El domingo, Millás le contó a Javier del Pino en la SER su última epifanía: recordó que había leído una carta a la directora en ‘El País’ en la que una mujer decía que había dejado de beber a los setenta y un años y estaba mejor, más feliz, más viva, más ella. «El mundo está lleno de personas que no están tan influenciadas por lo que está haciendo este bárbaro», dijo el escritor, no sé si refiriéndose a Trump o a Musk, que son ya los Epi y Blas del mal, gestos incluidos. El tono era de eureka, y no era para menos. El hombre acababa de descubrir, allí, en directo, que hay vida inteligente más allá de las noticias, y que hay gente, allá en Móstoles, más preocupada por la salud de su padre o del Madrid que por la paralización de los fondos federales en Estados Unidos, y que hay adolescentes que prefieren besar a leer, y así. Al final, acudió a la filosofía y sentenció: «Hay que informarse, pero no sobreinformarse».Umbral, que ya lo dijo todo mejor y mucho antes, escribió que no era lo mismo la actualidad que el presente, claro que tuvo que irse a su dacha en las afueras y abrazar la lentitud para entenderlo: «Cuando se renuncia a la conquista de la actualidad, María, se descubre el presente, mucho más rico y verdadero. La actualidad solo es un mito periodístico». Pienso mucho en estas líneas prehistóricas, de cuando aún no había Twitter y el relato que había que escribir era el del día y no el del último minuto, y las repito como un mantra mientras aparto la vista de la pantalla y miro otra vez por la ventana a ver si veo la vida pasar: ahora mismo alguien está cogiendo el paraguas para ir a comprar el pan, y un hijo está llamando a su madre, que sale del hospital, esperando buenas noticias, pero de las de verdad.Hace poco grabaron en París a Dua Lipa bailando con Callum Turner a los pies de la Torre Eiffel, fingiendo que no eran famosos, ignorando al mundo que los estaba mirando como si aquello fuera una película. El vídeo es hipnótico. Hace frío, se escucha el viento. Sus gestos son torpes, casi ridículos, como lo es la felicidad cuando se mira desde fuera. Pocas cosas nos alejan más de la actualidad que ese amor del principio. Tal vez el dolor de un final. El domingo, Millás le contó a Javier del Pino en la SER su última epifanía: recordó que había leído una carta a la directora en ‘El País’ en la que una mujer decía que había dejado de beber a los setenta y un años y estaba mejor, más feliz, más viva, más ella. «El mundo está lleno de personas que no están tan influenciadas por lo que está haciendo este bárbaro», dijo el escritor, no sé si refiriéndose a Trump o a Musk, que son ya los Epi y Blas del mal, gestos incluidos. El tono era de eureka, y no era para menos. El hombre acababa de descubrir, allí, en directo, que hay vida inteligente más allá de las noticias, y que hay gente, allá en Móstoles, más preocupada por la salud de su padre o del Madrid que por la paralización de los fondos federales en Estados Unidos, y que hay adolescentes que prefieren besar a leer, y así. Al final, acudió a la filosofía y sentenció: «Hay que informarse, pero no sobreinformarse».Umbral, que ya lo dijo todo mejor y mucho antes, escribió que no era lo mismo la actualidad que el presente, claro que tuvo que irse a su dacha en las afueras y abrazar la lentitud para entenderlo: «Cuando se renuncia a la conquista de la actualidad, María, se descubre el presente, mucho más rico y verdadero. La actualidad solo es un mito periodístico». Pienso mucho en estas líneas prehistóricas, de cuando aún no había Twitter y el relato que había que escribir era el del día y no el del último minuto, y las repito como un mantra mientras aparto la vista de la pantalla y miro otra vez por la ventana a ver si veo la vida pasar: ahora mismo alguien está cogiendo el paraguas para ir a comprar el pan, y un hijo está llamando a su madre, que sale del hospital, esperando buenas noticias, pero de las de verdad.Hace poco grabaron en París a Dua Lipa bailando con Callum Turner a los pies de la Torre Eiffel, fingiendo que no eran famosos, ignorando al mundo que los estaba mirando como si aquello fuera una película. El vídeo es hipnótico. Hace frío, se escucha el viento. Sus gestos son torpes, casi ridículos, como lo es la felicidad cuando se mira desde fuera. Pocas cosas nos alejan más de la actualidad que ese amor del principio. Tal vez el dolor de un final.
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«Pocas cosas nos alejan más de la actualidad que ese amor del principio. Tal vez el dolor de un final»
El domingo, Millás le contó a Javier del Pino en la SER su última epifanía: recordó que había leído una carta a la directora en ‘El País’ en la que una mujer decía que había dejado de beber a los setenta y un años y … estaba mejor, más feliz, más viva, más ella. «El mundo está lleno de personas que no están tan influenciadas por lo que está haciendo este bárbaro», dijo el escritor, no sé si refiriéndose a Trump o a Musk, que son ya los Epi y Blas del mal, gestos incluidos. El tono era de eureka, y no era para menos. El hombre acababa de descubrir, allí, en directo, que hay vida inteligente más allá de las noticias, y que hay gente, allá en Móstoles, más preocupada por la salud de su padre o del Madrid que por la paralización de los fondos federales en Estados Unidos, y que hay adolescentes que prefieren besar a leer, y así. Al final, acudió a la filosofía y sentenció: «Hay que informarse, pero no sobreinformarse».
Umbral, que ya lo dijo todo mejor y mucho antes, escribió que no era lo mismo la actualidad que el presente, claro que tuvo que irse a su dacha en las afueras y abrazar la lentitud para entenderlo: «Cuando se renuncia a la conquista de la actualidad, María, se descubre el presente, mucho más rico y verdadero. La actualidad solo es un mito periodístico». Pienso mucho en estas líneas prehistóricas, de cuando aún no había Twitter y el relato que había que escribir era el del día y no el del último minuto, y las repito como un mantra mientras aparto la vista de la pantalla y miro otra vez por la ventana a ver si veo la vida pasar: ahora mismo alguien está cogiendo el paraguas para ir a comprar el pan, y un hijo está llamando a su madre, que sale del hospital, esperando buenas noticias, pero de las de verdad.
Hace poco grabaron en París a Dua Lipa bailando con Callum Turner a los pies de la Torre Eiffel, fingiendo que no eran famosos, ignorando al mundo que los estaba mirando como si aquello fuera una película. El vídeo es hipnótico. Hace frío, se escucha el viento. Sus gestos son torpes, casi ridículos, como lo es la felicidad cuando se mira desde fuera. Pocas cosas nos alejan más de la actualidad que ese amor del principio. Tal vez el dolor de un final.
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