Los aniversarios de la muerte de Maradona se celebran como un cumpleaños. Resulta que hay vidas que de pronto no caben en la vida, como pasa con Maradona. Y hay que seguir, cuando Diego ya no está. Hasta se celebran juicios , como ocurre en estos días, probando a esclarecer si Maradona murió en el abandono de los médicos y cuidadores. Eso va en curso, a capítulo diario, con lo que Maradona sigue ahí, resucitado sin haberse ido del todo. Lo que pasa con las leyendas es que levantan polémica, incluso para el modo de morirse. Maradona ha sido un rockero del balón, un Rolling de la cancha, un yonki del albedrío que da positivo en el control antidoping que mejor no le hacían. Diego gustaba porque era un show, con el balón, y sin él. Y aún sigue el show, sin el difunto, según vamos viendo por las noticias de tribunales de esta semana. Diego ha tenido algo de malcriado del talento, de matón de su propia gloria. Fue pichichi del éxtasis, ganando un Mundial inolvidable, y un pichichi del desorden, cuando iba de particular. Hay mucha hemeroteca de recreo, y hasta de patetismo. Igual te vale Diego para un pregón de Jorge Valdano que para una prórroga en la telerrosa. Tuvo devoción por las rubias, le daba con alegría al frasco, según las épocas, y Andrés Calamaro le regaló una canción, «porque Maradona no es una persona normal», según arriesga sin mucho riesgo el estribillo. Maradona es un tipo que siempre la liaba, ahí donde iba, tirando de un regate de zurda imaginación, o bien usando un gansterismo sonámbulo que no necesariamente fue pose. Sabina , cuando andaba de galas por Buenos Aires, hace tiempo, a veces subía a Diego al escenario, y aparejaban una canción. Diego no cantaba ni bien ni mal, pero era Maradona. A España venía, según rachas, y no pasaba las noches durmiendo como un bendito. En los viajes últimos, o penúltimos, se acompañó en Madrid de novia veinteañera, Rocío Oliva, jugadora de fútbol femenino, y chavala de vitola en las discotecas bonaerenses del ambiente fino. Tiene seis hijos de cuatro mujeres. Era un padre de mucha familia que prefería estar pendiente de la novia última. Y a veces ni siquiera eso. Gastaba séquito indescifrable, y la simpatía le iba o le venía, imprevisiblemente, como los cortes de pelo. En un restaurante de Madrid yo le oi decir que no le gustaban los futbolistas que se quieren modelos, pero admiraba a Cristiano Ronaldo . En el fútbol fue un genio único, y luego abrazó la ebriedad diversa para soportar el paso del tiempo. Marguerite Yourcenar confesó que debía insólitos riesgos a la ebriedad, que es como decir insólitos gozos. Pero al final, ella se curó de la ebriedad. Maradona no, en rigor. Lo malo del alcohol, o de la cocaína, es que hay que dejar el vicio. El juicio que ahora se viene celebrando trae mucho trajín. Y los abogados de Diego incluso exhiben fotos de Maradona terminal, como si se estuviera rodando una película que no es ficción en absoluto. Veremos en qué para la cosa. Las escenas acreditan, de momento, lo que ya sabíamos: que Maradona milita en una estirpe de salvajes donde están poetas y músicos, y otras criaturas no adictas al Solán de Cabras, precisamente. Son gentes que arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras. Diego fue un loco de temperamento, un faraón de la ebriedad, un tipo bajito que caminaba como un gigante. Entre el santo de sí mismo y un púgil de permiso. Los aniversarios de la muerte de Maradona se celebran como un cumpleaños. Resulta que hay vidas que de pronto no caben en la vida, como pasa con Maradona. Y hay que seguir, cuando Diego ya no está. Hasta se celebran juicios , como ocurre en estos días, probando a esclarecer si Maradona murió en el abandono de los médicos y cuidadores. Eso va en curso, a capítulo diario, con lo que Maradona sigue ahí, resucitado sin haberse ido del todo. Lo que pasa con las leyendas es que levantan polémica, incluso para el modo de morirse. Maradona ha sido un rockero del balón, un Rolling de la cancha, un yonki del albedrío que da positivo en el control antidoping que mejor no le hacían. Diego gustaba porque era un show, con el balón, y sin él. Y aún sigue el show, sin el difunto, según vamos viendo por las noticias de tribunales de esta semana. Diego ha tenido algo de malcriado del talento, de matón de su propia gloria. Fue pichichi del éxtasis, ganando un Mundial inolvidable, y un pichichi del desorden, cuando iba de particular. Hay mucha hemeroteca de recreo, y hasta de patetismo. Igual te vale Diego para un pregón de Jorge Valdano que para una prórroga en la telerrosa. Tuvo devoción por las rubias, le daba con alegría al frasco, según las épocas, y Andrés Calamaro le regaló una canción, «porque Maradona no es una persona normal», según arriesga sin mucho riesgo el estribillo. Maradona es un tipo que siempre la liaba, ahí donde iba, tirando de un regate de zurda imaginación, o bien usando un gansterismo sonámbulo que no necesariamente fue pose. Sabina , cuando andaba de galas por Buenos Aires, hace tiempo, a veces subía a Diego al escenario, y aparejaban una canción. Diego no cantaba ni bien ni mal, pero era Maradona. A España venía, según rachas, y no pasaba las noches durmiendo como un bendito. En los viajes últimos, o penúltimos, se acompañó en Madrid de novia veinteañera, Rocío Oliva, jugadora de fútbol femenino, y chavala de vitola en las discotecas bonaerenses del ambiente fino. Tiene seis hijos de cuatro mujeres. Era un padre de mucha familia que prefería estar pendiente de la novia última. Y a veces ni siquiera eso. Gastaba séquito indescifrable, y la simpatía le iba o le venía, imprevisiblemente, como los cortes de pelo. En un restaurante de Madrid yo le oi decir que no le gustaban los futbolistas que se quieren modelos, pero admiraba a Cristiano Ronaldo . En el fútbol fue un genio único, y luego abrazó la ebriedad diversa para soportar el paso del tiempo. Marguerite Yourcenar confesó que debía insólitos riesgos a la ebriedad, que es como decir insólitos gozos. Pero al final, ella se curó de la ebriedad. Maradona no, en rigor. Lo malo del alcohol, o de la cocaína, es que hay que dejar el vicio. El juicio que ahora se viene celebrando trae mucho trajín. Y los abogados de Diego incluso exhiben fotos de Maradona terminal, como si se estuviera rodando una película que no es ficción en absoluto. Veremos en qué para la cosa. Las escenas acreditan, de momento, lo que ya sabíamos: que Maradona milita en una estirpe de salvajes donde están poetas y músicos, y otras criaturas no adictas al Solán de Cabras, precisamente. Son gentes que arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras. Diego fue un loco de temperamento, un faraón de la ebriedad, un tipo bajito que caminaba como un gigante. Entre el santo de sí mismo y un púgil de permiso.
LA DORADA TRIBU
«El juicio que ahora se viene celebrando trae mucho trajín. Y los abogados de Diego incluso exhiben fotos de Maradona terminal, como si se estuviera rodando una película que no es ficción en absoluto»
Los aniversarios de la muerte de Maradona se celebran como un cumpleaños. Resulta que hay vidas que de pronto no caben en la vida, como pasa con Maradona. Y hay que seguir, cuando Diego ya no está. Hasta se celebran juicios, como ocurre en … estos días, probando a esclarecer si Maradona murió en el abandono de los médicos y cuidadores. Eso va en curso, a capítulo diario, con lo que Maradona sigue ahí, resucitado sin haberse ido del todo. Lo que pasa con las leyendas es que levantan polémica, incluso para el modo de morirse.
Maradona ha sido un rockero del balón, un Rolling de la cancha, un yonki del albedrío que da positivo en el control antidoping que mejor no le hacían. Diego gustaba porque era un show, con el balón, y sin él. Y aún sigue el show, sin el difunto, según vamos viendo por las noticias de tribunales de esta semana. Diego ha tenido algo de malcriado del talento, de matón de su propia gloria. Fue pichichi del éxtasis, ganando un Mundial inolvidable, y un pichichi del desorden, cuando iba de particular. Hay mucha hemeroteca de recreo, y hasta de patetismo. Igual te vale Diego para un pregón de Jorge Valdano que para una prórroga en la telerrosa. Tuvo devoción por las rubias, le daba con alegría al frasco, según las épocas, y Andrés Calamaro le regaló una canción, «porque Maradona no es una persona normal», según arriesga sin mucho riesgo el estribillo.
Maradona es un tipo que siempre la liaba, ahí donde iba, tirando de un regate de zurda imaginación, o bien usando un gansterismo sonámbulo que no necesariamente fue pose. Sabina, cuando andaba de galas por Buenos Aires, hace tiempo, a veces subía a Diego al escenario, y aparejaban una canción. Diego no cantaba ni bien ni mal, pero era Maradona. A España venía, según rachas, y no pasaba las noches durmiendo como un bendito. En los viajes últimos, o penúltimos, se acompañó en Madrid de novia veinteañera, Rocío Oliva, jugadora de fútbol femenino, y chavala de vitola en las discotecas bonaerenses del ambiente fino. Tiene seis hijos de cuatro mujeres. Era un padre de mucha familia que prefería estar pendiente de la novia última. Y a veces ni siquiera eso. Gastaba séquito indescifrable, y la simpatía le iba o le venía, imprevisiblemente, como los cortes de pelo. En un restaurante de Madrid yo le oi decir que no le gustaban los futbolistas que se quieren modelos, pero admiraba a Cristiano Ronaldo.
En el fútbol fue un genio único, y luego abrazó la ebriedad diversa para soportar el paso del tiempo. Marguerite Yourcenar confesó que debía insólitos riesgos a la ebriedad, que es como decir insólitos gozos. Pero al final, ella se curó de la ebriedad. Maradona no, en rigor. Lo malo del alcohol, o de la cocaína, es que hay que dejar el vicio. El juicio que ahora se viene celebrando trae mucho trajín. Y los abogados de Diego incluso exhiben fotos de Maradona terminal, como si se estuviera rodando una película que no es ficción en absoluto. Veremos en qué para la cosa. Las escenas acreditan, de momento, lo que ya sabíamos: que Maradona milita en una estirpe de salvajes donde están poetas y músicos, y otras criaturas no adictas al Solán de Cabras, precisamente. Son gentes que arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras. Diego fue un loco de temperamento, un faraón de la ebriedad, un tipo bajito que caminaba como un gigante. Entre el santo de sí mismo y un púgil de permiso.
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