La vida y la obra de Azorín (José Martínez Ruiz, Monóvar, 1873-Madrid, 1967), miembro de la Generación del 98, que él mismo contribuyó a definir, en ABC, pueden confundirse con esta legendaria anotación de ‘El quadern gris’ del 23 de diciembre de 1.918, cuando Josep Pla hace esta confesión sobre su tormento más íntimo: «Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión, ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser algo en la vida; solo sentir esta secreta y diabólica manía de escribir, a la cual lo sacrifico todo, a la cual lo sacrificaré todo en la vida, probablemente».’Azorín. Clásico y moderno’, de Francisco Fuster , quizá sea la mejor y sin duda indispensable biografía del maestro, reconstruyendo muy minuciosamente esa trayectoria con incontables, prolijos y profundos meandros: joven anarquista, hostil al matrimonio, partidario del amor libre; enamorado de la única mujer de su vida; liberal-conservador; conservador; monárquico, republicano federal , catalanista partidario de la independencia nacional de Cataluña; francófilo sin hablar francés, escribiendo de la Primera Guerra Mundial en un periódico germanófilo (ABC); diputado conservador; aspirante a republicano federal; defensor y crítico implacable de la República; franquista / oportunista; estoico solitario para mejor defender su soledad más pulcra…BIOGRAFÍA ‘Azorín. Clásico y moderno’ Autor Francisco Fuster Editorial Alianza Páginas 384 Precio 22,50 euros 4Azorín defendió con mucho talento y brío todas y cada una de esas posiciones vitales y profesionales, a lo largo de varias décadas y millares de artículos. Autor de ensayos de referencia sobre Camba y Gaziel, Fuster glosa esa trayectoria única y colosal, evitando la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoria. Azorín fue todo eso y mucho más…Su crónicas parisina s , del atentado terrorista contra el Rey a la Primera Guerra Mundial (instalado en el Majestic, el hotel donde se cruzaron por única vez Proust, Joyce y Picasso) se confunden con la matriz del periodismo moderno español.Fuster evita la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoriaSus novelas oscilan entre la crónica intimista y una renovación mal explorada del género. Su teatro sigue sin ser representado. Su pasión por el cine lo convierte en uno de los primeros y más grandes cinéfilos de nuestra historia literaria. Sus crónicas viajeras por España con monumentos únicos en su género. Sus crónicas políticas , entre el compromiso personal, el oportunismo y la crítica radical, son testimonios indispensables. Su relectura de los clásicos españoles es sencillamente única. Sus escritos sobre París y Francia (en segundo plano), oscilan entre el viaje íntimo y la crónica personal de varios destierros.Una trayectoria tan excepcional es un caso ejemplar en nuestra historia literaria. Francisco Fuster nos ofrece una síntesis indispensable: evitando la «censura» de tan gigantescas metamorfosis, que también atizaron la incomprensión y los juicios sumarísimos más implacables.Juan Ramón Jiménez criticó a Azorín con una ferocidad juanramoniana. Ramón Gómez de la Serna —comparado con Joyce y Proust por Valery Larbaud—lo ensalzó de manera llamativa, para juzgarlo con crueldad. Pedro Salinas y Ramón J. Sender fueron grandes admiradores, caídos en un desencanto crítico sin fisuras. Observador ‘clínico’ desde Barcelona, Gaziel, otro gran maestro, no deja de «extrañarse» y subrayar l os desencuentros cainitas de las élites madrileñas.Relaciones conflictivasSería muy fácil callar, silenciar o instalar en un segundo plano esas relaciones conflictivas entre Azorín y todos sus contemporáneos. Con muy buen juicio, el profesor Fuster ha preferido el relato fiel de la trayectoria humana, de la agitación juvenil, valenciana, al «sonoro silencio» del fin, en la madrileña calle Zorrilla, refugiado a algo muy semejante al exilio interior. Reconocido, ensalzado, desde su vuelta del exilio parisino y su acogida respetuosa por Dionisio Ridruejo y Luis Rosale s , entre otros, Azorín terminó haciendo gala de una soledad estricta, sin compromisos. El autor de algún artículo oportunista sobre Franco seguía creyendo en la nación catalana, estimando que Prat de la Riba fue uno de los grandes políticos del siglo XX; sin olvidar su fructífera amistad con Joan Maragall . El académico adulado por espurias razones defendía a colegas perseguidos por la policía política, como Antonio Espina. Su condición de ‘patriarca’ del columnismo político, en ABC , era compatible con sus tertulias íntimas con un crítico acérrimo de la coyuntura, como José Bergamín.Si la biografía de Francisco Fuster quizá sea la mejor introducción a la obra total de Azorín, la primera gran biografía sigue siendo la de Ramón Gómez de la Serna, proclamando que «Azorín es la historia contemporánea, el alma de su tiempo ». Ramón matizó desencantado aquella su primera visión, que me sigue pareciendo justa: alma atormentada, espejo cóncavo de una historia social, política y cultural que sigue sigue siendo víctima de sus desencantos, el eterno retorno de la catástrofe, en la terminología del Walter Benjamin de la filosofía de la historia. La vida y la obra de Azorín (José Martínez Ruiz, Monóvar, 1873-Madrid, 1967), miembro de la Generación del 98, que él mismo contribuyó a definir, en ABC, pueden confundirse con esta legendaria anotación de ‘El quadern gris’ del 23 de diciembre de 1.918, cuando Josep Pla hace esta confesión sobre su tormento más íntimo: «Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión, ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser algo en la vida; solo sentir esta secreta y diabólica manía de escribir, a la cual lo sacrifico todo, a la cual lo sacrificaré todo en la vida, probablemente».’Azorín. Clásico y moderno’, de Francisco Fuster , quizá sea la mejor y sin duda indispensable biografía del maestro, reconstruyendo muy minuciosamente esa trayectoria con incontables, prolijos y profundos meandros: joven anarquista, hostil al matrimonio, partidario del amor libre; enamorado de la única mujer de su vida; liberal-conservador; conservador; monárquico, republicano federal , catalanista partidario de la independencia nacional de Cataluña; francófilo sin hablar francés, escribiendo de la Primera Guerra Mundial en un periódico germanófilo (ABC); diputado conservador; aspirante a republicano federal; defensor y crítico implacable de la República; franquista / oportunista; estoico solitario para mejor defender su soledad más pulcra…BIOGRAFÍA ‘Azorín. Clásico y moderno’ Autor Francisco Fuster Editorial Alianza Páginas 384 Precio 22,50 euros 4Azorín defendió con mucho talento y brío todas y cada una de esas posiciones vitales y profesionales, a lo largo de varias décadas y millares de artículos. Autor de ensayos de referencia sobre Camba y Gaziel, Fuster glosa esa trayectoria única y colosal, evitando la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoria. Azorín fue todo eso y mucho más…Su crónicas parisina s , del atentado terrorista contra el Rey a la Primera Guerra Mundial (instalado en el Majestic, el hotel donde se cruzaron por única vez Proust, Joyce y Picasso) se confunden con la matriz del periodismo moderno español.Fuster evita la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoriaSus novelas oscilan entre la crónica intimista y una renovación mal explorada del género. Su teatro sigue sin ser representado. Su pasión por el cine lo convierte en uno de los primeros y más grandes cinéfilos de nuestra historia literaria. Sus crónicas viajeras por España con monumentos únicos en su género. Sus crónicas políticas , entre el compromiso personal, el oportunismo y la crítica radical, son testimonios indispensables. Su relectura de los clásicos españoles es sencillamente única. Sus escritos sobre París y Francia (en segundo plano), oscilan entre el viaje íntimo y la crónica personal de varios destierros.Una trayectoria tan excepcional es un caso ejemplar en nuestra historia literaria. Francisco Fuster nos ofrece una síntesis indispensable: evitando la «censura» de tan gigantescas metamorfosis, que también atizaron la incomprensión y los juicios sumarísimos más implacables.Juan Ramón Jiménez criticó a Azorín con una ferocidad juanramoniana. Ramón Gómez de la Serna —comparado con Joyce y Proust por Valery Larbaud—lo ensalzó de manera llamativa, para juzgarlo con crueldad. Pedro Salinas y Ramón J. Sender fueron grandes admiradores, caídos en un desencanto crítico sin fisuras. Observador ‘clínico’ desde Barcelona, Gaziel, otro gran maestro, no deja de «extrañarse» y subrayar l os desencuentros cainitas de las élites madrileñas.Relaciones conflictivasSería muy fácil callar, silenciar o instalar en un segundo plano esas relaciones conflictivas entre Azorín y todos sus contemporáneos. Con muy buen juicio, el profesor Fuster ha preferido el relato fiel de la trayectoria humana, de la agitación juvenil, valenciana, al «sonoro silencio» del fin, en la madrileña calle Zorrilla, refugiado a algo muy semejante al exilio interior. Reconocido, ensalzado, desde su vuelta del exilio parisino y su acogida respetuosa por Dionisio Ridruejo y Luis Rosale s , entre otros, Azorín terminó haciendo gala de una soledad estricta, sin compromisos. El autor de algún artículo oportunista sobre Franco seguía creyendo en la nación catalana, estimando que Prat de la Riba fue uno de los grandes políticos del siglo XX; sin olvidar su fructífera amistad con Joan Maragall . El académico adulado por espurias razones defendía a colegas perseguidos por la policía política, como Antonio Espina. Su condición de ‘patriarca’ del columnismo político, en ABC , era compatible con sus tertulias íntimas con un crítico acérrimo de la coyuntura, como José Bergamín.Si la biografía de Francisco Fuster quizá sea la mejor introducción a la obra total de Azorín, la primera gran biografía sigue siendo la de Ramón Gómez de la Serna, proclamando que «Azorín es la historia contemporánea, el alma de su tiempo ». Ramón matizó desencantado aquella su primera visión, que me sigue pareciendo justa: alma atormentada, espejo cóncavo de una historia social, política y cultural que sigue sigue siendo víctima de sus desencantos, el eterno retorno de la catástrofe, en la terminología del Walter Benjamin de la filosofía de la historia.
La vida y la obra de Azorín (José Martínez Ruiz, Monóvar, 1873-Madrid, 1967), miembro de la Generación del 98, que él mismo contribuyó a definir, en ABC, pueden confundirse con esta legendaria anotación de ‘El quadern gris’ del 23 de diciembre de 1. … 918, cuando Josep Pla hace esta confesión sobre su tormento más íntimo: «Es objetivamente desagradable no sentir ninguna ilusión, ni la ilusión de las mujeres, ni la del dinero, ni la de llegar a ser algo en la vida; solo sentir esta secreta y diabólica manía de escribir, a la cual lo sacrifico todo, a la cual lo sacrificaré todo en la vida, probablemente».
‘Azorín. Clásico y moderno’, de Francisco Fuster, quizá sea la mejor y sin duda indispensable biografía del maestro, reconstruyendo muy minuciosamente esa trayectoria con incontables, prolijos y profundos meandros: joven anarquista, hostil al matrimonio, partidario del amor libre; enamorado de la única mujer de su vida; liberal-conservador; conservador; monárquico, republicano federal, catalanista partidario de la independencia nacional de Cataluña; francófilo sin hablar francés, escribiendo de la Primera Guerra Mundial en un periódico germanófilo (ABC); diputado conservador; aspirante a republicano federal; defensor y crítico implacable de la República; franquista / oportunista; estoico solitario para mejor defender su soledad más pulcra…

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Autor
Francisco Fuster -
Editorial
Alianza -
Páginas
384 -
Precio
22,50 euros
Azorín defendió con mucho talento y brío todas y cada una de esas posiciones vitalesy profesionales, a lo largo de varias décadas y millares de artículos. Autor de ensayos de referencia sobre Camba y Gaziel, Fuster glosa esa trayectoria única y colosal, evitando la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoria. Azorín fue todo eso y mucho más…
Su crónicas parisinas, del atentado terrorista contra el Rey a la Primera Guerra Mundial (instalado en el Majestic, el hotel donde se cruzaron por única vez Proust, Joyce y Picasso) se confunden con la matriz del periodismo moderno español.
Fuster evita la polémica, el juicio sumarísimo y la sentencia inútil por perentoria
Sus novelas oscilan entre la crónica intimista y una renovación mal explorada del género. Su teatro sigue sin ser representado. Su pasión por el cine lo convierte en uno de los primeros y más grandes cinéfilos de nuestra historia literaria. Sus crónicas viajeras por España con monumentos únicos en su género.
Sus crónicas políticas, entre el compromiso personal, el oportunismo y la crítica radical, son testimonios indispensables. Su relectura de los clásicos españoles es sencillamente única. Sus escritos sobre París y Francia (en segundo plano), oscilan entre el viaje íntimo y la crónica personal de varios destierros.
Una trayectoria tan excepcional es un caso ejemplar en nuestra historia literaria. Francisco Fuster nos ofrece una síntesis indispensable: evitando la «censura» de tan gigantescas metamorfosis, que también atizaron la incomprensión y los juicios sumarísimos más implacables.
Juan Ramón Jiménez criticó a Azorín con una ferocidad juanramoniana. Ramón Gómez de la Serna —comparado con Joyce y Proust por Valery Larbaud—lo ensalzó de manera llamativa, para juzgarlo con crueldad. Pedro Salinas y Ramón J. Sender fueron grandes admiradores, caídos en un desencanto crítico sin fisuras. Observador ‘clínico’ desde Barcelona, Gaziel, otro gran maestro, no deja de «extrañarse» y subrayar los desencuentros cainitas de las élites madrileñas.
Relaciones conflictivas
Sería muy fácil callar, silenciar o instalar en un segundo plano esas relaciones conflictivas entre Azorín y todos sus contemporáneos. Con muy buen juicio, el profesor Fuster ha preferido el relato fiel de la trayectoria humana, de la agitación juvenil, valenciana, al «sonoro silencio» del fin, en la madrileña calle Zorrilla, refugiado a algo muy semejante al exilio interior.
Reconocido, ensalzado, desde su vuelta del exilio parisino y su acogida respetuosa por Dionisio Ridruejo y Luis Rosales, entre otros, Azorín terminó haciendo gala de una soledad estricta, sin compromisos. El autor de algún artículo oportunista sobre Franco seguía creyendo en la nación catalana, estimando que Prat de la Riba fue uno de los grandes políticos del siglo XX; sin olvidar su fructífera amistad con Joan Maragall. El académico adulado por espurias razones defendía a colegas perseguidos por la policía política, como Antonio Espina. Su condición de ‘patriarca’ del columnismo político, en ABC, era compatible con sus tertulias íntimas con un crítico acérrimo de la coyuntura, como José Bergamín.
Si la biografía de Francisco Fuster quizá sea la mejor introducción a la obra total de Azorín, la primera gran biografía sigue siendo la de Ramón Gómez de la Serna, proclamando que «Azorín es la historia contemporánea, el alma de su tiempo». Ramón matizó desencantado aquella su primera visión, que me sigue pareciendo justa: alma atormentada, espejo cóncavo de una historia social, política y cultural que sigue sigue siendo víctima de sus desencantos, el eterno retorno de la catástrofe, en la terminología del Walter Benjamin de la filosofía de la historia.
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