Era un jardín que estaba pidiendo un jardinero y valor para meterse en él, la historia de Jordi Pujol, su familia y la enredadera de cruces y legados políticos y económicos en el último medio siglo catalán. Y ha cogido el rastrillo y tijeras de poda Manuel Huerga , un director con recorrido, intención y algunos títulos relevantes en cine y televisión. Como todo el mundo tiene ya una idea del largo recorrido del expresidente Pujol, la tendrá también sobre si el rastrillo y las tijeras de poda que utiliza Manuel Huerga (y el guionista, Toni Soler, que también lo es de las series ‘Crackòvia’ y ‘Polònia’) le permiten ver el jardín a su gusto, y si deja un jardín clásico, mediterráneo, japonés o versallesco.Lo más interesante y digno de acuerdo de ‘Parenostre’ es la singular puesta en escena que elige Huerga para narrar lo que todos hemos vivido, para encontrar en la ambientación, la iluminación y los gestos de cámara un modo de escoger y aludir a los hechos, de mezclar tiempos, de sugerir espacios y de valorar propósitos…, una escenografía en ocasiones de cualidades teatrales que deja ver diversos momentos, períodos, coyunturas y temperaturas que les permiten a los personajes, especialmente al personaje, explicarse desde dentro.Y es un inesperado acierto encomendarle ese propósito a un actor como Josep Maria Pou, cuya capacidad de entender, contener y expresar toca la línea de lo magistral. Y no era fácil ver a Pou como Pujol, que le saca dos cabezas en lo físico (y tal vez, no sólo en lo físico), pero consigue meterse dentro hasta el punto de que borra a Pou y queda solo a la vista Pujol. No busca la película actores parecidos a los personajes que interpretan, pero esa simbiosis física inesperada también se da, por ejemplo, en David Selvas (el delfín Artur Mas), el jugoso y turbio José Manuel Villarejo que interpreta Antonio Dechent o la Ferrusola que hace Carme Sansa.Hay osadía en el guion y la dirección para ‘interpretar’ sucesos y momentos clave en ‘el conflicto’, desde conversaciones íntimas o pensamientos, telefónicas y secretas (con el Rey Juan Carlos I, que es ¡Alberto San Juan!), reuniones familiares o incluso de alcoba entre Pujol y Marta Ferrusola…, y todo ello entra dentro del grumo de la ficción necesario para contener tanta complejidad. Pero, el retrato queda enmarcado y se saca de él la luz precisa para entender la línea fina de la historia, sin excesivos detalles de lo grueso, de lo obsceno, de lo vil y desleal, y sin que se aprecie ni un leve síntoma de arrepentimiento (sí, la soberbia) del entorno, aunque se le permite a la figura del patriarca esos gestos atribulados y el sentimiento íntimo de deslealtad de quien sabe que ha pisoteado su presunto legado. Era un jardín que estaba pidiendo un jardinero y valor para meterse en él, la historia de Jordi Pujol, su familia y la enredadera de cruces y legados políticos y económicos en el último medio siglo catalán. Y ha cogido el rastrillo y tijeras de poda Manuel Huerga , un director con recorrido, intención y algunos títulos relevantes en cine y televisión. Como todo el mundo tiene ya una idea del largo recorrido del expresidente Pujol, la tendrá también sobre si el rastrillo y las tijeras de poda que utiliza Manuel Huerga (y el guionista, Toni Soler, que también lo es de las series ‘Crackòvia’ y ‘Polònia’) le permiten ver el jardín a su gusto, y si deja un jardín clásico, mediterráneo, japonés o versallesco.Lo más interesante y digno de acuerdo de ‘Parenostre’ es la singular puesta en escena que elige Huerga para narrar lo que todos hemos vivido, para encontrar en la ambientación, la iluminación y los gestos de cámara un modo de escoger y aludir a los hechos, de mezclar tiempos, de sugerir espacios y de valorar propósitos…, una escenografía en ocasiones de cualidades teatrales que deja ver diversos momentos, períodos, coyunturas y temperaturas que les permiten a los personajes, especialmente al personaje, explicarse desde dentro.Y es un inesperado acierto encomendarle ese propósito a un actor como Josep Maria Pou, cuya capacidad de entender, contener y expresar toca la línea de lo magistral. Y no era fácil ver a Pou como Pujol, que le saca dos cabezas en lo físico (y tal vez, no sólo en lo físico), pero consigue meterse dentro hasta el punto de que borra a Pou y queda solo a la vista Pujol. No busca la película actores parecidos a los personajes que interpretan, pero esa simbiosis física inesperada también se da, por ejemplo, en David Selvas (el delfín Artur Mas), el jugoso y turbio José Manuel Villarejo que interpreta Antonio Dechent o la Ferrusola que hace Carme Sansa.Hay osadía en el guion y la dirección para ‘interpretar’ sucesos y momentos clave en ‘el conflicto’, desde conversaciones íntimas o pensamientos, telefónicas y secretas (con el Rey Juan Carlos I, que es ¡Alberto San Juan!), reuniones familiares o incluso de alcoba entre Pujol y Marta Ferrusola…, y todo ello entra dentro del grumo de la ficción necesario para contener tanta complejidad. Pero, el retrato queda enmarcado y se saca de él la luz precisa para entender la línea fina de la historia, sin excesivos detalles de lo grueso, de lo obsceno, de lo vil y desleal, y sin que se aprecie ni un leve síntoma de arrepentimiento (sí, la soberbia) del entorno, aunque se le permite a la figura del patriarca esos gestos atribulados y el sentimiento íntimo de deslealtad de quien sabe que ha pisoteado su presunto legado.
Hay osadía en el guion y la dirección para ‘interpretar’ sucesos y momentos clave en ‘el conflicto’, desde conversaciones íntimas o pensamientos, telefónicas y secretas (con el Rey Juan Carlos I, que es ¡Alberto San Juan!)
Era un jardín que estaba pidiendo un jardinero y valor para meterse en él, la historia de Jordi Pujol, su familia y la enredadera de cruces y legados políticos y económicos en el último medio siglo catalán. Y ha cogido el rastrillo y tijeras de poda Manuel Huerga … , un director con recorrido, intención y algunos títulos relevantes en cine y televisión. Como todo el mundo tiene ya una idea del largo recorrido del expresidente Pujol, la tendrá también sobre si el rastrillo y las tijeras de poda que utiliza Manuel Huerga (y el guionista, Toni Soler, que también lo es de las series ‘Crackòvia’ y ‘Polònia’) le permiten ver el jardín a su gusto, y si deja un jardín clásico, mediterráneo, japonés o versallesco.
Lo más interesante y digno de acuerdo de ‘Parenostre’ es la singular puesta en escena que elige Huerga para narrar lo que todos hemos vivido, para encontrar en la ambientación, la iluminación y los gestos de cámara un modo de escoger y aludir a los hechos, de mezclar tiempos, de sugerir espacios y de valorar propósitos…, una escenografía en ocasiones de cualidades teatrales que deja ver diversos momentos, períodos, coyunturas y temperaturas que les permiten a los personajes, especialmente al personaje, explicarse desde dentro.
Y es un inesperado acierto encomendarle ese propósito a un actor como Josep Maria Pou, cuya capacidad de entender, contener y expresar toca la línea de lo magistral. Y no era fácil ver a Pou como Pujol, que le saca dos cabezas en lo físico (y tal vez, no sólo en lo físico), pero consigue meterse dentro hasta el punto de que borra a Pou y queda solo a la vista Pujol. No busca la película actores parecidos a los personajes que interpretan, pero esa simbiosis física inesperada también se da, por ejemplo, en David Selvas (el delfín Artur Mas), el jugoso y turbio José Manuel Villarejo que interpreta Antonio Dechent o la Ferrusola que hace Carme Sansa.
Hay osadía en el guion y la dirección para ‘interpretar’ sucesos y momentos clave en ‘el conflicto’, desde conversaciones íntimas o pensamientos, telefónicas y secretas (con el Rey Juan Carlos I, que es ¡Alberto San Juan!), reuniones familiares o incluso de alcoba entre Pujol y Marta Ferrusola…, y todo ello entra dentro del grumo de la ficción necesario para contener tanta complejidad. Pero, el retrato queda enmarcado y se saca de él la luz precisa para entender la línea fina de la historia, sin excesivos detalles de lo grueso, de lo obsceno, de lo vil y desleal, y sin que se aprecie ni un leve síntoma de arrepentimiento (sí, la soberbia) del entorno, aunque se le permite a la figura del patriarca esos gestos atribulados y el sentimiento íntimo de deslealtad de quien sabe que ha pisoteado su presunto legado.
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