En más de tres décadas de carrera, la banda de rock colombiana Aterciopelados, que lideró el estallido del llamado rock alternativo en su país en los años noventa, ha demostrado que los “genes rebeldes” les corren por las venas. Por eso sus líderes, Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, han elegido ese como el título de su décimo álbum de estudio, y también de uno de sus sencillos. La vocalista y el guitarrista señalan que se trata de un bolero cósmico —ya no falaz, como una de las canciones que los lanzó al estrellato― que habla del amor desde el origen del universo: dos genes enamorados que se saben hechos de polvo de estrellas.
Ambos desconocen si esa rebeldía —que Andrea expresa con esa visceralidad al cantar, y Héctor, con su reticencia a inscribirse en alguna ideología— viene de sus árboles genealógicos. “Yo creo en el aquí y el ahora”, afirma la bogotana. Y los dos coincidieron en esa anomalía genética de querer romper estructuras. Ella, proveniente de una familia conservadora y acomodada, cuyos padres se escandalizaron cuando les dijo que quería estudiar arte. Él, de una familia de comerciantes del barrio el Restrepo, “sin ningún estímulo artístico; entonces el arte, la música, fue ese escape”.
Andrea, conocida por su irreverencia, sostiene que con el disco que ha salido en todas las plataformas este 22 de abril están “más rebeldes que nunca”. Reivindica el mensaje que hizo famoso con su canción El estuche (2004). Antes cantaba: “Mira la esencia, no las apariencias”, y ahora dice: “Las mamíferas engordamos”. “Sigo peleando, porque cuál de nosotras no está intervenida, frustrada, acomplejada o todas las anteriores. Sumercé todos los días tiene que decir: no me dejo, no me dejo”. Pese a que han pasado 20 años desde que saliera al aire ese sencillo, dice que las mujeres “somos más esclavas que nunca. Estamos muertas del hambre”. Esclavas de la imagen. “Las niñas, todo el mundo recibe esta información. Está muy heavy. Somos más objeto sexual que nunca”, añade.
Mor, Ruana versus bikini, o Mamíferas, canciones del nuevo álbum que desde finales de noviembre se fueron publicando a cuentagotas, encierran ese mensaje. “La vanidad nos mata. ‘Las hembras mamíferas engordamos’ no es traguemos [comamos] como locas. Es simplemente mandar una duda: ¿qué es lo que nos conduce? ¡Es la vanidad! Y un poquito de vanidad, claro que toca, pero mucha nos tiene jodidas. Ni que esa fuera nuestra misión en la vida: venir a verse buena”. En el fondo está otra de sus convicciones, y es que el arte debe estar por encima de la foto. Lo importante es subirse a cantar. Tener algo que decir.
Pero, ¿qué es ser rebelde en estos tiempos?, se preguntan. “Lo que fue alternativo y rebelde ya fue absorbido por el sistema, por el capitalismo”, dice Héctor. En su juventud, cuando caminaba por las calles bogotanas con una cresta, y Andrea con el pelo corto y pintado de colores, eso era disruptivo. Ya no. Aunque no tienen una certeza absoluta sobre qué es ser alternativo hoy, suponen que lo que más se acerca es buscar vivir con consciencia.
A finales de la década de los noventa, cuando esta banda irrumpió en el panorama musical nacional, “ni siquiera había una escena de rock, ni grupos que cantaran en la radio, ni pasaba nada”, recuerdan. Eran ellos, presentándose en bares y ensayando en bodegas. De repente, sonó una canción y todo explotó. Y Andrea, “una chica a la que le gustaba el barro ―siempre ha trabajado la cerámica— y que le gustaba cantar, terminó allá subida”, en un escenario.
Casi sin darse cuenta, se ganaron un lugar entre las bandas más famosas del rock en español, junto a Soda Stereo o Café Tacvba, en la época dorada de este género. La mezcla de rock con ritmos del folclore colombiano, junto a letras de crítica social, fueron configurando su estilo propio, y el éxito de canciones como Florecita Rockera, Mujer gala, Baracunatana o Maligno los llevó a recorrer escenarios de todo el mundo y servir de faro para nuevos artistas.
Aterciopelados ha trabajado como grupo independiente, con disqueras grandes, con pequeñas. Sus integrantes se separaron por un tiempo, para encontrar sus propios caminos como solistas. Con Genes rebeldes, y con la experiencia de Héctor como productor, eligieron volver a ser independientes y así tener pleno dominio sobre lo que quieren comunicar. “Yo pienso luchar contra el estereotipo. El harem neoliberal, le puse yo el otro día”, comenta Andrea. Las canciones oscilan entre su crítica férrea a la superficialidad y una mirada futurista.
A Héctor, biólogo de formación, le parece un privilegio vivir en estos tiempos, cuando la tecnología abre posibilidades infinitas. Muchas de las letras hablan de la física cuántica, de lo subatómico o la inteligencia artificial, con la que hicieron el video de Apocalipsis; un fin del mundo, pero en el sentido de una revelación, y ambientado en Bogotá. “Son cosas inevitables”, dice, “vamos a ir Marte, y vamos a ir en naves a otros mundos, a llevar la vida. Eso va a pasar”. Andrea, en cambio, es más dada a la “inteligencia artesanal”, con sus cerámicas, que aparecen en otros videos del álbum.
Por un lado, Héctor con su optimismo radical. Por el otro, Andrea “que es más de hurgar en la herida”. Juntos, siguen encontrando nuevas sonoridades. “Las guitarras eléctricas y las baterías acústicas dieron paso a unos sonidos más electrónicos, más limpios, más bailables”, cuenta Buitrago. La vocalista también ha ido descubriendo nuevos matices en su voz, más tranquilos. Así, Genes rebeldes transita entre el rock, el blues, ritmos latinos y fusiones electrónicas. Es un crisol. Agradecida contó con la participación de Gustavo Santaolalla y Camila Moreno. “Sigo sintiendo esto, sigo estando en contra de todas estas cosas, tengo mi perrenque, pero a ratos quiero reírme y bailar, ser divertida, más liviana. Me parece que eso tiene este disco: que tiene su crítica y su piedra [rabia], pero a la vez también mucho humor y baile”, explica ella.
La rebeldía explosiva inicial ha dado paso a una con más estructura, añade Echeverri. Sale a flote la experiencia, que le permite “escribir unas canciones que la gente dice: ¿qué?, ¿cómo se le ocurre?”. Y al subirse a un escenario, “ya hay unas certezas”, aunque se sigue sintiendo tímida, “un poco mosca en leche”, dice. Es allí, frente a todos, donde sucede la alquimia y la mujer a la que le gusta estar metida entre el barro se transforma en diva. Ella, que abiertamente se ha declarado lo opuesto a eso: una anti-diva.
El emblemático grupo de rock colombiano lanza su nuevo álbum ‘Genes rebeldes’, y reflexiona en esta entrevista sobre cómo ser alternativo en una época en la que “la rebeldía fue absorbida por el sistema”
En más de tres décadas de carrera, la banda de rock colombiana Aterciopelados, que lideró el estallido del llamado rock alternativo en su país en los años noventa, ha demostrado que los “genes rebeldes” les corren por las venas. Por eso sus líderes, Andrea Echeverri y Héctor Buitrago, han elegido ese como el título de su décimo álbum de estudio, y también de uno de sus sencillos. La vocalista y el guitarrista señalan que se trata de un bolero cósmico —ya no falaz, como una de las canciones que los lanzó al estrellato― que habla del amor desde el origen del universo: dos genes enamorados que se saben hechos de polvo de estrellas.
Ambos desconocen si esa rebeldía —que Andrea expresa con esa visceralidad al cantar, y Héctor, con su reticencia a inscribirse en alguna ideología— viene de sus árboles genealógicos. “Yo creo en el aquí y el ahora”, afirma la bogotana. Y los dos coincidieron en esa anomalía genética de querer romper estructuras. Ella, proveniente de una familia conservadora y acomodada, cuyos padres se escandalizaron cuando les dijo que quería estudiar arte. Él, de una familia de comerciantes del barrio el Restrepo, “sin ningún estímulo artístico; entonces el arte, la música, fue ese escape”.
Andrea, conocida por su irreverencia, sostiene que con el disco que ha salido en todas las plataformas este 22 de abril están “más rebeldes que nunca”. Reivindica el mensaje que hizo famoso con su canción El estuche (2004). Antes cantaba: “Mira la esencia, no las apariencias”, y ahora dice: “Las mamíferas engordamos”. “Sigo peleando, porque cuál de nosotras no está intervenida, frustrada, acomplejada o todas las anteriores. Sumercé todos los días tiene que decir: no me dejo, no me dejo”. Pese a que han pasado 20 años desde que saliera al aire ese sencillo, dice que las mujeres “somos más esclavas que nunca. Estamos muertas del hambre”. Esclavas de la imagen. “Las niñas, todo el mundo recibe esta información. Está muy heavy. Somos más objeto sexual que nunca”, añade.

Mor, Ruana versus bikini, o Mamíferas, canciones del nuevo álbum que desde finales de noviembre se fueron publicando a cuentagotas, encierran ese mensaje. “La vanidad nos mata. ‘Las hembras mamíferas engordamos’ no es traguemos [comamos] como locas. Es simplemente mandar una duda: ¿qué es lo que nos conduce? ¡Es la vanidad! Y un poquito de vanidad, claro que toca, pero mucha nos tiene jodidas. Ni que esa fuera nuestra misión en la vida: venir a verse buena”. En el fondo está otra de sus convicciones, y es que el arte debe estar por encima de la foto. Lo importante es subirse a cantar. Tener algo que decir.
Pero, ¿qué es ser rebelde en estos tiempos?, se preguntan. “Lo que fue alternativo y rebelde ya fue absorbido por el sistema, por el capitalismo”, dice Héctor. En su juventud, cuando caminaba por las calles bogotanas con una cresta, y Andrea con el pelo corto y pintado de colores, eso era disruptivo. Ya no. Aunque no tienen una certeza absoluta sobre qué es ser alternativo hoy, suponen que lo que más se acerca es buscar vivir con consciencia.
A finales de la década de los noventa, cuando esta banda irrumpió en el panorama musical nacional, “ni siquiera había una escena de rock, ni grupos que cantaran en la radio, ni pasaba nada”, recuerdan. Eran ellos, presentándose en bares y ensayando en bodegas. De repente, sonó una canción y todo explotó. Y Andrea, “una chica a la que le gustaba el barro ―siempre ha trabajado la cerámica— y que le gustaba cantar, terminó allá subida”, en un escenario.
Casi sin darse cuenta, se ganaron un lugar entre las bandas más famosas del rock en español, junto a Soda Stereo o Café Tacvba, en la época dorada de este género. La mezcla de rock con ritmos del folclore colombiano, junto a letras de crítica social, fueron configurando su estilo propio, y el éxito de canciones como Florecita Rockera, Mujer gala, Baracunatana o Maligno los llevó a recorrer escenarios de todo el mundo y servir de faro para nuevos artistas.

Aterciopelados ha trabajado como grupo independiente, con disqueras grandes, con pequeñas. Sus integrantes se separaron por un tiempo, para encontrar sus propios caminos como solistas. Con Genes rebeldes, y con la experiencia de Héctor como productor, eligieron volver a ser independientes y así tener pleno dominio sobre lo que quieren comunicar. “Yo pienso luchar contra el estereotipo. El harem neoliberal, le puse yo el otro día”, comenta Andrea. Las canciones oscilan entre su crítica férrea a la superficialidad y una mirada futurista.
A Héctor, biólogo de formación, le parece un privilegio vivir en estos tiempos, cuando la tecnología abre posibilidades infinitas. Muchas de las letras hablan de la física cuántica, de lo subatómico o la inteligencia artificial, con la que hicieron el video de Apocalipsis; un fin del mundo, pero en el sentido de una revelación, y ambientado en Bogotá. “Son cosas inevitables”, dice, “vamos a ir Marte, y vamos a ir en naves a otros mundos, a llevar la vida. Eso va a pasar”. Andrea, en cambio, es más dada a la “inteligencia artesanal”, con sus cerámicas, que aparecen en otros videos del álbum.
Por un lado, Héctor con su optimismo radical. Por el otro, Andrea “que es más de hurgar en la herida”. Juntos, siguen encontrando nuevas sonoridades. “Las guitarras eléctricas y las baterías acústicas dieron paso a unos sonidos más electrónicos, más limpios, más bailables”, cuenta Buitrago. La vocalista también ha ido descubriendo nuevos matices en su voz, más tranquilos. Así, Genes rebeldes transita entre el rock, el blues, ritmos latinos y fusiones electrónicas. Es un crisol. Agradecida contó con la participación de Gustavo Santaolalla y Camila Moreno. “Sigo sintiendo esto, sigo estando en contra de todas estas cosas, tengo mi perrenque, pero a ratos quiero reírme y bailar, ser divertida, más liviana. Me parece que eso tiene este disco: que tiene su crítica y su piedra [rabia], pero a la vez también mucho humor y baile”, explica ella.
La rebeldía explosiva inicial ha dado paso a una con más estructura, añade Echeverri. Sale a flote la experiencia, que le permite “escribir unas canciones que la gente dice: ¿qué?, ¿cómo se le ocurre?”. Y al subirse a un escenario, “ya hay unas certezas”, aunque se sigue sintiendo tímida, “un poco mosca en leche”, dice. Es allí, frente a todos, donde sucede la alquimia y la mujer a la que le gusta estar metida entre el barro se transforma en diva. Ella, que abiertamente se ha declarado lo opuesto a eso: una anti-diva.
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