Atrapar al oyente en una pecera musical es el objetivo inmediato de Cabiria, el nombre artístico de la cantante Eva Valero (Esplugues de Llobregat, Barcelona, 30 años). En el álbum Radio Coral (Costa Futuro), una atmósfera de ensoñación marina envuelve sus nuevas composiciones de pop electrónico. Verbena con sintetizadores bajo el agua como nuevo telón de fondo al rico imaginario lírico que la artista lleva tres discos construyendo, donde conviven sociedades secretas del ritmo, fantasmas que comen lentejas pasadas y beatos que oran sus padrenuestros en el Thyssen.
Pregunta. ¿Ha tenido alguna vez una epifanía en un museo?
Respuesta. La canción Rezar en los museos viene, de hecho, de un poema de Gloria Fuertes [del libro Aconsejo beber hilo, 1957]. Me siento muy identificada con su forma de ver las cosas, con un humor divertido. En mi reinterpretación, va sobre la nostalgia. Hay cuadros en los museos que me gustan mucho, pero algunas colecciones son temporales. Estás viendo un cuadro y estás rezando para que no se lo lleven, como cuando estás con una persona que te gusta mucho y no quieres que se vaya. Es la negación a dejar ir, la adicción a la nostalgia. Todo el disco va sobre no saber soltar algo y esta es la canción que siento que resume esas ideas.
P. Las canciones de su primer disco tenían esencia de meme. ¿Hay un rito de paso milenial en viajar de la ironía a la sinceridad?
R. Puede ser. Con 18 años estaba descubriendo GarageBand, un programa de producción por ordenador que me permitía hacer música y grabarla rápidamente. Consumía mucho humor de internet y hacía canciones para mí, un chiste interno muy largo. Pero empezó a interesarle a la gente. Y en cuanto me tomaron en serio, yo también cogí un poco más de confianza para hablar de mí misma, porque igual le interesa a alguien lo que tenga que decir.
P. ¿Hace toda su música sola?
R. Tengo la suerte de contar con estos amigos a los que les gusta lo que hago y están dispuestos a darme cosas. Edu Pons es saxofonista y, aparte, me ha hecho algunas flautas, un clarinete y tal. Luego también hay guitarras de Edu Rubio y un par de bajos de Óscar Huerta, ambos han tocado conmigo en directo. Es verdad que, cuando planteo una canción, ya tengo mi plug-in del saxo con una melodía y eso es lo que le pido al saxofonista que haga, pero son recursos para que el disco tenga este toque más orgánico, de músico de verdad. Agradezco tener a alguien que le dé su aportación de persona de conservatorio, que no solo sea solo alguien que ha aprendido de tutoriales de YouTube de un friki enseñándote a elegir un bombo.
P. Le vinculan mucho al italodisco. ¿Qué le interesa del género?
R. Si te soy sincera, a mí no me apasiona. A veces me ayuda que me digan a qué se parece mi música, porque tengo poca perspectiva de a qué suena. Cuando me dicen lo del italodisco, se me entiende una bombilla y pruebo a coger algunas cosas, como esos bajos arpegiados o ese mood, y darles una vuelta. No me interesa hacer nostalgia del italodisco ni copiarlo. Hay canciones muy buenas y divertidas, pero es un género muy capitalista, de radiofórmulas. Se repitió hasta la saciedad, por eso tiene esta cosa tan kitsch, porque son canciones cutres que parecen hechas con muy poco amor.
P. ¿Escogió su nombre artístico por la película de Fellini?
R. Sí, por Las noches de Cabiria, antes de empezar a hacer música. La última secuencia me impactó mucho. Retrata la vida de esta persona, Cabiria, a la que todo el rato le pasan putadas. Y aun así sigue y sigue. Es una película dramática, porque ella se va ilusionando y desilusionando. Al final, parece que ha encontrado a un hombre que le va a salvar de la pobreza, pero resulta que la engaña y se va con su dinero. Ella está caminando, llorando un montón y, de pronto, aparece una orquesta tocando detrás. Empieza a escuchar y a sonreír poco a poco. Para mí, esto es la música, una motivación para caminar y coger fuerzas hasta tu nueva aventura.
P. ¿El cine tiene mucho peso en su música?
R. Me lo dicen mucho y no soy tan consciente, pero es verdad que la música que hago es muy visual, muy narrativa. Con estructuras de musical también, donde pasan varias cosas, como en ¡Pirueta mortal! o Ziegfeld, que es sobre Florenz Ziegfeld, un director de Broadway. Creo que las bandas sonoras fueron lo que me animó a hacer música. De pequeña, estaba obsesionada con la banda sonora de Amélie. Entonces, cuando empecé a componer, la música siempre venía de películas, de las imágenes que tenía en la cabeza. He aprendido a hacer música con las imágenes y también lo veo necesario para el concepto del disco, porque me ayuda tener unas imágenes concretas, unos colores.
La música que hago es muy visual, muy narrativa, con estructuras de musical»
P. El agua, en el caso de este disco. ¿Por qué la introducción, 52hz, va dedicada a una ballena?
R. Es una ballena que descubrí en un libro, que canta a 52 hercios, una frecuencia muy aguda. Está completamente sola en el océano porque ninguna otra ballena la puede escuchar. Me gustó mucho esta historia. Me imagino a esta ballena en medio de la nada diciendo: “Estaría bien que alguien me escuchara, pero estoy aquí a gusto con mis 52 hercios”. También me siento un poco así. Hacer música es mi forma de pasármelo bien, da igual que nadie me escuche. Yo voy a hacer mi movida. Lo acuático tenía además una estética que me atraía mucho a nivel sonoro. El tipo de sintetizadores, los timbres, esta cosa tan brillante y atmosférica, pero muy aferrada al pop. Pensaba en Oceanic, el disco de Vangelis, o Seven Waves, de Suzanne Ciani. Enya también hacía muchísimas referencias marinas. Parecido a estar en la barriga de tu madre, como un lugar de confort.
P. ¿Vive profesionalmente de la música?
R. No, estudié Comunicación Audiovisual y desde entonces siempre he tenido trabajos a tiempo parcial para combinar con los conciertos o con otras cosas que me salgan. A mí me gusta tener un trabajo que no sea vocacional, pero en el que esté cómoda. No quiero hacer música para ganar dinero. Obviamente, me gusta ganar dinero con la música, pero no quiero tener esa presión, porque vivo la música de una forma muy lúdica y no quiero convertirla en otra cosa.
La artista catalana publica ‘Radio Coral’, un disco donde traslada su ‘dream pop’ electrónico a una atmósfera acuática
Atrapar al oyente en una pecera musical es el objetivo inmediato de Cabiria, el nombre artístico de la cantante Eva Valero (Esplugues de Llobregat, Barcelona, 30 años). En el álbum Radio Coral (Costa Futuro), una atmósfera de ensoñación marina envuelve sus nuevas composiciones de pop electrónico. Verbena con sintetizadores bajo el agua como nuevo telón de fondo al rico imaginario lírico que la artista lleva tres discos construyendo, donde conviven sociedades secretas del ritmo, fantasmas que comen lentejas pasadas y beatos que oran sus padrenuestros en el Thyssen.
Pregunta. ¿Ha tenido alguna vez una epifanía en un museo?
Respuesta. La canción Rezar en los museos viene, de hecho, de un poema de Gloria Fuertes [del libro Aconsejo beber hilo, 1957]. Me siento muy identificada con su forma de ver las cosas, con un humor divertido. En mi reinterpretación, va sobre la nostalgia. Hay cuadros en los museos que me gustan mucho, pero algunas colecciones son temporales. Estás viendo un cuadro y estás rezando para que no se lo lleven, como cuando estás con una persona que te gusta mucho y no quieres que se vaya. Es la negación a dejar ir, la adicción a la nostalgia. Todo el disco va sobre no saber soltar algo y esta es la canción que siento que resume esas ideas.
P. Las canciones de su primer disco tenían esencia de meme. ¿Hay un rito de paso milenial en viajar de la ironía a la sinceridad?
R. Puede ser. Con 18 años estaba descubriendo GarageBand, un programa de producción por ordenador que me permitía hacer música y grabarla rápidamente. Consumía mucho humor de internet y hacía canciones para mí, un chiste interno muy largo. Pero empezó a interesarle a la gente. Y en cuanto me tomaron en serio, yo también cogí un poco más de confianza para hablar de mí misma, porque igual le interesa a alguien lo que tenga que decir.
P. ¿Hace toda su música sola?
R. Tengo la suerte de contar con estos amigos a los que les gusta lo que hago y están dispuestos a darme cosas. Edu Pons es saxofonista y, aparte, me ha hecho algunas flautas, un clarinete y tal. Luego también hay guitarras de Edu Rubio y un par de bajos de Óscar Huerta, ambos han tocado conmigo en directo. Es verdad que, cuando planteo una canción, ya tengo mi plug-in del saxo con una melodía y eso es lo que le pido al saxofonista que haga, pero son recursos para que el disco tenga este toque más orgánico, de músico de verdad. Agradezco tener a alguien que le dé su aportación de persona de conservatorio, que no solo sea solo alguien que ha aprendido de tutoriales de YouTube de un friki enseñándote a elegir un bombo.
P. Le vinculan mucho al italodisco. ¿Qué le interesa del género?
R. Si te soy sincera, a mí no me apasiona. A veces me ayuda que me digan a qué se parece mi música, porque tengo poca perspectiva de a qué suena. Cuando me dicen lo del italodisco, se me entiende una bombilla y pruebo a coger algunas cosas, como esos bajos arpegiados o ese mood, y darles una vuelta. No me interesa hacer nostalgia del italodisco ni copiarlo. Hay canciones muy buenas y divertidas, pero es un género muy capitalista, de radiofórmulas. Se repitió hasta la saciedad, por eso tiene esta cosa tan kitsch, porque son canciones cutres que parecen hechas con muy poco amor.
P. ¿Escogió su nombre artístico por la película de Fellini?
R. Sí, por Las noches de Cabiria, antes de empezar a hacer música. La última secuencia me impactó mucho. Retrata la vida de esta persona, Cabiria, a la que todo el rato le pasan putadas. Y aun así sigue y sigue. Es una película dramática, porque ella se va ilusionando y desilusionando. Al final, parece que ha encontrado a un hombre que le va a salvar de la pobreza, pero resulta que la engaña y se va con su dinero. Ella está caminando, llorando un montón y, de pronto, aparece una orquesta tocando detrás. Empieza a escuchar y a sonreír poco a poco. Para mí, esto es la música, una motivación para caminar y coger fuerzas hasta tu nueva aventura.
P. ¿El cine tiene mucho peso en su música?
R. Me lo dicen mucho y no soy tan consciente, pero es verdad que la música que hago es muy visual, muy narrativa. Con estructuras de musical también, donde pasan varias cosas, como en ¡Pirueta mortal! o Ziegfeld, que es sobre Florenz Ziegfeld, un director de Broadway. Creo que las bandas sonoras fueron lo que me animó a hacer música. De pequeña, estaba obsesionada con la banda sonora de Amélie. Entonces, cuando empecé a componer, la música siempre venía de películas, de las imágenes que tenía en la cabeza. He aprendido a hacer música con las imágenes y también lo veo necesario para el concepto del disco, porque me ayuda tener unas imágenes concretas, unos colores.
La música que hago es muy visual, muy narrativa, con estructuras de musical»
P. El agua, en el caso de este disco. ¿Por qué la introducción, 52hz, va dedicada a una ballena?
R. Es una ballena que descubrí en un libro, que canta a 52 hercios, una frecuencia muy aguda. Está completamente sola en el océano porque ninguna otra ballena la puede escuchar. Me gustó mucho esta historia. Me imagino a esta ballena en medio de la nada diciendo: “Estaría bien que alguien me escuchara, pero estoy aquí a gusto con mis 52 hercios”. También me siento un poco así. Hacer música es mi forma de pasármelo bien, da igual que nadie me escuche. Yo voy a hacer mi movida. Lo acuático tenía además una estética que me atraía mucho a nivel sonoro. El tipo de sintetizadores, los timbres, esta cosa tan brillante y atmosférica, pero muy aferrada al pop. Pensaba en Oceanic, el disco de Vangelis, o Seven Waves, de Suzanne Ciani. Enya también hacía muchísimas referencias marinas. Parecido a estar en la barriga de tu madre, como un lugar de confort.
P. ¿Vive profesionalmente de la música?
R. No, estudié Comunicación Audiovisual y desde entonces siempre he tenido trabajos a tiempo parcial para combinar con los conciertos o con otras cosas que me salgan. A mí me gusta tener un trabajo que no sea vocacional, pero en el que esté cómoda. No quiero hacer música para ganar dinero. Obviamente, me gusta ganar dinero con la música, pero no quiero tener esa presión, porque vivo la música de una forma muy lúdica y no quiero convertirla en otra cosa.
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