Curro sigue toreando. A veces, cuando cree que nadie lo ve, coge la toalla en la ducha con las yemas de los dedos y los meñiques hacia afuera, como si se los hubiera tallado Juan de Mesa, y le pega tres o cuatro lances milagrosos al agua. La congela en el aire y no deja que llegue al suelo. Porque lo que él hacía con los toros era magia. Otras veces coloca las sábanas en la cara de un animal imaginario y se lo pasa por dentro de los huesos. Lo que ocurrió aquella noche de hace 25 años fue sólo un capítulo de la vida profesional, pero el artista sigue intacto. Carmen había salido a cenar con unos amigos para celebrar lo bien que había estado el festival. Y, de repente, Curro le dio sentido a la palabra que acabaría convirtiendo en el santo y seña de su sencillez: sanseacabó. La historia es archiconocida. Fernando Fernández Román le llamó para el programa ‘Clarín’ y el Faraón se lo dijo todo sin adornos: «He estado pensando que ya no toreo más». No se lo había dicho a nadie. A Carmen Tello empezó a estallarle el teléfono. No sabía nada. Romero había hecho eso que cantaba su compadre José el de la Isla por soleá: «Dejadme solo esta tarde/ que tengo que hablar conmigo/ y Dios tiene que escucharme». De nada importó que ya tuviese elegidas las telas de sus vestidos para la siguiente temporada. Ni el éxito del festival en La Algaba a beneficio de los niños con cáncer de la asociación Andex. Como tantas otras veces en su vida, el Faraón cogió por la calle del medio para continuar escribiendo su elegía a la soledad. Ahora está en casa tranquilo, viendo por la tele tenis —muere con Alcaraz pero su ensueño es Federer— y toros, venciendo achaques y lidiando el parkinson. Habla como si estuviera parando el agua de la ducha, pero con la profundidad de siempre para recordar cómo se quitó de la plaza. «Es enorme la soledad que tiene un torero, que estás tú y él, él y tú, los dos solos. No quieres ni que nadie salga a la boca del burladero. ¡Dejadme solo!». Curro Romero es el genio que está hacia dentro, no el que se proyecta hacia fuera. Aquella mañana del 22 de octubre del año 2000 él tampoco sabía todavía que el trincherazo sideral que le dio al novillo de Zalduendo iba a ser el último de su vida. Hasta su adiós fue una oda a la naturalidad. Sin anuncios, sin consejos, sin nadie a su vera. Después del festival, colgó sus vestidos de torear en el ropero que organizaba Gonzalito, su mozo de espadas, su hermano, y allí se quedaron para siempre. Pero su toreo, no. Su toreo sigue vivo en la plaza desde aquella tarde antigua de la Pañoleta. «Cuando todo esto se acabe, cogeré un camino, me sentaré en la piedra que cubre a mi madre y ahí terminará mi vida, justo donde empezó». Siempre habla de ella con escarcha en las pupilas. Llora poco, pero profundo. Curro llora como torea. Le llora la memoria. Y en ese regreso al útero está exactamente su misterio, en que jamás envejecerá porque cuando se ha dejado un legado artístico tan revolucionario se alcanza la inmortalidad. Dio su último natural en una plaza con ruedas de carro, en la vieja caravana de la vida. Por eso se marchó con esa bohemia: «Yo no soy gitano, pero hace trescientos o cuatrocientos años tuve que serlo». Fue Faraón hace tres mil años, gitano hace cuatro siglos y será una leyenda dentro de otros dos milenios. A lo mejor por eso su abuela fue anticuaria. En su familia se sabe desde hace mucho que la única manera de vivir por encima del tiempo es el arte. El arte le ha dado a Curro una fuerza de voluntad como la de cuando era niño. Cuente usted otra vez dónde aprendió la lentitud, maestro. «Cuando yo era chico, los barrenderos de Camas, mi pueblo, iban despacito haciendo montoncitos y sin levantar polvo, lo dejaban todo limpísimo mientras hacían movimientos armónicos». Es una maravilla verlo imitar el movimiento de la escoba al borde de los 92 años. Tan lento. Como su madre le planchaba los vestidos. Como él se salía de su cuerpo cuando el toro consagraba su obra bailando en la cadencia de su muleta, que es lo único de lo que se acuerda. Ni las siete puertas grandes de Madrid, ni las cinco del Príncipe en Sevilla, ni las orejas, ni los premios. Nada. «Yo todas esas cosas las he olvidado. Pero los momentos en los que pude sentir esa cosa extraña con un toro no los olvidaré nunca. Es una sensación muy grande, como si no pisaras el suelo, como un escalofrío que va de abajo a arriba… Yo he toreado sólo por encontrar esos momentos, nada más». Aquel 22 de octubre vio la voltereta de Morante, entonces un chiquillo todavía, hoy un mito del toreo, y Curro se asustó: «Si con la edad que tenía me llevo yo un viaje como ese no lo cuento». Y para reafirmar su compromiso con la eternidad, que está basado fundamentalmente en su inmensa humildad, el maestro hace esta reflexión: «Aquello era una barbaridad, yo me decía a mí mismo ‘Curro, esto no puede ser ya más’. Pero era tan feliz que nunca veía la hora hasta que no me quedó más remedio».El cartel de La Algaba El 22 de octubre del año 2000 se celebró un festival en la plaza de toros de La Algaba, conocida como la de ‘los carros’, a beneficio de la asociación Andex, dedicada a los niños con cáncer Raúl Doblado«Yo me decía a mí mismo: ‘Curro, esto es una barbaridad, esto no puede ser ya más, ¿hasta cuándo, Curro, hasta cuándo?’»Aguantó hasta los 67 por una sola razón que es casi espiritual. —El instinto de conservación es lo más sagrado del ser humano, pero en esos momentos que gracias a Dios sólo se dan de cuando en cuando, porque si se dieran con mucha frecuencia no valdrían nada, te olvidas hasta del instinto más natural y todo es exposición. No hay miedo, le ofreces al toro lo más valioso que tienes, que es la vida.Si no tiene nada que decir, se pega horas callado. Pensando. Pero cuando habla…—Prefería una bronca a hacer cosas que no siento. No creo en la mentira. Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego.Ese es el motivo por el que Curro Romero sigue estando en activo 25 años después de aquel anuncio inesperado en la radio. No se ha ido nunca porque los artistas no tienen un tiempo concreto. —¿Hay algún pintor o escritor que diga «me voy a retirar ya»?, pues un torero tampoco se retira. No volver a pintar más es una cosa y dejar de ser torero es otra.«El toreo es un misterio y el misterio no tiene fin, no se va a acabar nunca, aunque yo con los toros de ahora no habría sido torero»MÁS INFORMACIÓN noticia Si La noche en que Curro dijo adiós: «Siempre tiene que haber un fin, aunque en ese momento no podíamos pensar en el toreo sin Curro Romero» noticia Si Por qué fue en La Algaba el último paseíllo de Curro Romero noticia Si Así anunció Curro Romero en la radio su retirada de los ruedos: «La vida sigue y yo me voy feliz» noticia Si El monumento de La Algaba, lugar de culto para el currismo galeria Si El último paseíllo de Curro Romero en La Algaba, en imágenesLo que hizo aquí en La Algaba fue dar sus últimos lances en público. Curro no ha vuelto a torear, es cierto, ni en el campo ni de salón, salvo a solas cuando cree que nadie le está viendo. Pero aquellos muletazos de 25 años no han sido los últimos en su corazón. El Faraón está permanentemente toreando en su imaginación. Y por eso nunca ha querido ser responsable de su leyenda, porque su obra todavía no está terminada. Y si es cierto, como dejó escrito el magistrado Conde de Bustillo en sentencia firme, que el currismo es una religión, hoy estamos celebrando el año 25 d.C. (después de Curro).—Mi vida ha sido el toro y he tenido mucha suerte, pero gracias a Dios esto sigue. Después de Morante sigue Urdiales y vienen Ortega, Aguado… Y después vendrán otros porque el toreo es un misterio y los misterios no tienen fin.En eso consiste la infinitud del Faraón, en que ha vencido a la muerte. Y ahora el evangelio está en otras manos. Curro sigue toreando. A veces, cuando cree que nadie lo ve, coge la toalla en la ducha con las yemas de los dedos y los meñiques hacia afuera, como si se los hubiera tallado Juan de Mesa, y le pega tres o cuatro lances milagrosos al agua. La congela en el aire y no deja que llegue al suelo. Porque lo que él hacía con los toros era magia. Otras veces coloca las sábanas en la cara de un animal imaginario y se lo pasa por dentro de los huesos. Lo que ocurrió aquella noche de hace 25 años fue sólo un capítulo de la vida profesional, pero el artista sigue intacto. Carmen había salido a cenar con unos amigos para celebrar lo bien que había estado el festival. Y, de repente, Curro le dio sentido a la palabra que acabaría convirtiendo en el santo y seña de su sencillez: sanseacabó. La historia es archiconocida. Fernando Fernández Román le llamó para el programa ‘Clarín’ y el Faraón se lo dijo todo sin adornos: «He estado pensando que ya no toreo más». No se lo había dicho a nadie. A Carmen Tello empezó a estallarle el teléfono. No sabía nada. Romero había hecho eso que cantaba su compadre José el de la Isla por soleá: «Dejadme solo esta tarde/ que tengo que hablar conmigo/ y Dios tiene que escucharme». De nada importó que ya tuviese elegidas las telas de sus vestidos para la siguiente temporada. Ni el éxito del festival en La Algaba a beneficio de los niños con cáncer de la asociación Andex. Como tantas otras veces en su vida, el Faraón cogió por la calle del medio para continuar escribiendo su elegía a la soledad. Ahora está en casa tranquilo, viendo por la tele tenis —muere con Alcaraz pero su ensueño es Federer— y toros, venciendo achaques y lidiando el parkinson. Habla como si estuviera parando el agua de la ducha, pero con la profundidad de siempre para recordar cómo se quitó de la plaza. «Es enorme la soledad que tiene un torero, que estás tú y él, él y tú, los dos solos. No quieres ni que nadie salga a la boca del burladero. ¡Dejadme solo!». Curro Romero es el genio que está hacia dentro, no el que se proyecta hacia fuera. Aquella mañana del 22 de octubre del año 2000 él tampoco sabía todavía que el trincherazo sideral que le dio al novillo de Zalduendo iba a ser el último de su vida. Hasta su adiós fue una oda a la naturalidad. Sin anuncios, sin consejos, sin nadie a su vera. Después del festival, colgó sus vestidos de torear en el ropero que organizaba Gonzalito, su mozo de espadas, su hermano, y allí se quedaron para siempre. Pero su toreo, no. Su toreo sigue vivo en la plaza desde aquella tarde antigua de la Pañoleta. «Cuando todo esto se acabe, cogeré un camino, me sentaré en la piedra que cubre a mi madre y ahí terminará mi vida, justo donde empezó». Siempre habla de ella con escarcha en las pupilas. Llora poco, pero profundo. Curro llora como torea. Le llora la memoria. Y en ese regreso al útero está exactamente su misterio, en que jamás envejecerá porque cuando se ha dejado un legado artístico tan revolucionario se alcanza la inmortalidad. Dio su último natural en una plaza con ruedas de carro, en la vieja caravana de la vida. Por eso se marchó con esa bohemia: «Yo no soy gitano, pero hace trescientos o cuatrocientos años tuve que serlo». Fue Faraón hace tres mil años, gitano hace cuatro siglos y será una leyenda dentro de otros dos milenios. A lo mejor por eso su abuela fue anticuaria. En su familia se sabe desde hace mucho que la única manera de vivir por encima del tiempo es el arte. El arte le ha dado a Curro una fuerza de voluntad como la de cuando era niño. Cuente usted otra vez dónde aprendió la lentitud, maestro. «Cuando yo era chico, los barrenderos de Camas, mi pueblo, iban despacito haciendo montoncitos y sin levantar polvo, lo dejaban todo limpísimo mientras hacían movimientos armónicos». Es una maravilla verlo imitar el movimiento de la escoba al borde de los 92 años. Tan lento. Como su madre le planchaba los vestidos. Como él se salía de su cuerpo cuando el toro consagraba su obra bailando en la cadencia de su muleta, que es lo único de lo que se acuerda. Ni las siete puertas grandes de Madrid, ni las cinco del Príncipe en Sevilla, ni las orejas, ni los premios. Nada. «Yo todas esas cosas las he olvidado. Pero los momentos en los que pude sentir esa cosa extraña con un toro no los olvidaré nunca. Es una sensación muy grande, como si no pisaras el suelo, como un escalofrío que va de abajo a arriba… Yo he toreado sólo por encontrar esos momentos, nada más». Aquel 22 de octubre vio la voltereta de Morante, entonces un chiquillo todavía, hoy un mito del toreo, y Curro se asustó: «Si con la edad que tenía me llevo yo un viaje como ese no lo cuento». Y para reafirmar su compromiso con la eternidad, que está basado fundamentalmente en su inmensa humildad, el maestro hace esta reflexión: «Aquello era una barbaridad, yo me decía a mí mismo ‘Curro, esto no puede ser ya más’. Pero era tan feliz que nunca veía la hora hasta que no me quedó más remedio».El cartel de La Algaba El 22 de octubre del año 2000 se celebró un festival en la plaza de toros de La Algaba, conocida como la de ‘los carros’, a beneficio de la asociación Andex, dedicada a los niños con cáncer Raúl Doblado«Yo me decía a mí mismo: ‘Curro, esto es una barbaridad, esto no puede ser ya más, ¿hasta cuándo, Curro, hasta cuándo?’»Aguantó hasta los 67 por una sola razón que es casi espiritual. —El instinto de conservación es lo más sagrado del ser humano, pero en esos momentos que gracias a Dios sólo se dan de cuando en cuando, porque si se dieran con mucha frecuencia no valdrían nada, te olvidas hasta del instinto más natural y todo es exposición. No hay miedo, le ofreces al toro lo más valioso que tienes, que es la vida.Si no tiene nada que decir, se pega horas callado. Pensando. Pero cuando habla…—Prefería una bronca a hacer cosas que no siento. No creo en la mentira. Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego.Ese es el motivo por el que Curro Romero sigue estando en activo 25 años después de aquel anuncio inesperado en la radio. No se ha ido nunca porque los artistas no tienen un tiempo concreto. —¿Hay algún pintor o escritor que diga «me voy a retirar ya»?, pues un torero tampoco se retira. No volver a pintar más es una cosa y dejar de ser torero es otra.«El toreo es un misterio y el misterio no tiene fin, no se va a acabar nunca, aunque yo con los toros de ahora no habría sido torero»MÁS INFORMACIÓN noticia Si La noche en que Curro dijo adiós: «Siempre tiene que haber un fin, aunque en ese momento no podíamos pensar en el toreo sin Curro Romero» noticia Si Por qué fue en La Algaba el último paseíllo de Curro Romero noticia Si Así anunció Curro Romero en la radio su retirada de los ruedos: «La vida sigue y yo me voy feliz» noticia Si El monumento de La Algaba, lugar de culto para el currismo galeria Si El último paseíllo de Curro Romero en La Algaba, en imágenesLo que hizo aquí en La Algaba fue dar sus últimos lances en público. Curro no ha vuelto a torear, es cierto, ni en el campo ni de salón, salvo a solas cuando cree que nadie le está viendo. Pero aquellos muletazos de 25 años no han sido los últimos en su corazón. El Faraón está permanentemente toreando en su imaginación. Y por eso nunca ha querido ser responsable de su leyenda, porque su obra todavía no está terminada. Y si es cierto, como dejó escrito el magistrado Conde de Bustillo en sentencia firme, que el currismo es una religión, hoy estamos celebrando el año 25 d.C. (después de Curro).—Mi vida ha sido el toro y he tenido mucha suerte, pero gracias a Dios esto sigue. Después de Morante sigue Urdiales y vienen Ortega, Aguado… Y después vendrán otros porque el toreo es un misterio y los misterios no tienen fin.En eso consiste la infinitud del Faraón, en que ha vencido a la muerte. Y ahora el evangelio está en otras manos.
Curro sigue toreando. A veces, cuando cree que nadie lo ve, coge la toalla en la ducha con las yemas de los dedos y los meñiques hacia afuera, como si se los hubiera tallado Juan de Mesa, y le pega tres o cuatro lances milagrosos … al agua. La congela en el aire y no deja que llegue al suelo. Porque lo que él hacía con los toros era magia. Otras veces coloca las sábanas en la cara de un animal imaginario y se lo pasa por dentro de los huesos. Lo que ocurrió aquella noche de hace 25 años fue sólo un capítulo de la vida profesional, pero el artista sigue intacto. Carmen había salido a cenar con unos amigos para celebrar lo bien que había estado el festival. Y, de repente, Curro le dio sentido a la palabra que acabaría convirtiendo en el santo y seña de su sencillez: sanseacabó. La historia es archiconocida. Fernando Fernández Román le llamó para el programa ‘Clarín’ y el Faraón se lo dijo todo sin adornos: «He estado pensando que ya no toreo más». No se lo había dicho a nadie. A Carmen Tello empezó a estallarle el teléfono. No sabía nada. Romero había hecho eso que cantaba su compadre José el de la Isla por soleá: «Dejadme solo esta tarde/ que tengo que hablar conmigo/ y Dios tiene que escucharme». De nada importó que ya tuviese elegidas las telas de sus vestidos para la siguiente temporada. Ni el éxito del festival en La Algaba a beneficio de los niños con cáncer de la asociación Andex. Como tantas otras veces en su vida, el Faraón cogió por la calle del medio para continuar escribiendo su elegía a la soledad. Ahora está en casa tranquilo, viendo por la tele tenis —muere con Alcaraz pero su ensueño es Federer— y toros, venciendo achaques y lidiando el parkinson. Habla como si estuviera parando el agua de la ducha, pero con la profundidad de siempre para recordar cómo se quitó de la plaza. «Es enorme la soledad que tiene un torero, que estás tú y él, él y tú, los dos solos. No quieres ni que nadie salga a la boca del burladero. ¡Dejadme solo!». Curro Romero es el genio que está hacia dentro, no el que se proyecta hacia fuera. Aquella mañana del 22 de octubre del año 2000 él tampoco sabía todavía que el trincherazo sideral que le dio al novillo de Zalduendo iba a ser el último de su vida. Hasta su adiós fue una oda a la naturalidad. Sin anuncios, sin consejos, sin nadie a su vera. Después del festival, colgó sus vestidos de torear en el ropero que organizaba Gonzalito, su mozo de espadas, su hermano, y allí se quedaron para siempre. Pero su toreo, no. Su toreo sigue vivo en la plaza desde aquella tarde antigua de la Pañoleta. «Cuando todo esto se acabe, cogeré un camino, me sentaré en la piedra que cubre a mi madre y ahí terminará mi vida, justo donde empezó». Siempre habla de ella con escarcha en las pupilas. Llora poco, pero profundo. Curro llora como torea. Le llora la memoria. Y en ese regreso al útero está exactamente su misterio, en que jamás envejecerá porque cuando se ha dejado un legado artístico tan revolucionario se alcanza la inmortalidad. Dio su último natural en una plaza con ruedas de carro, en la vieja caravana de la vida. Por eso se marchó con esa bohemia: «Yo no soy gitano, pero hace trescientos o cuatrocientos años tuve que serlo». Fue Faraón hace tres mil años, gitano hace cuatro siglos y será una leyenda dentro de otros dos milenios. A lo mejor por eso su abuela fue anticuaria. En su familia se sabe desde hace mucho que la única manera de vivir por encima del tiempo es el arte. El arte le ha dado a Curro una fuerza de voluntad como la de cuando era niño. Cuente usted otra vez dónde aprendió la lentitud, maestro. «Cuando yo era chico, los barrenderos de Camas, mi pueblo, iban despacito haciendo montoncitos y sin levantar polvo, lo dejaban todo limpísimo mientras hacían movimientos armónicos». Es una maravilla verlo imitar el movimiento de la escoba al borde de los 92 años. Tan lento. Como su madre le planchaba los vestidos. Como él se salía de su cuerpo cuando el toro consagraba su obra bailando en la cadencia de su muleta, que es lo único de lo que se acuerda. Ni las siete puertas grandes de Madrid, ni las cinco del Príncipe en Sevilla, ni las orejas, ni los premios. Nada. «Yo todas esas cosas las he olvidado. Pero los momentos en los que pude sentir esa cosa extraña con un toro no los olvidaré nunca. Es una sensación muy grande, como si no pisaras el suelo, como un escalofrío que va de abajo a arriba… Yo he toreado sólo por encontrar esos momentos, nada más». Aquel 22 de octubre vio la voltereta de Morante, entonces un chiquillo todavía, hoy un mito del toreo, y Curro se asustó: «Si con la edad que tenía me llevo yo un viaje como ese no lo cuento». Y para reafirmar su compromiso con la eternidad, que está basado fundamentalmente en su inmensa humildad, el maestro hace esta reflexión: «Aquello era una barbaridad, yo me decía a mí mismo ‘Curro, esto no puede ser ya más’. Pero era tan feliz que nunca veía la hora hasta que no me quedó más remedio».
El 22 de octubre del año 2000 se celebró un festival en la plaza de toros de La Algaba, conocida como la de ‘los carros’, a beneficio de la asociación Andex, dedicada a los niños con cáncer
Raúl Doblado
«Yo me decía a mí mismo: ‘Curro, esto es una barbaridad, esto no puede ser ya más, ¿hasta cuándo, Curro, hasta cuándo?’»
Aguantó hasta los 67 por una sola razón que es casi espiritual.
—El instinto de conservación es lo más sagrado del ser humano, pero en esos momentos que gracias a Dios sólo se dan de cuando en cuando, porque si se dieran con mucha frecuencia no valdrían nada, te olvidas hasta del instinto más natural y todo es exposición. No hay miedo, le ofreces al toro lo más valioso que tienes, que es la vida.
Si no tiene nada que decir, se pega horas callado. Pensando. Pero cuando habla…
—Prefería una bronca a hacer cosas que no siento. No creo en la mentira. Si yo engañase a la gente, no me quedaría dormido luego.
Ese es el motivo por el que Curro Romero sigue estando en activo 25 años después de aquel anuncio inesperado en la radio. No se ha ido nunca porque los artistas no tienen un tiempo concreto.
—¿Hay algún pintor o escritor que diga «me voy a retirar ya»?, pues un torero tampoco se retira. No volver a pintar más es una cosa y dejar de ser torero es otra.
«El toreo es un misterio y el misterio no tiene fin, no se va a acabar nunca, aunque yo con los toros de ahora no habría sido torero»
-
La noche en que Curro dijo adiós: «Siempre tiene que haber un fin, aunque en ese momento no podíamos pensar en el toreo sin Curro Romero»
-
Por qué fue en La Algaba el último paseíllo de Curro Romero
-
Así anunció Curro Romero en la radio su retirada de los ruedos: «La vida sigue y yo me voy feliz»
-
El monumento de La Algaba, lugar de culto para el currismo
-
El último paseíllo de Curro Romero en La Algaba, en imágenes
Lo que hizo aquí en La Algaba fue dar sus últimos lances en público. Curro no ha vuelto a torear, es cierto, ni en el campo ni de salón, salvo a solas cuando cree que nadie le está viendo. Pero aquellos muletazos de 25 años no han sido los últimos en su corazón. El Faraón está permanentemente toreando en su imaginación. Y por eso nunca ha querido ser responsable de su leyenda, porque su obra todavía no está terminada. Y si es cierto, como dejó escrito el magistrado Conde de Bustillo en sentencia firme, que el currismo es una religión, hoy estamos celebrando el año 25 d.C. (después de Curro).
—Mi vida ha sido el toro y he tenido mucha suerte, pero gracias a Dios esto sigue. Después de Morante sigue Urdiales y vienen Ortega, Aguado… Y después vendrán otros porque el toreo es un misterio y los misterios no tienen fin.
En eso consiste la infinitud del Faraón, en que ha vencido a la muerte. Y ahora el evangelio está en otras manos.
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura
