En agosto de 1942, Edith Stein (1891-1942), encarcelada por la SS junto a su hermana Rosa en el campo de concentración de Westerbork, plenamente consciente de la cercanía de su muerte, acariciaba, limpiaba e intentaba conseguir alimentos para los desgraciados niños judíos y gitanos con quienes compartía su inminente y trágico destino. Dicen que todo en ella era silencio, paz y resignación, y que solo de vez en cuando sus grandes ojos negros se clavaban en su hermana, cargados de una inmensa tristeza; una manifestación de la absoluta aceptación que como católica arrastraba por el amor radical que profesaba a toda la humanidad.
Este fue el infortunado desenlace de Edith Stein (o Teresa Benedicta de la Cruz), una de las grandes filósofas de la primera mitad del siglo XX, discípula de Husserl y santa para la Iglesia católica desde 1998, a quien Irene Chikiar Bauer, como hizo antes con Virginia Woolf, ha biografiado de forma amena y distinguida. El libro detalla y contextualiza la vida de Stein, si bien pasa de puntillas por la inmensidad de su obra fenomenológica y de su producción literario-espiritual. No obstante, esta biografía destaca por la selección pertinente de la inmensa producción autobiográfica de la filósofa y del contenido de las cartas que intercambió con una cantidad significativa de familiares, amigos, religiosos e intelectuales, lo que nos permite acompañarla en su crecimiento vital, intelectual y espiritual.
Leyendo a Chikiar, el lector se adentra en la intimidad de la filósofa, dialoga con su madre, Auguste, pilar fundamental de su vida, con sus hermanos, acompaña de la mano a Stein a la escuela, a la universidad, lee con ella a los grandes poetas románticos alemanes, escucha a Bach, se sienta junto a Husserl o Heidegger, sigue su conversión al catolicismo (bautizada el 1 de enero de 1922), su controvertida entrada en la Orden del Carmelo y, finalmente, el lector no solo puede entrar en el corazón de Stein, entender sus sufrimientos, sus desengaños amorosos, sus contradicciones y sus culpas, sino también en su anhelo desbordado de conocimiento y de Dios.
Stein fue una figura de un talento y dignidad colosales, un ejemplo de vida que satisfizo las exigencias de su tiempo
Stein fue una figura de una dignidad y talento colosales, a la altura del tortuoso tramo de historia que le tocó transitar. Stein —piedra, en alemán— era dura y dulce a la vez, tenaz y sagaz, ambiciosa y humilde, pero lo que definitivamente, entre muchas otras contrariedades, la convirtió en la primera mujer doctorada en filosofía en Alemania, y lo que le permitió superar las constantes negativas a acceder a una cátedra por ser judía y mujer, fue su voluntad de hierro y su insondable vida interior.
Chikiar convierte a Stein en un ejemplo de vida, la eleva al merecido pedestal desde donde se alzan las personas que han asumido los deberes que la vida les ha asignado, de satisfacer las exigencias de su tiempo. Como ya antes nos la había acercado Jesús Moreno Sanz en su excelente Edith Stein en compañía, la autora argentina destaca de ella esa humanidad desbordante de amor por la que Stein dejó la vida. ¿Quién es capaz de conocer el anhelo de amar que hay dentro de una persona determinada? ¿Quién puede llegar a vislumbrar, aunque sea por un instante, el desbordamiento de amor que puede brotar del corazón de una mujer? Stein lo consiguió realizando plenamente la fenomenológica intuición de esencia y adentrándose en la oscuridad mística. No en vano, su tesis doctoral se tituló Sobre el problema de la empatía, la relación entre un cuerpo vivo sintiente con otros cuerpos vivos sintientes. Poco antes del final de su vida en Auschwitz, copió en una estampa de San Juan de la Cruz dos versos del Cántico espiritual: “Ya no tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio”. Juan Pablo II la nombró en 1999 copatrona de Europa y acertó al considerar a Edith Stein “síntesis dramática de nuestro siglo”.
En agosto de 1942, Edith Stein (1891-1942), encarcelada por la SS junto a su hermana Rosa en el campo de concentración de Westerbork, plenamente consciente de la cercanía de su muerte, acariciaba, limpiaba e intentaba conseguir alimentos para los desgraciados niños judíos y gitanos con quienes compartía su inminente y trágico destino. Dicen que todo en ella era silencio, paz y resignación, y que solo de vez en cuando sus grandes ojos negros se clavaban en su hermana, cargados de una inmensa tristeza; una manifestación de la absoluta aceptación que como católica arrastraba por el amor radical que profesaba a toda la humanidad. Este fue el infortunado desenlace de Edith Stein (o Teresa Benedicta de la Cruz), una de las grandes filósofas de la primera mitad del siglo XX, discípula de Husserl y santa para la Iglesia católica desde 1998, a quien Irene Chikiar Bauer, como hizo antes con Virginia Woolf, ha biografiado de forma amena y distinguida. El libro detalla y contextualiza la vida de Stein, si bien pasa de puntillas por la inmensidad de su obra fenomenológica y de su producción literario-espiritual. No obstante, esta biografía destaca por la selección pertinente de la inmensa producción autobiográfica de la filósofa y del contenido de las cartas que intercambió con una cantidad significativa de familiares, amigos, religiosos e intelectuales, lo que nos permite acompañarla en su crecimiento vital, intelectual y espiritual. Leyendo a Chikiar, el lector se adentra en la intimidad de la filósofa, dialoga con su madre, Auguste, pilar fundamental de su vida, con sus hermanos, acompaña de la mano a Stein a la escuela, a la universidad, lee con ella a los grandes poetas románticos alemanes, escucha a Bach, se sienta junto a Husserl o Heidegger, sigue su conversión al catolicismo (bautizada el 1 de enero de 1922), su controvertida entrada en la Orden del Carmelo y, finalmente, el lector no solo puede entrar en el corazón de Stein, entender sus sufrimientos, sus desengaños amorosos, sus contradicciones y sus culpas, sino también en su anhelo desbordado de conocimiento y de Dios. Stein fue una figura de un talento y dignidad colosales, un ejemplo de vida que satisfizo las exigencias de su tiempo Stein fue una figura de una dignidad y talento colosales, a la altura del tortuoso tramo de historia que le tocó transitar. Stein —piedra, en alemán— era dura y dulce a la vez, tenaz y sagaz, ambiciosa y humilde, pero lo que definitivamente, entre muchas otras contrariedades, la convirtió en la primera mujer doctorada en filosofía en Alemania, y lo que le permitió superar las constantes negativas a acceder a una cátedra por ser judía y mujer, fue su voluntad de hierro y su insondable vida interior. Chikiar convierte a Stein en un ejemplo de vida, la eleva al merecido pedestal desde donde se alzan las personas que han asumido los deberes que la vida les ha asignado, de satisfacer las exigencias de su tiempo. Como ya antes nos la había acercado Jesús Moreno Sanz en su excelente Edith Stein en compañía, la autora argentina destaca de ella esa humanidad desbordante de amor por la que Stein dejó la vida. ¿Quién es capaz de conocer el anhelo de amar que hay dentro de una persona determinada? ¿Quién puede llegar a vislumbrar, aunque sea por un instante, el desbordamiento de amor que puede brotar del corazón de una mujer? Stein lo consiguió realizando plenamente la fenomenológica intuición de esencia y adentrándose en la oscuridad mística. No en vano, su tesis doctoral se tituló Sobre el problema de la empatía, la relación entre un cuerpo vivo sintiente con otros cuerpos vivos sintientes. Poco antes del final de su vida en Auschwitz, copió en una estampa de San Juan de la Cruz dos versos del Cántico espiritual: “Ya no tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio”. Juan Pablo II la nombró en 1999 copatrona de Europa y acertó al considerar a Edith Stein “síntesis dramática de nuestro siglo”. Seguir leyendo
En agosto de 1942, Edith Stein (1891-1942), encarcelada por la SS junto a su hermana Rosa en el campo de concentración de Westerbork, plenamente consciente de la cercanía de su muerte, acariciaba, limpiaba e intentaba conseguir alimentos para los desgraciados niños judíos y gitanos con quienes compartía su inminente y trágico destino. Dicen que todo en ella era silencio, paz y resignación, y que solo de vez en cuando sus grandes ojos negros se clavaban en su hermana, cargados de una inmensa tristeza; una manifestación de la absoluta aceptación que como católica arrastraba por el amor radical que profesaba a toda la humanidad.
Este fue el infortunado desenlace de Edith Stein (o Teresa Benedicta de la Cruz), una de las grandes filósofas de la primera mitad del siglo XX, discípula de Husserl y santa para la Iglesia católica desde 1998, a quien Irene Chikiar Bauer, como hizo antes con Virginia Woolf, ha biografiado de forma amena y distinguida. El libro detalla y contextualiza la vida de Stein, si bien pasa de puntillas por la inmensidad de su obra fenomenológica y de su producción literario-espiritual. No obstante, esta biografía destaca por la selección pertinente de la inmensa producción autobiográfica de la filósofa y del contenido de las cartas que intercambió con una cantidad significativa de familiares, amigos, religiosos e intelectuales, lo que nos permite acompañarla en su crecimiento vital, intelectual y espiritual.
Leyendo a Chikiar, el lector se adentra en la intimidad de la filósofa, dialoga con su madre, Auguste, pilar fundamental de su vida, con sus hermanos, acompaña de la mano a Stein a la escuela, a la universidad, lee con ella a los grandes poetas románticos alemanes, escucha a Bach, se sienta junto a Husserl o Heidegger, sigue su conversión al catolicismo (bautizada el 1 de enero de 1922), su controvertida entrada en la Orden del Carmelo y, finalmente, el lector no solo puede entrar en el corazón de Stein, entender sus sufrimientos, sus desengaños amorosos, sus contradicciones y sus culpas, sino también en su anhelo desbordado de conocimiento y de Dios.
Stein fue una figura de un talento y dignidad colosales, un ejemplo de vida que satisfizo las exigencias de su tiempo
Stein fue una figura de una dignidad y talento colosales, a la altura del tortuoso tramo de historia que le tocó transitar. Stein —piedra, en alemán— era dura y dulce a la vez, tenaz y sagaz, ambiciosa y humilde, pero lo que definitivamente, entre muchas otras contrariedades, la convirtió en la primera mujer doctorada en filosofía en Alemania, y lo que le permitió superar las constantes negativas a acceder a una cátedra por ser judía y mujer, fue su voluntad de hierro y su insondable vida interior.
Chikiar convierte a Stein en un ejemplo de vida, la eleva al merecido pedestal desde donde se alzan las personas que han asumido los deberes que la vida les ha asignado, de satisfacer las exigencias de su tiempo. Como ya antes nos la había acercado Jesús Moreno Sanz en su excelente Edith Stein en compañía, la autora argentina destaca de ella esa humanidad desbordante de amor por la que Stein dejó la vida. ¿Quién es capaz de conocer el anhelo de amar que hay dentro de una persona determinada? ¿Quién puede llegar a vislumbrar, aunque sea por un instante, el desbordamiento de amor que puede brotar del corazón de una mujer? Stein lo consiguió realizando plenamente la fenomenológica intuición de esencia y adentrándose en la oscuridad mística. No en vano, su tesis doctoral se tituló Sobre el problema de la empatía, la relación entre un cuerpo vivo sintiente con otros cuerpos vivos sintientes. Poco antes del final de su vida en Auschwitz, copió en una estampa de San Juan de la Cruz dos versos del Cántico espiritual: “Ya no tengo otro oficio, / que ya solo en amar es mi ejercicio”. Juan Pablo II la nombró en 1999 copatrona de Europa y acertó al considerar a Edith Stein “síntesis dramática de nuestro siglo”.

Irene Chikiar Bauer
Taurus, 2025
768 páginas, 29,90 euros
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