La semana pasada, un compañero de otro tabloide me pidió mi opinión sobre la musa de Sorrentino: «Parece que el tema ha calado, y voy a dedicar un artículo contrastado de opiniones para analizar la cosa». Le di algunas ideas, pero me quedé con un ‘deseus interruptus’ de completarlas. Así que vuelvo a la carga.Llevar el nombre de una sirena mitológica, un bikini a orillas del Tirreno, una minifalda en Pizzofalcone y una Mitra en San Genaro, todo a la vez en una misma película, no convierte a una actriz, por hermosa y joven que sea, necesariamente en una musa. Y es que crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablando. Una musa es aquella que te hace recordar, al final de la peli, no solo unos pezones o un pelo mojado cayendo sobre la espalda, sino aquellas imágenes que ni siquiera sabías que tenías en la memoria; evocaciones de recuerdos antiguos; de sueños.Crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablandoUna musa es una mujer que lleva bajo la piel la tríada que nos explica como Humanidad: el sexo, la muerte y Dios. Pero cuando para explicarlo tienes que recurrir al exorno o la desnudez, entonces ya no es una musa, sino una actriz disfrazada. Y no digo que no se la cubra o se la descubra a golpe de guion, digo que, para crear una musa, hay que hacerlo con contenido, y no solo con imágenes. Una musa es la Sofía Loren de Negulesco saliendo del mar, la Cardinale de Germi vestida de «negro mediterráneo», o la Sandrelli de Pietrangeli (y no la de Sorrentino, y mira que era difícil tener a la Sandrelli y no convertirla en una musa, aunque sea ya una mujer mayor) preparándose para morir. Son todas ellas mujeres del cine italiano quienes, por un milagro extraño de buena dirección, talento, intuición y memoria, fueron capaces de enlazar directamente con el mito. Ellas son, por derecho propio, musas del cine y sus simbolismos. Sin embargo, cuando sólo lo exterior narra, como es el caso de la Parténope de Sorrentino, entonces la musa se limita a ser actriz, y el ‘engendro’ (Sorrentino no ha escatimado en excesos) como contraposición de la bella o, llevándolo al terreno mitológico, lo dionisíaco frente lo apolíneo, un inútil gasto de maquillaje. La semana pasada, un compañero de otro tabloide me pidió mi opinión sobre la musa de Sorrentino: «Parece que el tema ha calado, y voy a dedicar un artículo contrastado de opiniones para analizar la cosa». Le di algunas ideas, pero me quedé con un ‘deseus interruptus’ de completarlas. Así que vuelvo a la carga.Llevar el nombre de una sirena mitológica, un bikini a orillas del Tirreno, una minifalda en Pizzofalcone y una Mitra en San Genaro, todo a la vez en una misma película, no convierte a una actriz, por hermosa y joven que sea, necesariamente en una musa. Y es que crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablando. Una musa es aquella que te hace recordar, al final de la peli, no solo unos pezones o un pelo mojado cayendo sobre la espalda, sino aquellas imágenes que ni siquiera sabías que tenías en la memoria; evocaciones de recuerdos antiguos; de sueños.Crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablandoUna musa es una mujer que lleva bajo la piel la tríada que nos explica como Humanidad: el sexo, la muerte y Dios. Pero cuando para explicarlo tienes que recurrir al exorno o la desnudez, entonces ya no es una musa, sino una actriz disfrazada. Y no digo que no se la cubra o se la descubra a golpe de guion, digo que, para crear una musa, hay que hacerlo con contenido, y no solo con imágenes. Una musa es la Sofía Loren de Negulesco saliendo del mar, la Cardinale de Germi vestida de «negro mediterráneo», o la Sandrelli de Pietrangeli (y no la de Sorrentino, y mira que era difícil tener a la Sandrelli y no convertirla en una musa, aunque sea ya una mujer mayor) preparándose para morir. Son todas ellas mujeres del cine italiano quienes, por un milagro extraño de buena dirección, talento, intuición y memoria, fueron capaces de enlazar directamente con el mito. Ellas son, por derecho propio, musas del cine y sus simbolismos. Sin embargo, cuando sólo lo exterior narra, como es el caso de la Parténope de Sorrentino, entonces la musa se limita a ser actriz, y el ‘engendro’ (Sorrentino no ha escatimado en excesos) como contraposición de la bella o, llevándolo al terreno mitológico, lo dionisíaco frente lo apolíneo, un inútil gasto de maquillaje.
Lo moderno
Una musa es la Sofía Loren de Negulesco saliendo del mar. En el caso de la Parténope de Paolo Sorrentino, la musa se limita a ser actriz
La semana pasada, un compañero de otro tabloide me pidió mi opinión sobre la musa de Sorrentino: «Parece que el tema ha calado, y voy a dedicar un artículo contrastado de opiniones para analizar la cosa». Le di algunas ideas, pero me quedé con … un ‘deseus interruptus’ de completarlas. Así que vuelvo a la carga.
Llevar el nombre de una sirena mitológica, un bikini a orillas del Tirreno, una minifalda en Pizzofalcone y una Mitra en San Genaro, todo a la vez en una misma película, no convierte a una actriz, por hermosa y joven que sea, necesariamente en una musa.
Y es que crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablando. Una musa es aquella que te hace recordar, al final de la peli, no solo unos pezones o un pelo mojado cayendo sobre la espalda, sino aquellas imágenes que ni siquiera sabías que tenías en la memoria; evocaciones de recuerdos antiguos; de sueños.
Crear una musa es complicado, sobre todo si la asfixias bajo el peso de ti mismo, metafórica y literalmente hablando
Una musa es una mujer que lleva bajo la piel la tríada que nos explica como Humanidad: el sexo, la muerte y Dios. Pero cuando para explicarlo tienes que recurrir al exorno o la desnudez, entonces ya no es una musa, sino una actriz disfrazada. Y no digo que no se la cubra o se la descubra a golpe de guion, digo que, para crear una musa, hay que hacerlo con contenido, y no solo con imágenes.
Una musa es la Sofía Loren de Negulesco saliendo del mar, la Cardinale de Germi vestida de «negro mediterráneo», o la Sandrelli de Pietrangeli (y no la de Sorrentino, y mira que era difícil tener a la Sandrelli y no convertirla en una musa, aunque sea ya una mujer mayor) preparándose para morir. Son todas ellas mujeres del cine italiano quienes, por un milagro extraño de buena dirección, talento, intuición y memoria, fueron capaces de enlazar directamente con el mito.
Ellas son, por derecho propio, musas del cine y sus simbolismos. Sin embargo, cuando sólo lo exterior narra, como es el caso de la Parténope de Sorrentino, entonces la musa se limita a ser actriz, y el ‘engendro’ (Sorrentino no ha escatimado en excesos) como contraposición de la bella o, llevándolo al terreno mitológico, lo dionisíaco frente lo apolíneo, un inútil gasto de maquillaje.
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