Aunque Joan Colet acepta que no es lo mismo escuchar Born to Run en directo por cuarta o quinta vez que la 370ª, lo cierto es que esa cifra, salvo causa de fuerza mayor, continuará creciendo. “Me sigo emocionando mucho en cada concierto. Me fijo en las caras de la gente. Cuando ves esa felicidad, todos hipnotizados, que no se quieren perder nada…, no tiene precio. Eso es magia. Y Bruce hace magia cada noche que actúa”. Nacido en Vilafranca del Penedès hace 58 años, conoció a Springsteen por la radio. “Yo tenía 17 años. Flipé con la voz”. Se fue a Andorra con un amigo y volvió con discos y una bandera. En 1988, la gira del cantante hizo parada en Barcelona. “Fue superior a todo. Muy especial. Al poco regresó al Camp Nou con el concierto de Amnistía Internacional y, cuando salió él, el estadio se volvió loco”, recuerda.
Ese mismo año se celebró en la ciudad una feria de discos. “Todavía no sé si fue una suerte o una desgracia”, ironiza. “En aquellas ferias la gente se lanzaba a los stands, porque había piezas que eran imposibles de conseguir”. La escena es de película: Joan agarró un disco —una grabación pirata de Springsteen— con una mano. Otra persona —Xavi— hizo lo propio por otro lado. En lugar de discutir, decidieron compartir. Aquello fue el inicio de una aventura que empezaría con la edición de la revista The Stone Pony y culminaría con la creación de un club de fans del mismo nombre. “Le pusimos ese nombre porque es el sitio al que Bruce iba a tocar y pasárselo bien. Ahora tenemos unos 2.100 socios que pagan 32 euros los años en los que hacemos revista”. Joan dejó su trabajo de administrativo para dedicarse al club. Hoy organiza viajes a los conciertos o tours por los rincones de Estados Unidos de los que hablan las canciones de Springsteen —“cuando hacemos el recorrido por Asbury Park con Racing in the Street sonando en el coche, todos lloran”—. En uno de esos viajes conoció en 2005 a Ana Belén Mármol, su esposa. Abogada madrileña, dejó su trabajo para sumarse a la gestión del club. Se casaron en 2024 en Freehold, el pueblo natal del cantante. Tienen previsto llevar a más de 400 personas al primero de los dos conciertos de San Sebastián (21 y 24 de junio). “Hasta que no entra la última persona, no descansamos. Luego, nos ponemos en un lateral de la pista y a disfrutar”.
Desde que inició su carrera, en 1965, Bruce Springsteen ha ofrecido 2.825 conciertos en giras por todo el mundo. A esta cifra hay que añadir 706 actuaciones fuera de gira y 39 ensayos abiertos al público, según la base de datos Brucebase Wiki. En España ha actuado 57 veces. Es autor de 577 canciones. Su talento y una carrera tan extensa y prolífica han ayudado a crear una conexión especial con sus seguidores, que viajan por el mundo para verlo y acuden a varios conciertos en cada gira. Lo llaman Bruce, ni Springsteen ni mucho menos el Boss, hablan de él como si fuera un hermano mayor al que quieren y admiran y describen con emoción los sentimientos que les genera.
El autor de The River actuó por primera vez en España en 1981. Fue en el antiguo palacio de los deportes de Barcelona. Allí estaba Salva Trepat, barcelonés de 59 años. “Lo definiría como euforia. Fue un shock. Un huracán. Algo que, con esa edad, altera tu naturaleza. Salí de allí diciendo que quería volver a sentir lo que acababa de sentir. Te crees que todo va a ser igual. Pero no. Es difícil encontrar algo que lo supere. Las sensaciones que transmite son irrepetibles. Y mucho más aquella vez, cuando él tenía 31 años”, recuerda. Salva, que siempre ha ejercido trabajos relacionados con la música, ha acudido a más de 100 conciertos del músico y conduce la web pointblankmag.com. “No verlo todas la veces que viene es algo que ni me planteo. El secreto es que la música y la actuación es la vida para este hombre. Por eso lo da todo. Entusiasmar a la gente le alimenta el ego, que lo tiene muy alto, como todos los artistas. Su forma de conectar es muy curiosa. No eres consciente, pero en dos o tres canciones ya estás metido, estás enganchado. Y todo acaba en un entusiasmo general. Da igual el público o la ciudad. No sé qué talento hay que tener para salir al escenario y lograr eso”.
En aquella primera vez estaba también el director de cine Manuel Huerga (Barcelona, 67 años). Cuando vio 2001, una odisea en el espacio, supo que quería hacer cine. Cuando vio a Bruce fue, dice, “una epifanía”. “Éramos cuatro gatos. Nos dejaron pasar a la prueba de sonido y allí estaba él saltando por las gradas como un saltamontes, preguntándonos si sonaba bien. El concierto fue impactante. Electricidad 100%. Cantaba una detrás de otra. Nunca había visto nada igual y no he vuelto a ver nada igual”. Manuel lo ha visto una vez en Montpellier y todas las veces que ha visitado Barcelona. “Viajar es para los fans”, dice con un punto de ironía, enfundado en una sudadera de la gira con The Seeger Sessions Band y sentado en un sofá aterciopelado frente a una pantalla de 3 por 1,70 metros en la que en ocasiones proyecta alguno de los vídeos que guarda en los cinco terabytes de memoria destinados a Springsteen. “Un concierto suyo es un plano secuencia en el que lo estás mirando a él todo el rato. No puedes evadirte de esa conexión. Y siempre saldrás feliz. Aunque sea la enésima vez que lo ves”.
En agosto de 1988 se activaría otro foco Springsteen en España. Fue en Madrid, en el Vicente Calderón. Las crónicas hablan de una jornada de tanto calor que se regó al público con mangueras. Que incluso hubo quien, al acabarse el agua mineral, decidió romper una tubería para beber. Desde San Sebastián, donde pasaba los veranos, viajó en autobús para aquel concierto Mayte Méndez de Vigo. Empezó a escuchar a Bruce por un novio donostiarra. “Vine sola y vi el concierto sola. Había quedado con mi hermano y no nos encontramos. Quedé alucinada. Salí pensando que quería más de aquello”. Estilista de profesión —“es un rockero con clase, siempre va impecable”—, en su foto de wasap aparece junto a Bruce. Cuando participa en carreras, en su dorsal pone “Mayte Born to run”. Se casó el mismo día en el que el cantante cumple años y el vals fue una canción suya. Lo ha visto 58 veces en directo. Acude a la entrevista con un papel con anécdotas y curiosidades anotadas. “En Sevilla cogimos entre varios una habitación en su mismo hotel. Bajamos a la piscina y de repente lo veo a tres tumbonas de la mía. Y yo mirando si tenía pelo, si tenía juanetes…”.
—¿Y tenía juanetes?
—No, no. Total, que me meto al agua y ahí estaba él. Me puse tan nerviosa que empecé a hacer largos en todos los estilos posibles.
—¿Qué te gustaría decirle?
—Me gustaría darle las gracias por todo lo que me ha aportado.
Fermín Herce también estaba en aquella noche del Calderón. “Salimos en coche para Madrid, regresamos a Logroño, fuimos a trabajar y salimos para Barcelona, donde tocaba al día siguiente”, cuenta este economista riojano de 61 años. “Sentí un enganche inmediato. Es difícil de explicar, pero cada concierto parece el primero”. Miguel Ángel, el amigo con el que solía ir a los conciertos, falleció en 2015 y Fermín, que lo ha visto 60 veces en directo, dudaba si ir o no a la gira de ese año. “Papá, si quieres yo te acompaño”, le dijo su hija Marina, de 26 años. Estuvieron tres días haciendo cola en el Bernabéu. En los descansos —se pasa lista tres veces, por la mañana, a mediodía y por la noche; ya no se duerme en las colas— aprovechaban para hacer turismo o deporte en el Retiro. Marina hizo una pancarta en la que le decía a Springsteen que le encantaría salir a bailar con él. Y salió. “No veas lo bien que lo hizo. Le pusieron una guitarra y lo dio todo”, dice Fermín. “Bueno, yo puse el la, que era lo único que sabía de cuando iba a misa de pequeña…”, ríe ella.
En 1988, desde Valencia, llegaron al concierto de Madrid Marinieves Madera y Pepe Marquina. Springsteen acompañó su noviazgo. En su boda, en 1989, sonó Brilliant Disguise; era la única que tenía el Dj. “Fuimos sin entradas. Salimos entusiasmados con la naturalidad, la frescura y la emoción. Pepe tiene fama de serio y aquel día terminó subido a su asiento, bailando y saltando. Yo nunca lo había visto así. Y de hecho tuve que jurar a nuestros amigos que lo había visto así”, dice ella, abogada y periodista de 59 años. “Hace un rock and roll muy puro. Agradable de oír. Emociona. Trata los problemas de una generación con la que te sientes identificado”, explica él, ingeniero industrial de 63 años. “El Twist and shout y la bamba del final me dejaron la cabeza loca. Fue un fin de fiesta muy potente. Al día siguiente me iba a Fuentes de Ropel, el pueblo de mis abuelos. Imagínate el contraste”, recuerda ella con humor. “Y te permite compartir emociones con tus hijos”, añade él. A sus tres hijos les advirtieron al hacer la comunión: “No os vamos a llevar a Eurodisney, pero a ver a Bruce, cuando queráis”. Blanca, ingeniera industrial de 28 años, recogió el guante. Con nueve años la llevaron por primera vez. “He crecido escuchándolo y, por eso, no sabes hasta qué punto es una elección tuya. Pero cuando desarrollas un poco de criterio lo confirmas. A medida que entiendes las canciones se incrementa la intensidad emocional. Diría que hay mucha magia en sus conciertos. Es imposible entender a Springsteen sin haber ido a uno. Mi padre y yo somos muy sensibles y nos emocionamos mucho”, explica. Rodrigo, su hermano pequeño, tiene parálisis cerebral. No tiene especial interés por la música. “Pero cuando suena Racing in the Street en el coche se vuelve loco. Solo con esa canción”, señala Pepe.
El crítico musical Diego A. Manrique también estuvo en aquella primera cita en Madrid. “El primer Springsteen es torrencial. Como si se hubiera tragado todo Dylan y lo estuviera expulsando en un vómito. Recuerdo su entrega y la de la gente en el Calderón. Quería abrazarnos, quería ser nuestro amigo. Tiene una espontaneidad muy ensayada, es muy profesional. Sus letras están muy bien construidas; te rinden y te enriquecen. Hay un compromiso con una idea del rock que comparto. Es un sintetizador de muchas influencias, y vende ese resultado con una gracia increíble y una entrega brutal. Ha logrado conservar el misterio en sus conciertos, y logra desaparecer entra la multitud una vez terminan. Y además está cachas y es guapo”. Manrique ve ahora a Springsteen “con actitud desmitificadora, pero dispuesto a disfrutar”.
El paso por España de finales de los ochenta fue como una bomba expansiva que alcanzaría, años después, a una nueva generación de seguidores. Sonia Santamaría le tenía un poco de manía a Springsteen. “Es que en cuanto salían mis padres de casa, aquello se volvía un concierto de mis hermanos, con las raquetas como guitarras. Luego me llevaban a verlo con nueve años, pero yo quería ver a Teresa Rabal. Ya de adolescente, cuando estaban de moda los Backstreet Boys, me di cuenta de que a mí lo que me gustaba era Bruce. Que lo que me transmitía ese hombre no me lo transmitía nadie. Sin darme cuenta, me sabía todas las canciones”, explica esta madrileña de 41 años, empresaria de la comunicación musical.
Setenta conciertos después, ha vivido muchas cosas cerca de Springsteen. “Con 32 años me diagnosticaron un cáncer. Mi marido y yo nos fuimos a Broadway a ver su espectáculo. No teníamos entradas y había que hacer cola cada día para esperar a las que se liberaban. El día antes de irnos, Josu me mandó a comprarle una manta y una silla. Hizo noche para conseguirla. Era diciembre en Nueva York”, recuerda mientras un par de lágrimas descienden por su cara. Más alegre es el recuerdo del concierto en Ciudad de México en 2012. “Me llevó de sorpresa y yo notaba que estaba muy nervioso. Me preguntaba en cada canción: ‘¿Y esta, te gusta?’. Y yo le contestaba: ‘¡Que sí, que me gustan todas!’. De repente, sacó un anillo y me pidió matrimonio. Bruce lo vio y me regaló su armónica. Me hizo bastante más ilusión que el anillo”. “¡Espero que mi hija no haga las locuras que he hecho yo por Bruce!”, añade antes de explicar que ya ha empezado a llevar a Nara, de 10 años, a sus conciertos.
El santanderino César González se fue con 21 años a Inglaterra “a trabajar y a aprender inglés para saber lo que decía Bruce en sus canciones”. Policía nacional de 49 años, los relatos de un hermano que había estado en el Calderón en 1988 y el vídeo del concierto en Buenos Aires de la gira de Amnistía Internacional lo engancharon al cantante. “Yo quería estar ahí. Cuanto antes”. Lo ha visto 63 veces. “Sientes que está cantando para ti, como si supiera que llevas toda tu vida apoyándote en él. Es abrumador verlo en las primeras filas. Salimos todos guapísimos en las fotos después de los conciertos. Es como si salieras purificado. Si las iglesias ofrecieran algo así, estarían llenas de fieles”. César está casado con la periodista Marta Bustamante (Santander, 51 años). Tienen dos hijos. “Yo no era fan. Empecé a ir por César. Fuimos a Barcelona, dormimos en la cola. Me hacía gracia por la experiencia. Pero pronto entendí que aquello no era un concierto más. Era como si todos los que estábamos allí fuéramos una sola persona”, cuenta ella. “Salí diciendo que quería más de aquello. A veces la gente me pregunta que para qué voy otra vez, si es lo mismo. Pasa lo mismo pero siempre es diferente. Vuelves a alucinar y sientes cosas distintas”, explica.
La portada del disco Born in the USA expuesta en una tienda de Cáceres llamaba la atención de Pablo Rincón cada vez que lo veía a la salida del colegio. “No sabía lo que había dentro del disco, pero ofrecí un 10 en Matemáticas para que me lo compraran”, recuerda. En los veranos, dedicaba el tiempo en la piscina “a estudiar un librito hecho por mí con todas las letras de las canciones, las pausas anotadas…, eso me hace disfrutar ahora más de los conciertos”. Lo vio por primera vez en Madrid en 1993. Después, ya estudiando en la capital en 1996, vivió aquella mañana en la que centenares de personas deambulaban por la ciudad escuchando la radio a la espera de que se comunicara dónde se vendían las entradas del siguiente concierto. “Nos distribuimos varios amigos por Madrid. Cuando se anunció que sería en el Hard Rock, vi escenas de pánico en la Castellana. La gente dejaba los coches en mitad de la calzada”, recuerda. Pablo, de 49 años, dejó la consultoría y se pasó a su otra pasión, la magia. Pablo Corner es su nombre artístico. “En mis shows intento aplicar lo que he aprendido de él. Se desvive por la gente y logra que el tiempo se difumine. No volverá a haber nadie como él. Todo el mundo debería verlo al menos una vez en la vida”.
El músico Jorge Otero (Oviedo, 50 años), líder de Stormy Mondays, descubrió a Springsteen a través de un vinilo de su primo. “Luego grabé el concierto de Amnistía Internacional y lo vi muchas veces. Fui por primera vez a un concierto suyo en Gijón en 1993. Recuerdo que al principio pensé que no era como lo que había visto en la tele, pero en la segunda parte ya sí. Fue un gran impacto. Ofrece una entrega y una calidad musical… Puede que haya sido él quien inventó la experiencia de rock-estadio, en la que a pesar de estar lejos, hay cercanía”. Jorge, que ha tocado con Elliot Murphy o Willie Nile, que grabó con su banda una versión del disco Nebraska, ya no acude a los conciertos —“no me gustan los estadios ni hacer planes a largo plazo ni las colas”— pero guarda un recuerdo por el que muchos fans pagarían. “En 2007 Joe Grushecky me invitó a un festival benéfico en Nueva Jersey al que Springsteen acudía en ocasiones. Cuando vi que los amplificadores apuntaban hacia arriba supe que aparecería. Él los pone así porque los pone a tal volumen que te puede dejar sordo. Me lo presentaron en el camerino. Era una situación graciosa porque no puedes ser un fan ni tampoco hacer como que lo ves todo los días. Empezó la actuación y Grushecky me pegó un codazo para que fuera a cantar y tocar al micro de Springsteen. Fueron 7 pasos. Lo disfruté mucho. No hay vídeo, pero mi recuerdo es mucho mejor”. Sí hubo, al menos, una foto. Y Jorge hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar: avisar inmediatamente a la prensa local asturiana y enviarla a casa.
La gira de 2025 de Bruce Springsteen incluye dos conciertos en España, ambos en el estadio Reale Arena de San Sebastián. El primero el día 21 de junio; el segundo será el día 24. Donosti es la ciudad de Karen Ortiz de Guinea, una profesora de música y acordeonista que tiene oído absoluto (la capacidad de identificar una nota sin recurrir a ninguna referencia externa).
—¿Qué canción te gustaría tocar con Bruce?
—Me da igual, me las sé todas.
A Karen la pasión le llegó por uno de sus hermanos mayores y el apoyo de su madre. “Mi madre me acompañaba a todo. Me dejó no hacer la selectividad en junio para ir a los conciertos de Bruce. Era una causa de fuerza mayor. En realidad me daba igual, porque tenía claro que quería ir al conservatorio y no necesitaba una nota especial. Recuerdo una vez en Madrid que hicimos cola y cuando abrieron salimos corriendo como miuras para llegar a primera fila. Aquella sensación fue preciosa. Los días más felices de mi vida. Parecía que veías a Dios, me decía mi madre. La echo mucho de menos”. A Karen, que lo ha visto “unas 40 veces”, le hace ilusión que vaya a su ciudad: “Ya es como tan natural que venga a Donosti…, aunque creo que va a ser un poco marabunta”.
Joan, el personaje con el que arrancaba esta historia, acabará esta gira con 383 conciertos de Springsteen en su retina. “En mi entorno familiar no entendían lo de seguir a un cantante. Económicamente no fue una buena decisión, pero sí para el alma. ¿Que por qué he ido tantas veces a verlo? Yo también me lo pregunto. Creo que Bruce es como un psicólogo particular. Sus propias canciones no le sirven, por eso sigue en la carretera. Va buscando respuestas.
—¿Y tú vas a sus conciertos buscando respuestas a tus preguntas?
—Sí, seguro. Y esa búsqueda culmina cuando te pones a escucharlo.
—¿Y dónde está el secreto?
—En que él quiere que sintamos que canta para nosotros. Por grande que sea el estadio siempre hay un instante, a lo mejor es solo un segundo, en el que sientes que está cantando solo para ti. Ahí está la magia.
Aunque Joan Colet acepta que no es lo mismo escuchar Born to Run en directo por cuarta o quinta vez que la 370ª, lo cierto es que esa cifra, salvo causa de fuerza mayor, continuará creciendo. “Me sigo emocionando mucho en cada concierto. Me fijo en las caras de la gente. Cuando ves esa felicidad, todos hipnotizados, que no se quieren perder nada…, no tiene precio. Eso es magia. Y Bruce hace magia cada noche que actúa”. Nacido en Vilafranca del Penedès hace 58 años, conoció a Springsteen por la radio. “Yo tenía 17 años. Flipé con la voz”. Se fue a Andorra con un amigo y volvió con discos y una bandera. En 1988, la gira del cantante hizo parada en Barcelona. “Fue superior a todo. Muy especial. Al poco regresó al Camp Nou con el concierto de Amnistía Internacional y, cuando salió él, el estadio se volvió loco”, recuerda. Ese mismo año se celebró en la ciudad una feria de discos. “Todavía no sé si fue una suerte o una desgracia”, ironiza. “En aquellas ferias la gente se lanzaba a los stands, porque había piezas que eran imposibles de conseguir”. La escena es de película: Joan agarró un disco —una grabación pirata de Springsteen— con una mano. Otra persona —Xavi— hizo lo propio por otro lado. En lugar de discutir, decidieron compartir. Aquello fue el inicio de una aventura que empezaría con la edición de la revista The Stone Pony y culminaría con la creación de un club de fans del mismo nombre. “Le pusimos ese nombre porque es el sitio al que Bruce iba a tocar y pasárselo bien. Ahora tenemos unos 2.100 socios que pagan 32 euros los años en los que hacemos revista”. Joan dejó su trabajo de administrativo para dedicarse al club. Hoy organiza viajes a los conciertos o tours por los rincones de Estados Unidos de los que hablan las canciones de Springsteen —“cuando hacemos el recorrido por Asbury Park con Racing in the Street sonando en el coche, todos lloran”—. En uno de esos viajes conoció en 2005 a Ana Belén Mármol, su esposa. Abogada madrileña, dejó su trabajo para sumarse a la gestión del club. Se casaron en 2024 en Freehold, el pueblo natal del cantante. Tienen previsto llevar a más de 400 personas al primero de los dos conciertos de San Sebastián (21 y 24 de junio). “Hasta que no entra la última persona, no descansamos. Luego, nos ponemos en un lateral de la pista y a disfrutar”.Desde que inició su carrera, en 1965, Bruce Springsteen ha ofrecido 2.825 conciertos en giras por todo el mundo. A esta cifra hay que añadir 706 actuaciones fuera de gira y 39 ensayos abiertos al público, según la base de datos Brucebase Wiki. En España ha actuado 57 veces. Es autor de 577 canciones. Su talento y una carrera tan extensa y prolífica han ayudado a crear una conexión especial con sus seguidores, que viajan por el mundo para verlo y acuden a varios conciertos en cada gira. Lo llaman Bruce, ni Springsteen ni mucho menos el Boss, hablan de él como si fuera un hermano mayor al que quieren y admiran y describen con emoción los sentimientos que les genera. El autor de The River actuó por primera vez en España en 1981. Fue en el antiguo palacio de los deportes de Barcelona. Allí estaba Salva Trepat, barcelonés de 59 años. “Lo definiría como euforia. Fue un shock. Un huracán. Algo que, con esa edad, altera tu naturaleza. Salí de allí diciendo que quería volver a sentir lo que acababa de sentir. Te crees que todo va a ser igual. Pero no. Es difícil encontrar algo que lo supere. Las sensaciones que transmite son irrepetibles. Y mucho más aquella vez, cuando él tenía 31 años”, recuerda. Salva, que siempre ha ejercido trabajos relacionados con la música, ha acudido a más de 100 conciertos del músico y conduce la web pointblankmag.com. “No verlo todas la veces que viene es algo que ni me planteo. El secreto es que la música y la actuación es la vida para este hombre. Por eso lo da todo. Entusiasmar a la gente le alimenta el ego, que lo tiene muy alto, como todos los artistas. Su forma de conectar es muy curiosa. No eres consciente, pero en dos o tres canciones ya estás metido, estás enganchado. Y todo acaba en un entusiasmo general. Da igual el público o la ciudad. No sé qué talento hay que tener para salir al escenario y lograr eso”. En aquella primera vez estaba también el director de cine Manuel Huerga (Barcelona, 67 años). Cuando vio 2001, una odisea en el espacio, supo que quería hacer cine. Cuando vio a Bruce fue, dice, “una epifanía”. “Éramos cuatro gatos. Nos dejaron pasar a la prueba de sonido y allí estaba él saltando por las gradas como un saltamontes, preguntándonos si sonaba bien. El concierto fue impactante. Electricidad 100%. Cantaba una detrás de otra. Nunca había visto nada igual y no he vuelto a ver nada igual”. Manuel lo ha visto una vez en Montpellier y todas las veces que ha visitado Barcelona. “Viajar es para los fans”, dice con un punto de ironía, enfundado en una sudadera de la gira con The Seeger Sessions Band y sentado en un sofá aterciopelado frente a una pantalla de 3 por 1,70 metros en la que en ocasiones proyecta alguno de los vídeos que guarda en los cinco terabytes de memoria destinados a Springsteen. “Un concierto suyo es un plano secuencia en el que lo estás mirando a él todo el rato. No puedes evadirte de esa conexión. Y siempre saldrás feliz. Aunque sea la enésima vez que lo ves”. En agosto de 1988 se activaría otro foco Springsteen en España. Fue en Madrid, en el Vicente Calderón. Las crónicas hablan de una jornada de tanto calor que se regó al público con mangueras. Que incluso hubo quien, al acabarse el agua mineral, decidió romper una tubería para beber. Desde San Sebastián, donde pasaba los veranos, viajó en autobús para aquel concierto Mayte Méndez de Vigo. Empezó a escuchar a Bruce por un novio donostiarra. “Vine sola y vi el concierto sola. Había quedado con mi hermano y no nos encontramos. Quedé alucinada. Salí pensando que quería más de aquello”. Estilista de profesión —“es un rockero con clase, siempre va impecable”—, en su foto de wasap aparece junto a Bruce. Cuando participa en carreras, en su dorsal pone “Mayte Born to run”. Se casó el mismo día en el que el cantante cumple años y el vals fue una canción suya. Lo ha visto 58 veces en directo. Acude a la entrevista con un papel con anécdotas y curiosidades anotadas. “En Sevilla cogimos entre varios una habitación en su mismo hotel. Bajamos a la piscina y de repente lo veo a tres tumbonas de la mía. Y yo mirando si tenía pelo, si tenía juanetes…”.—¿Y tenía juanetes?—No, no. Total, que me meto al agua y ahí estaba él. Me puse tan nerviosa que empecé a hacer largos en todos los estilos posibles. —¿Qué te gustaría decirle?—Me gustaría darle las gracias por todo lo que me ha aportado.Fermín Herce también estaba en aquella noche del Calderón. “Salimos en coche para Madrid, regresamos a Logroño, fuimos a trabajar y salimos para Barcelona, donde tocaba al día siguiente”, cuenta este economista riojano de 61 años. “Sentí un enganche inmediato. Es difícil de explicar, pero cada concierto parece el primero”. Miguel Ángel, el amigo con el que solía ir a los conciertos, falleció en 2015 y Fermín, que lo ha visto 60 veces en directo, dudaba si ir o no a la gira de ese año. “Papá, si quieres yo te acompaño”, le dijo su hija Marina, de 26 años. Estuvieron tres días haciendo cola en el Bernabéu. En los descansos —se pasa lista tres veces, por la mañana, a mediodía y por la noche; ya no se duerme en las colas— aprovechaban para hacer turismo o deporte en el Retiro. Marina hizo una pancarta en la que le decía a Springsteen que le encantaría salir a bailar con él. Y salió. “No veas lo bien que lo hizo. Le pusieron una guitarra y lo dio todo”, dice Fermín. “Bueno, yo puse el la, que era lo único que sabía de cuando iba a misa de pequeña…”, ríe ella. En 1988, desde Valencia, llegaron al concierto de Madrid Marinieves Madera y Pepe Marquina. Springsteen acompañó su noviazgo. En su boda, en 1989, sonó Brilliant Disguise; era la única que tenía el Dj. “Fuimos sin entradas. Salimos entusiasmados con la naturalidad, la frescura y la emoción. Pepe tiene fama de serio y aquel día terminó subido a su asiento, bailando y saltando. Yo nunca lo había visto así. Y de hecho tuve que jurar a nuestros amigos que lo había visto así”, dice ella, abogada y periodista de 59 años. “Hace un rock and roll muy puro. Agradable de oír. Emociona. Trata los problemas de una generación con la que te sientes identificado”, explica él, ingeniero industrial de 63 años. “El Twist and shout y la bamba del final me dejaron la cabeza loca. Fue un fin de fiesta muy potente. Al día siguiente me iba a Fuentes de Ropel, el pueblo de mis abuelos. Imagínate el contraste”, recuerda ella con humor. “Y te permite compartir emociones con tus hijos”, añade él. A sus tres hijos les advirtieron al hacer la comunión: “No os vamos a llevar a Eurodisney, pero a ver a Bruce, cuando queráis”. Blanca, ingeniera industrial de 28 años, recogió el guante. Con nueve años la llevaron por primera vez. “He crecido escuchándolo y, por eso, no sabes hasta qué punto es una elección tuya. Pero cuando desarrollas un poco de criterio lo confirmas. A medida que entiendes las canciones se incrementa la intensidad emocional. Diría que hay mucha magia en sus conciertos. Es imposible entender a Springsteen sin haber ido a uno. Mi padre y yo somos muy sensibles y nos emocionamos mucho”, explica. Rodrigo, su hermano pequeño, tiene parálisis cerebral. No tiene especial interés por la música. “Pero cuando suena Racing in the Street en el coche se vuelve loco. Solo con esa canción”, señala Pepe. El crítico musical Diego A. Manrique también estuvo en aquella primera cita en Madrid. “El primer Springsteen es torrencial. Como si se hubiera tragado todo Dylan y lo estuviera expulsando en un vómito. Recuerdo su entrega y la de la gente en el Calderón. Quería abrazarnos, quería ser nuestro amigo. Tiene una espontaneidad muy ensayada, es muy profesional. Sus letras están muy bien construidas; te rinden y te enriquecen. Hay un compromiso con una idea del rock que comparto. Es un sintetizador de muchas influencias, y vende ese resultado con una gracia increíble y una entrega brutal. Ha logrado conservar el misterio en sus conciertos, y logra desaparecer entra la multitud una vez terminan. Y además está cachas y es guapo”. Manrique ve ahora a Springsteen “con actitud desmitificadora, pero dispuesto a disfrutar”. El paso por España de finales de los ochenta fue como una bomba expansiva que alcanzaría, años después, a una nueva generación de seguidores. Sonia Santamaría le tenía un poco de manía a Springsteen. “Es que en cuanto salían mis padres de casa, aquello se volvía un concierto de mis hermanos, con las raquetas como guitarras. Luego me llevaban a verlo con nueve años, pero yo quería ver a Teresa Rabal. Ya de adolescente, cuando estaban de moda los Backstreet Boys, me di cuenta de que a mí lo que me gustaba era Bruce. Que lo que me transmitía ese hombre no me lo transmitía nadie. Sin darme cuenta, me sabía todas las canciones”, explica esta madrileña de 41 años, empresaria de la comunicación musical.Setenta conciertos después, ha vivido muchas cosas cerca de Springsteen. “Con 32 años me diagnosticaron un cáncer. Mi marido y yo nos fuimos a Broadway a ver su espectáculo. No teníamos entradas y había que hacer cola cada día para esperar a las que se liberaban. El día antes de irnos, Josu me mandó a comprarle una manta y una silla. Hizo noche para conseguirla. Era diciembre en Nueva York”, recuerda mientras un par de lágrimas descienden por su cara. Más alegre es el recuerdo del concierto en Ciudad de México en 2012. “Me llevó de sorpresa y yo notaba que estaba muy nervioso. Me preguntaba en cada canción: ‘¿Y esta, te gusta?’. Y yo le contestaba: ‘¡Que sí, que me gustan todas!’. De repente, sacó un anillo y me pidió matrimonio. Bruce lo vio y me regaló su armónica. Me hizo bastante más ilusión que el anillo”. “¡Espero que mi hija no haga las locuras que he hecho yo por Bruce!”, añade antes de explicar que ya ha empezado a llevar a Nara, de 10 años, a sus conciertos. El santanderino César González se fue con 21 años a Inglaterra “a trabajar y a aprender inglés para saber lo que decía Bruce en sus canciones”. Policía nacional de 49 años, los relatos de un hermano que había estado en el Calderón en 1988 y el vídeo del concierto en Buenos Aires de la gira de Amnistía Internacional lo engancharon al cantante. “Yo quería estar ahí. Cuanto antes”. Lo ha visto 63 veces. “Sientes que está cantando para ti, como si supiera que llevas toda tu vida apoyándote en él. Es abrumador verlo en las primeras filas. Salimos todos guapísimos en las fotos después de los conciertos. Es como si salieras purificado. Si las iglesias ofrecieran algo así, estarían llenas de fieles”. César está casado con la periodista Marta Bustamante (Santander, 51 años). Tienen dos hijos. “Yo no era fan. Empecé a ir por César. Fuimos a Barcelona, dormimos en la cola. Me hacía gracia por la experiencia. Pero pronto entendí que aquello no era un concierto más. Era como si todos los que estábamos allí fuéramos una sola persona”, cuenta ella. “Salí diciendo que quería más de aquello. A veces la gente me pregunta que para qué voy otra vez, si es lo mismo. Pasa lo mismo pero siempre es diferente. Vuelves a alucinar y sientes cosas distintas”, explica.La portada del disco Born in the USA expuesta en una tienda de Cáceres llamaba la atención de Pablo Rincón cada vez que lo veía a la salida del colegio. “No sabía lo que había dentro del disco, pero ofrecí un 10 en Matemáticas para que me lo compraran”, recuerda. En los veranos, dedicaba el tiempo en la piscina “a estudiar un librito hecho por mí con todas las letras de las canciones, las pausas anotadas…, eso me hace disfrutar ahora más de los conciertos”. Lo vio por primera vez en Madrid en 1993. Después, ya estudiando en la capital en 1996, vivió aquella mañana en la que centenares de personas deambulaban por la ciudad escuchando la radio a la espera de que se comunicara dónde se vendían las entradas del siguiente concierto. “Nos distribuimos varios amigos por Madrid. Cuando se anunció que sería en el Hard Rock, vi escenas de pánico en la Castellana. La gente dejaba los coches en mitad de la calzada”, recuerda. Pablo, de 49 años, dejó la consultoría y se pasó a su otra pasión, la magia. Pablo Corner es su nombre artístico. “En mis shows intento aplicar lo que he aprendido de él. Se desvive por la gente y logra que el tiempo se difumine. No volverá a haber nadie como él. Todo el mundo debería verlo al menos una vez en la vida”. El músico Jorge Otero (Oviedo, 50 años), líder de Stormy Mondays, descubrió a Springsteen a través de un vinilo de su primo. “Luego grabé el concierto de Amnistía Internacional y lo vi muchas veces. Fui por primera vez a un concierto suyo en Gijón en 1993. Recuerdo que al principio pensé que no era como lo que había visto en la tele, pero en la segunda parte ya sí. Fue un gran impacto. Ofrece una entrega y una calidad musical… Puede que haya sido él quien inventó la experiencia de rock-estadio, en la que a pesar de estar lejos, hay cercanía”. Jorge, que ha tocado con Elliot Murphy o Willie Nile, que grabó con su banda una versión del disco Nebraska, ya no acude a los conciertos —“no me gustan los estadios ni hacer planes a largo plazo ni las colas”— pero guarda un recuerdo por el que muchos fans pagarían. “En 2007 Joe Grushecky me invitó a un festival benéfico en Nueva Jersey al que Springsteen acudía en ocasiones. Cuando vi que los amplificadores apuntaban hacia arriba supe que aparecería. Él los pone así porque los pone a tal volumen que te puede dejar sordo. Me lo presentaron en el camerino. Era una situación graciosa porque no puedes ser un fan ni tampoco hacer como que lo ves todo los días. Empezó la actuación y Grushecky me pegó un codazo para que fuera a cantar y tocar al micro de Springsteen. Fueron 7 pasos. Lo disfruté mucho. No hay vídeo, pero mi recuerdo es mucho mejor”. Sí hubo, al menos, una foto. Y Jorge hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar: avisar inmediatamente a la prensa local asturiana y enviarla a casa. La gira de 2025 de Bruce Springsteen incluye dos conciertos en España, ambos en el estadio Reale Arena de San Sebastián. El primero el día 21 de junio; el segundo será el día 24. Donosti es la ciudad de Karen Ortiz de Guinea, una profesora de música y acordeonista que tiene oído absoluto (la capacidad de identificar una nota sin recurrir a ninguna referencia externa).—¿Qué canción te gustaría tocar con Bruce?—Me da igual, me las sé todas. A Karen la pasión le llegó por uno de sus hermanos mayores y el apoyo de su madre. “Mi madre me acompañaba a todo. Me dejó no hacer la selectividad en junio para ir a los conciertos de Bruce. Era una causa de fuerza mayor. En realidad me daba igual, porque tenía claro que quería ir al conservatorio y no necesitaba una nota especial. Recuerdo una vez en Madrid que hicimos cola y cuando abrieron salimos corriendo como miuras para llegar a primera fila. Aquella sensación fue preciosa. Los días más felices de mi vida. Parecía que veías a Dios, me decía mi madre. La echo mucho de menos”. A Karen, que lo ha visto “unas 40 veces”, le hace ilusión que vaya a su ciudad: “Ya es como tan natural que venga a Donosti…, aunque creo que va a ser un poco marabunta”. Joan, el personaje con el que arrancaba esta historia, acabará esta gira con 383 conciertos de Springsteen en su retina. “En mi entorno familiar no entendían lo de seguir a un cantante. Económicamente no fue una buena decisión, pero sí para el alma. ¿Que por qué he ido tantas veces a verlo? Yo también me lo pregunto. Creo que Bruce es como un psicólogo particular. Sus propias canciones no le sirven, por eso sigue en la carretera. Va buscando respuestas.—¿Y tú vas a sus conciertos buscando respuestas a tus preguntas?—Sí, seguro. Y esa búsqueda culmina cuando te pones a escucharlo.—¿Y dónde está el secreto?—En que él quiere que sintamos que canta para nosotros. Por grande que sea el estadio siempre hay un instante, a lo mejor es solo un segundo, en el que sientes que está cantando solo para ti. Ahí está la magia. Seguir leyendo
Aunque Joan Colet acepta que no es lo mismo escuchar Born to Run en directo por cuarta o quinta vez que la 370ª, lo cierto es que esa cifra, salvo causa de fuerza mayor, continuará creciendo. “Me sigo emocionando mucho en cada concierto. Me fijo en las caras de la gente. Cuando ves esa felicidad, todos hipnotizados, que no se quieren perder nada…, no tiene precio. Eso es magia. Y Bruce hace magia cada noche que actúa”. Nacido en Vilafranca del Penedès hace 58 años, conoció a Springsteen por la radio. “Yo tenía 17 años. Flipé con la voz”. Se fue a Andorra con un amigo y volvió con discos y una bandera. En 1988, la gira del cantante hizo parada en Barcelona. “Fue superior a todo. Muy especial. Al poco regresó al Camp Nou con el concierto de Amnistía Internacional y, cuando salió él, el estadio se volvió loco”, recuerda.
Ese mismo año se celebró en la ciudad una feria de discos. “Todavía no sé si fue una suerte o una desgracia”, ironiza. “En aquellas ferias la gente se lanzaba a los stands, porque había piezas que eran imposibles de conseguir”. La escena es de película: Joan agarró un disco —una grabación pirata de Springsteen— con una mano. Otra persona —Xavi— hizo lo propio por otro lado. En lugar de discutir, decidieron compartir. Aquello fue el inicio de una aventura que empezaría con la edición de la revista The Stone Pony y culminaría con la creación de un club de fans del mismo nombre. “Le pusimos ese nombre porque es el sitio al que Bruce iba a tocar y pasárselo bien. Ahora tenemos unos 2.100 socios que pagan 32 euros los años en los que hacemos revista”. Joan dejó su trabajo de administrativo para dedicarse al club. Hoy organiza viajes a los conciertos o tours por los rincones de Estados Unidos de los que hablan las canciones de Springsteen —“cuando hacemos el recorrido por Asbury Park con Racing in the Street sonando en el coche, todos lloran”—. En uno de esos viajes conoció en 2005 a Ana Belén Mármol, su esposa. Abogada madrileña, dejó su trabajo para sumarse a la gestión del club. Se casaron en 2024 en Freehold, el pueblo natal del cantante. Tienen previsto llevar a más de 400 personas al primero de los dos conciertos de San Sebastián (21 y 24 de junio). “Hasta que no entra la última persona, no descansamos. Luego, nos ponemos en un lateral de la pista y a disfrutar”.

Desde que inició su carrera, en 1965, Bruce Springsteen ha ofrecido 2.825 conciertos en giras por todo el mundo. A esta cifra hay que añadir 706 actuaciones fuera de gira y 39 ensayos abiertos al público, según la base de datos Brucebase Wiki. En España ha actuado 57 veces. Es autor de 577 canciones. Su talento y una carrera tan extensa y prolífica han ayudado a crear una conexión especial con sus seguidores, que viajan por el mundo para verlo y acuden a varios conciertos en cada gira. Lo llaman Bruce, ni Springsteen ni mucho menos el Boss, hablan de él como si fuera un hermano mayor al que quieren y admiran y describen con emoción los sentimientos que les genera.
El autor de The River actuó por primera vez en España en 1981. Fue en el antiguo palacio de los deportes de Barcelona. Allí estaba Salva Trepat, barcelonés de 59 años. “Lo definiría como euforia. Fue un shock. Un huracán. Algo que, con esa edad, altera tu naturaleza. Salí de allí diciendo que quería volver a sentir lo que acababa de sentir. Te crees que todo va a ser igual. Pero no. Es difícil encontrar algo que lo supere. Las sensaciones que transmite son irrepetibles. Y mucho más aquella vez, cuando él tenía 31 años”, recuerda. Salva, que siempre ha ejercido trabajos relacionados con la música, ha acudido a más de 100 conciertos del músico y conduce la web pointblankmag.com. “No verlo todas la veces que viene es algo que ni me planteo. El secreto es que la música y la actuación es la vida para este hombre. Por eso lo da todo. Entusiasmar a la gente le alimenta el ego, que lo tiene muy alto, como todos los artistas. Su forma de conectar es muy curiosa. No eres consciente, pero en dos o tres canciones ya estás metido, estás enganchado. Y todo acaba en un entusiasmo general. Da igual el público o la ciudad. No sé qué talento hay que tener para salir al escenario y lograr eso”.
En aquella primera vez estaba también el director de cine Manuel Huerga (Barcelona, 67 años). Cuando vio 2001, una odisea en el espacio, supo que quería hacer cine. Cuando vio a Bruce fue, dice, “una epifanía”. “Éramos cuatro gatos. Nos dejaron pasar a la prueba de sonido y allí estaba él saltando por las gradas como un saltamontes, preguntándonos si sonaba bien. El concierto fue impactante. Electricidad 100%. Cantaba una detrás de otra. Nunca había visto nada igual y no he vuelto a ver nada igual”. Manuel lo ha visto una vez en Montpellier y todas las veces que ha visitado Barcelona. “Viajar es para los fans”, dice con un punto de ironía, enfundado en una sudadera de la gira con The Seeger Sessions Band y sentado en un sofá aterciopelado frente a una pantalla de 3 por 1,70 metros en la que en ocasiones proyecta alguno de los vídeos que guarda en los cinco terabytes de memoria destinados a Springsteen. “Un concierto suyo es un plano secuencia en el que lo estás mirando a él todo el rato. No puedes evadirte de esa conexión. Y siempre saldrás feliz. Aunque sea la enésima vez que lo ves”.

En agosto de 1988 se activaría otro foco Springsteen en España. Fue en Madrid, en el Vicente Calderón. Las crónicas hablan de una jornada de tanto calor que se regó al público con mangueras. Que incluso hubo quien, al acabarse el agua mineral, decidió romper una tubería para beber. Desde San Sebastián, donde pasaba los veranos, viajó en autobús para aquel concierto Mayte Méndez de Vigo. Empezó a escuchar a Bruce por un novio donostiarra. “Vine sola y vi el concierto sola. Había quedado con mi hermano y no nos encontramos. Quedé alucinada. Salí pensando que quería más de aquello”. Estilista de profesión —“es un rockero con clase, siempre va impecable”—, en su foto de wasap aparece junto a Bruce. Cuando participa en carreras, en su dorsal pone “Mayte Born to run”. Se casó el mismo día en el que el cantante cumple años y el vals fue una canción suya. Lo ha visto 58 veces en directo. Acude a la entrevista con un papel con anécdotas y curiosidades anotadas. “En Sevilla cogimos entre varios una habitación en su mismo hotel. Bajamos a la piscina y de repente lo veo a tres tumbonas de la mía. Y yo mirando si tenía pelo, si tenía juanetes…”.
—¿Y tenía juanetes?
—No, no. Total, que me meto al agua y ahí estaba él. Me puse tan nerviosa que empecé a hacer largos en todos los estilos posibles.
—¿Qué te gustaría decirle?
—Me gustaría darle las gracias por todo lo que me ha aportado.

Fermín Herce también estaba en aquella noche del Calderón. “Salimos en coche para Madrid, regresamos a Logroño, fuimos a trabajar y salimos para Barcelona, donde tocaba al día siguiente”, cuenta este economista riojano de 61 años. “Sentí un enganche inmediato. Es difícil de explicar, pero cada concierto parece el primero”. Miguel Ángel, el amigo con el que solía ir a los conciertos, falleció en 2015 y Fermín, que lo ha visto 60 veces en directo, dudaba si ir o no a la gira de ese año. “Papá, si quieres yo te acompaño”, le dijo su hija Marina, de 26 años. Estuvieron tres días haciendo cola en el Bernabéu. En los descansos —se pasa lista tres veces, por la mañana, a mediodía y por la noche; ya no se duerme en las colas— aprovechaban para hacer turismo o deporte en el Retiro. Marina hizo una pancarta en la que le decía a Springsteen que le encantaría salir a bailar con él. Y salió. “No veas lo bien que lo hizo. Le pusieron una guitarra y lo dio todo”, dice Fermín. “Bueno, yo puse el la, que era lo único que sabía de cuando iba a misa de pequeña…”, ríe ella.
En 1988, desde Valencia, llegaron al concierto de Madrid Marinieves Madera y Pepe Marquina. Springsteen acompañó su noviazgo. En su boda, en 1989, sonó Brilliant Disguise; era la única que tenía el Dj. “Fuimos sin entradas. Salimos entusiasmados con la naturalidad, la frescura y la emoción. Pepe tiene fama de serio y aquel día terminó subido a su asiento, bailando y saltando. Yo nunca lo había visto así. Y de hecho tuve que jurar a nuestros amigos que lo había visto así”, dice ella, abogada y periodista de 59 años. “Hace un rock and roll muy puro. Agradable de oír. Emociona. Trata los problemas de una generación con la que te sientes identificado”, explica él, ingeniero industrial de 63 años. “El Twist and shout y la bamba del final me dejaron la cabeza loca. Fue un fin de fiesta muy potente. Al día siguiente me iba a Fuentes de Ropel, el pueblo de mis abuelos. Imagínate el contraste”, recuerda ella con humor. “Y te permite compartir emociones con tus hijos”, añade él. A sus tres hijos les advirtieron al hacer la comunión: “No os vamos a llevar a Eurodisney, pero a ver a Bruce, cuando queráis”. Blanca, ingeniera industrial de 28 años, recogió el guante. Con nueve años la llevaron por primera vez. “He crecido escuchándolo y, por eso, no sabes hasta qué punto es una elección tuya. Pero cuando desarrollas un poco de criterio lo confirmas. A medida que entiendes las canciones se incrementa la intensidad emocional. Diría que hay mucha magia en sus conciertos. Es imposible entender a Springsteen sin haber ido a uno. Mi padre y yo somos muy sensibles y nos emocionamos mucho”, explica. Rodrigo, su hermano pequeño, tiene parálisis cerebral. No tiene especial interés por la música. “Pero cuando suena Racing in the Street en el coche se vuelve loco. Solo con esa canción”, señala Pepe.



El crítico musical Diego A. Manrique también estuvo en aquella primera cita en Madrid. “El primer Springsteen es torrencial. Como si se hubiera tragado todo Dylan y lo estuviera expulsando en un vómito. Recuerdo su entrega y la de la gente en el Calderón. Quería abrazarnos, quería ser nuestro amigo. Tiene una espontaneidad muy ensayada, es muy profesional. Sus letras están muy bien construidas; te rinden y te enriquecen. Hay un compromiso con una idea del rock que comparto. Es un sintetizador de muchas influencias, y vende ese resultado con una gracia increíble y una entrega brutal. Ha logrado conservar el misterio en sus conciertos, y logra desaparecer entra la multitud una vez terminan. Y además está cachas y es guapo”. Manrique ve ahora a Springsteen “con actitud desmitificadora, pero dispuesto a disfrutar”.
El paso por España de finales de los ochenta fue como una bomba expansiva que alcanzaría, años después, a una nueva generación de seguidores. Sonia Santamaría le tenía un poco de manía a Springsteen. “Es que en cuanto salían mis padres de casa, aquello se volvía un concierto de mis hermanos, con las raquetas como guitarras. Luego me llevaban a verlo con nueve años, pero yo quería ver a Teresa Rabal. Ya de adolescente, cuando estaban de moda los Backstreet Boys, me di cuenta de que a mí lo que me gustaba era Bruce. Que lo que me transmitía ese hombre no me lo transmitía nadie. Sin darme cuenta, me sabía todas las canciones”, explica esta madrileña de 41 años, empresaria de la comunicación musical.

Setenta conciertos después, ha vivido muchas cosas cerca de Springsteen. “Con 32 años me diagnosticaron un cáncer. Mi marido y yo nos fuimos a Broadway a ver su espectáculo. No teníamos entradas y había que hacer cola cada día para esperar a las que se liberaban. El día antes de irnos, Josu me mandó a comprarle una manta y una silla. Hizo noche para conseguirla. Era diciembre en Nueva York”, recuerda mientras un par de lágrimas descienden por su cara. Más alegre es el recuerdo del concierto en Ciudad de México en 2012. “Me llevó de sorpresa y yo notaba que estaba muy nervioso. Me preguntaba en cada canción: ‘¿Y esta, te gusta?’. Y yo le contestaba: ‘¡Que sí, que me gustan todas!’. De repente, sacó un anillo y me pidió matrimonio. Bruce lo vio y me regaló su armónica. Me hizo bastante más ilusión que el anillo”. “¡Espero que mi hija no haga las locuras que he hecho yo por Bruce!”, añade antes de explicar que ya ha empezado a llevar a Nara, de 10 años, a sus conciertos.
El santanderino César González se fue con 21 años a Inglaterra “a trabajar y a aprender inglés para saber lo que decía Bruce en sus canciones”. Policía nacional de 49 años, los relatos de un hermano que había estado en el Calderón en 1988 y el vídeo del concierto en Buenos Aires de la gira de Amnistía Internacional lo engancharon al cantante. “Yo quería estar ahí. Cuanto antes”. Lo ha visto 63 veces. “Sientes que está cantando para ti, como si supiera que llevas toda tu vida apoyándote en él. Es abrumador verlo en las primeras filas. Salimos todos guapísimos en las fotos después de los conciertos. Es como si salieras purificado. Si las iglesias ofrecieran algo así, estarían llenas de fieles”. César está casado con la periodista Marta Bustamante (Santander, 51 años). Tienen dos hijos. “Yo no era fan. Empecé a ir por César. Fuimos a Barcelona, dormimos en la cola. Me hacía gracia por la experiencia. Pero pronto entendí que aquello no era un concierto más. Era como si todos los que estábamos allí fuéramos una sola persona”, cuenta ella. “Salí diciendo que quería más de aquello. A veces la gente me pregunta que para qué voy otra vez, si es lo mismo. Pasa lo mismo pero siempre es diferente. Vuelves a alucinar y sientes cosas distintas”, explica.

La portada del disco Born in the USA expuesta en una tienda de Cáceres llamaba la atención de Pablo Rincón cada vez que lo veía a la salida del colegio. “No sabía lo que había dentro del disco, pero ofrecí un 10 en Matemáticas para que me lo compraran”, recuerda. En los veranos, dedicaba el tiempo en la piscina “a estudiar un librito hecho por mí con todas las letras de las canciones, las pausas anotadas…, eso me hace disfrutar ahora más de los conciertos”. Lo vio por primera vez en Madrid en 1993. Después, ya estudiando en la capital en 1996, vivió aquella mañana en la que centenares de personas deambulaban por la ciudad escuchando la radio a la espera de que se comunicara dónde se vendían las entradas del siguiente concierto. “Nos distribuimos varios amigos por Madrid. Cuando se anunció que sería en el Hard Rock, vi escenas de pánico en la Castellana. La gente dejaba los coches en mitad de la calzada”, recuerda. Pablo, de 49 años, dejó la consultoría y se pasó a su otra pasión, la magia. Pablo Corner es su nombre artístico. “En mis shows intento aplicar lo que he aprendido de él. Se desvive por la gente y logra que el tiempo se difumine. No volverá a haber nadie como él. Todo el mundo debería verlo al menos una vez en la vida”.
El músico Jorge Otero (Oviedo, 50 años), líder de Stormy Mondays, descubrió a Springsteen a través de un vinilo de su primo. “Luego grabé el concierto de Amnistía Internacional y lo vi muchas veces. Fui por primera vez a un concierto suyo en Gijón en 1993. Recuerdo que al principio pensé que no era como lo que había visto en la tele, pero en la segunda parte ya sí. Fue un gran impacto. Ofrece una entrega y una calidad musical… Puede que haya sido él quien inventó la experiencia de rock-estadio, en la que a pesar de estar lejos, hay cercanía”. Jorge, que ha tocado con Elliot Murphy o Willie Nile, que grabó con su banda una versión del disco Nebraska, ya no acude a los conciertos —“no me gustan los estadios ni hacer planes a largo plazo ni las colas”— pero guarda un recuerdo por el que muchos fans pagarían. “En 2007 Joe Grushecky me invitó a un festival benéfico en Nueva Jersey al que Springsteen acudía en ocasiones. Cuando vi que los amplificadores apuntaban hacia arriba supe que aparecería. Él los pone así porque los pone a tal volumen que te puede dejar sordo. Me lo presentaron en el camerino. Era una situación graciosa porque no puedes ser un fan ni tampoco hacer como que lo ves todo los días. Empezó la actuación y Grushecky me pegó un codazo para que fuera a cantar y tocar al micro de Springsteen. Fueron 7 pasos. Lo disfruté mucho. No hay vídeo, pero mi recuerdo es mucho mejor”. Sí hubo, al menos, una foto. Y Jorge hizo lo que cualquiera hubiera hecho en su lugar: avisar inmediatamente a la prensa local asturiana y enviarla a casa.


La gira de 2025 de Bruce Springsteen incluye dos conciertos en España, ambos en el estadio Reale Arena de San Sebastián. El primero el día 21 de junio; el segundo será el día 24. Donosti es la ciudad de Karen Ortiz de Guinea, una profesora de música y acordeonista que tiene oído absoluto (la capacidad de identificar una nota sin recurrir a ninguna referencia externa).
—¿Qué canción te gustaría tocar con Bruce?
—Me da igual, me las sé todas.
A Karen la pasión le llegó por uno de sus hermanos mayores y el apoyo de su madre. “Mi madre me acompañaba a todo. Me dejó no hacer la selectividad en junio para ir a los conciertos de Bruce. Era una causa de fuerza mayor. En realidad me daba igual, porque tenía claro que quería ir al conservatorio y no necesitaba una nota especial. Recuerdo una vez en Madrid que hicimos cola y cuando abrieron salimos corriendo como miuras para llegar a primera fila. Aquella sensación fue preciosa. Los días más felices de mi vida. Parecía que veías a Dios, me decía mi madre. La echo mucho de menos”. A Karen, que lo ha visto “unas 40 veces”, le hace ilusión que vaya a su ciudad: “Ya es como tan natural que venga a Donosti…, aunque creo que va a ser un poco marabunta”.


Joan, el personaje con el que arrancaba esta historia, acabará esta gira con 383 conciertos de Springsteen en su retina. “En mi entorno familiar no entendían lo de seguir a un cantante. Económicamente no fue una buena decisión, pero sí para el alma. ¿Que por qué he ido tantas veces a verlo? Yo también me lo pregunto. Creo que Bruce es como un psicólogo particular. Sus propias canciones no le sirven, por eso sigue en la carretera. Va buscando respuestas.
—¿Y tú vas a sus conciertos buscando respuestas a tus preguntas?
—Sí, seguro. Y esa búsqueda culmina cuando te pones a escucharlo.
—¿Y dónde está el secreto?
—En que él quiere que sintamos que canta para nosotros. Por grande que sea el estadio siempre hay un instante, a lo mejor es solo un segundo, en el que sientes que está cantando solo para ti. Ahí está la magia.
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