El maestro Pablo Heras-Casado y el director de escena Calixto Bieito se ocupan de la nueva producción de ‘El oro del Rin’ que se estrena en la Ópera de París Leer El maestro Pablo Heras-Casado y el director de escena Calixto Bieito se ocupan de la nueva producción de ‘El oro del Rin’ que se estrena en la Ópera de París Leer
En un capítulo de sus memorias, Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) describe su primer y solitario paseo junto al Sena durante una gélida mañana de febrero de hace casi veinte años. Por entonces no hablaba una sola palabra de francés, así que durante tres meses se dedicó a patear las calles (bares, librerías, cafés, museos, cines de arte y ensayo…) de la ciudad para ir «haciendo oído» antes de su presentación en la Ópera de París como director asistente de Sylvain Cambreling durante la era de Gerard Mortier. «Realmente no sé cómo me las apañé para aprender el idioma en tan poco tiempo, pero sí recuerdo que no tuve ningún problema para hacerme entender cuando llegó el momento», cuenta el director granadino al teléfono desde un apartamento del distrito XII, muy cerca de la Plaza de la Bastilla. «Al final mi trabajo consiste en saber comunicar y en conectar con las emociones de la gente, unas veces con música y otras con palabras, a veces con todo a la vez».
Su debut oficial en el foso parisino se produjo el año pasado, con un montaje de Così fan tutte de Mozart en la vecina Ópera Garnier. «Esta será mi primera experiencia como director en la Bastilla», dice en referencia a la nueva producción de El oro del Rin de Wagner que anuncia, en las marquesinas de la ciudad, su estreno el 29 de enero. «Con este título se inicia El anillo del nibelungo, que tuve ocasión de dirigir, durante cuatro temporadas consecutivas, en el Teatro Real». Fue a mediados de otro mes de enero, el de 2019, y sabía lo mucho que se jugaba con aquel primer telón. «La Tetralogía es la quintaesencia del estrés, pues has de levantar el edificio musical más complejo jamás imaginado», reflexiona en voz alta. «Por suerte, siempre he tenido una habilidad natural para manejar los nervios, la incertidumbre y los imprevistos, algo fundamental para poder enfrentarte a este reto. Y, además, creo mucho en el trabajo en equipo. Puedes tener muy clara tu idea de la partitura, pero si no sabes delegar estás perdido».
Wagner trabajó durante tres décadas en su monumental ciclo, que incluye un prólogo, El oro del Rin, y tres jornadas: La Valquiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses. «El compositor acuñó el término gesamtkunstwerk para referirse a la ópera como obra de arte total en el sentido de una perfecta y casi inalcanzable combinación de música, teatro, danza, pintura, arquitectura y otras tantas disciplinas», prosigue Heras-Casado. «Hablamos de más de 15 horas de música, 34 personajes, 91 leitmotivs y una nutridísima orquesta de más 120 músicos». La del foso de la Ópera Nacional de París la fundó el mismísimo Jean-BaptisteLully en el siglo XVII y a lo largo de su historia ha dado buena cuenta de su afinidad al repertorio wagneriano: en 2009 su anterior titular, Philippe Jordan, inició un Anillo que clausuró por todo lo alto en 2013 coincidiendo con los fastos del bicentenario del compositor.
«Cada orquesta tiene un sonido y un color, pero a mí no me gusta hablar de diferencias, sino de posibilidades», asegura el principal director invitado del Teatro Real. «La experiencia que he ido acumulando en los últimos años me permite enfrentarme a este repertorio con una visión más amplia, pero sin tomar un solo atajo». Y cita a Murakami, con quien comparte una tardía afición por el running. «No se trata de llegar ni de batir marcas, sino de permitirte profundizar en aspectos de esta música en los que, como ciertos detalles del paisaje que vas dejando atrás, no habías reparado antes». Así, por ejemplo, durante los primeros ensayos en París con la orquesta descubrió una serie de «conexiones íntimas» entre el ritmo y la acentuación de la poesía wagneriana, una suerte de «prosodia oculta» que hace que cada palabra sirva de motor a la acción. «Esa fluidez dramatúrgica y musical es clave para entender el misterio de estas óperas».
El oro sirve de macguffin argumental a la saga wagneriana: por el poder que procura a quien consiga hacerse con este tesoro mágico celosamente custodiado por las ninfas acuáticas pero, sobre todo, por las nefastas consecuencias del hechizo. «Wagner recurre al lenguaje mitológico para hablarnos de asuntos tan pedestres y tristemente cotidianos como la codicia, la corrupción o la traición». Algunos directores, como Georg Solti, recurrieron a lingotes de oro auténticos para la percusión de la escena en la que el nibelungo Alberich logra robar el oro para forjar un anillo. «Esta partitura tiene tantas capas y lecturas que no existe una idea unívoca de fidelidad: tan auténtico es el Wagner que suena en el Festival de Bayreuth [donde Heras-Casado dirigió Parsifal en el verano de 2023] como el que vienen defendiendo en los últimos años directores como Kent Nagano a partir de instrumentos de la época en la que fueron estrenadas estas obras».
Si en Wagnerismo (Seix Barral) el musicólogo Alex Ross demostraba hasta qué punto el compositor alemán se las había ingeniado para dejar su sello en todos los ámbitos de la cultura (del cine de Buñuel a las pinturas de Kandinsky, pasando por las novelas de Joyce y Woolf, como eterno prescriptor de la modernidad líquida), Heras-Casado ha encontrado en los últimos años «vasos comunicantes» que vinculan su legado con los orígenes mismos del género. «Así, mientras que Monteverdi, hace más de cuatrocientos años, sentó las bases para una ópera de acción continua, donde el texto y la música resultan inseparables, Wagner lleva esta idea un poco más lejos con una visión inmersiva y emocionalmente intensa de la experiencia operística». De ahí, asegura, que resulte tan difícil calibrar los efectos de su música. «No es sólo que Wagner esté en todas partes sino que, de alguna forma, todo termina conduciendo a Wagner».
«Cada orquesta tiene un color, pero yo no percibo las diferencias sino la oportunidad de seguir enfrentándome a Wagner sin tomar atajos»
Pablo Heras-Casado
Hace diez años, Stéphane Lissner, entonces intendente de la Ópera de París, encargó al director escena Calixto Bieito (Burgos, 1963) una nueva producción del Anillo wagneriano que debía estrenarse en 2020, pero que la pandemia y sus muchos estragos económicos obligaron a posponer. El covid, que le costó el cargo a Lissner, cerca estuvo de dar definitivamente al traste con el proyecto, que recuperó Alexander Neef cuando ocupó su despacho como director general en el Palais Garnier. Fue él quien decidió incluir en la ecuación a Heras-Casado para que fueran, no uno, sino dos españoles los encargados de invocar las esencias wagnerianas en uno de los grandes templos operísticos de Europa. Se anunció, además, que la Tetralogía se desarrollaría, a razón de un título por temporada, hasta 2026 y que, en noviembre de ese mismo año, se celebrarían dos ciclos completos sin interrupción. Todo un acontecimiento.
«La obra refleja los horrores de nuestra existencia: nuestros deseos vacíos, la violencia cíclica y la destrucción social, familiar y personal», explicaba Bieito durante la presentación en París de su planteamiento escénico. «En esta ópera, el mundo se divide entre la élite poderosa y un submundo siniestro. Al final, la tecnología triunfa, creando un nuevo dios que todo lo sabe y todo lo controla, reflejo de nuestra sociedad actual». Su reinterpretación de El anillo del nibelungo se ambienta en un mundo dominado por la virtualidad digital que le permite abordar temas tan vigentes como universales: «Empezando, por supuesto, por la codicia y el egoísmo de una sociedad que sufre los efectos que la tecnología y la ciencia se han ido cobrando en las relaciones humanas». Y añade: «El oro del Rin bien se puede formular como un drama familiar en el contexto de una economía brutal que destruye a las personas y a la naturaleza».
Como en otras ocasiones, Bieito (que conoce perfectamente el lenguaje de Wagner, tal y como demostró en sus recientes adaptaciones de Tannhäuser para La Fenice, Lohengrin en la Ópera Estatal de Berlín y Tristán e Isolda en Viena) recurre a un estilo narrativo «discontinuo» en el que pasado y futuro se entrelazan para adentrarse en el ámbito más íntimo de los personajes, que se ve amenazado por los cada vez más sofisticados sistemas de vigilancia. «Esta es una historia cruel sobre la avaricia y la manipulación que operan en la esfera privada, aniquilando poco a poco a las personas y el medio ambiente». El prólogo El oro del Rin nos adentra, desde su primer acorde telúrico, en un mundo que combina elementos de la mitología nórdica y germánica para plantear una serie de preguntas existenciales: ¿quién obtendrá finalmente el poder del anillo forjado con el oro del Rin? ¿Serán los dioses, los gigantes o, tal vez, los nibelungos?
«La música que emplea Wagner para su Anillo funciona muchas veces como una máscara», sostiene Bieito. «Si confías sólo en lo que hay escrito en la partitura, esta no dice necesariamente lo mismo que el texto. En lugar de eso, la música intenta seducirnos, llevarnos a distintos lugares y, en cierto modo, confundirnos. El punto de partida de este montaje ha consistido, precisamente, en tratar de averiguar todo ese material escondido que muchas veces se nos escapa». Para el director de escena burgalés, los personajes de la Tetralogía viven atrapados en un círculo interminable de destrucción y reinvención permanente del mundo. Lo que, más allá de la habitual épica con que se suelen glosar las hazañas y desventuras de Wotan, Brunilda y Sigfrido, le permite ahondar en la lucha interna que libran para poner orden a sus deseos, afrontar sus contradicciones y hallar un sentido a su propia existencia.
«No te puedes quedar sólo con la partitura, pues la música de ‘el oro del rin’ está pensada para seducir, y hasta confundir, al espectador»
Calixto Bieito
En el fondo, más que héroes mitológicos, Wagner presenta a unos personajes profundamente humanos que viven atrapados entre el deber, la ambición y la búsqueda de redención en un universo marcado por el caos. «Normalmente trato de mirar más allá de la máscara y descubrir lo que ésta oculta», explica Bieito. «No creo que vivamos en un tiempo de mitos; esta es una época que pide centrarnos en los seres humanos. Si logramos adentrarnos en ellos, en estos personajes, despojándolos de sus máscaras, sin una estética excesiva que lo asfixie todo y evitando caer en idealismos desmedidos, quizás podamos entendernos mejor a nosotros mismos». Ahí, en esas «zonas de tránsito», es donde el estilo inconfundible de Bieito se alía con el resto de elementos escénicos para dar con la verdadera esencia de los libretos. «Me interesa explorar la naturaleza de los seres humanos, sus neurosis y su relación con la ecología, porque al final son sus contradicciones y fragilidades las que los hacen reales».
Durante las últimas ocho semanas Bieito ha exprimido cada minuto de los ensayos, sobre todo después de que la cancelación del barítono francés Ludovic Tézier (que iba a debutar el rol de Wotan) le obligara a reiniciar el trabajo dramatúrgico con el resto del reparto: Iain Paterson (en sustitución de aquel), el tenor Simon O’Neill (Loge), la mezzoEve-Maud Hubeaux (Fricka), la soprano Eliza Boom (Freia), el barítono Brian Mulligan (Alberich) y el bajo Mika Kares (Fafner). «Algunos de estos personajes aspiran a la vida eterna», apunta Bieito. «Sería demasiado fácil hablar de capitalismo y cosas por el estilo… es algo evidente. Lo que creo que realmente buscan los ricos es comprar la vida, vivir para siempre». El oro del Rin, que podrá verse en París hasta el 19 de febrero, comienza en las profundidades del río. «Todos tenemos una especie de agua interior», dice Bieito. «Y mi trabajo consiste en sacar ese líquido a la superficie».
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