Conseguir que una orquesta nos hable pero también nos cante. Joana Mallwitz (Hildesheim, 38 años) explicó el mes pasado, en una entrevista para la revista alemana Rondo, su proyecto artístico como directora de orquesta: “Vengo de una generación que creció bajo los nuevos impulsos del movimiento de la música antigua. Me gustaría combinar esta forma de tocar con todo el potencial de una orquesta sinfónica moderna: la articulación con el genuino cantabile”. Prosigue explicando que la interpretación históricamente informada ha incidido más en la oratoria que en el canto, algo que ejemplifica con la expresión “discurso sonoro” acuñada por Nikolaus Harnoncourt. Ella aspira a combinar esa capacidad discursiva con la belleza del fraseo más tradicional. Dicho de otro modo, aspira a encontrar el punto medio entre Harnoncourt y Karajan.
Pocas personas dedicadas hoy a la dirección orquestal son capaces de explicar su credo estético de una forma tan clara. Todavía son menos las que lo hacen visible y audible con semejante autoridad, como vimos el pasado viernes, 18 de octubre, en esta joven, esbelta y elegante directora sobre el podio de la Orquesta Nacional de España, dentro de una sala sinfónica del Auditorio madrileño completamente llena. Había mucha expectación ante el debut español de Mallwitz, tras su exitosa primera temporada como titular de la Konzerthausorchester Berlin, pero también después de su excelente debut discográfico en Deutsche Grammophon o de las buenas críticas que cosecharon sus primeras apariciones al frente de la Filarmónica de Viena y del Concertgebouw de Ámsterdam.
Mallwitz diseñó un programa muy apropiado para los tiempos convulsos actuales con obras sinfónicas de Prokófiev, Hindemith y Ravel conectadas por el papel del artista en una sociedad traumatizada por la guerra. Se trata de un itinerario musical que ha elegido para casi todas sus actuaciones como directora invitada. Acaba de dirigirlo al frente de la Filarmónica de Rotterdam, lo hará de nuevo en noviembre al frente de la Sinfónica de la Radio Sueca y lo repetirá en marzo para su debut al frente de la Filarmónica de Berlín. En Madrid, sumó a este programa el concierto para piano de Beethoven más ligado a ese nexo común: el núm. 5, popularmente conocido como Emperador, y escrito en 1809 tras el asedio de Napoleón sobre Viena.
Las tres obras sinfónicas programadas tienen, además, un claro vínculo con la trayectoria de Mallwitz. No solo dirigió producciones operísticas de Guerra y paz, de Prokófiev, y de Matías el pintor, de Hindemith, en su etapa como responsable musical del Teatro Estatal de Núremberg (2018-2023), sino que La valse, de Ravel, fue el colofón de uno de sus conciertos sinfónicos en la ciudad bávara.
El colorido comienzo de la obertura de Guerra y paz, de Prokófiev, que la directora marcó con un gesto amplio y redondo, extrajo de la Orquesta Nacional una verdadera encarnación del heroísmo en los instrumentos de metal, aunque especialmente hizo cantar a la cuerda su himno apasionado. En todo caso, la alemana tampoco olvidó subrayar los signos insistentes que adelantan la amenaza de la guerra y que trastocarán la trama de la ópera. Obviamente, Prokófiev se basó en la novela homónima de Tolstói en la que trata la invasión napoleónica de Rusia, pero lo hizo como reacción, en 1941, a otra invasión: la de los nazis a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial.
En el Concierto emperador, de Beethoven, escuchamos un buen ejemplo del referido credo estético de Mallwitz. Fue una versión incisiva, llena de contrastes y con una exquisita paleta dinámica, que la directora comunicó a la orquesta con poderosas corpografías. Encontró en el pianista Francesco Piemontesi (Locarno, 41 años) un buen compañero de viaje. El solista suizo tocó con un virtuosismo cristalino, un exquisito legato y una admirable gama dinámica, que alzaron especialmente el desarrollo del allegro inicial. Sin embargo, su cuidada y clasicista versión del adagio un poco mosso no terminó de elevarse y tampoco convenció en la transición al rondó final, que fue curiosamente lo mejor de todo el concierto y donde se atrevió con algún levísimo adorno de su cosecha. Piemontesi, que canceló el pasado domingo un recital en Valladolid por problemas de salud, no dudó en obsequiar al público madrileño con una propina. Y remató su actuación subrayando su sensibilidad clasicista con una refinada interpretación del adagio de la Sonata en fa mayor, K. 332, de Mozart.
La segunda parte incluía las dos composiciones más difíciles del programa, pero fueron lo mejor de la noche. Mallwitz no dudó en esperar casi un minuto hasta conseguir el ambiente de concentración necesario para abordar el concierto de los ángeles que abre la ópera Matías el pintor, de Hindemith, pero también su sinfonía. Una composición de 1934, levemente anterior a la ópera, escrita como reacción a la llegada al poder de los nazis en Alemania. Se trata de una reflexión sobre el papel del artista en la sociedad construida a partir de un relato ficticio sobre la vida de Matthias Grünewald, el pintor que vivió la Guerra de los campesinos alemanes contra los señores feudales, e inspirada en el famoso Retablo de Isenheim, terminado en 1516.
En el primer movimiento, Mallwitz activó el colorismo sin descuidar su poderoso contrapunto. En el segundo, Sepultura, extraído de la escena final en la que el pintor se enfrenta a la muerte, consiguió una admirable plasticidad sonora con la mejor actuación del viento madera. Y en el dificilísimo movimiento final, titulado La tentación de San Antonio, en el que el protagonista es atormentado durante un sueño por los demás personajes de la ópera, brilló la cuerda liderada por la violinista Valerie Steenken como concertino y la redondez del metal en el aleluya final.
La valse, de Ravel, fue un ideal broche de oro. Mallwitz sacó todo el mordiente de esta partitura de 1920 totalmente expresionista del compositor francés. Un homenaje a Johann Strauss hijo deformado por las traumáticas experiencias del compositor durante la Primera Guerra Mundial. Los remolinos iniciales y la bruma del vals del inicio impulsaron esa grotesca y progresiva distorsión, para la que contó con una admirable labor de la percusión, y donde la Orquesta Nacional sonó como un cuerpo cohesionado que ejercitó la garganta y enseñó sus dientes. El concierto se repetirá hoy sábado día 19 y se retransmitirá en directo el domingo, a las 11.30, por Radio Clásica.
Gran éxito de la directora alemana en su debut en España, con un atractivo programa que reflexiona sobre el papel del artista en tiempos convulsos, y la actuación solista de Francesco Piemontesi
Conseguir que una orquesta nos hable pero también nos cante. Joana Mallwitz (Hildesheim, 38 años) explicó el mes pasado, en una entrevista para la revista alemana Rondo, su proyecto artístico como directora de orquesta: “Vengo de una generación que creció bajo los nuevos impulsos del movimiento de la música antigua. Me gustaría combinar esta forma de tocar con todo el potencial de una orquesta sinfónica moderna: la articulación con el genuino cantabile”. Prosigue explicando que la interpretación históricamente informada ha incidido más en la oratoria que en el canto, algo que ejemplifica con la expresión “discurso sonoro” acuñada por Nikolaus Harnoncourt. Ella aspira a combinar esa capacidad discursiva con la belleza del fraseo más tradicional. Dicho de otro modo, aspira a encontrar el punto medio entre Harnoncourt y Karajan.
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Pocas personas dedicadas hoy a la dirección orquestal son capaces de explicar su credo estético de una forma tan clara. Todavía son menos las que lo hacen visible y audible con semejante autoridad, como vimos el pasado viernes, 18 de octubre, en esta joven, esbelta y elegante directora sobre el podio de la Orquesta Nacional de España, dentro de una sala sinfónica del Auditorio madrileño completamente llena. Había mucha expectación ante el debut español de Mallwitz, tras su exitosa primera temporada como titular de la Konzerthausorchester Berlin, pero también después de su excelente debut discográfico en Deutsche Grammophon o de las buenas críticas que cosecharon sus primeras apariciones al frente de la Filarmónica de Viena y del Concertgebouw de Ámsterdam.
Mallwitz diseñó un programa muy apropiado para los tiempos convulsos actuales con obras sinfónicas de Prokófiev, Hindemith y Ravel conectadas por el papel del artista en una sociedad traumatizada por la guerra. Se trata de un itinerario musical que ha elegido para casi todas sus actuaciones como directora invitada. Acaba de dirigirlo al frente de la Filarmónica de Rotterdam, lo hará de nuevo en noviembre al frente de la Sinfónica de la Radio Sueca y lo repetirá en marzo para su debut al frente de la Filarmónica de Berlín. En Madrid, sumó a este programa el concierto para piano de Beethoven más ligado a ese nexo común: el núm. 5, popularmente conocido como Emperador, y escrito en 1809 tras el asedio de Napoleón sobre Viena.
El pianista Francesco Piemontesi y la directora Joana Mallwitz junto a varios integrantes de la Orquesta Nacional durante el ‘Concierto emperador’ de Beethoven, el pasado 18 de octubre en Madrid.Rafa Martín cortesía OCNE
Las tres obras sinfónicas programadas tienen, además, un claro vínculo con la trayectoria de Mallwitz. No solo dirigió producciones operísticas de Guerra y paz, de Prokófiev, y de Matías el pintor, de Hindemith, en su etapa como responsable musical del Teatro Estatal de Núremberg (2018-2023), sino que La valse, de Ravel, fue el colofón de uno de sus conciertos sinfónicos en la ciudad bávara.
El colorido comienzo de la obertura de Guerra y paz, de Prokófiev, que la directora marcó con un gesto amplio y redondo, extrajo de la Orquesta Nacional una verdadera encarnación del heroísmo en los instrumentos de metal, aunque especialmente hizo cantar a la cuerda su himno apasionado. En todo caso, la alemana tampoco olvidó subrayar los signos insistentes que adelantan la amenaza de la guerra y que trastocarán la trama de la ópera. Obviamente, Prokófiev se basó en la novela homónima de Tolstói en la que trata la invasión napoleónica de Rusia, pero lo hizo como reacción, en 1941, a otra invasión: la de los nazis a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial.
En el Concierto emperador, de Beethoven, escuchamos un buen ejemplo del referido credo estético de Mallwitz. Fue una versión incisiva, llena de contrastes y con una exquisita paleta dinámica, que la directora comunicó a la orquesta con poderosas corpografías. Encontró en el pianista Francesco Piemontesi (Locarno, 41 años) un buen compañero de viaje. El solista suizo tocó con un virtuosismo cristalino, un exquisito legato y una admirable gama dinámica, que alzaron especialmente el desarrollo del allegro inicial. Sin embargo, su cuidada y clasicista versión del adagio un poco mosso no terminó de elevarse y tampoco convenció en la transición al rondó final, que fue curiosamente lo mejor de todo el concierto y donde se atrevió con algún levísimo adorno de su cosecha. Piemontesi, que canceló el pasado domingo un recital en Valladolid por problemas de salud, no dudó en obsequiar al público madrileño con una propina. Y remató su actuación subrayando su sensibilidad clasicista con una refinada interpretación del adagio de la Sonata en fa mayor, K. 332, de Mozart.
La directora Joana Mallwitz marcando a la cuerda de la Orquesta Nacional el inicio del movimiento final de la sinfonía de ‘Matías el pintor de Hindemith’, el pasado 18 de octubre en Madrid.Rafa Martín cortesía de OCNE
La segunda parte incluía las dos composiciones más difíciles del programa, pero fueron lo mejor de la noche. Mallwitz no dudó en esperar casi un minuto hasta conseguir el ambiente de concentración necesario para abordar el concierto de los ángeles que abre la ópera Matías el pintor, de Hindemith, pero también su sinfonía. Una composición de 1934, levemente anterior a la ópera, escrita como reacción a la llegada al poder de los nazis en Alemania. Se trata de una reflexión sobre el papel del artista en la sociedad construida a partir de un relato ficticio sobre la vida de Matthias Grünewald, el pintor que vivió la Guerra de los campesinos alemanes contra los señores feudales, e inspirada en el famoso Retablo de Isenheim, terminado en 1516.
En el primer movimiento, Mallwitz activó el colorismo sin descuidar su poderoso contrapunto. En el segundo, Sepultura, extraído de la escena final en la que el pintor se enfrenta a la muerte, consiguió una admirable plasticidad sonora con la mejor actuación del viento madera. Y en el dificilísimo movimiento final, titulado La tentación de San Antonio, en el que el protagonista es atormentado durante un sueño por los demás personajes de la ópera, brilló la cuerda liderada por la violinista Valerie Steenken como concertino y la redondez del metal en el aleluya final.
La valse, de Ravel, fue un ideal broche de oro. Mallwitz sacó todo el mordiente de esta partitura de 1920 totalmente expresionista del compositor francés. Un homenaje a Johann Strauss hijo deformado por las traumáticas experiencias del compositor durante la Primera Guerra Mundial. Los remolinos iniciales y la bruma del vals del inicio impulsaron esa grotesca y progresiva distorsión, para la que contó con una admirable labor de la percusión, y donde la Orquesta Nacional sonó como un cuerpo cohesionado que ejercitó la garganta y enseñó sus dientes. El concierto se repetirá hoy sábado día 19 y se retransmitirá en directo el domingo, a las 11.30, por Radio Clásica.
Orquesta Nacional de España. Ciclo Sinfónico 04
Obras de Prokófiev, Beethoven, Hindemith & Ravel. Francesco Piemontesi (piano). Orquesta Nacional de España. Joana Mallwitz (dirección). Auditorio Nacional, 18-20 de octubre.
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