«La última vez que hablamos la conversación fue en español». Y a sus 92 años, el griego Costa-Gavras mira a la traductora que lo iba a acompañar y acepta el reto que él mismo se impone. «Mi español es muy pobre… No sé… Vale, lo hacemos». Eso es Costa-Gavras , un cineasta que no ha dejado de agitar su cerebro y su mente en las siete décadas que lleva trabajando. Ágil de verbo y de piernas, el director afincado en Francia no aparenta la edad que dibuja su pasado y, en la conversación, terminará mirando al futuro. La nostalgia no le alcanza porque él no se detiene. Ha dado varias vueltas al mundo -habla griego, francés, español, italiano e inglés- y ha conocido a los grandes de la cultura de ambos continentes. En lo único que no ha arriesgado es en el matrimonio. Lleva sesenta años con su mujer , Michèle Ray-Gavras, que tiene una película en sí misma: popular periodista del ‘Paris Match’, ha sido secuestrada en dos ocasiones mientras ejercía su profesión y ahora, a los 86 años, sigue en activo como productora de cine y de series. Noticia Relacionada Festival de San Sebastián estandar Si Profunda mirada de Costa-Gavras a los finales de la vida en ‘El último suspiro’ Oti Rodríguez MarchanteSiempre pegado a su tiempo, Costa Gavras ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1969 con ‘ Z ‘, una cinta sobre el virus de la corrupción en las democracias; y en cada década ha sabido retratar el momento político y social con cintas que hoy todavía perduran, como ‘ Estado de sitio ‘ (1972), ‘ Missing ‘ (1982) o ‘ La caja de música ‘ (1989). En los últimos años, en plena crisis económica, firmó ‘ El capital ‘ (2012) y ‘ Comportarse como adultos ‘ (2019). Ahora, en los otoños de su vida, mira a la muerte en ‘El último suspiro’, que se estrena este viernes en cines, donde sigue a un doctor y a un escritor en un interesante duelo sobre la dignidad de los últimos pasos por la tierra de los vivos. Noticia Relacionada Entrevista | Festival de San Sebastián estandar Si Costa-Gavras: «Ahora parece que cuando la gente llega a vieja le crea un problema a la sociedad» Fernando Muñoz El cineasta de 91 se convierte en un ejemplo de vitalidad en el Festival de San Sebastián, donde ha presentado ‘El último suspiro’-Con 92 años, ¿de dónde saca la vitalidad para recorrer el mundo hablando de su cine? -Genética. Mi energía viene de mi padre y de mi madre. No hago nada más particular. No tomo ni medicamentos. -¿Pero de la genética nacen las ganas de no parar? -El mundo es un espectáculo muy particular, y me gusta mucho poder seguir viéndolo y hacer cosas. Porque hemos tenido una suerte extraordinaria al nacer, al venir al mundo. Y esto, la vida, dura un tiempo muy concreto. Vivir es un regalo extraordinario. Porque el mundo, el planeta… hasta la galaxia es una casualidad. Entonces, habiendo llegado aquí, quiero hacer todo lo que pueda para mi disfrute. Y además, hacer algo bueno por mi familia primero y por los demás después. Por eso he hecho esta película, por terminar con dignidad y dejar un recuerdo positivo. Eso es lo mejor que puedes dejar.-En ‘El último suspiro’ habla sobre morir con dignidad. ¿Por qué quiso hablar de ello en su última película? -Para tratar de entender cómo es este final de la vida. He visto a mi gente cercana y a muchos amigos y colaboradores morir. Uno de ellos, bastante dramático, fue Jorge Semprún, que en sus últimos días fui a verlo y estaba cara a cara con la muerte. Siempre he pensado que hay que encontrar una manera de morir sin este drama. Porque la muerte en sí es una tragedia, pero hay que ayudar a evitar que haya más drama en los familiares y en la gente cercana. Porque si en esos últimos días se olvida la dignidad, los recuerdos que se quedan para los familiares son de ese sufrimiento final. La cara de Jorge, para mí, estará siempre ahí, en su cama [y hace el gesto de coger su cabeza en el aire y acercársela a su propia cara]. De [Simone] Signoret también tengo ese recuerdo. De [Yves] Montand no, porque no pude llegar a verlo. Ellos eran mis cercanos. -Estamos viendo otra muerte que se grabará en la memoria de mucha gente, la del Papa Francisco. -Ha sido una muerte formidable. Un final impresionante. Salió al balcón, dijo unas breves palabras, dio una vuelta entre la gente y se murió. Fue perfecto, perfecto. Un final de película. Aunque si se hubiera hecho una película, diríamos que no es verosímil, que en la realidad las cosas no pasan así. -Es uno de los cineastas que más ha retratado Europa y que más ha viajado por Europa. ¿Cree que los valores europeos están en peligro?-No. Me parece que estamos en un momento que se puede aprovechar para hacer una cosa que en Europa nunca se hizo antes. Porque hemos soñado una Unión Europea de cultura, una unión educativa, económica… Pero al final la única que hubo fue la económica. Ahora, gracias a los americanos, a Trump, puede cambiar algo. Tengo esta esperanza. Vamos a ver. Probablemente solo sea otra esperanza que no se cumple. -Alguien que vivió la II Guerra Mundial, la posguerra, la Guerra Fría… ¿Cree que vivimos el ‘final de los tiempos’ que muchos parecen anunciar? -No… Mi impresión es que siempre estamos yendo hacia mejor, pasito a pasito, aunque no lo suficiente. Pero si te fijas, ves lo que hemos avanzado aunque siempre hay mujeres y hombres que nos empujan para atrás. Porque hoy vemos algo que hace años no se podía ni imaginar, era imposible: Trump, que quiere tomar Groenlandia; Putin, que quiere tomar una parte de Ucrania; e Israel, que quiere tomar el territorio de los palestinos. Es una locura. La mayor locura. Pero así son los hombres. Imprevisibles. Hay que vivir con eso. Normalmente, yo soy demasiado positivo. Me parece necesario. Si no, solo queda el suicidio. También porque he visto cosas que ustedes no conocen, o solo conocen por la historia: mi generación vivió con todos esos dictadores, Stalin, Hitler, Franco… finalmente todos murieron, todos sus regímenes acabaron. Y vino algo mejor después. Ahora está el peligro de volver hacia atrás. Pero pienso que cuando estas experiencias bélicas terminen, el futuro mejorará. La historia demuestra que el ser humano hace las cosas mejor en el futuro teniendo en cuenta las cosas que pasaron. -¿Cómo ve el futuro?-Ahí el gran problema es que seguimos destruyendo la Tierra. Ese es un problema permanente. Bueno, es un problema para ustedes, para mí ya no [y lanza una carcajada de varios segundos]. -¿Y el pasado? ¿Piensa en su legado?-No, nunca pensé en dejar una obra completa. He hecho películas sobre cosas que me interesan inmediatamente, que son actuales. Algunas veces, hay tres cosas que me interesan mucho para hacer una película, pero solo puedo hacer una. No tengo ni tiempo ni la posibilidad de hacer muchas más. Pero toda mi carrera la he hecho sin pensar en una continuidad. -¿Se considera un maestro de lo suyo?-No, no… No [piensa y se ríe después]. Definitivamente, no. Dicen que hago cine político porque todas mis películas son políticas. Y yo no quiero ser maestro de ese cine ni de ninguno, quiero ser yo. Hacer las cosas que pueda y quiera. Quiero hacer películas, no política. Me han pedido meterme en algún partido, pero nunca he querido. Nunca. El único cargo que acepté fue la presidencia de la Cinemateca Francesa, pero porque me interesaba la relación entre el hombre y el cine. Eso sí me interesa, no lo de ser maestro. -El cine que usted ha hecho durante 60 años, ¿está en peligro?-El cine europeo tiene una historia muy personal, de un pasado muy interesante. Aunque es verdad que el futuro va a ser cada vez más y más difícil porque los que deciden ya no son los cineastas, son los que ponen el dinero. Quieren que la película venda muchas entradas y se venda muy cara a la televisión y se venda a todo el mundo para que, además, guste al público de todo el planeta. Lo que no saben es que una cosa así no se puede hacer. Hay que pensar en hacer obras, grandes o pequeñas, que sean necesarias para el público, interesantes. Y esas también son difíciles. «La gente de cuidados paliativos me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también» Costa-Gavras-¿Esta película última también le resultó difícil de hacer?-Gente muy cercana me decía que no iba a poder hacer esta película porque nadie iba a verla. Y finalmente la película está aquí. Lo más importante es que existe. Sé que es una película que no van a ver millones de espectadores, pero la hemos hecho con mucho cariño. Los actores lo han pasado muy bien, yo tenía ganas de trabajar con Charlotte Rampling, por ejemplo. Igual con Denis Podalydès y Kad Merad. También fue un placer ver esta película en charlas con gente y escuchar los debates que genera. Es una película que habla de problemas que todo el mundo ha vivido y, aunque es muy interesante al principio, la gente no quiere ir a una sala de cine a escuchar esos temas. -¿Alguna vez le importó el número de espectadores?-No, cuando se hace una película no se puede pensar en eso. Si estoy pensando eso, me voy a estar preguntando qué debo hacer para que le guste a la gente. Me tiene que gustar a mí y luego ya ver lo que pasaría después. Si no, entramos en una situación muy complicada. Como en Estados Unidos, por ejemplo. Cuando rodé ‘Missing’, me dijeron que algún diálogo no encajaba. Y yo decía: «Bueno, coged otro guionista». Si no, terminas en ese sistema de hacer películas para todos. Y eso es imposible. Como hacer un libro para todos, un periódico para todos… No puedes gustar a todos. -Eso intentan los algoritmos. -Con esta cantidad enorme de películas, de series… Todo termina por ser objeto de consumo y todos, consumidores. Nadie tiene suficiente tiempo como para ver todo. No sé si ya soy muy viejo si digo que una obra, ya sea una película o un libro, tiene que tener un principio y un final. Como los hombres. Tenemos un límite. En las plataformas no hay límites. -Sus memorias se han publicado ahora en España. ¿Le quedan páginas por escribir?-No… Creo que estaría bien que otros cineastas hicieran sus memorias ya con sus experiencias. Desde el momento que hice el libro, pensé que es mejor que hiciera más películas que nuevos libros. -Entonces, ¿tiene nuevos proyectos en el cine? -Antes me dijo que esta era mi última película. Y no, esta es la película que estoy estrenando ahora. [Ríe]-¿Cómo se relaciona con la muerte? -Pienso que hay que prepararse. He pensado mucho en esa idea desde que visité los centros de cuidados paliativos. La gente de ahí me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. No es fácil porque nadie sabe cómo va a pasar. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también. Lo importante es no arrastrarse en la vida. No quiero estar en una silla y que me empujen y que alguien se acerque y me diga: «¿Qué, cómo va hoy? Pues venga, hay un poco de sol, le saco a pasear»… Eso es tremendo. Es una falta de dignidad total. «La última vez que hablamos la conversación fue en español». Y a sus 92 años, el griego Costa-Gavras mira a la traductora que lo iba a acompañar y acepta el reto que él mismo se impone. «Mi español es muy pobre… No sé… Vale, lo hacemos». Eso es Costa-Gavras , un cineasta que no ha dejado de agitar su cerebro y su mente en las siete décadas que lleva trabajando. Ágil de verbo y de piernas, el director afincado en Francia no aparenta la edad que dibuja su pasado y, en la conversación, terminará mirando al futuro. La nostalgia no le alcanza porque él no se detiene. Ha dado varias vueltas al mundo -habla griego, francés, español, italiano e inglés- y ha conocido a los grandes de la cultura de ambos continentes. En lo único que no ha arriesgado es en el matrimonio. Lleva sesenta años con su mujer , Michèle Ray-Gavras, que tiene una película en sí misma: popular periodista del ‘Paris Match’, ha sido secuestrada en dos ocasiones mientras ejercía su profesión y ahora, a los 86 años, sigue en activo como productora de cine y de series. Noticia Relacionada Festival de San Sebastián estandar Si Profunda mirada de Costa-Gavras a los finales de la vida en ‘El último suspiro’ Oti Rodríguez MarchanteSiempre pegado a su tiempo, Costa Gavras ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1969 con ‘ Z ‘, una cinta sobre el virus de la corrupción en las democracias; y en cada década ha sabido retratar el momento político y social con cintas que hoy todavía perduran, como ‘ Estado de sitio ‘ (1972), ‘ Missing ‘ (1982) o ‘ La caja de música ‘ (1989). En los últimos años, en plena crisis económica, firmó ‘ El capital ‘ (2012) y ‘ Comportarse como adultos ‘ (2019). Ahora, en los otoños de su vida, mira a la muerte en ‘El último suspiro’, que se estrena este viernes en cines, donde sigue a un doctor y a un escritor en un interesante duelo sobre la dignidad de los últimos pasos por la tierra de los vivos. Noticia Relacionada Entrevista | Festival de San Sebastián estandar Si Costa-Gavras: «Ahora parece que cuando la gente llega a vieja le crea un problema a la sociedad» Fernando Muñoz El cineasta de 91 se convierte en un ejemplo de vitalidad en el Festival de San Sebastián, donde ha presentado ‘El último suspiro’-Con 92 años, ¿de dónde saca la vitalidad para recorrer el mundo hablando de su cine? -Genética. Mi energía viene de mi padre y de mi madre. No hago nada más particular. No tomo ni medicamentos. -¿Pero de la genética nacen las ganas de no parar? -El mundo es un espectáculo muy particular, y me gusta mucho poder seguir viéndolo y hacer cosas. Porque hemos tenido una suerte extraordinaria al nacer, al venir al mundo. Y esto, la vida, dura un tiempo muy concreto. Vivir es un regalo extraordinario. Porque el mundo, el planeta… hasta la galaxia es una casualidad. Entonces, habiendo llegado aquí, quiero hacer todo lo que pueda para mi disfrute. Y además, hacer algo bueno por mi familia primero y por los demás después. Por eso he hecho esta película, por terminar con dignidad y dejar un recuerdo positivo. Eso es lo mejor que puedes dejar.-En ‘El último suspiro’ habla sobre morir con dignidad. ¿Por qué quiso hablar de ello en su última película? -Para tratar de entender cómo es este final de la vida. He visto a mi gente cercana y a muchos amigos y colaboradores morir. Uno de ellos, bastante dramático, fue Jorge Semprún, que en sus últimos días fui a verlo y estaba cara a cara con la muerte. Siempre he pensado que hay que encontrar una manera de morir sin este drama. Porque la muerte en sí es una tragedia, pero hay que ayudar a evitar que haya más drama en los familiares y en la gente cercana. Porque si en esos últimos días se olvida la dignidad, los recuerdos que se quedan para los familiares son de ese sufrimiento final. La cara de Jorge, para mí, estará siempre ahí, en su cama [y hace el gesto de coger su cabeza en el aire y acercársela a su propia cara]. De [Simone] Signoret también tengo ese recuerdo. De [Yves] Montand no, porque no pude llegar a verlo. Ellos eran mis cercanos. -Estamos viendo otra muerte que se grabará en la memoria de mucha gente, la del Papa Francisco. -Ha sido una muerte formidable. Un final impresionante. Salió al balcón, dijo unas breves palabras, dio una vuelta entre la gente y se murió. Fue perfecto, perfecto. Un final de película. Aunque si se hubiera hecho una película, diríamos que no es verosímil, que en la realidad las cosas no pasan así. -Es uno de los cineastas que más ha retratado Europa y que más ha viajado por Europa. ¿Cree que los valores europeos están en peligro?-No. Me parece que estamos en un momento que se puede aprovechar para hacer una cosa que en Europa nunca se hizo antes. Porque hemos soñado una Unión Europea de cultura, una unión educativa, económica… Pero al final la única que hubo fue la económica. Ahora, gracias a los americanos, a Trump, puede cambiar algo. Tengo esta esperanza. Vamos a ver. Probablemente solo sea otra esperanza que no se cumple. -Alguien que vivió la II Guerra Mundial, la posguerra, la Guerra Fría… ¿Cree que vivimos el ‘final de los tiempos’ que muchos parecen anunciar? -No… Mi impresión es que siempre estamos yendo hacia mejor, pasito a pasito, aunque no lo suficiente. Pero si te fijas, ves lo que hemos avanzado aunque siempre hay mujeres y hombres que nos empujan para atrás. Porque hoy vemos algo que hace años no se podía ni imaginar, era imposible: Trump, que quiere tomar Groenlandia; Putin, que quiere tomar una parte de Ucrania; e Israel, que quiere tomar el territorio de los palestinos. Es una locura. La mayor locura. Pero así son los hombres. Imprevisibles. Hay que vivir con eso. Normalmente, yo soy demasiado positivo. Me parece necesario. Si no, solo queda el suicidio. También porque he visto cosas que ustedes no conocen, o solo conocen por la historia: mi generación vivió con todos esos dictadores, Stalin, Hitler, Franco… finalmente todos murieron, todos sus regímenes acabaron. Y vino algo mejor después. Ahora está el peligro de volver hacia atrás. Pero pienso que cuando estas experiencias bélicas terminen, el futuro mejorará. La historia demuestra que el ser humano hace las cosas mejor en el futuro teniendo en cuenta las cosas que pasaron. -¿Cómo ve el futuro?-Ahí el gran problema es que seguimos destruyendo la Tierra. Ese es un problema permanente. Bueno, es un problema para ustedes, para mí ya no [y lanza una carcajada de varios segundos]. -¿Y el pasado? ¿Piensa en su legado?-No, nunca pensé en dejar una obra completa. He hecho películas sobre cosas que me interesan inmediatamente, que son actuales. Algunas veces, hay tres cosas que me interesan mucho para hacer una película, pero solo puedo hacer una. No tengo ni tiempo ni la posibilidad de hacer muchas más. Pero toda mi carrera la he hecho sin pensar en una continuidad. -¿Se considera un maestro de lo suyo?-No, no… No [piensa y se ríe después]. Definitivamente, no. Dicen que hago cine político porque todas mis películas son políticas. Y yo no quiero ser maestro de ese cine ni de ninguno, quiero ser yo. Hacer las cosas que pueda y quiera. Quiero hacer películas, no política. Me han pedido meterme en algún partido, pero nunca he querido. Nunca. El único cargo que acepté fue la presidencia de la Cinemateca Francesa, pero porque me interesaba la relación entre el hombre y el cine. Eso sí me interesa, no lo de ser maestro. -El cine que usted ha hecho durante 60 años, ¿está en peligro?-El cine europeo tiene una historia muy personal, de un pasado muy interesante. Aunque es verdad que el futuro va a ser cada vez más y más difícil porque los que deciden ya no son los cineastas, son los que ponen el dinero. Quieren que la película venda muchas entradas y se venda muy cara a la televisión y se venda a todo el mundo para que, además, guste al público de todo el planeta. Lo que no saben es que una cosa así no se puede hacer. Hay que pensar en hacer obras, grandes o pequeñas, que sean necesarias para el público, interesantes. Y esas también son difíciles. «La gente de cuidados paliativos me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también» Costa-Gavras-¿Esta película última también le resultó difícil de hacer?-Gente muy cercana me decía que no iba a poder hacer esta película porque nadie iba a verla. Y finalmente la película está aquí. Lo más importante es que existe. Sé que es una película que no van a ver millones de espectadores, pero la hemos hecho con mucho cariño. Los actores lo han pasado muy bien, yo tenía ganas de trabajar con Charlotte Rampling, por ejemplo. Igual con Denis Podalydès y Kad Merad. También fue un placer ver esta película en charlas con gente y escuchar los debates que genera. Es una película que habla de problemas que todo el mundo ha vivido y, aunque es muy interesante al principio, la gente no quiere ir a una sala de cine a escuchar esos temas. -¿Alguna vez le importó el número de espectadores?-No, cuando se hace una película no se puede pensar en eso. Si estoy pensando eso, me voy a estar preguntando qué debo hacer para que le guste a la gente. Me tiene que gustar a mí y luego ya ver lo que pasaría después. Si no, entramos en una situación muy complicada. Como en Estados Unidos, por ejemplo. Cuando rodé ‘Missing’, me dijeron que algún diálogo no encajaba. Y yo decía: «Bueno, coged otro guionista». Si no, terminas en ese sistema de hacer películas para todos. Y eso es imposible. Como hacer un libro para todos, un periódico para todos… No puedes gustar a todos. -Eso intentan los algoritmos. -Con esta cantidad enorme de películas, de series… Todo termina por ser objeto de consumo y todos, consumidores. Nadie tiene suficiente tiempo como para ver todo. No sé si ya soy muy viejo si digo que una obra, ya sea una película o un libro, tiene que tener un principio y un final. Como los hombres. Tenemos un límite. En las plataformas no hay límites. -Sus memorias se han publicado ahora en España. ¿Le quedan páginas por escribir?-No… Creo que estaría bien que otros cineastas hicieran sus memorias ya con sus experiencias. Desde el momento que hice el libro, pensé que es mejor que hiciera más películas que nuevos libros. -Entonces, ¿tiene nuevos proyectos en el cine? -Antes me dijo que esta era mi última película. Y no, esta es la película que estoy estrenando ahora. [Ríe]-¿Cómo se relaciona con la muerte? -Pienso que hay que prepararse. He pensado mucho en esa idea desde que visité los centros de cuidados paliativos. La gente de ahí me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. No es fácil porque nadie sabe cómo va a pasar. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también. Lo importante es no arrastrarse en la vida. No quiero estar en una silla y que me empujen y que alguien se acerque y me diga: «¿Qué, cómo va hoy? Pues venga, hay un poco de sol, le saco a pasear»… Eso es tremendo. Es una falta de dignidad total.
«La última vez que hablamos la conversación fue en español». Y a sus 92 años, el griego Costa-Gavras mira a la traductora que lo iba a acompañar y acepta el reto que él mismo se impone. «Mi español es muy pobre… No … sé… Vale, lo hacemos».
Eso es Costa-Gavras, un cineasta que no ha dejado de agitar su cerebro y su mente en las siete décadas que lleva trabajando. Ágil de verbo y de piernas, el director afincado en Francia no aparenta la edad que dibuja su pasado y, en la conversación, terminará mirando al futuro. La nostalgia no le alcanza porque él no se detiene. Ha dado varias vueltas al mundo -habla griego, francés, español, italiano e inglés- y ha conocido a los grandes de la cultura de ambos continentes. En lo único que no ha arriesgado es en el matrimonio. Lleva sesenta años con su mujer, Michèle Ray-Gavras, que tiene una película en sí misma: popular periodista del ‘Paris Match’, ha sido secuestrada en dos ocasiones mientras ejercía su profesión y ahora, a los 86 años, sigue en activo como productora de cine y de series.
Siempre pegado a su tiempo, Costa Gavras ganó el Oscar a mejor película extranjera en 1969 con ‘Z‘, una cinta sobre el virus de la corrupción en las democracias; y en cada década ha sabido retratar el momento político y social con cintas que hoy todavía perduran, como ‘Estado de sitio‘ (1972), ‘Missing‘ (1982) o ‘La caja de música‘ (1989). En los últimos años, en plena crisis económica, firmó ‘El capital‘ (2012) y ‘Comportarse como adultos‘ (2019). Ahora, en los otoños de su vida, mira a la muerte en ‘El último suspiro’, que se estrena este viernes en cines, donde sigue a un doctor y a un escritor en un interesante duelo sobre la dignidad de los últimos pasos por la tierra de los vivos.
-Con 92 años, ¿de dónde saca la vitalidad para recorrer el mundo hablando de su cine?
-Genética. Mi energía viene de mi padre y de mi madre. No hago nada más particular. No tomo ni medicamentos.
-¿Pero de la genética nacen las ganas de no parar?
-El mundo es un espectáculo muy particular, y me gusta mucho poder seguir viéndolo y hacer cosas. Porque hemos tenido una suerte extraordinaria al nacer, al venir al mundo. Y esto, la vida, dura un tiempo muy concreto. Vivir es un regalo extraordinario. Porque el mundo, el planeta… hasta la galaxia es una casualidad. Entonces, habiendo llegado aquí, quiero hacer todo lo que pueda para mi disfrute. Y además, hacer algo bueno por mi familia primero y por los demás después. Por eso he hecho esta película, por terminar con dignidad y dejar un recuerdo positivo. Eso es lo mejor que puedes dejar.
-En ‘El último suspiro’ habla sobre morir con dignidad. ¿Por qué quiso hablar de ello en su última película?
-Para tratar de entender cómo es este final de la vida. He visto a mi gente cercana y a muchos amigos y colaboradores morir. Uno de ellos, bastante dramático, fue Jorge Semprún, que en sus últimos días fui a verlo y estaba cara a cara con la muerte. Siempre he pensado que hay que encontrar una manera de morir sin este drama. Porque la muerte en sí es una tragedia, pero hay que ayudar a evitar que haya más drama en los familiares y en la gente cercana. Porque si en esos últimos días se olvida la dignidad, los recuerdos que se quedan para los familiares son de ese sufrimiento final. La cara de Jorge, para mí, estará siempre ahí, en su cama [y hace el gesto de coger su cabeza en el aire y acercársela a su propia cara]. De [Simone] Signoret también tengo ese recuerdo. De [Yves] Montand no, porque no pude llegar a verlo. Ellos eran mis cercanos.
-Estamos viendo otra muerte que se grabará en la memoria de mucha gente, la del Papa Francisco.
-Ha sido una muerte formidable. Un final impresionante. Salió al balcón, dijo unas breves palabras, dio una vuelta entre la gente y se murió. Fue perfecto, perfecto. Un final de película. Aunque si se hubiera hecho una película, diríamos que no es verosímil, que en la realidad las cosas no pasan así.
-Es uno de los cineastas que más ha retratado Europa y que más ha viajado por Europa. ¿Cree que los valores europeos están en peligro?
-No. Me parece que estamos en un momento que se puede aprovechar para hacer una cosa que en Europa nunca se hizo antes. Porque hemos soñado una Unión Europea de cultura, una unión educativa, económica… Pero al final la única que hubo fue la económica. Ahora, gracias a los americanos, a Trump, puede cambiar algo. Tengo esta esperanza. Vamos a ver. Probablemente solo sea otra esperanza que no se cumple.
-Alguien que vivió la II Guerra Mundial, la posguerra, la Guerra Fría… ¿Cree que vivimos el ‘final de los tiempos’ que muchos parecen anunciar?
-No… Mi impresión es que siempre estamos yendo hacia mejor, pasito a pasito, aunque no lo suficiente. Pero si te fijas, ves lo que hemos avanzado aunque siempre hay mujeres y hombres que nos empujan para atrás. Porque hoy vemos algo que hace años no se podía ni imaginar, era imposible: Trump, que quiere tomar Groenlandia; Putin, que quiere tomar una parte de Ucrania; e Israel, que quiere tomar el territorio de los palestinos. Es una locura. La mayor locura. Pero así son los hombres. Imprevisibles. Hay que vivir con eso. Normalmente, yo soy demasiado positivo. Me parece necesario. Si no, solo queda el suicidio. También porque he visto cosas que ustedes no conocen, o solo conocen por la historia: mi generación vivió con todos esos dictadores, Stalin, Hitler, Franco… finalmente todos murieron, todos sus regímenes acabaron. Y vino algo mejor después. Ahora está el peligro de volver hacia atrás. Pero pienso que cuando estas experiencias bélicas terminen, el futuro mejorará. La historia demuestra que el ser humano hace las cosas mejor en el futuro teniendo en cuenta las cosas que pasaron.
-¿Cómo ve el futuro?
-Ahí el gran problema es que seguimos destruyendo la Tierra. Ese es un problema permanente. Bueno, es un problema para ustedes, para mí ya no [y lanza una carcajada de varios segundos].
-¿Y el pasado? ¿Piensa en su legado?
-No, nunca pensé en dejar una obra completa. He hecho películas sobre cosas que me interesan inmediatamente, que son actuales. Algunas veces, hay tres cosas que me interesan mucho para hacer una película, pero solo puedo hacer una. No tengo ni tiempo ni la posibilidad de hacer muchas más. Pero toda mi carrera la he hecho sin pensar en una continuidad.
-¿Se considera un maestro de lo suyo?
-No, no… No [piensa y se ríe después]. Definitivamente, no. Dicen que hago cine político porque todas mis películas son políticas. Y yo no quiero ser maestro de ese cine ni de ninguno, quiero ser yo. Hacer las cosas que pueda y quiera. Quiero hacer películas, no política. Me han pedido meterme en algún partido, pero nunca he querido. Nunca. El único cargo que acepté fue la presidencia de la Cinemateca Francesa, pero porque me interesaba la relación entre el hombre y el cine. Eso sí me interesa, no lo de ser maestro.
-El cine que usted ha hecho durante 60 años, ¿está en peligro?
-El cine europeo tiene una historia muy personal, de un pasado muy interesante. Aunque es verdad que el futuro va a ser cada vez más y más difícil porque los que deciden ya no son los cineastas, son los que ponen el dinero. Quieren que la película venda muchas entradas y se venda muy cara a la televisión y se venda a todo el mundo para que, además, guste al público de todo el planeta. Lo que no saben es que una cosa así no se puede hacer. Hay que pensar en hacer obras, grandes o pequeñas, que sean necesarias para el público, interesantes. Y esas también son difíciles.
«La gente de cuidados paliativos me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también»
Costa-Gavras
-¿Esta película última también le resultó difícil de hacer?
-Gente muy cercana me decía que no iba a poder hacer esta película porque nadie iba a verla. Y finalmente la película está aquí. Lo más importante es que existe. Sé que es una película que no van a ver millones de espectadores, pero la hemos hecho con mucho cariño. Los actores lo han pasado muy bien, yo tenía ganas de trabajar con Charlotte Rampling, por ejemplo. Igual con Denis Podalydès y Kad Merad. También fue un placer ver esta película en charlas con gente y escuchar los debates que genera. Es una película que habla de problemas que todo el mundo ha vivido y, aunque es muy interesante al principio, la gente no quiere ir a una sala de cine a escuchar esos temas.
-¿Alguna vez le importó el número de espectadores?
-No, cuando se hace una película no se puede pensar en eso. Si estoy pensando eso, me voy a estar preguntando qué debo hacer para que le guste a la gente. Me tiene que gustar a mí y luego ya ver lo que pasaría después. Si no, entramos en una situación muy complicada. Como en Estados Unidos, por ejemplo. Cuando rodé ‘Missing’, me dijeron que algún diálogo no encajaba. Y yo decía: «Bueno, coged otro guionista». Si no, terminas en ese sistema de hacer películas para todos. Y eso es imposible. Como hacer un libro para todos, un periódico para todos… No puedes gustar a todos.
-Eso intentan los algoritmos.
-Con esta cantidad enorme de películas, de series… Todo termina por ser objeto de consumo y todos, consumidores. Nadie tiene suficiente tiempo como para ver todo. No sé si ya soy muy viejo si digo que una obra, ya sea una película o un libro, tiene que tener un principio y un final. Como los hombres. Tenemos un límite. En las plataformas no hay límites.
-Sus memorias se han publicado ahora en España. ¿Le quedan páginas por escribir?
-No… Creo que estaría bien que otros cineastas hicieran sus memorias ya con sus experiencias. Desde el momento que hice el libro, pensé que es mejor que hiciera más películas que nuevos libros.
-Entonces, ¿tiene nuevos proyectos en el cine?
-Antes me dijo que esta era mi última película. Y no, esta es la película que estoy estrenando ahora. [Ríe]
-¿Cómo se relaciona con la muerte?
-Pienso que hay que prepararse. He pensado mucho en esa idea desde que visité los centros de cuidados paliativos. La gente de ahí me contaba que es necesario aceptar el destino, la muerte. No es fácil porque nadie sabe cómo va a pasar. Lo mejor sería que sucediera cuando estás durmiendo… Pero eso es raro también. Lo importante es no arrastrarse en la vida. No quiero estar en una silla y que me empujen y que alguien se acerque y me diga: «¿Qué, cómo va hoy? Pues venga, hay un poco de sol, le saco a pasear»… Eso es tremendo. Es una falta de dignidad total.
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