
En una era de saturación visual e hiperproducción, la reutilización, la síntesis y el cuestionamiento de los medios que empleamos se convierten no solo en estética, sino en un posicionamiento respecto al frenético e irreflexivo curso del mundo. Porque si vamos a habitar un mundo decididamente digital, mejor que no de asiente sobre el humo negro de sus ciberchimeneas, sino sobre el brillo de quienes piensan en cómo hacerlo aunque sea un poco más habitable.
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