Autoría: Virginia Woolf. Adaptación: Gabriel Calderón y Marta Pazos. Dirección: Marta Pazos. Reparto: Nao Albet , Anna Climent, Jorge Kent, Laia Manzanares, Alessandra García… Teatro. María Guerrero, Madrid. Hasta el 8 de junio.
Aunque puede ser considerada, y de hecho lo es, una novela fundamental dentro del feminismo, e incluso una novela que se adelanta muchísimo a su tiempo -fue publicada en 1928- para abordar una cuestión tan candente como la identidad de género, creo, honestamente, que el valor de Orlando, la universalidad de sus reflexiones y la belleza de su literatura, rebasa en solo unas pocas páginas esos estrechos límites.
Sin entrar en detalles respecto a la originalidad y a la riqueza formal de su prosa, la obra de Virginia Woolf es, por encima de todo, un verdadero tratado poético sobre un asunto perenne e irresoluble para el ser humano: su condición mudable, su naturaleza relativa y provisional, su alterable realidad.
Y esa sustancia conceptual, en la que se incardinan muchas otras cuestiones, como las ya mencionadas sobre la desigualdad y la identidad de género, está perfectamente acendrada en esta propuesta de Marta Pazos que constituye, por otra parte, como viene siendo habitual en sus trabajos, un verdadero monumento en lo que concierne a la plástica escénica. Si bien es cierto que esa propensión suya al lenguaje plástico y visual, tan marcada y definitoria de su estilo teatral, colisiona en muchas ocasiones contra los pilares literarios de las obras que escoge, esta vez no hace sino envolverlos forma liviana y sumamente atractiva para que resulten menos adustos al público de hoy.
No sé cuanto habrá podido costar esta producción -probablemente la cifra sea escandalosa-, pero no cabe duda de que cada céntimo está más que aprovechado en una función impecable en su presentación formal que se ve como un gran lienzo que se transformara infinitamente a los ojos del espectador a la vez que el propio protagonista de la historia y el tiempo en el que habita se van asimismo transformando paulatinamente. Y es precisamente esa idea, la de transformación, la que subyace en el propio texto y la que lo sostiene dramáticamente.
El estímulo visual, que se enriquece además con otro auditivo que no es ni mucho menos secundario -espléndido el trabajo de Hugo Torres en la composición y ambientación musical-, adquiere esta vez una maravillosa e insólita consistencia merced al trabajo coreográfico que ha planteado Mabel Olea.
Por si fuera poco, Pazos se ha rodeado esta vez de actores con gran experiencia en el teatro de texto…, digamos convencional, a los que ha sabido sacar un enorme partido protagonizando situaciones poco habituales para ellos en las que, no obstante, han podido lucirse. Así ocurre con Paco Ochoa y Jorge Kent, por ejemplo. Pero no son los únicos que destacan: francamente, no pueden estar mejor aprovechas las distintas cualidades de cada uno de los intérpretes para crear con todo el elenco una obra verdaderamente sólida, homogénea e incontestable en muchos aspectos.
- Lo mejor: La escena gracia interpretativa y escénica del momento dieciochesco y la constatación de que Nao Albet debe de ser el actor más completo que existe sobre la faz de la tierra.
- Lo peor: Hubiera sido conveniente clarificar y marcar más claramente en la dramaturgia el recorrido argumental.
No sé cuanto habrá podido costar esta producción, pero no cabe duda de que cada céntimo está más que aprovechado en una función impecable en su presentación formal
Aunque puede ser considerada, y de hecho lo es, una novela fundamental dentro del feminismo, e incluso una novela que se adelanta muchísimo a su tiempo –fue publicada en 1928 – para abordar una cuestión tan candente como la identidad de género, creo, honestamente, que el valor de «Orlando», la universalidad de sus reflexiones y la belleza de su literatura, rebasa en solamente unas pocas páginas esos estrechos límites. Sin entrar en detalles respecto a la originalidad y a la riqueza formal de su prosa, la obra de Virginia Woolf es, por encima de todo, un verdadero tratado poético sobre un asunto perenne e irresoluble para el ser humano: su condición mudable, su naturaleza relativa y provisional, su alterable realidad. Y esa sustancia conceptual, en la que se incardinan muchas otras cuestiones, como las ya mencionadas sobre la desigualdad y la identidad de género, está perfectamente acendrada en esta propuesta de Marta Pazos que constituye, por otra parte, como viene siendo habitual en sus trabajos, un verdadero monumento en lo que concierne a la plástica escénica. Si bien es cierto que esa propensión suya al lenguaje plástico y visual, tan marcada y definitoria de su estilo teatral, colisiona en muchas ocasiones contra los pilares literarios de las obras que escoge, esta vez no hace sino envolverlos de forma liviana y sumamente atractiva para que resulten menos adustos al público de hoy en día. No sé cuánto habrá podido costar esta producción –probablemente la cifra sea escandalosa–, pero no cabe duda de que cada céntimo está más que aprovechado en una función impecable en su presentación formal que se ve como un gran lienzo que se transformara infinitamente a los ojos del espectador a la vez que el propio protagonista de la historia y el tiempo en el que habita se van asimismo transformando paulatinamente. Y es precisamente esa idea, la de transformación, la que subyace en el propio texto y la que lo sostiene dramáticamente. El estímulo visual, que se enriquece además con otro auditivo que no es ni mucho menos secundario –espléndido el trabajo de Hugo Torres en la composición y ambientación musical–, adquiere esta vez una maravillosa e insólita consistencia merced al trabajo coreográfico que ha planteado Mabel Olea.
- Lo mejor: Nao Albet debe de ser el actor más completo que existe sobre la faz de la tierra
- Lo peor: Hubiera sido conveniente marcar más en la dramaturgia el recorrido argumental
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