Hay series que llegan tarde. No por su fecha de estreno, ni por el calendario de la industria, sino por la importancia de la obra maestra en la que se basa y que marcó a todo un país. ‘El Eternauta’, adaptación argentina de la mítica novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano , desembarca en Netflix con la gravedad de una nevada mortal y la humildad de un pueblo que resiste. Es más que una serie de ciencia ficción: es una advertencia y un espejo donde ver quiénes seríamos en la peor de las circunstancias. Unas circunstancias que, visto el clima internacional actual, parecen más cercanas que hipotéticas.La historia es aparentemente sencilla: una nevada extraña comienza a caer sobre Buenos Aires tras un apagón. No es una helada cualquiera, sino la antesala de una invasión silenciosa. Cae la nieve y, con ella, los cuerpos sin vida. No hay ruido, no hay disparos. Hay silencio y muerte. En medio de este cataclismo, Juan Salvo, un hombre cualquiera, se convierte en el protagonista de una historia de supervivencia colectiva. Él, su familia y un grupo de vecinos se organizan para resistir la amenaza, que se va revelando cada vez más inhumana y menos terrícola. La ciencia ficción, aquí, no es escapismo: es una trinchera desde la cual Oesterheld -que pagaría con su vida a manos de la dictadura argentina en 1977 el precio de narrar la resistencia- escribe sobre el poder, la solidaridad y la dignidad humana.Noticia Relacionada opinion Si ¿No lo pueden resolver peleándose? Rosa Belmonte Tina Fey ha hecho para Netflix una miniserie basada en ‘Las cuatro estaciones’La serie respeta ese espíritu con una devoción sorprendente. No se trata de una adaptación grandilocuente ni de una interpretación moderna que reinvente el original. Los productores han entendido que ‘El eternauta’ no necesitaba fuegos artificiales, sino coherencia y más silencio que gritos . La ambientación, cuidadosamente lograda, no intenta deslumbrar sino sumergir. Hay un realismo casi sucio en las casas, las calles, los refugios improvisados. La nieve, protagonista omnipresente, nunca es mero efecto especial: es un personaje más, opresiva, constante, metafórica.Uno de los mayores logros es la construcción de los personajes. En lugar de héroes musculosos y frases lapidarias, tenemos personas comunes: vecinos, padres, hijos, gente con miedo, con dudas, con frío. La serie evita con inteligencia el estereotipo del héroe americano. Aquí no hay salvadores individuales, sino resistencia colectiva. Y eso, en una era saturada de personajes mesiánicos e intocables por los enemigos y las tramas, es casi revolucionario.Ricardo Darín interpreta a Juan Salvo con una contención admirable. No grita, no exagera, no necesita decir mucho. Su cara lo dice todo. Y eso hace que el personaje funcione. Lo vemos y creemos en él, porque parece alguien que conocemos. Y porque carga con la historia y sus recuerdos como quien carga con una culpa imperdonable. ‘El Eternauta’ no es perfecta y se queda algo corta ante la promesa de una segunda entrega. Pero eso no importa. Su valor está en el intento de rendir homenaje a una obra que, como la nieve, cayó sobre la conciencia de un país y la transformó para siempre. Noticia Relacionada ¿Lo profetizó la ficción? estandar No Seis distopías que pudieron haberse hecho realidad en el ‘blackout’ en España F. M. // C. F. En tiempos de ruido, donde la espectacularidad reemplaza a la historia, esta serie nos recuerda que el verdadero heroísmo no está en las armas ni en las capas, sino en la humanidad que se organiza en silencio. Nos recuerda que la esperanza de llegar a buen puerto cuando vengan mal dadas, pasa por más Juanes Salvo y menos Capitanes América. Hay series que llegan tarde. No por su fecha de estreno, ni por el calendario de la industria, sino por la importancia de la obra maestra en la que se basa y que marcó a todo un país. ‘El Eternauta’, adaptación argentina de la mítica novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano , desembarca en Netflix con la gravedad de una nevada mortal y la humildad de un pueblo que resiste. Es más que una serie de ciencia ficción: es una advertencia y un espejo donde ver quiénes seríamos en la peor de las circunstancias. Unas circunstancias que, visto el clima internacional actual, parecen más cercanas que hipotéticas.La historia es aparentemente sencilla: una nevada extraña comienza a caer sobre Buenos Aires tras un apagón. No es una helada cualquiera, sino la antesala de una invasión silenciosa. Cae la nieve y, con ella, los cuerpos sin vida. No hay ruido, no hay disparos. Hay silencio y muerte. En medio de este cataclismo, Juan Salvo, un hombre cualquiera, se convierte en el protagonista de una historia de supervivencia colectiva. Él, su familia y un grupo de vecinos se organizan para resistir la amenaza, que se va revelando cada vez más inhumana y menos terrícola. La ciencia ficción, aquí, no es escapismo: es una trinchera desde la cual Oesterheld -que pagaría con su vida a manos de la dictadura argentina en 1977 el precio de narrar la resistencia- escribe sobre el poder, la solidaridad y la dignidad humana.Noticia Relacionada opinion Si ¿No lo pueden resolver peleándose? Rosa Belmonte Tina Fey ha hecho para Netflix una miniserie basada en ‘Las cuatro estaciones’La serie respeta ese espíritu con una devoción sorprendente. No se trata de una adaptación grandilocuente ni de una interpretación moderna que reinvente el original. Los productores han entendido que ‘El eternauta’ no necesitaba fuegos artificiales, sino coherencia y más silencio que gritos . La ambientación, cuidadosamente lograda, no intenta deslumbrar sino sumergir. Hay un realismo casi sucio en las casas, las calles, los refugios improvisados. La nieve, protagonista omnipresente, nunca es mero efecto especial: es un personaje más, opresiva, constante, metafórica.Uno de los mayores logros es la construcción de los personajes. En lugar de héroes musculosos y frases lapidarias, tenemos personas comunes: vecinos, padres, hijos, gente con miedo, con dudas, con frío. La serie evita con inteligencia el estereotipo del héroe americano. Aquí no hay salvadores individuales, sino resistencia colectiva. Y eso, en una era saturada de personajes mesiánicos e intocables por los enemigos y las tramas, es casi revolucionario.Ricardo Darín interpreta a Juan Salvo con una contención admirable. No grita, no exagera, no necesita decir mucho. Su cara lo dice todo. Y eso hace que el personaje funcione. Lo vemos y creemos en él, porque parece alguien que conocemos. Y porque carga con la historia y sus recuerdos como quien carga con una culpa imperdonable. ‘El Eternauta’ no es perfecta y se queda algo corta ante la promesa de una segunda entrega. Pero eso no importa. Su valor está en el intento de rendir homenaje a una obra que, como la nieve, cayó sobre la conciencia de un país y la transformó para siempre. Noticia Relacionada ¿Lo profetizó la ficción? estandar No Seis distopías que pudieron haberse hecho realidad en el ‘blackout’ en España F. M. // C. F. En tiempos de ruido, donde la espectacularidad reemplaza a la historia, esta serie nos recuerda que el verdadero heroísmo no está en las armas ni en las capas, sino en la humanidad que se organiza en silencio. Nos recuerda que la esperanza de llegar a buen puerto cuando vengan mal dadas, pasa por más Juanes Salvo y menos Capitanes América.
Hay series que llegan tarde. No por su fecha de estreno, ni por el calendario de la industria, sino por la importancia de la obra maestra en la que se basa y que marcó a todo un país. ‘El Eternauta’, adaptación argentina de la mítica novela gráfica de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano … , desembarca en Netflix con la gravedad de una nevada mortal y la humildad de un pueblo que resiste. Es más que una serie de ciencia ficción: es una advertencia y un espejo donde ver quiénes seríamos en la peor de las circunstancias. Unas circunstancias que, visto el clima internacional actual, parecen más cercanas que hipotéticas.
La historia es aparentemente sencilla: una nevada extraña comienza a caer sobre Buenos Aires tras un apagón. No es una helada cualquiera, sino la antesala de una invasión silenciosa. Cae la nieve y, con ella, los cuerpos sin vida. No hay ruido, no hay disparos. Hay silencio y muerte. En medio de este cataclismo, Juan Salvo, un hombre cualquiera, se convierte en el protagonista de una historia de supervivencia colectiva. Él, su familia y un grupo de vecinos se organizan para resistir la amenaza, que se va revelando cada vez más inhumana y menos terrícola. La ciencia ficción, aquí, no es escapismo: es una trinchera desde la cual Oesterheld -que pagaría con su vida a manos de la dictadura argentina en 1977 el precio de narrar la resistencia- escribe sobre el poder, la solidaridad y la dignidad humana.
La serie respeta ese espíritu con una devoción sorprendente. No se trata de una adaptación grandilocuente ni de una interpretación moderna que reinvente el original. Los productores han entendido que ‘El eternauta’ no necesitaba fuegos artificiales, sino coherencia y más silencio que gritos. La ambientación, cuidadosamente lograda, no intenta deslumbrar sino sumergir. Hay un realismo casi sucio en las casas, las calles, los refugios improvisados. La nieve, protagonista omnipresente, nunca es mero efecto especial: es un personaje más, opresiva, constante, metafórica.
Uno de los mayores logros es la construcción de los personajes. En lugar de héroes musculosos y frases lapidarias, tenemos personas comunes: vecinos, padres, hijos, gente con miedo, con dudas, con frío. La serie evita con inteligencia el estereotipo del héroe americano. Aquí no hay salvadores individuales, sino resistencia colectiva. Y eso, en una era saturada de personajes mesiánicos e intocables por los enemigos y las tramas, es casi revolucionario.
Ricardo Darín interpreta a Juan Salvo con una contención admirable. No grita, no exagera, no necesita decir mucho. Su cara lo dice todo. Y eso hace que el personaje funcione. Lo vemos y creemos en él, porque parece alguien que conocemos. Y porque carga con la historia y sus recuerdos como quien carga con una culpa imperdonable. ‘El Eternauta’ no es perfecta y se queda algo corta ante la promesa de una segunda entrega. Pero eso no importa. Su valor está en el intento de rendir homenaje a una obra que, como la nieve, cayó sobre la conciencia de un país y la transformó para siempre.
En tiempos de ruido, donde la espectacularidad reemplaza a la historia, esta serie nos recuerda que el verdadero heroísmo no está en las armas ni en las capas, sino en la humanidad que se organiza en silencio. Nos recuerda que la esperanza de llegar a buen puerto cuando vengan mal dadas, pasa por más Juanes Salvo y menos Capitanes América.
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