Iñaki Domínguez, autor de libros como Sociología del moderneo, Macarrismo o Macarras ibéricos, analiza fenómenos culturales aplicando herramientas de la filosofía y la antropología. En Bufones, estudia la figura del cómico para explicar su función histórica y social. Extrae también una conclusión más amplia sobre nuestro clima intelectual, producto de “un frenesí colectivo de corte puritano y pseudoizuierdista en Estados Unidos”, que se ha extendido a países de tradiciones distintas, como España.
El ancestro del cómico es el bufón: su función era decir la verdad, y el humor era el salvoconducto que le permitía hacerlo (aunque, recuerda Domínguez, a menudo esa licencia expiraba, como les ocurrió a Triboulet, el bufón de Francisco I de Francia, y a Francesillo, el de Carlos I). El bufón tenía que ver con el loco; la sociedad burguesa, con su culto a la racionalidad, reserva menos espacio a los bufones y los locos. Asociado a la deformidad física, estaba cerca del arquetipo del trickster, el esclavo de sus pasiones. Y también tiene que ver con el profeta: los dos son “la voz de la conciencia del poder”.
Domínguez escribe sobre Gustave Le Bon y las jaurías humanas, sobre Michel Foucault y la parrhesia (una sinceridad cada vez más escasa en nuestra sociedad), sobre Ortega y Gasset y La rebelión de las masas, sobre Sloterdijk y la razón cínica, sobre Bentham y su panóptico, sobre Feuerbach y sobre el “anacroactivismo”, un concepto del colectivo Homo Velamine que describe “un activismo que interesa sobremanera al poder, pues no hace más que luchar contra fantasmas del pasado, sin incomodar con exigencias que subsanen situaciones e injusticias actuales”. Hace una lectura nietzscheana del nuevo moralismo y la cultura de la cancelación, que define como “un protestantismo pseudoizquierdista y neopuritano interesado en castigar, prohibir y destruir”. Sin embargo, explica, “hoy la gente es moralista de cara a la galería, pero es cínica en su vida y hacer cotidiano”. Es el reverso del punk y sus herederos: quienes criticaron a los abusadores Jimmy Savile y Harvey Weinstein cuando otros callaban fueron Johnny Rotten y Courtney Love. Domínguez se detiene en dos casos célebres sobre la libertad de expresión: los procesos judiciales contra Lenny Bruce y Jim Morrison. Destaca que fueran perseguidos por los sectores conservadores, mientras que en los últimos tiempos la tendencia censora ha cobrado fuerza en la izquierda.
Denuncia una trampa: “La ideología que vigila, oprime y castiga, supuestamente multicultural, multiétnica, diversa e inclusiva, no representa una lucha de poderes minoritarios que aspiran a cambiar el mundo. Esa ideología es la superestructura del capitalismo tardío, el sustrato material sobre el que se edifica nuestra cosmovisión dominante”. La causa de esa censura es el capitalismo. La tarea del bufón, como siempre, es mostrar la verdad, desvelar los engaños del poder.
El libro ofrece una valiosa defensa de la libertad de expresión y tiene diagnósticos lúcidos; a veces exagera algún argumento. Señala con perspicacia que la atomización y la fragmentación definen nuestras sociedades, y describe con acierto la (auto)censura y el componente totalitario del lema de “lo personal es político”. Pero quizá la ideología que denuncia es menos hegemónica de lo que parece, puede que la fase más asfixiante de la histeria woke haya quedado atrás y algunas de sus afirmaciones son discutibles: “Hoy el amor no existe, las tasas de divorcio son muy altas”, escribe. Son matices a un libro lleno de información y referencias útiles, inteligente y estimulante.
El autor de este análisis sobre la sátira y la censura define el nuevo moralismo y la cultura de la cancelación como un protestantismo pseudoizquierdista y neopuritano
Iñaki Domínguez, autor de libros comoSociología del moderneo, Macarrismo o Macarras ibéricos, analiza fenómenos culturales aplicando herramientas de la filosofía y la antropología. En Bufones, estudia la figura del cómico para explicar su función histórica y social. Extrae también una conclusión más amplia sobre nuestro clima intelectual, producto de “un frenesí colectivo de corte puritano y pseudoizuierdista en Estados Unidos”, que se ha extendido a países de tradiciones distintas, como España.
El ancestro del cómico es el bufón: su función era decir la verdad, y el humor era el salvoconducto que le permitía hacerlo (aunque, recuerda Domínguez, a menudo esa licencia expiraba, como les ocurrió a Triboulet, el bufón de Francisco I de Francia, y a Francesillo, el de Carlos I). El bufón tenía que ver con el loco; la sociedad burguesa, con su culto a la racionalidad, reserva menos espacio a los bufones y los locos. Asociado a la deformidad física, estaba cerca del arquetipo del trickster, el esclavo de sus pasiones. Y también tiene que ver con el profeta: los dos son “la voz de la conciencia del poder”.
Domínguez escribe sobre Gustave Le Bon y las jaurías humanas, sobre Michel Foucault y la parrhesia (una sinceridad cada vez más escasa en nuestra sociedad), sobre Ortega y Gasset y La rebelión de las masas, sobre Sloterdijk y la razón cínica, sobre Bentham y su panóptico, sobre Feuerbach y sobre el “anacroactivismo”, un concepto del colectivo Homo Velamine que describe “un activismo que interesa sobremanera al poder, pues no hace más que luchar contra fantasmas del pasado, sin incomodar con exigencias que subsanen situaciones e injusticias actuales”. Hace una lectura nietzscheana del nuevo moralismo y la cultura de la cancelación, que define como “un protestantismo pseudoizquierdista y neopuritano interesado en castigar, prohibir y destruir”. Sin embargo, explica, “hoy la gente es moralista de cara a la galería, pero es cínica en su vida y hacer cotidiano”. Es el reverso del punk y sus herederos: quienes criticaron a los abusadores Jimmy Savile y Harvey Weinstein cuando otros callaban fueron Johnny Rotten y Courtney Love. Domínguez se detiene en dos casos célebres sobre la libertad de expresión: los procesos judiciales contra Lenny Bruce y Jim Morrison. Destaca que fueran perseguidos por los sectores conservadores, mientras que en los últimos tiempos la tendencia censora ha cobrado fuerza en la izquierda.
Denuncia una trampa: “La ideología que vigila, oprime y castiga, supuestamente multicultural, multiétnica, diversa e inclusiva, no representa una lucha de poderes minoritarios que aspiran a cambiar el mundo. Esa ideología es la superestructura del capitalismo tardío, el sustrato material sobre el que se edifica nuestra cosmovisión dominante”. La causa de esa censura es el capitalismo. La tarea del bufón, como siempre, es mostrar la verdad, desvelar los engaños del poder.
El libro ofrece una valiosa defensa de la libertad de expresión y tiene diagnósticos lúcidos; a veces exagera algún argumento. Señala con perspicacia que la atomización y la fragmentación definen nuestras sociedades, y describe con acierto la (auto)censura y el componente totalitario del lema de “lo personal es político”. Pero quizá la ideología que denuncia es menos hegemónica de lo que parece, puede que la fase más asfixiante de la histeria woke haya quedado atrás y algunas de sus afirmaciones son discutibles: “Hoy el amor no existe, las tasas de divorcio son muy altas”, escribe. Son matices a un libro lleno de información y referencias útiles, inteligente y estimulante.
Iñaki Domínguez
Ariel, 2024
224 páginas. 19,90 euros
EL PAÍS