Defender los bares de viejos supone exponerse a que uno le caiga la acusación de gerontofobia. Pero el bar de viejos no es, pese a lo que indica su nombre, un bar al que solo vayan los viejos, como esas salas de fiesta que abundan en Benidorm y cada vez en más sitios (nuestra pirámide poblacional es más túmulo que pirámide). Bien mirado, ni siquiera es un lugar, aunque Gabinete Caligari cantara aquello de «¡Bares, qué lugares!». El bar de viejos es una institución. Irreductible a las categorías de restaurante, de casino o de ateneo, es todas ellas al mismo tiempo.En tiempos de cafeterías de especialidad, lámparas colgantes y tuberías a la vista, es un milagro que resistan ‘Los zarajos’, ‘Casa Prudencio’ o ‘El rabo de oro’. Allí no te sirven un gin-tonic con pepino y lo más moderno que tienen es una ración de oreja que lleva frita desde los tiempos de don Laureano López-Rodó. No hay más música ambiental que el chisporroteo de las sartenes y el retumbo de las piezas de dominó. ¿Quién querría ser consumidor pudiendo ser parro- quiano? Decía Gerald Brenan que el bar es el ágora de los españoles. Se refería al bar de viejos.Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo EspañaNo es el fútbol lo que nos une; tampoco el himno, que ni siquiera tiene letra. Nuestra columna vertebral, encorvada como el espinazo del abuelo, es la ristra de bares de viejos que jalona nuestro camino. Doquiera que vayas (ya sea un barranco escarpado, una huerta luminosa o una calleja morisca), hallarás el sello inconfundible de hogar: una fachada cuarteada, una cortina de plástico que baila con el viento y un cartel de «Vermut casero» escrito a mano.El bar es nuestro ágora y los parroquianos son nuestros filósofos, aunque sus túnicas son chalecos de punto y pantalones de tiro alto. Ninguno ha pasado por la Academia pero todos saben de todo, de economía a fútbol, y hasta de física cuántica después del carajillo. Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo España. Defender los bares de viejos supone exponerse a que uno le caiga la acusación de gerontofobia. Pero el bar de viejos no es, pese a lo que indica su nombre, un bar al que solo vayan los viejos, como esas salas de fiesta que abundan en Benidorm y cada vez en más sitios (nuestra pirámide poblacional es más túmulo que pirámide). Bien mirado, ni siquiera es un lugar, aunque Gabinete Caligari cantara aquello de «¡Bares, qué lugares!». El bar de viejos es una institución. Irreductible a las categorías de restaurante, de casino o de ateneo, es todas ellas al mismo tiempo.En tiempos de cafeterías de especialidad, lámparas colgantes y tuberías a la vista, es un milagro que resistan ‘Los zarajos’, ‘Casa Prudencio’ o ‘El rabo de oro’. Allí no te sirven un gin-tonic con pepino y lo más moderno que tienen es una ración de oreja que lleva frita desde los tiempos de don Laureano López-Rodó. No hay más música ambiental que el chisporroteo de las sartenes y el retumbo de las piezas de dominó. ¿Quién querría ser consumidor pudiendo ser parro- quiano? Decía Gerald Brenan que el bar es el ágora de los españoles. Se refería al bar de viejos.Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo EspañaNo es el fútbol lo que nos une; tampoco el himno, que ni siquiera tiene letra. Nuestra columna vertebral, encorvada como el espinazo del abuelo, es la ristra de bares de viejos que jalona nuestro camino. Doquiera que vayas (ya sea un barranco escarpado, una huerta luminosa o una calleja morisca), hallarás el sello inconfundible de hogar: una fachada cuarteada, una cortina de plástico que baila con el viento y un cartel de «Vermut casero» escrito a mano.El bar es nuestro ágora y los parroquianos son nuestros filósofos, aunque sus túnicas son chalecos de punto y pantalones de tiro alto. Ninguno ha pasado por la Academia pero todos saben de todo, de economía a fútbol, y hasta de física cuántica después del carajillo. Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo España.
a la sazón
Nuestra columna vertebral, encorvada como el espinazo del abuelo, es la ristra de bares de viejos que jalona nuestro camino
Defender los bares de viejos supone exponerse a que uno le caiga la acusación de gerontofobia. Pero el bar de viejos no es, pese a lo que indica su nombre, un bar al que solo vayan los viejos, como esas salas de fiesta que … abundan en Benidorm y cada vez en más sitios (nuestra pirámide poblacional es más túmulo que pirámide).
Bien mirado, ni siquiera es un lugar, aunque Gabinete Caligari cantara aquello de «¡Bares, qué lugares!». El bar de viejos es una institución. Irreductible a las categorías de restaurante, de casino o de ateneo, es todas ellas al mismo tiempo.
En tiempos de cafeterías de especialidad, lámparas colgantes y tuberías a la vista, es un milagro que resistan ‘Los zarajos’, ‘Casa Prudencio’ o ‘El rabo de oro’. Allí no te sirven un gin-tonic con pepino y lo más moderno que tienen es una ración de oreja que lleva frita desde los tiempos de don Laureano López-Rodó. No hay más música ambiental que el chisporroteo de las sartenes y el retumbo de las piezas de dominó. ¿Quién querría ser consumidor pudiendo ser parro- quiano? Decía Gerald Brenan que el bar es el ágora de los españoles. Se refería al bar de viejos.
Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo España
No es el fútbol lo que nos une; tampoco el himno, que ni siquiera tiene letra. Nuestra columna vertebral, encorvada como el espinazo del abuelo, es la ristra de bares de viejos que jalona nuestro camino. Doquiera que vayas (ya sea un barranco escarpado, una huerta luminosa o una calleja morisca), hallarás el sello inconfundible de hogar: una fachada cuarteada, una cortina de plástico que baila con el viento y un cartel de «Vermut casero» escrito a mano.
El bar es nuestro ágora y los parroquianos son nuestros filósofos, aunque sus túnicas son chalecos de punto y pantalones de tiro alto. Ninguno ha pasado por la Academia pero todos saben de todo, de economía a fútbol, y hasta de física cuántica después del carajillo. Mientras haya un rincón donde sentarse a beber, reír y criticar al gobierno, España seguirá siendo España.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Volver a intentar
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Sigue navegando
Artículo solo para suscriptores
RSS de noticias de cultura