Aquel agosto de 1988 terminó la guerra entre Irán e Irak , hubo un terremoto que devastó la India y Nepal y Bin Laden fundó Al Qaida . Lejos del mundanal ruido, disfruté de un viaje que, mucho tiempo después, reaparece en mis sueños. El tren, las estaciones, las paradas y el paisaje del trayecto entre Bilbao y Ferrol que realizaban los Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha ( FEVE ) tienen el mismo efecto para mí que la magdalena proustiana. Recuerdo a un hombre de mediana edad con unas vacas que despedía a su esposa con un beso en un apeadero. Sabía que ese gesto quedaría sepultado en el tiempo y que yo sería el único en recordar ese momento. Casi cuatro décadas después, puedo revivir la magia del instante.Había 650 kilómetros de vía entre Bilbao y Ferrol , que se tardaban unas 13 horas en recorrer. Se hacían transbordos en Santander y en Oviedo, donde el tren se desviaba de la costa para cruzar un abrupto paisaje tras atravesar túneles y barrancos. Los grandes ventanales del vagón permitían disfrutar de un paisaje accidentado en el que el tren se deslizaba por cañones y ríos en los que el hombre no había dejado ninguna huella. El comienzo del trayecto de FEVE era la estación de La Concordia en Bilbao , un edificio modernista de amplias cristaleras. Tenía una sala de espera con columnas desde la que se veían las calles y los autobuses. Muchas veces, siendo niño, había cogido el tren en esa estación para ir con mis padres a las playas circundantes. El recorrido llegaba hasta Santander , desvelada por sus grúas, astilleros y su hermosa bahía.El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeas. Las horas se ralentizaban en un viaje compartido con unos mochileros ingleses que devoraban unos bocadillos. Una pareja de ancianos susurraba al otro extremo de un vagón casi vacío. Un pasajero bajó al andén para comprar queso de Cabrales.El rápido discurrir de las aguas del Sella me hizo reflexionar sobre la filosofía de Heráclito del cambio permanente, pero al pasear por Ribadesella, una villa que emerge del mar, sentimos el deseo de quedarnos allí para siempre. Pero el tren siguió: Arriondas, Pola de Siero, Oviedo, Luarca, Ribadeo, Burela y, finalmente, Ferrol, final del trayecto y de la aventura. De las turbias aguas del Nervión, la siderurgia y los astilleros de Bilbao a las Rías Altas , sacudidas por la lluvia y un inclemente viento atlántico, uno alberga la sensación de pasar de un planeta a otro o, tal vez, de dar un salto hacia atrás en el tiempo.El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeasFEVE fue absorbida por Renfe en 2012 cuando el servicio era ya fuertemente deficitario. Creada en 1965 por la fusión de varios ferrocarriles de vía estrecha, llegó a explotar en la década de los 70 casi 1.300 kilómetros de vía, la mayoría en la cornisa cantábrica . Era también la propietaria de un minúsculo y maravilloso ferrocarril que cruzaba los campos de almendros en Mallorca y otro, en Cartagena. Sin olvidar, el tramo de 300 kilómetros de La Robla a Valmaseda para llevar carbón a los Altos Hornos de Vizcaya.Hoy los turistas y los curiosos pueden hacer un trayecto parecido en el Transcantábrico , que va desde San Sebastián a Santiago de Compostela a lo largo de una semana. Es un lujoso hotel que rememora los placeres del Orient Express , pero que en nada se asemeja a lo que fue aquel periplo por la vía estrecha de FEVE. Sentí en 1988 la misma perplejidad que Stephen Dedalus vagando sin rumbo por las calles de Dublín . Siempre nos quedará la nostalgia del Ulises que no pudimos ser. Aquel agosto de 1988 terminó la guerra entre Irán e Irak , hubo un terremoto que devastó la India y Nepal y Bin Laden fundó Al Qaida . Lejos del mundanal ruido, disfruté de un viaje que, mucho tiempo después, reaparece en mis sueños. El tren, las estaciones, las paradas y el paisaje del trayecto entre Bilbao y Ferrol que realizaban los Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha ( FEVE ) tienen el mismo efecto para mí que la magdalena proustiana. Recuerdo a un hombre de mediana edad con unas vacas que despedía a su esposa con un beso en un apeadero. Sabía que ese gesto quedaría sepultado en el tiempo y que yo sería el único en recordar ese momento. Casi cuatro décadas después, puedo revivir la magia del instante.Había 650 kilómetros de vía entre Bilbao y Ferrol , que se tardaban unas 13 horas en recorrer. Se hacían transbordos en Santander y en Oviedo, donde el tren se desviaba de la costa para cruzar un abrupto paisaje tras atravesar túneles y barrancos. Los grandes ventanales del vagón permitían disfrutar de un paisaje accidentado en el que el tren se deslizaba por cañones y ríos en los que el hombre no había dejado ninguna huella. El comienzo del trayecto de FEVE era la estación de La Concordia en Bilbao , un edificio modernista de amplias cristaleras. Tenía una sala de espera con columnas desde la que se veían las calles y los autobuses. Muchas veces, siendo niño, había cogido el tren en esa estación para ir con mis padres a las playas circundantes. El recorrido llegaba hasta Santander , desvelada por sus grúas, astilleros y su hermosa bahía.El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeas. Las horas se ralentizaban en un viaje compartido con unos mochileros ingleses que devoraban unos bocadillos. Una pareja de ancianos susurraba al otro extremo de un vagón casi vacío. Un pasajero bajó al andén para comprar queso de Cabrales.El rápido discurrir de las aguas del Sella me hizo reflexionar sobre la filosofía de Heráclito del cambio permanente, pero al pasear por Ribadesella, una villa que emerge del mar, sentimos el deseo de quedarnos allí para siempre. Pero el tren siguió: Arriondas, Pola de Siero, Oviedo, Luarca, Ribadeo, Burela y, finalmente, Ferrol, final del trayecto y de la aventura. De las turbias aguas del Nervión, la siderurgia y los astilleros de Bilbao a las Rías Altas , sacudidas por la lluvia y un inclemente viento atlántico, uno alberga la sensación de pasar de un planeta a otro o, tal vez, de dar un salto hacia atrás en el tiempo.El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeasFEVE fue absorbida por Renfe en 2012 cuando el servicio era ya fuertemente deficitario. Creada en 1965 por la fusión de varios ferrocarriles de vía estrecha, llegó a explotar en la década de los 70 casi 1.300 kilómetros de vía, la mayoría en la cornisa cantábrica . Era también la propietaria de un minúsculo y maravilloso ferrocarril que cruzaba los campos de almendros en Mallorca y otro, en Cartagena. Sin olvidar, el tramo de 300 kilómetros de La Robla a Valmaseda para llevar carbón a los Altos Hornos de Vizcaya.Hoy los turistas y los curiosos pueden hacer un trayecto parecido en el Transcantábrico , que va desde San Sebastián a Santiago de Compostela a lo largo de una semana. Es un lujoso hotel que rememora los placeres del Orient Express , pero que en nada se asemeja a lo que fue aquel periplo por la vía estrecha de FEVE. Sentí en 1988 la misma perplejidad que Stephen Dedalus vagando sin rumbo por las calles de Dublín . Siempre nos quedará la nostalgia del Ulises que no pudimos ser.
Aquel agosto de 1988 terminó la guerra entre Irán e Irak, hubo un terremoto que devastó la India y Nepal y Bin Laden fundó Al Qaida. Lejos del mundanal ruido, disfruté de un viaje que, mucho tiempo después, reaparece en mis … sueños. El tren, las estaciones, las paradas y el paisaje del trayecto entre Bilbao y Ferrol que realizaban los Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha (FEVE) tienen el mismo efecto para mí que la magdalena proustiana.
Recuerdo a un hombre de mediana edad con unas vacas que despedía a su esposa con un beso en un apeadero. Sabía que ese gesto quedaría sepultado en el tiempo y que yo sería el único en recordar ese momento. Casi cuatro décadas después, puedo revivir la magia del instante.
Había 650 kilómetros de vía entre Bilbao y Ferrol, que se tardaban unas 13 horas en recorrer. Se hacían transbordos en Santander y en Oviedo, donde el tren se desviaba de la costa para cruzar un abrupto paisaje tras atravesar túneles y barrancos. Los grandes ventanales del vagón permitían disfrutar de un paisaje accidentado en el que el tren se deslizaba por cañones y ríos en los que el hombre no había dejado ninguna huella.
El comienzo del trayecto de FEVE era la estación de La Concordia en Bilbao, un edificio modernista de amplias cristaleras. Tenía una sala de espera con columnas desde la que se veían las calles y los autobuses. Muchas veces, siendo niño, había cogido el tren en esa estación para ir con mis padres a las playas circundantes. El recorrido llegaba hasta Santander, desvelada por sus grúas, astilleros y su hermosa bahía.
El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeas. Las horas se ralentizaban en un viaje compartido con unos mochileros ingleses que devoraban unos bocadillos. Una pareja de ancianos susurraba al otro extremo de un vagón casi vacío. Un pasajero bajó al andén para comprar queso de Cabrales.
El rápido discurrir de las aguas del Sella me hizo reflexionar sobre la filosofía de Heráclito del cambio permanente, pero al pasear por Ribadesella, una villa que emerge del mar, sentimos el deseo de quedarnos allí para siempre. Pero el tren siguió: Arriondas, Pola de Siero, Oviedo, Luarca, Ribadeo, Burela y, finalmente, Ferrol, final del trayecto y de la aventura. De las turbias aguas del Nervión, la siderurgia y los astilleros de Bilbao a las Rías Altas, sacudidas por la lluvia y un inclemente viento atlántico, uno alberga la sensación de pasar de un planeta a otro o, tal vez, de dar un salto hacia atrás en el tiempo.
El ferrocarril de FEVE tenía un centenar de paradas entre La Concordia y Ferrol, algunas en pequeñas aldeas
FEVE fue absorbida por Renfe en 2012 cuando el servicio era ya fuertemente deficitario. Creada en 1965 por la fusión de varios ferrocarriles de vía estrecha, llegó a explotar en la década de los 70 casi 1.300 kilómetros de vía, la mayoría en la cornisa cantábrica. Era también la propietaria de un minúsculo y maravilloso ferrocarril que cruzaba los campos de almendros en Mallorca y otro, en Cartagena. Sin olvidar, el tramo de 300 kilómetros de La Robla a Valmaseda para llevar carbón a los Altos Hornos de Vizcaya.
Hoy los turistas y los curiosos pueden hacer un trayecto parecido en el Transcantábrico, que va desde San Sebastián a Santiago de Compostela a lo largo de una semana. Es un lujoso hotel que rememora los placeres del Orient Express, pero que en nada se asemeja a lo que fue aquel periplo por la vía estrecha de FEVE. Sentí en 1988 la misma perplejidad que Stephen Dedalus vagando sin rumbo por las calles de Dublín. Siempre nos quedará la nostalgia del Ulises que no pudimos ser.
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