Es bueno ser cocinero antes que fraile, o así lo enseña el refrán, y Byung-Chul Han (Seúl, 1959) pasó por la metalurgia antes de dedicarse a la filosofía. Es el primer mojón de una carrera jalonada de elementos misteriosos: reza la leyenda que abandonó la carrera después de provocar una explosión cuando manipulaba productos químicos y que llegó a Alemania con 22 años contados sin hablar alemán. Estudió Filosofía, Literatura Alemana y Teología en Friburgo, donde se doctoró con una tesis sobre el concepto de poder. Ha sido profesor en la Universidad de Basilea y en la Universidad de Bellas Artes de Berlín.No es mucho lo que sabemos de su persona y, sin embargo, su figura es conocida por todos. Desde Foucault, ningún autor ha logrado acercar las cuestiones de la alta filosofía al gran público . Se impone, por tanto, al popular Bauman, que nunca rayó a su altura, y al carismático Zizek, que, a pesar de su popularidad, no ha pasado de ser un autor leído esencialmente por especialistas.El pensamiento de Han destaca por su pericia diagnóstica. Entre sus conceptos descuellan «la sociedad del cansancio» o la «psicopolítica». Resultan engañosos sus libros: son breves -rondan las cien paginas- pero en absoluto ‘page-turners’; antes bien, obligan a detenerse a cada frase , contraviniendo la lectura apresurada de nuestro tiempo.Su catolicismo es conocido desde hace poco menos de dos años y se evidencia notablemente en ‘Vita contemplativa’ (2023), donde propone la contemplación como alternativa al narcisismo , y en ‘El espíritu de la esperanza’ (2024), obra repleta de referencias escatológicas. Pero una mirada atenta permite rastrear un buen número de huellas en su obra anterior: verbigracia, las referencias a la soteriología paulina en ‘El aroma del tiempo’ (2009), a la caridad en La agonía del Eros (2012) oa la sacramentalidad de la liturgia en La desaparición de los rituales (2019).Su prosa, concisa y aforística, conecta con los lectores jóvenes. Cuenta con la elegancia de Cioran y el toque poético de Heidegger, con quien comparte el gusto por el neologismo, y en ocasiones recurre al navajazo gnómico, a la manera de Nietzsche .Remiso a los focos y ajeno al protagonismo mediático, más que una estrella del pensamiento parece un anacoreta. En plena cultura de la agitación, Han cultiva una filosofía contemplativa . Su obra es un desierto a la cultura del rendimiento, la transparencia y la conectividad. Es bueno ser cocinero antes que fraile, o así lo enseña el refrán, y Byung-Chul Han (Seúl, 1959) pasó por la metalurgia antes de dedicarse a la filosofía. Es el primer mojón de una carrera jalonada de elementos misteriosos: reza la leyenda que abandonó la carrera después de provocar una explosión cuando manipulaba productos químicos y que llegó a Alemania con 22 años contados sin hablar alemán. Estudió Filosofía, Literatura Alemana y Teología en Friburgo, donde se doctoró con una tesis sobre el concepto de poder. Ha sido profesor en la Universidad de Basilea y en la Universidad de Bellas Artes de Berlín.No es mucho lo que sabemos de su persona y, sin embargo, su figura es conocida por todos. Desde Foucault, ningún autor ha logrado acercar las cuestiones de la alta filosofía al gran público . Se impone, por tanto, al popular Bauman, que nunca rayó a su altura, y al carismático Zizek, que, a pesar de su popularidad, no ha pasado de ser un autor leído esencialmente por especialistas.El pensamiento de Han destaca por su pericia diagnóstica. Entre sus conceptos descuellan «la sociedad del cansancio» o la «psicopolítica». Resultan engañosos sus libros: son breves -rondan las cien paginas- pero en absoluto ‘page-turners’; antes bien, obligan a detenerse a cada frase , contraviniendo la lectura apresurada de nuestro tiempo.Su catolicismo es conocido desde hace poco menos de dos años y se evidencia notablemente en ‘Vita contemplativa’ (2023), donde propone la contemplación como alternativa al narcisismo , y en ‘El espíritu de la esperanza’ (2024), obra repleta de referencias escatológicas. Pero una mirada atenta permite rastrear un buen número de huellas en su obra anterior: verbigracia, las referencias a la soteriología paulina en ‘El aroma del tiempo’ (2009), a la caridad en La agonía del Eros (2012) oa la sacramentalidad de la liturgia en La desaparición de los rituales (2019).Su prosa, concisa y aforística, conecta con los lectores jóvenes. Cuenta con la elegancia de Cioran y el toque poético de Heidegger, con quien comparte el gusto por el neologismo, y en ocasiones recurre al navajazo gnómico, a la manera de Nietzsche .Remiso a los focos y ajeno al protagonismo mediático, más que una estrella del pensamiento parece un anacoreta. En plena cultura de la agitación, Han cultiva una filosofía contemplativa . Su obra es un desierto a la cultura del rendimiento, la transparencia y la conectividad.
«Su catolicismo es conocido desde hace poco menos de dos años y propone la contemplación como alternativa al narcisismo»
Es bueno ser cocinero antes que fraile, o así lo enseña el refrán, y Byung-Chul Han (Seúl, 1959) pasó por la metalurgia antes de dedicarse a la filosofía. Es el primer mojón de una carrera jalonada de elementos misteriosos: reza la leyenda que abandonó … la carrera después de provocar una explosión cuando manipulaba productos químicos y que llegó a Alemania con 22 años contados sin hablar alemán. Estudió Filosofía, Literatura Alemana y Teología en Friburgo, donde se doctoró con una tesis sobre el concepto de poder. Ha sido profesor en la Universidad de Basilea y en la Universidad de Bellas Artes de Berlín.
No es mucho lo que sabemos de su persona y, sin embargo, su figura es conocida por todos. Desde Foucault, ningún autor ha logrado acercar las cuestiones de la alta filosofía al gran público. Se impone, por tanto, al popular Bauman, que nunca rayó a su altura, y al carismático Zizek, que, a pesar de su popularidad, no ha pasado de ser un autor leído esencialmente por especialistas.
El pensamiento de Han destaca por su pericia diagnóstica. Entre sus conceptos descuellan «la sociedad del cansancio» o la «psicopolítica». Resultan engañosos sus libros: son breves -rondan las cien paginas- pero en absoluto ‘page-turners’; antes bien, obligan a detenerse a cada frase, contraviniendo la lectura apresurada de nuestro tiempo.
Su catolicismo es conocido desde hace poco menos de dos años y se evidencia notablemente en ‘Vita contemplativa’ (2023), donde propone la contemplación como alternativa al narcisismo, y en ‘El espíritu de la esperanza’ (2024), obra repleta de referencias escatológicas. Pero una mirada atenta permite rastrear un buen número de huellas en su obra anterior: verbigracia, las referencias a la soteriología paulina en ‘El aroma del tiempo’ (2009), a la caridad en La agonía del Eros (2012) oa la sacramentalidad de la liturgia en La desaparición de los rituales (2019).
Su prosa, concisa y aforística, conecta con los lectores jóvenes. Cuenta con la elegancia de Cioran y el toque poético de Heidegger, con quien comparte el gusto por el neologismo, y en ocasiones recurre al navajazo gnómico, a la manera de Nietzsche.
Remiso a los focos y ajeno al protagonismo mediático, más que una estrella del pensamiento parece un anacoreta. En plena cultura de la agitación, Han cultiva una filosofía contemplativa. Su obra es un desierto a la cultura del rendimiento, la transparencia y la conectividad.
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