El médico forense Philippe Boxho cree que la razón por la que el ser humano siente atracción por lo macabro tiene que ver con que la muerte asusta y es tabú . A pesar de que es la única certeza que tenemos, «basta con plantearse cuántos cadáveres se han visto en la vida para darnos cuenta de que es muy raro estar en contacto con ella», subraya.Esta fascinación ha encontrado eco en el auge del ‘true crime’ , un fenómeno al que Boxho llegó en el momento justo. Con tres mil autopsias a sus espaldas, el director del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Lieja fue a un pódcast de la radiotelevisión pública belga y, con diez millones de visualizacione s, fue el más visto de su historia. Un editor le propuso escribir un libro y se ha convertido en un éxito editorial de no ficción tanto en Bélgica como en Francia, donde lleva más de un millón de ejemplares vendidos. «Calculaba vender cinco mil, con esa cifra ya se considera ‘best seller’ en Bélgica», confiesa el autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ (Plaza y Janés), que ahora se publica en España.Noticia Relacionada estandar Si Alemania debate la protección de la privacidad de las víctimas en los ‘true crime’ Rosalía Sánchez | Corresponsal en BerlínDel caso de una hija convencida de haber asesinado a su padre tras dispararle en la cama –pero que había muerto momentos antes por un infarto–, al del suicida que llegó a inventarse un complejo sistema para electrocutarse con una erección nocturna, o al del hombre que echó el cadáver de su mujer a los cerdos , el forense recoge las historias más insólitas de sus treinta años de carrera. «Son los casos que suelo contar a mis estudiantes cada año y, en general, vemos una vez en la vida. Solo he visto a un hombre que haya muerto por tragarse un tenedor y tampoco he visto dos veces que nadie se dispare catorce veces para suicidarse», explica Boxho, que también es profesor de Medicina Forense y Criminología.El autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ no escatima en detalles de la escena del crimen ni de la autopsia. «Todo lo que cuento de violencia, del examen del cuerpo, de la conversación con el policía, del paso por el juzgado… Todo es cierto. Insisto en esto porque hay quien cree que no son casos reales. Un periodista belga dudó de ello y le invité a mi oficina. Allí le dije que eligiera una historia y escogió al hombre que había muerto por tragarse el tenedor. Le enseñé todas las imágenes en mi ordenador. No tenía tan buena cara como al principio, pero entendió que todo lo que yo contaba era real », explica.Escoger historias verdaderas y narrarlas de una forma breve y autoconclusiva es lo que más cautiva a sus lectores. «Me lo dicen las personas que vienen a que les firme el libro. También les gusta que haya humor », señala. Es cierto que lo hay, pero Boxho especifica que se ríe de las muertes, nunca de los muertos. «Es algo prohibido. En la sala de autopsias si alguien se ríe del muerto por cualquier motivo, sale directamente», subraya. Este especialista, que afirma que le aburría la medicina general y que al menos ahora sus pacientes no se quejan, saca punta a lo inesperado de las situaciones con las que tiene que lidiar, pero siempre con sensibilidad.Particularmente sorprendente le resultó el caso de una mujer que confesó que había matado a su exmarido con un hacha , lo desmembró y metió sus trozos en bolsas que congeló, para ir quemándolas en días sucesivos durante la noche en la estufa de su casa. «No es nada habitual. El juez envió un psiquiatra para evaluarla y dictaminó que se lo había inventado, pero decidió reconstruir la escena del crimen y me llamó. Le dije que no tenía cadáver, que no sabía en qué podía ayudarle. Me dijo que le hiciera preguntas que pudieran verificar si lo que contaba era cierto. Fue muy inteligente. Le pregunté qué fragmentos óseos no habían desaparecido porque los fuegos con madera no hacen que desaparezca todo. No son como las incineradoras de las cremaciones . Ella me describió exactamente cuáles eran los trozos que quedaron y cuál era su color. Le dije: ‘Pero, ¿qué parte fue la más difícil?’. ‘La cabeza, la tuve que poner al fuego tres veces’, contestó. Todos se quedaron boquiabiertos».Más autopsiasCon lo que no bromea es con la soledad y la exclusión social, mucho más descarnadas que el contacto directo con la muerte. «Aquí hay un sufrimiento. Detallo varios casos muy llamativos. El récord es el de un hombre que llevaba cinco años muerto cuando se descubrió su cadáver», apunta. Boxho ha visto tanto en la realidad, que la ficción se le queda corta. Por eso le molesta la falsedad de las series (caen mitos como que un solo cabello encontrado en la escena del crimen suele resolver casos o el glamour de los forenses, que nunca llevan el traje de protección obligatorio), pero reconoce la capacidad de observación de los servicios funerarios: «Si encuentran algo raro, siempre hay que tenerlo en cuenta. Están muy acostumbrados a ver cadáveres», incide. Con ‘Los muertos toman la palabra’, Boxho emprendió una cruzada para reivindicar la importancia de la labor de los forenses, muchas veces distorsionada por las series o el cine. Y pone de relieve un dato escalofriante: «Bien porque resultan caras o bien porque suele molestar que alteremos la integridad de los cuerpos, no se hacen todas las autopsias que deberían, por lo que muchos homicidios pasan desapercibidos . La media en Europa es de un 12%; la de Bélgica es del 2%. Es decir, hemos calculado que pasamos por alto unos 70-80 homicidios por año».Su experiencia como forense le ha enseñado que, detrás de cada homicidio, suele haber un motivo relacionado con el dinero o el sexo . Sin embargo, subraya con preocupación un fenómeno en aumento: «Cada vez vemos más homicidios gratuitos entre comillas. Personas que matan a su vecino porque hace demasiado ruido o un conductor que baja del coche con un bate y le machaca el cráneo a otro». Él atribuye este tipo de violencia, aparentemente sin sentido, a una sociedad que está más estresada y en la que hay menos seguridad: «Creo que las personas disfrutan menos viviendo que en el pasado. Tienen menos resistencia a la frustración », concluye Philippe Boxho. El médico forense Philippe Boxho cree que la razón por la que el ser humano siente atracción por lo macabro tiene que ver con que la muerte asusta y es tabú . A pesar de que es la única certeza que tenemos, «basta con plantearse cuántos cadáveres se han visto en la vida para darnos cuenta de que es muy raro estar en contacto con ella», subraya.Esta fascinación ha encontrado eco en el auge del ‘true crime’ , un fenómeno al que Boxho llegó en el momento justo. Con tres mil autopsias a sus espaldas, el director del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Lieja fue a un pódcast de la radiotelevisión pública belga y, con diez millones de visualizacione s, fue el más visto de su historia. Un editor le propuso escribir un libro y se ha convertido en un éxito editorial de no ficción tanto en Bélgica como en Francia, donde lleva más de un millón de ejemplares vendidos. «Calculaba vender cinco mil, con esa cifra ya se considera ‘best seller’ en Bélgica», confiesa el autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ (Plaza y Janés), que ahora se publica en España.Noticia Relacionada estandar Si Alemania debate la protección de la privacidad de las víctimas en los ‘true crime’ Rosalía Sánchez | Corresponsal en BerlínDel caso de una hija convencida de haber asesinado a su padre tras dispararle en la cama –pero que había muerto momentos antes por un infarto–, al del suicida que llegó a inventarse un complejo sistema para electrocutarse con una erección nocturna, o al del hombre que echó el cadáver de su mujer a los cerdos , el forense recoge las historias más insólitas de sus treinta años de carrera. «Son los casos que suelo contar a mis estudiantes cada año y, en general, vemos una vez en la vida. Solo he visto a un hombre que haya muerto por tragarse un tenedor y tampoco he visto dos veces que nadie se dispare catorce veces para suicidarse», explica Boxho, que también es profesor de Medicina Forense y Criminología.El autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ no escatima en detalles de la escena del crimen ni de la autopsia. «Todo lo que cuento de violencia, del examen del cuerpo, de la conversación con el policía, del paso por el juzgado… Todo es cierto. Insisto en esto porque hay quien cree que no son casos reales. Un periodista belga dudó de ello y le invité a mi oficina. Allí le dije que eligiera una historia y escogió al hombre que había muerto por tragarse el tenedor. Le enseñé todas las imágenes en mi ordenador. No tenía tan buena cara como al principio, pero entendió que todo lo que yo contaba era real », explica.Escoger historias verdaderas y narrarlas de una forma breve y autoconclusiva es lo que más cautiva a sus lectores. «Me lo dicen las personas que vienen a que les firme el libro. También les gusta que haya humor », señala. Es cierto que lo hay, pero Boxho especifica que se ríe de las muertes, nunca de los muertos. «Es algo prohibido. En la sala de autopsias si alguien se ríe del muerto por cualquier motivo, sale directamente», subraya. Este especialista, que afirma que le aburría la medicina general y que al menos ahora sus pacientes no se quejan, saca punta a lo inesperado de las situaciones con las que tiene que lidiar, pero siempre con sensibilidad.Particularmente sorprendente le resultó el caso de una mujer que confesó que había matado a su exmarido con un hacha , lo desmembró y metió sus trozos en bolsas que congeló, para ir quemándolas en días sucesivos durante la noche en la estufa de su casa. «No es nada habitual. El juez envió un psiquiatra para evaluarla y dictaminó que se lo había inventado, pero decidió reconstruir la escena del crimen y me llamó. Le dije que no tenía cadáver, que no sabía en qué podía ayudarle. Me dijo que le hiciera preguntas que pudieran verificar si lo que contaba era cierto. Fue muy inteligente. Le pregunté qué fragmentos óseos no habían desaparecido porque los fuegos con madera no hacen que desaparezca todo. No son como las incineradoras de las cremaciones . Ella me describió exactamente cuáles eran los trozos que quedaron y cuál era su color. Le dije: ‘Pero, ¿qué parte fue la más difícil?’. ‘La cabeza, la tuve que poner al fuego tres veces’, contestó. Todos se quedaron boquiabiertos».Más autopsiasCon lo que no bromea es con la soledad y la exclusión social, mucho más descarnadas que el contacto directo con la muerte. «Aquí hay un sufrimiento. Detallo varios casos muy llamativos. El récord es el de un hombre que llevaba cinco años muerto cuando se descubrió su cadáver», apunta. Boxho ha visto tanto en la realidad, que la ficción se le queda corta. Por eso le molesta la falsedad de las series (caen mitos como que un solo cabello encontrado en la escena del crimen suele resolver casos o el glamour de los forenses, que nunca llevan el traje de protección obligatorio), pero reconoce la capacidad de observación de los servicios funerarios: «Si encuentran algo raro, siempre hay que tenerlo en cuenta. Están muy acostumbrados a ver cadáveres», incide. Con ‘Los muertos toman la palabra’, Boxho emprendió una cruzada para reivindicar la importancia de la labor de los forenses, muchas veces distorsionada por las series o el cine. Y pone de relieve un dato escalofriante: «Bien porque resultan caras o bien porque suele molestar que alteremos la integridad de los cuerpos, no se hacen todas las autopsias que deberían, por lo que muchos homicidios pasan desapercibidos . La media en Europa es de un 12%; la de Bélgica es del 2%. Es decir, hemos calculado que pasamos por alto unos 70-80 homicidios por año».Su experiencia como forense le ha enseñado que, detrás de cada homicidio, suele haber un motivo relacionado con el dinero o el sexo . Sin embargo, subraya con preocupación un fenómeno en aumento: «Cada vez vemos más homicidios gratuitos entre comillas. Personas que matan a su vecino porque hace demasiado ruido o un conductor que baja del coche con un bate y le machaca el cráneo a otro». Él atribuye este tipo de violencia, aparentemente sin sentido, a una sociedad que está más estresada y en la que hay menos seguridad: «Creo que las personas disfrutan menos viviendo que en el pasado. Tienen menos resistencia a la frustración », concluye Philippe Boxho.
El médico forense Philippe Boxho cree que la razón por la que el ser humano siente atracción por lo macabro tiene que ver con que la muerte asusta y es tabú. A pesar de que es la única certeza que tenemos, «basta con … plantearse cuántos cadáveres se han visto en la vida para darnos cuenta de que es muy raro estar en contacto con ella», subraya.
Esta fascinación ha encontrado eco en el auge del ‘true crime’, un fenómeno al que Boxho llegó en el momento justo. Con tres mil autopsias a sus espaldas, el director del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Lieja fue a un pódcast de la radiotelevisión pública belga y, con diez millones de visualizaciones, fue el más visto de su historia.
Un editor le propuso escribir un libro y se ha convertido en un éxito editorial de no ficción tanto en Bélgica como en Francia, donde lleva más de un millón de ejemplares vendidos. «Calculaba vender cinco mil, con esa cifra ya se considera ‘best seller’ en Bélgica», confiesa el autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ (Plaza y Janés), que ahora se publica en España.
Del caso de una hija convencida de haber asesinado a su padre tras dispararle en la cama –pero que había muerto momentos antes por un infarto–, al del suicida que llegó a inventarse un complejo sistema para electrocutarse con una erección nocturna, o al del hombre que echó el cadáver de su mujer a los cerdos, el forense recoge las historias más insólitas de sus treinta años de carrera. «Son los casos que suelo contar a mis estudiantes cada año y, en general, vemos una vez en la vida. Solo he visto a un hombre que haya muerto por tragarse un tenedor y tampoco he visto dos veces que nadie se dispare catorce veces para suicidarse», explica Boxho, que también es profesor de Medicina Forense y Criminología.
El autor de ‘Los muertos tienen la palabra’ no escatima en detalles de la escena del crimen ni de la autopsia. «Todo lo que cuento de violencia, del examen del cuerpo, de la conversación con el policía, del paso por el juzgado… Todo es cierto. Insisto en esto porque hay quien cree que no son casos reales. Un periodista belga dudó de ello y le invité a mi oficina. Allí le dije que eligiera una historia y escogió al hombre que había muerto por tragarse el tenedor. Le enseñé todas las imágenes en mi ordenador. No tenía tan buena cara como al principio, pero entendió que todo lo que yo contaba era real», explica.
Escoger historias verdaderas y narrarlas de una forma breve y autoconclusiva es lo que más cautiva a sus lectores. «Me lo dicen las personas que vienen a que les firme el libro. También les gusta que haya humor», señala. Es cierto que lo hay, pero Boxho especifica que se ríe de las muertes, nunca de los muertos. «Es algo prohibido. En la sala de autopsias si alguien se ríe del muerto por cualquier motivo, sale directamente», subraya. Este especialista, que afirma que le aburría la medicina general y que al menos ahora sus pacientes no se quejan, saca punta a lo inesperado de las situaciones con las que tiene que lidiar, pero siempre con sensibilidad.
Particularmente sorprendente le resultó el caso de una mujer que confesó que había matado a su exmarido con un hacha, lo desmembró y metió sus trozos en bolsas que congeló, para ir quemándolas en días sucesivos durante la noche en la estufa de su casa.
«No es nada habitual. El juez envió un psiquiatra para evaluarla y dictaminó que se lo había inventado, pero decidió reconstruir la escena del crimen y me llamó. Le dije que no tenía cadáver, que no sabía en qué podía ayudarle. Me dijo que le hiciera preguntas que pudieran verificar si lo que contaba era cierto. Fue muy inteligente. Le pregunté qué fragmentos óseos no habían desaparecido porque los fuegos con madera no hacen que desaparezca todo. No son como las incineradoras de las cremaciones. Ella me describió exactamente cuáles eran los trozos que quedaron y cuál era su color. Le dije: ‘Pero, ¿qué parte fue la más difícil?’. ‘La cabeza, la tuve que poner al fuego tres veces’, contestó. Todos se quedaron boquiabiertos».
Más autopsias
Con lo que no bromea es con la soledad y la exclusión social, mucho más descarnadas que el contacto directo con la muerte. «Aquí hay un sufrimiento. Detallo varios casos muy llamativos. El récord es el de un hombre que llevaba cinco años muerto cuando se descubrió su cadáver», apunta. Boxho ha visto tanto en la realidad, que la ficción se le queda corta. Por eso le molesta la falsedad de las series (caen mitos como que un solo cabello encontrado en la escena del crimen suele resolver casos o el glamour de los forenses, que nunca llevan el traje de protección obligatorio), pero reconoce la capacidad de observación de los servicios funerarios: «Si encuentran algo raro, siempre hay que tenerlo en cuenta. Están muy acostumbrados a ver cadáveres», incide.
Con ‘Los muertos toman la palabra’, Boxho emprendió una cruzada para reivindicar la importancia de la labor de los forenses, muchas veces distorsionada por las series o el cine. Y pone de relieve un dato escalofriante: «Bien porque resultan caras o bien porque suele molestar que alteremos la integridad de los cuerpos, no se hacen todas las autopsias que deberían, por lo que muchos homicidios pasan desapercibidos. La media en Europa es de un 12%; la de Bélgica es del 2%. Es decir, hemos calculado que pasamos por alto unos 70-80 homicidios por año».
Su experiencia como forense le ha enseñado que, detrás de cada homicidio, suele haber un motivo relacionado con el dinero o el sexo. Sin embargo, subraya con preocupación un fenómeno en aumento: «Cada vez vemos más homicidios gratuitos entre comillas. Personas que matan a su vecino porque hace demasiado ruido o un conductor que baja del coche con un bate y le machaca el cráneo a otro». Él atribuye este tipo de violencia, aparentemente sin sentido, a una sociedad que está más estresada y en la que hay menos seguridad: «Creo que las personas disfrutan menos viviendo que en el pasado. Tienen menos resistencia a la frustración», concluye Philippe Boxho.
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