Probablemente con excepción de sus incursiones en el género policial, Javier Cercas es uno de los grandes escritores en lengua castellana, y para corroborar esa afirmación bastaría con recordar “Anatomía de un instante” y “Soldados de Salamina”.
Dicho eso, el escritor hispano nos sorprende ahora con “El loco de Dios en el fin del mundo”, no tanto por el género literario empleado por el autor –no ficción que luce como ficción- y, sobre todo, no ficción narrada con un talento literario indiscutible. Como he señalado alguna vez, tal es el género que arranca desde la no ficción y que, al momento de los resultados, alcanza la altura, tono y calidad que logra a veces la prosa de ficción, concretamente la novela. Hoy ese género cuenta con varios y muy buenos autores de habla hispana que anteceden la escritura con prolongadas y acuciosas investigaciones.
Lo que sorprende en este nuevo libro de Cercas es tanto la motivación que lo impulsó como el contenido que acabó teniendo. Cercas, que se declara “ateo, anticlerical, militante de un racionalismo contumaz e impío riguroso”, aceptó con entusiasmo la invitación oficial a participar de un vuelo a Mongolia en el que irían el Papa actual y varios periodistas y religiosos de distintas jerarquías. Por supuesto que al regreso habría un libro sobre el particular –cuyo título acabamos de mencionar-, y, en cuanto a la motivación del autor, estuvo en el compromiso que el escritor tomó con su madre, en ese momento de más de 90 años, acerca de la creencia de esta en que, una vez muerta, se encontraría con su antes difunto marido. Tenía que chequear con el Papa Francisco esa convicción que tenía la madre.
Cercas transformó la fe de su madre en aquellos dogmas en la pregunta que el escritor se propuso hacer a Jorge Bergoglio: ¿existirán la resurrección de la carne y la vida eterna? La respuesta se encuentra en las páginas finales del libro, como también en las imágenes que Cercas captó en el privado de la cabina de la aeronave en que permaneció algunos minutos mientras volaba con el pontífice.
No fue mucho el tiempo de que ambos dispusieron a bordo del avión, y la significativa mayor parte del libro reproduce largamente una apreciable cantidad de conversaciones sobre lo hecho y no hecho, y sobre lo predicado y no predicado, durante el actual pontificado de Bergoglio, tan distinto de aquellos que lo precedieron, especialmente en los casos de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Tengo que confesar que, ateo como soy, no fue raro que me interesara por un libro de ese contenido, si bien no por causa de lo dicho por la madre de Cercas, sino por una razón estadística: si siete de cada diez personas afirman creer en Dios o en alguna figura sobrenatural como esa, existe un buen motivo para informarse al respecto o, cuando menos, para hacer notar la diferencia entre religiones e iglesias, tan acertadamente resumida por el filósofo Gianni Vattimo: las religiones son a las iglesias lo que el arte es a los museos; o, si se prefiere, como el fútbol a los clubes de fútbol.
Pendiente y sujeta a interpretación, la pregunta que se hacía la mayoría de los periodistas a bordo era si el Papa realizaba en ese momento un viaje pastoral más o si tenía la intención geopolítica de acercarse a China, como también a Rusia, dos gigantes cercanos a Mongolia y que cuentan también con una evidente minoría católica. Prevaleció claramente la segunda de esas opiniones.
El nuevo libro de Cercas, a mi juicio extendido más de la cuenta en las aludidas y múltiples conversaciones con teólogos, sacerdotes, laicos y misioneros que conoció en recintos del Vaticano y en el vuelo y estada en Mongolia, cierra bastante bien. Concluye con la explicación que dio a su madre y a algunos familiares al retorno del escritor, y, poco después, con una inesperada llamada telefónica que recibió junto a su mujer mientras se dirigían en coche al pueblito de Calella de Palafrugel.
Quien llamaba en ese momento era Jorge Bergoglio para dar el pésame por la muerte de la madre de Cercas.
Lo que sorprende en este nuevo libro de Cercas es tanto la motivación que lo impulsó como el contenido que acabó teniendo
Probablemente con excepción de sus incursiones en el género policial, Javier Cercas es uno de los grandes escritores en lengua castellana, y para corroborar esa afirmación bastaría con recordar “Anatomía de un instante” y “Soldados de Salamina”.
Dicho eso, el escritor hispano nos sorprende ahora con “El loco de Dios en el fin del mundo”, no tanto por el género literario empleado por el autor –no ficción que luce como ficción- y, sobre todo, no ficción narrada con un talento literario indiscutible. Como he señalado alguna vez, tal es el género que arranca desde la no ficción y que, al momento de los resultados, alcanza la altura, tono y calidad que logra a veces la prosa de ficción, concretamente la novela. Hoy ese género cuenta con varios y muy buenos autores de habla hispana que anteceden la escritura con prolongadas y acuciosas investigaciones.
Lo que sorprende en este nuevo libro de Cercas es tanto la motivación que lo impulsó como el contenido que acabó teniendo. Cercas, que se declara “ateo, anticlerical, militante de un racionalismo contumaz e impío riguroso”, aceptó con entusiasmo la invitación oficial a participar de un vuelo a Mongolia en el que irían el Papa actual y varios periodistas y religiosos de distintas jerarquías. Por supuesto que al regreso habría un libro sobre el particular –cuyo título acabamos de mencionar-, y, en cuanto a la motivación del autor, estuvo en el compromiso que el escritor tomó con su madre, en ese momento de más de 90 años, acerca de la creencia de esta en que, una vez muerta, se encontraría con su antes difunto marido. Tenía que chequear con el Papa Francisco esa convicción que tenía la madre.
Cercas transformó la fe de su madre en aquellos dogmas en la pregunta que el escritor se propuso hacer a Jorge Bergoglio: ¿existirán la resurrección de la carne y la vida eterna? La respuesta se encuentra en las páginas finales del libro, como también en las imágenes que Cercas captó en el privado de la cabina de la aeronave en que permaneció algunos minutos mientras volaba con el pontífice.
No fue mucho el tiempo de que ambos dispusieron a bordo del avión, y la significativa mayor parte del libro reproduce largamente una apreciable cantidad de conversaciones sobre lo hecho y no hecho, y sobre lo predicado y no predicado, durante el actual pontificado de Bergoglio, tan distinto de aquellos que lo precedieron, especialmente en los casos de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Tengo que confesar que, ateo como soy, no fue raro que me interesara por un libro de ese contenido, si bien no por causa de lo dicho por la madre de Cercas, sino por una razón estadística: si siete de cada diez personas afirman creer en Dios o en alguna figura sobrenatural como esa, existe un buen motivo para informarse al respecto o, cuando menos, para hacer notar la diferencia entre religiones e iglesias, tan acertadamente resumida por el filósofo Gianni Vattimo: las religiones son a las iglesias lo que el arte es a los museos; o, si se prefiere, como el fútbol a los clubes de fútbol.
Pendiente y sujeta a interpretación, la pregunta que se hacía la mayoría de los periodistas a bordo era si el Papa realizaba en ese momento un viaje pastoral más o si tenía la intención geopolítica de acercarse a China, como también a Rusia, dos gigantes cercanos a Mongolia y que cuentan también con una evidente minoría católica. Prevaleció claramente la segunda de esas opiniones.
El nuevo libro de Cercas, a mi juicio extendido más de la cuenta en las aludidas y múltiples conversaciones con teólogos, sacerdotes, laicos y misioneros que conoció en recintos del Vaticano y en el vuelo y estada en Mongolia, cierra bastante bien. Concluye con la explicación que dio a su madre y a algunos familiares al retorno del escritor, y, poco después, con una inesperada llamada telefónica que recibió junto a su mujer mientras se dirigían en coche al pueblito de Calella de Palafrugel.
Quien llamaba en ese momento era Jorge Bergoglio para dar el pésame por la muerte de la madre de Cercas.
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