Mi hija me pide muy tarde en la noche que al día siguiente vayamos dos días a Pals. Hace tiempo que no ve a su amiga Inés. La verdad es que lo que tengo que hacer en Barcelona lo puedo hacer en el Ampurdán , aunque me deprime el Ampurdán, me impacienta, me sulfura. También por eso decido ir.El tren hasta Flaçà es nuevo, está limpio, el aire acondicionado está en su temperatura exacta -y esto es decir mucho- y salimos y llegamos puntuales . Pero enseguida en el vagón entra el repertorio completo de la condición humana: ningún ruido, ninguna molestia, ningún olor. Pero mi hija y yo, blancos y católicos, somos tan minoría que estamos solos.Inés y Maria eran las mejores amigas pero mi hija dejó de sentirse tratada como quería. No hubo incidente concreto, ninguna traición. Fue algo menos consignable, entre conceptual y espiritual, que causó gran desazón en mi hija y se alejó de su amiga.En la estación de Flaçà nos espera un taxi que nos ha mandado el hotel. Es un edificio noble, con salones decadentes pero señoriales; es un hotel amplio, bien distribuido, con una gran piscina y el restaurante y el bar muy bien puestos a su alrededor. Pero la prestación de servicio es deficiente . No llega a ser lamentable pero está muy por debajo de lo que un hotel como éste podría ofrecer. Esto es el Ampurdán. Esto es Europa. En casa queremos mucho a Inés: educada, cariñosa, muy simpática, y asistimos entristecidos a la crisis. Pero entendí a Maria y me gustó que tuviera la dignidad y la valentía de no conformarse con menos; y admiré además que incendiara su vida por un aire, por un sentimiento, sin tener que recurrir a la bajeza de los hechos.En este hotel hay una intuición del lujo. Todo parece puesto como para que comparezca en cualquier momento. Pero no queremos trabajar. Queremos ganar mucho y ofrecer a cambio lo menos posible. La comida es triste, mustia , como un hombre desprestigiado por las deudas. El servicio es de comedor escolar. Los veteranos están quemados y a veces chiflados. Los jóvenes son los más baratos que han podido contratar. Inés y Maria tuvieron su distancia y su silencio pero no rompieron las fotografías. En esta era de exposición permanente y tan violenta, vivieron su dolor sin hacer ni decir nada que pudiera entorpecer el camino de regreso. Nunca permitieron que nadie hablara mal de la otra cuando no estaba. No hicieron elegir entre ambas a las demás amigas y eran capaces de acudir las dos a una fiesta, evitando el penoso «si va ella, yo no voy», aunque fuera sin dirigirse la palabra. En Europa se ha perdido la vergüenza de ir a por los clientes con el pasamontañas y la navaja, y hay un profundo desprecio por la calidad. La desprecian los hoteleros, la desprecian los restauradores pero sobre todo la desprecian los clientes , que se conforman con lo que les echan. Y se conformarían con menos si les bajaran mucho más el precio.Las dos chicas empezaron a echarse de menos, se mandaron mensajes al principio más agrios y luego menos, volvieron a hablar aunque sólo cuando coincidían, y de asuntos superficiales, hasta que un día quedaron para comer, se lo dijeron todo y empezaron de nuevo.Vivimos en la época mental que precede a las guerras. Un exceso de excedente nos ha atrofiado la musculatura moral, espiritual y política, y nos hemos convertido en unos despiadados atracadores , sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos también atracados.Y ya convencido de que Europa no da más sí, mi paseo se ilumina cuando casi sin quererlo entro en el Golf de Pals . Una sobria, cuidada aristocracia. El cielo gris, la temperatura favorecida por una leve tramuntana, la elegancia de los jugadores que salen y no salen por las cuatro gotas que caen. Silencio británico en la magnífica terraza, recuerdo de cuando Isabel II estaba en el apogeo de su reinado. Llegan Maria e Inés, primer jersey de la rentrée. Hay algo culto, irresistible, imbatible cuando Europa deja de insultarse y vuelve a alumbrar a la Civilización. Hay una euforia. Pido una botella de champán. Como cuando éramos inmortales, lo vuelvo a tener todo. El talento, como el amor, es una Gracia. Mi hija me pide muy tarde en la noche que al día siguiente vayamos dos días a Pals. Hace tiempo que no ve a su amiga Inés. La verdad es que lo que tengo que hacer en Barcelona lo puedo hacer en el Ampurdán , aunque me deprime el Ampurdán, me impacienta, me sulfura. También por eso decido ir.El tren hasta Flaçà es nuevo, está limpio, el aire acondicionado está en su temperatura exacta -y esto es decir mucho- y salimos y llegamos puntuales . Pero enseguida en el vagón entra el repertorio completo de la condición humana: ningún ruido, ninguna molestia, ningún olor. Pero mi hija y yo, blancos y católicos, somos tan minoría que estamos solos.Inés y Maria eran las mejores amigas pero mi hija dejó de sentirse tratada como quería. No hubo incidente concreto, ninguna traición. Fue algo menos consignable, entre conceptual y espiritual, que causó gran desazón en mi hija y se alejó de su amiga.En la estación de Flaçà nos espera un taxi que nos ha mandado el hotel. Es un edificio noble, con salones decadentes pero señoriales; es un hotel amplio, bien distribuido, con una gran piscina y el restaurante y el bar muy bien puestos a su alrededor. Pero la prestación de servicio es deficiente . No llega a ser lamentable pero está muy por debajo de lo que un hotel como éste podría ofrecer. Esto es el Ampurdán. Esto es Europa. En casa queremos mucho a Inés: educada, cariñosa, muy simpática, y asistimos entristecidos a la crisis. Pero entendí a Maria y me gustó que tuviera la dignidad y la valentía de no conformarse con menos; y admiré además que incendiara su vida por un aire, por un sentimiento, sin tener que recurrir a la bajeza de los hechos.En este hotel hay una intuición del lujo. Todo parece puesto como para que comparezca en cualquier momento. Pero no queremos trabajar. Queremos ganar mucho y ofrecer a cambio lo menos posible. La comida es triste, mustia , como un hombre desprestigiado por las deudas. El servicio es de comedor escolar. Los veteranos están quemados y a veces chiflados. Los jóvenes son los más baratos que han podido contratar. Inés y Maria tuvieron su distancia y su silencio pero no rompieron las fotografías. En esta era de exposición permanente y tan violenta, vivieron su dolor sin hacer ni decir nada que pudiera entorpecer el camino de regreso. Nunca permitieron que nadie hablara mal de la otra cuando no estaba. No hicieron elegir entre ambas a las demás amigas y eran capaces de acudir las dos a una fiesta, evitando el penoso «si va ella, yo no voy», aunque fuera sin dirigirse la palabra. En Europa se ha perdido la vergüenza de ir a por los clientes con el pasamontañas y la navaja, y hay un profundo desprecio por la calidad. La desprecian los hoteleros, la desprecian los restauradores pero sobre todo la desprecian los clientes , que se conforman con lo que les echan. Y se conformarían con menos si les bajaran mucho más el precio.Las dos chicas empezaron a echarse de menos, se mandaron mensajes al principio más agrios y luego menos, volvieron a hablar aunque sólo cuando coincidían, y de asuntos superficiales, hasta que un día quedaron para comer, se lo dijeron todo y empezaron de nuevo.Vivimos en la época mental que precede a las guerras. Un exceso de excedente nos ha atrofiado la musculatura moral, espiritual y política, y nos hemos convertido en unos despiadados atracadores , sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos también atracados.Y ya convencido de que Europa no da más sí, mi paseo se ilumina cuando casi sin quererlo entro en el Golf de Pals . Una sobria, cuidada aristocracia. El cielo gris, la temperatura favorecida por una leve tramuntana, la elegancia de los jugadores que salen y no salen por las cuatro gotas que caen. Silencio británico en la magnífica terraza, recuerdo de cuando Isabel II estaba en el apogeo de su reinado. Llegan Maria e Inés, primer jersey de la rentrée. Hay algo culto, irresistible, imbatible cuando Europa deja de insultarse y vuelve a alumbrar a la Civilización. Hay una euforia. Pido una botella de champán. Como cuando éramos inmortales, lo vuelvo a tener todo. El talento, como el amor, es una Gracia.
Mi hija me pide muy tarde en la noche que al día siguiente vayamos dos días a Pals. Hace tiempo que no ve a su amiga Inés. La verdad es que lo que tengo que hacer en Barcelona lo puedo hacer en el Ampurdán, … aunque me deprime el Ampurdán, me impacienta, me sulfura. También por eso decido ir.
El tren hasta Flaçà es nuevo, está limpio, el aire acondicionado está en su temperatura exacta -y esto es decir mucho- y salimos y llegamos puntuales. Pero enseguida en el vagón entra el repertorio completo de la condición humana: ningún ruido, ninguna molestia, ningún olor. Pero mi hija y yo, blancos y católicos, somos tan minoría que estamos solos.
Inés y Maria eran las mejores amigas pero mi hija dejó de sentirse tratada como quería. No hubo incidente concreto, ninguna traición. Fue algo menos consignable, entre conceptual y espiritual, que causó gran desazón en mi hija y se alejó de su amiga.
En la estación de Flaçà nos espera un taxi que nos ha mandado el hotel. Es un edificio noble, con salones decadentes pero señoriales; es un hotel amplio, bien distribuido, con una gran piscina y el restaurante y el bar muy bien puestos a su alrededor. Pero la prestación de servicio es deficiente. No llega a ser lamentable pero está muy por debajo de lo que un hotel como éste podría ofrecer. Esto es el Ampurdán. Esto es Europa.
En casa queremos mucho a Inés: educada, cariñosa, muy simpática, y asistimos entristecidos a la crisis. Pero entendí a Maria y me gustó que tuviera la dignidad y la valentía de no conformarse con menos; y admiré además que incendiara su vida por un aire, por un sentimiento, sin tener que recurrir a la bajeza de los hechos.
En este hotel hay una intuición del lujo. Todo parece puesto como para que comparezca en cualquier momento. Pero no queremos trabajar. Queremos ganar mucho y ofrecer a cambio lo menos posible. La comida es triste, mustia, como un hombre desprestigiado por las deudas. El servicio es de comedor escolar. Los veteranos están quemados y a veces chiflados. Los jóvenes son los más baratos que han podido contratar.
Inés y Maria tuvieron su distancia y su silencio pero no rompieron las fotografías. En esta era de exposición permanente y tan violenta, vivieron su dolor sin hacer ni decir nada que pudiera entorpecer el camino de regreso. Nunca permitieron que nadie hablara mal de la otra cuando no estaba. No hicieron elegir entre ambas a las demás amigas y eran capaces de acudir las dos a una fiesta, evitando el penoso «si va ella, yo no voy», aunque fuera sin dirigirse la palabra.
En Europa se ha perdido la vergüenza de ir a por los clientes con el pasamontañas y la navaja, y hay un profundo desprecio por la calidad. La desprecian los hoteleros, la desprecian los restauradores pero sobre todo la desprecian los clientes, que se conforman con lo que les echan. Y se conformarían con menos si les bajaran mucho más el precio.
Las dos chicas empezaron a echarse de menos, se mandaron mensajes al principio más agrios y luego menos, volvieron a hablar aunque sólo cuando coincidían, y de asuntos superficiales, hasta que un día quedaron para comer, se lo dijeron todo y empezaron de nuevo.
Vivimos en la época mental que precede a las guerras. Un exceso de excedente nos ha atrofiado la musculatura moral, espiritual y política, y nos hemos convertido en unos despiadados atracadores, sin darnos cuenta de que nosotros mismos somos también atracados.
Y ya convencido de que Europa no da más sí, mi paseo se ilumina cuando casi sin quererlo entro en el Golf de Pals. Una sobria, cuidada aristocracia. El cielo gris, la temperatura favorecida por una leve tramuntana, la elegancia de los jugadores que salen y no salen por las cuatro gotas que caen. Silencio británico en la magnífica terraza, recuerdo de cuando Isabel II estaba en el apogeo de su reinado. Llegan Maria e Inés, primer jersey de la rentrée. Hay algo culto, irresistible, imbatible cuando Europa deja de insultarse y vuelve a alumbrar a la Civilización. Hay una euforia. Pido una botella de champán. Como cuando éramos inmortales, lo vuelvo a tener todo. El talento, como el amor, es una Gracia.
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