Tal día como hoy de 1983 fallecía Luis Buñuel Portolés , a mi juicio el director más brillante de la historia del cine y una de las personalidades más singulares de la cultura española.Sobre su talento tras la cámara poco hay que discutir. Con su cortometraje ‘Un perro andaluz’ consigue algo casi imposible, cambiar el rumbo de la historia del cine, demostrando con la praxis que el lenguaje cinematográfico es el medio idóneo para remover el subconsciente. El filme fascina a los surrealistas que lo acogen como parte de su grupo.Noticias relacionadas patrocinada No ABC PARA UNE ‘Diccionario Buñuel’ Amparo Martínez Herranz (Universidad de Zaragoza) estandar No La Noche del León: el homenaje del boxeo a Luis Buñuel en el 125 aniversario de su nacimiento ABCSu talento es igualmente reconocido por los grandes cineastas. Así, por ejemplo, Hitchcock , al ser preguntado por sus directores favoritos, acostumbraba a responder de la siguiente manera: «Además de mí, Buñuel». Y otros directores de la talla de Martin Scorsese o Woody Allen , cuando se les solicita su opinión sobre las diez mejores películas de la historia del cine, suelen deslizar dos o tres títulos del aragonés. La admiración de Allen por el calandino es tan grande que llega a ofrecerle un cameo en su película ‘Annie Hall’. Buñuel, en su línea habitual, ni siquiera contesta al neoyorquino, por lo que el pequeño papel pensado para él recae finalmente en McLuhan.Por último, su película ‘Los olvidados’ tiene el honor, junto a ‘Metrópolis’, de Fritz Lang , de pertenecer a la exigua lista formada por estos dos únicos títulos que han sido declarados Patrimonio Audiovisual de la Humanidad por la Unesco.Basten estas referencias para despejar cualquier duda sobre el talento cinematográfico de Buñuel y su trascendencia dentro de la disciplina a la que consagra su vida. Así, puedo emplear los caracteres restantes de esta pequeña semblanza en exponer otro aspecto de su figura que me resulta igual de fascinante que la innegable calidad de su filmografía.Fotograma de ‘Un perro andaluz’Cuando Max Aub escribe su novela sobre Buñuel, por desgracia inconclusa, pretende trazar una biografía sobre el cineasta. Pero, sobre todo, lo utiliza como ejemplo representativo de toda una generación de españoles que mezclan de forma más que particular la más pujante modernidad con lo más tradicional de la cultura española. Además, representa a esa generación cuyos destinos se ven invariablemente condicionados por la Guerra Civil.Y es que esta dicotomía del calandino, surrealista cuando el surrealismo era punta de lanza de la modernidad y, a la vez, profundamente arraigado en lo más atávico de tradición y cultura españolas –Buñuel siempre fue un buen burgués , ya que su padre hizo fortuna en Cuba y era uno de los hombres más ricos de Aragón–, lo que le convierte en un personaje realmente irresistible. Figura real y ficticia al mismo tiempo, ya que el propio Buñuel construye a conciencia su imagen para el mundo en una de las autobiografías más mentirosas y divertidas que yo haya leído nunca: ‘Mon dernier soupir’, traducida siempre erróneamente al español como ‘Mi último suspiro’.No hay mejor demostración de la doble naturaleza francesa y española del sordo aragonés que la treta que urde Jeanne Moreau para hacerse con el papel protagonista de ‘Diario de una camarera’. La diva de la Nouvelle Vague había concertado una cita para conocer a Buñuel en un restaurante de París y acude a la comida con antelación con una particular petición para el chef: Desea que le sirva una «sopa de ajo española» que devora sorbiéndola ruidosamente y rebañando el plato a mano con la ayuda de un buen corrusco de pan, ejecutando gestos groseros muy alejados de la elegancia y el chic francés propio de la actriz. Cuenta Carrière que, fascinado por esta estampa, Buñuel susurra entusiasmado a Serge Silberman, productor del filme: «¡Esta, esta, para mí película quiero a esta!».Fotograma de ‘Viridiana’Y es que muchos de los elementos de las películas del calandino que los espectadores extranjeros confunden con grandes hallazgos del fuerte sabor surrealista son, en esencia, aspectos particulares de la cultura española muy anteriores al movimiento de vanguardia. El burro muerto y en descomposición de ‘Un perro andaluz’ no es otra cosa que lo que los calandinos llaman un «carnuzo»; es decir, un animal de tiro que, al fallecer, se abandona en el campo para que se descomponga y sus restos se conviertan en abono que fertiliza las tierras. La famosa navaja crucifijo de ‘Viridiana’ es un «mata monjas» que Buñuel adquiere en una tienda de cuchillos e incorpora al rodaje. Su ostentoso nombre no debe llevar a error al lector, ya que la peculiar arma viene de antiguo, y se crea con un fin diametralmente opuesto, el de proteger a clérigos que, en caso de ser asaltados, podían sorprender al agresor y defenderse obteniendo un filo a partir del objeto más insospechado. Los enanos que pueblan sus películas, como el actor Rafael Muñoz que interpreta a Ujo en’, ‘Nazarín’ o Jesús Fernández, que interpreta al pastor de cabras en ‘Simón del desierto’ , son con toda probabilidad la versión buñueliana de los enanos de Velázquez que el sordo aragonés contempla en sus frecuentes visitas al Prado durante sus años en la Residencia de Estudiantes. Los ejemplos serían casi infinitos. Buñuel con su cámara de fotos (una Leica si no recuerdo mal) acostumbraba a fotografiar los rincones de México donde iba a rodar sus películas. Contemplando estas instantáneas se aprecia su gusto por evocar paisajes y lugares que recuerdan mucho a Aragón y otras partes de España, huyendo de otros entornos genuinamente mexicanos y mucho más exóticos, que en muchas ocasiones se encuentran a escasos metros de donde él localiza la acción. Los ejemplos no se acabarían, ya que Buñuel lleva «lo español» grabado a fuego en su ADN creativo . Su gran virtud, a mi juicio, convertir tradición en algo rabiosamente moderno. Buñuel, además, consigue algo casi imposible: convierte en exquisito lo más mundano y terrenal . Lo eleva a otra categoría, creando filmes que no se contemplan. Todo lo contrario: se degustan, ya que remueven por dentro, muchas veces con placer culpable y con la misma intensidad que uno siente al disfrutar de su comida favorita, a pesar de saber de sobra que no siempre es sana ni sienta bien. No hay mejor metáfora para explicar la magia que consigue crear en ellas que la frase que se recoge en su autobiografía, haciendo referencia a sus gustos culinarios: «Un par de huevos fritos con chorizo me proporcionan más felicidad que todas las «langostas a la reina de Hungría»». Y es que sus películas son así. Más españolas que los huevos fritos con chorizo y, a la vez, capaces de remover al espectador de arriba abajo con la misma eficacia que la magdalena de Proust. Tal día como hoy de 1983 fallecía Luis Buñuel Portolés , a mi juicio el director más brillante de la historia del cine y una de las personalidades más singulares de la cultura española.Sobre su talento tras la cámara poco hay que discutir. Con su cortometraje ‘Un perro andaluz’ consigue algo casi imposible, cambiar el rumbo de la historia del cine, demostrando con la praxis que el lenguaje cinematográfico es el medio idóneo para remover el subconsciente. El filme fascina a los surrealistas que lo acogen como parte de su grupo.Noticias relacionadas patrocinada No ABC PARA UNE ‘Diccionario Buñuel’ Amparo Martínez Herranz (Universidad de Zaragoza) estandar No La Noche del León: el homenaje del boxeo a Luis Buñuel en el 125 aniversario de su nacimiento ABCSu talento es igualmente reconocido por los grandes cineastas. Así, por ejemplo, Hitchcock , al ser preguntado por sus directores favoritos, acostumbraba a responder de la siguiente manera: «Además de mí, Buñuel». Y otros directores de la talla de Martin Scorsese o Woody Allen , cuando se les solicita su opinión sobre las diez mejores películas de la historia del cine, suelen deslizar dos o tres títulos del aragonés. La admiración de Allen por el calandino es tan grande que llega a ofrecerle un cameo en su película ‘Annie Hall’. Buñuel, en su línea habitual, ni siquiera contesta al neoyorquino, por lo que el pequeño papel pensado para él recae finalmente en McLuhan.Por último, su película ‘Los olvidados’ tiene el honor, junto a ‘Metrópolis’, de Fritz Lang , de pertenecer a la exigua lista formada por estos dos únicos títulos que han sido declarados Patrimonio Audiovisual de la Humanidad por la Unesco.Basten estas referencias para despejar cualquier duda sobre el talento cinematográfico de Buñuel y su trascendencia dentro de la disciplina a la que consagra su vida. Así, puedo emplear los caracteres restantes de esta pequeña semblanza en exponer otro aspecto de su figura que me resulta igual de fascinante que la innegable calidad de su filmografía.Fotograma de ‘Un perro andaluz’Cuando Max Aub escribe su novela sobre Buñuel, por desgracia inconclusa, pretende trazar una biografía sobre el cineasta. Pero, sobre todo, lo utiliza como ejemplo representativo de toda una generación de españoles que mezclan de forma más que particular la más pujante modernidad con lo más tradicional de la cultura española. Además, representa a esa generación cuyos destinos se ven invariablemente condicionados por la Guerra Civil.Y es que esta dicotomía del calandino, surrealista cuando el surrealismo era punta de lanza de la modernidad y, a la vez, profundamente arraigado en lo más atávico de tradición y cultura españolas –Buñuel siempre fue un buen burgués , ya que su padre hizo fortuna en Cuba y era uno de los hombres más ricos de Aragón–, lo que le convierte en un personaje realmente irresistible. Figura real y ficticia al mismo tiempo, ya que el propio Buñuel construye a conciencia su imagen para el mundo en una de las autobiografías más mentirosas y divertidas que yo haya leído nunca: ‘Mon dernier soupir’, traducida siempre erróneamente al español como ‘Mi último suspiro’.No hay mejor demostración de la doble naturaleza francesa y española del sordo aragonés que la treta que urde Jeanne Moreau para hacerse con el papel protagonista de ‘Diario de una camarera’. La diva de la Nouvelle Vague había concertado una cita para conocer a Buñuel en un restaurante de París y acude a la comida con antelación con una particular petición para el chef: Desea que le sirva una «sopa de ajo española» que devora sorbiéndola ruidosamente y rebañando el plato a mano con la ayuda de un buen corrusco de pan, ejecutando gestos groseros muy alejados de la elegancia y el chic francés propio de la actriz. Cuenta Carrière que, fascinado por esta estampa, Buñuel susurra entusiasmado a Serge Silberman, productor del filme: «¡Esta, esta, para mí película quiero a esta!».Fotograma de ‘Viridiana’Y es que muchos de los elementos de las películas del calandino que los espectadores extranjeros confunden con grandes hallazgos del fuerte sabor surrealista son, en esencia, aspectos particulares de la cultura española muy anteriores al movimiento de vanguardia. El burro muerto y en descomposición de ‘Un perro andaluz’ no es otra cosa que lo que los calandinos llaman un «carnuzo»; es decir, un animal de tiro que, al fallecer, se abandona en el campo para que se descomponga y sus restos se conviertan en abono que fertiliza las tierras. La famosa navaja crucifijo de ‘Viridiana’ es un «mata monjas» que Buñuel adquiere en una tienda de cuchillos e incorpora al rodaje. Su ostentoso nombre no debe llevar a error al lector, ya que la peculiar arma viene de antiguo, y se crea con un fin diametralmente opuesto, el de proteger a clérigos que, en caso de ser asaltados, podían sorprender al agresor y defenderse obteniendo un filo a partir del objeto más insospechado. Los enanos que pueblan sus películas, como el actor Rafael Muñoz que interpreta a Ujo en’, ‘Nazarín’ o Jesús Fernández, que interpreta al pastor de cabras en ‘Simón del desierto’ , son con toda probabilidad la versión buñueliana de los enanos de Velázquez que el sordo aragonés contempla en sus frecuentes visitas al Prado durante sus años en la Residencia de Estudiantes. Los ejemplos serían casi infinitos. Buñuel con su cámara de fotos (una Leica si no recuerdo mal) acostumbraba a fotografiar los rincones de México donde iba a rodar sus películas. Contemplando estas instantáneas se aprecia su gusto por evocar paisajes y lugares que recuerdan mucho a Aragón y otras partes de España, huyendo de otros entornos genuinamente mexicanos y mucho más exóticos, que en muchas ocasiones se encuentran a escasos metros de donde él localiza la acción. Los ejemplos no se acabarían, ya que Buñuel lleva «lo español» grabado a fuego en su ADN creativo . Su gran virtud, a mi juicio, convertir tradición en algo rabiosamente moderno. Buñuel, además, consigue algo casi imposible: convierte en exquisito lo más mundano y terrenal . Lo eleva a otra categoría, creando filmes que no se contemplan. Todo lo contrario: se degustan, ya que remueven por dentro, muchas veces con placer culpable y con la misma intensidad que uno siente al disfrutar de su comida favorita, a pesar de saber de sobra que no siempre es sana ni sienta bien. No hay mejor metáfora para explicar la magia que consigue crear en ellas que la frase que se recoge en su autobiografía, haciendo referencia a sus gustos culinarios: «Un par de huevos fritos con chorizo me proporcionan más felicidad que todas las «langostas a la reina de Hungría»». Y es que sus películas son así. Más españolas que los huevos fritos con chorizo y, a la vez, capaces de remover al espectador de arriba abajo con la misma eficacia que la magdalena de Proust.
Tal día como hoy de 1983 fallecía Luis Buñuel Portolés, a mi juicio el director más brillante de la historia del cine y una de las personalidades más singulares de la cultura española.
Sobre su talento tras la cámara poco hay que discutir. Con … su cortometraje ‘Un perro andaluz’ consigue algo casi imposible, cambiar el rumbo de la historia del cine, demostrando con la praxis que el lenguaje cinematográfico es el medio idóneo para remover el subconsciente. El filme fascina a los surrealistas que lo acogen como parte de su grupo.
Su talento es igualmente reconocido por los grandes cineastas. Así, por ejemplo, Hitchcock, al ser preguntado por sus directores favoritos, acostumbraba a responder de la siguiente manera: «Además de mí, Buñuel». Y otros directores de la talla de Martin Scorsese o Woody Allen, cuando se les solicita su opinión sobre las diez mejores películas de la historia del cine, suelen deslizar dos o tres títulos del aragonés. La admiración de Allen por el calandino es tan grande que llega a ofrecerle un cameo en su película ‘Annie Hall’. Buñuel, en su línea habitual, ni siquiera contesta al neoyorquino, por lo que el pequeño papel pensado para él recae finalmente en McLuhan.
Por último, su película ‘Los olvidados’ tiene el honor, junto a ‘Metrópolis’, de Fritz Lang, de pertenecer a la exigua lista formada por estos dos únicos títulos que han sido declarados Patrimonio Audiovisual de la Humanidad por la Unesco.
Basten estas referencias para despejar cualquier duda sobre el talento cinematográfico de Buñuel y su trascendencia dentro de la disciplina a la que consagra su vida. Así, puedo emplear los caracteres restantes de esta pequeña semblanza en exponer otro aspecto de su figura que me resulta igual de fascinante que la innegable calidad de su filmografía.
Cuando Max Aub escribe su novela sobre Buñuel, por desgracia inconclusa, pretende trazar una biografía sobre el cineasta. Pero, sobre todo, lo utiliza como ejemplo representativo de toda una generación de españoles que mezclan de forma más que particular la más pujante modernidad con lo más tradicional de la cultura española. Además, representa a esa generación cuyos destinos se ven invariablemente condicionados por la Guerra Civil.
Y es que esta dicotomía del calandino, surrealista cuando el surrealismo era punta de lanza de la modernidad y, a la vez, profundamente arraigado en lo más atávico de tradición y cultura españolas –Buñuel siempre fue un buen burgués, ya que su padre hizo fortuna en Cuba y era uno de los hombres más ricos de Aragón–, lo que le convierte en un personaje realmente irresistible. Figura real y ficticia al mismo tiempo, ya que el propio Buñuel construye a conciencia su imagen para el mundo en una de las autobiografías más mentirosas y divertidas que yo haya leído nunca: ‘Mon dernier soupir’, traducida siempre erróneamente al español como ‘Mi último suspiro’.
No hay mejor demostración de la doble naturaleza francesa y española del sordo aragonés que la treta que urde Jeanne Moreau para hacerse con el papel protagonista de ‘Diario de una camarera’. La diva de la Nouvelle Vague había concertado una cita para conocer a Buñuel en un restaurante de París y acude a la comida con antelación con una particular petición para el chef: Desea que le sirva una «sopa de ajo española» que devora sorbiéndola ruidosamente y rebañando el plato a mano con la ayuda de un buen corrusco de pan, ejecutando gestos groseros muy alejados de la elegancia y el chic francés propio de la actriz. Cuenta Carrière que, fascinado por esta estampa, Buñuel susurra entusiasmado a Serge Silberman, productor del filme: «¡Esta, esta, para mí película quiero a esta!».
Y es que muchos de los elementos de las películas del calandino que los espectadores extranjeros confunden con grandes hallazgos del fuerte sabor surrealista son, en esencia, aspectos particulares de la cultura española muy anteriores al movimiento de vanguardia. El burro muerto y en descomposición de ‘Un perro andaluz’ no es otra cosa que lo que los calandinos llaman un «carnuzo»; es decir, un animal de tiro que, al fallecer, se abandona en el campo para que se descomponga y sus restos se conviertan en abono que fertiliza las tierras.
La famosa navaja crucifijo de ‘Viridiana’ es un «mata monjas» que Buñuel adquiere en una tienda de cuchillos e incorpora al rodaje. Su ostentoso nombre no debe llevar a error al lector, ya que la peculiar arma viene de antiguo, y se crea con un fin diametralmente opuesto, el de proteger a clérigos que, en caso de ser asaltados, podían sorprender al agresor y defenderse obteniendo un filo a partir del objeto más insospechado.
Los enanos que pueblan sus películas, como el actor Rafael Muñoz que interpreta a Ujo en’, ‘Nazarín’ o Jesús Fernández, que interpreta al pastor de cabras en ‘Simón del desierto’, son con toda probabilidad la versión buñueliana de los enanos de Velázquez que el sordo aragonés contempla en sus frecuentes visitas al Prado durante sus años en la Residencia de Estudiantes.
Los ejemplos serían casi infinitos. Buñuel con su cámara de fotos (una Leica si no recuerdo mal) acostumbraba a fotografiar los rincones de México donde iba a rodar sus películas. Contemplando estas instantáneas se aprecia su gusto por evocar paisajes y lugares que recuerdan mucho a Aragón y otras partes de España, huyendo de otros entornos genuinamente mexicanos y mucho más exóticos, que en muchas ocasiones se encuentran a escasos metros de donde él localiza la acción. Los ejemplos no se acabarían, ya que Buñuel lleva «lo español» grabado a fuego en su ADN creativo. Su gran virtud, a mi juicio, convertir tradición en algo rabiosamente moderno.
Buñuel, además, consigue algo casi imposible: convierte en exquisito lo más mundano y terrenal. Lo eleva a otra categoría, creando filmes que no se contemplan. Todo lo contrario: se degustan, ya que remueven por dentro, muchas veces con placer culpable y con la misma intensidad que uno siente al disfrutar de su comida favorita, a pesar de saber de sobra que no siempre es sana ni sienta bien.
No hay mejor metáfora para explicar la magia que consigue crear en ellas que la frase que se recoge en su autobiografía, haciendo referencia a sus gustos culinarios: «Un par de huevos fritos con chorizo me proporcionan más felicidad que todas las «langostas a la reina de Hungría»». Y es que sus películas son así. Más españolas que los huevos fritos con chorizo y, a la vez, capaces de remover al espectador de arriba abajo con la misma eficacia que la magdalena de Proust.
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