El jaleo empieza en la orilla del Reconquista, que durante la semana de los premios es un mirador, un balcón, una terraza, un mentidero, una sala de conciertos y un confesionario, todo a la vez. En una mesa de señoras comentan: «¿Ese de ahí es Mendoza?» «Pues claro, ¿no le ves el bigote?» Da igual lo que uno haga en vida, al final te recuerdan a capricho, siempre ha sido así. La gran preocupación en este lugar y en estos momentos es ver, no entender. «Ay, no me he traído las gafas de lejos», lamentaba otra mujer, que no se movió del sitio, por miedo a perderlo. «¿Y ese…?» «Nada, ese es gente normal». Lo que confunde un traje: cualquiera parece alguien. Pero con Serena Williams no dudaban. Qué impresión. «Nadie podría entender hoy el tenis sin ti», le dijo la Princesa , cada año un poco más protagonista en el Campoamor. Llamó ‘boomer’ a su padre, y este se emocionó al mirarla… También bromeó con los intérpretes. Se acordó de ellos cuando recitó el vocabulario de Mendoza: fámula, badulaque, enteco, masovero, chafarrinón. Hubo más humor que de costumbre.Mendoza fue el primero en subirse al atril. Estuvo soleado, estuvo muy Mendoza: ágil, divertido, bonachón, elegante. «Si no me miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la narrativa española», soltó, para aligerar el ambiente, con esa sonrisa de ríndete ya. Lo consiguió. Fue breve, agradecido con su suerte y cerró a la misma altura: «Hace ahora un año justo, en este mismo lugar, mi amigo Joan Manuel Serrat acabó su intervención con una hermosa canción. Como ustedes seguramente preferirán que yo no haga lo mismo, solo me queda expresar una vez más, sinceramente conmovido, mi gratitud». A Byung-Chul Han lo llamaron por ahí chino y japonés, aunque él sigue siendo un surcoreano con acento alemán, porque aún la realidad tiene sus normas y la palabra provoca, no invoca. También es filósofo, Han. Y lleva moño. Y toca el piano. Y cuida hortensias. Y vive en Berlín. «Y además es joven», recalcaba otro de los premiados, en el bar americano del Reconquista, antes del sarao. «Pero si tiene sesenta y seis». «¿Entonces de qué se queja? Pensaba que tenía cuarenta».Aunque Han insiste en que no le gusta hablar en público, su rueda de prensa fue la más larga de todos los galardonados: también lo fue su discurso. Citó a Sócrates muy al principio para recordar que la misión del filósofo es agitar y despertar a los ciudadanos, ser como el tábano que espolea al caballo con su picadura. Era una forma de decir que no traía buenas noticias. «Somos igual que aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo», subrayó. Y no fue a mejor: luego explicó cómo los móviles nos usan a nosotros, y no al revés, y cómo las democracias liberales se han vaciado de valores hasta convertirse en un escenario en el que los políticos interpretan una lucha con el único objetivo de mantenerse en el poder. «El legado del liberalismo ha sido el vacío», sentenció, muy severo, muy profesor. Terminó dando las gracias por no haber sido condenado a muerte. El público aplaudió. La Princesa Leonor entrega el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades al filósofo Byung-Chul Han EFEMás tarde, Mario Draghi retomó esa senda oscura, que es la senda de Europa. Describió un panorama complicado en el que los países se están cerrando sobre sí mismos y ha vuelto el poder militar duro a nuestras vidas. «¿Por qué no podemos cambiar?», se preguntaba. «Los desafíos que afectan a áreas como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías punteras requieren inversiones compartidas y ser tratadas a escala continental». La única solución, zanjó, es el federalismo de Europa. Por lo menos terminó con esperanza: «Estoy seguro de que podemos hacerlo». Iba tan mal el mundo dentro del Campoamor, y hacía tan buen tiempo fuera. «Pues decían que iba a llover toda la semana», repetía uno de los organizadores, sonriente, ya de mañana. MÁS INFORMACIÓN noticia No El Rey Felipe, sobre la Princesa Leonor: «Me corresponde ir cediéndole ya este espacio» noticia No El bigote de Mendoza y el moño de Byung-Chul Han noticia No Byung-Chul Han: «Uno se imagina que es libre, pero lo que hace es explotarse a sí mismo» noticia No Mario Draghi: «Por necesidad, el futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo» noticia No Doña Leonor: «La convivencia es el único camino para lograr el progreso compartido» noticia No Eduardo Mendoza: «Los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto»A Graciela Iturbide le costaba leer con la luz, pero dio igual: su discurso estaba por encima de los tropiezos. «La fotografía desvela un fragmento de realidad que yo procuro volver a velar, con el objeto de no dilapidar el misterio que recoge», explicó. Antes citó a Brassaï: «La vida no puede ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, sino solamente por el sueño, el símbolo o la imaginación». Y se despidió con un mensaje político: «El arte fotográfico no conoce fronteras (…) por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y crear».Al final, el Rey ‘boomer’ dijo : «Una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito». O sea, que hay que saber distinguir a la gente normal de la otra. Aunque todos vayan bien vestidos. El jaleo empieza en la orilla del Reconquista, que durante la semana de los premios es un mirador, un balcón, una terraza, un mentidero, una sala de conciertos y un confesionario, todo a la vez. En una mesa de señoras comentan: «¿Ese de ahí es Mendoza?» «Pues claro, ¿no le ves el bigote?» Da igual lo que uno haga en vida, al final te recuerdan a capricho, siempre ha sido así. La gran preocupación en este lugar y en estos momentos es ver, no entender. «Ay, no me he traído las gafas de lejos», lamentaba otra mujer, que no se movió del sitio, por miedo a perderlo. «¿Y ese…?» «Nada, ese es gente normal». Lo que confunde un traje: cualquiera parece alguien. Pero con Serena Williams no dudaban. Qué impresión. «Nadie podría entender hoy el tenis sin ti», le dijo la Princesa , cada año un poco más protagonista en el Campoamor. Llamó ‘boomer’ a su padre, y este se emocionó al mirarla… También bromeó con los intérpretes. Se acordó de ellos cuando recitó el vocabulario de Mendoza: fámula, badulaque, enteco, masovero, chafarrinón. Hubo más humor que de costumbre.Mendoza fue el primero en subirse al atril. Estuvo soleado, estuvo muy Mendoza: ágil, divertido, bonachón, elegante. «Si no me miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la narrativa española», soltó, para aligerar el ambiente, con esa sonrisa de ríndete ya. Lo consiguió. Fue breve, agradecido con su suerte y cerró a la misma altura: «Hace ahora un año justo, en este mismo lugar, mi amigo Joan Manuel Serrat acabó su intervención con una hermosa canción. Como ustedes seguramente preferirán que yo no haga lo mismo, solo me queda expresar una vez más, sinceramente conmovido, mi gratitud». A Byung-Chul Han lo llamaron por ahí chino y japonés, aunque él sigue siendo un surcoreano con acento alemán, porque aún la realidad tiene sus normas y la palabra provoca, no invoca. También es filósofo, Han. Y lleva moño. Y toca el piano. Y cuida hortensias. Y vive en Berlín. «Y además es joven», recalcaba otro de los premiados, en el bar americano del Reconquista, antes del sarao. «Pero si tiene sesenta y seis». «¿Entonces de qué se queja? Pensaba que tenía cuarenta».Aunque Han insiste en que no le gusta hablar en público, su rueda de prensa fue la más larga de todos los galardonados: también lo fue su discurso. Citó a Sócrates muy al principio para recordar que la misión del filósofo es agitar y despertar a los ciudadanos, ser como el tábano que espolea al caballo con su picadura. Era una forma de decir que no traía buenas noticias. «Somos igual que aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo», subrayó. Y no fue a mejor: luego explicó cómo los móviles nos usan a nosotros, y no al revés, y cómo las democracias liberales se han vaciado de valores hasta convertirse en un escenario en el que los políticos interpretan una lucha con el único objetivo de mantenerse en el poder. «El legado del liberalismo ha sido el vacío», sentenció, muy severo, muy profesor. Terminó dando las gracias por no haber sido condenado a muerte. El público aplaudió. La Princesa Leonor entrega el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades al filósofo Byung-Chul Han EFEMás tarde, Mario Draghi retomó esa senda oscura, que es la senda de Europa. Describió un panorama complicado en el que los países se están cerrando sobre sí mismos y ha vuelto el poder militar duro a nuestras vidas. «¿Por qué no podemos cambiar?», se preguntaba. «Los desafíos que afectan a áreas como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías punteras requieren inversiones compartidas y ser tratadas a escala continental». La única solución, zanjó, es el federalismo de Europa. Por lo menos terminó con esperanza: «Estoy seguro de que podemos hacerlo». Iba tan mal el mundo dentro del Campoamor, y hacía tan buen tiempo fuera. «Pues decían que iba a llover toda la semana», repetía uno de los organizadores, sonriente, ya de mañana. MÁS INFORMACIÓN noticia No El Rey Felipe, sobre la Princesa Leonor: «Me corresponde ir cediéndole ya este espacio» noticia No El bigote de Mendoza y el moño de Byung-Chul Han noticia No Byung-Chul Han: «Uno se imagina que es libre, pero lo que hace es explotarse a sí mismo» noticia No Mario Draghi: «Por necesidad, el futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo» noticia No Doña Leonor: «La convivencia es el único camino para lograr el progreso compartido» noticia No Eduardo Mendoza: «Los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto»A Graciela Iturbide le costaba leer con la luz, pero dio igual: su discurso estaba por encima de los tropiezos. «La fotografía desvela un fragmento de realidad que yo procuro volver a velar, con el objeto de no dilapidar el misterio que recoge», explicó. Antes citó a Brassaï: «La vida no puede ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, sino solamente por el sueño, el símbolo o la imaginación». Y se despidió con un mensaje político: «El arte fotográfico no conoce fronteras (…) por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y crear».Al final, el Rey ‘boomer’ dijo : «Una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito». O sea, que hay que saber distinguir a la gente normal de la otra. Aunque todos vayan bien vestidos.
El jaleo empieza en la orilla del Reconquista, que durante la semana de los premios es un mirador, un balcón, una terraza, un mentidero, una sala de conciertos y un confesionario, todo a la vez. En una mesa de señoras comentan: «¿Ese de ahí es … Mendoza?» «Pues claro, ¿no le ves el bigote?» Da igual lo que uno haga en vida, al final te recuerdan a capricho, siempre ha sido así. La gran preocupación en este lugar y en estos momentos es ver, no entender. «Ay, no me he traído las gafas de lejos», lamentaba otra mujer, que no se movió del sitio, por miedo a perderlo. «¿Y ese…?» «Nada, ese es gente normal». Lo que confunde un traje: cualquiera parece alguien. Pero con Serena Williams no dudaban. Qué impresión. «Nadie podría entender hoy el tenis sin ti», le dijo la Princesa, cada año un poco más protagonista en el Campoamor. Llamó ‘boomer’ a su padre, y este se emocionó al mirarla… También bromeó con los intérpretes. Se acordó de ellos cuando recitó el vocabulario de Mendoza: fámula, badulaque, enteco, masovero, chafarrinón. Hubo más humor que de costumbre.
Mendoza fue el primero en subirse al atril. Estuvo soleado, estuvo muy Mendoza: ágil, divertido, bonachón, elegante. «Si no me miro al espejo, todavía me considero una joven promesa de la narrativa española», soltó, para aligerar el ambiente, con esa sonrisa de ríndete ya. Lo consiguió. Fue breve, agradecido con su suerte y cerró a la misma altura: «Hace ahora un año justo, en este mismo lugar, mi amigo Joan Manuel Serrat acabó su intervención con una hermosa canción. Como ustedes seguramente preferirán que yo no haga lo mismo, solo me queda expresar una vez más, sinceramente conmovido, mi gratitud».
A Byung-Chul Han lo llamaron por ahí chino y japonés, aunque él sigue siendo un surcoreano con acento alemán, porque aún la realidad tiene sus normas y la palabra provoca, no invoca. También es filósofo, Han. Y lleva moño. Y toca el piano. Y cuida hortensias. Y vive en Berlín. «Y además es joven», recalcaba otro de los premiados, en el bar americano del Reconquista, antes del sarao. «Pero si tiene sesenta y seis». «¿Entonces de qué se queja? Pensaba que tenía cuarenta».
Aunque Han insiste en que no le gusta hablar en público, su rueda de prensa fue la más larga de todos los galardonados: también lo fue su discurso. Citó a Sócrates muy al principio para recordar que la misión del filósofo es agitar y despertar a los ciudadanos, ser como el tábano que espolea al caballo con su picadura. Era una forma de decir que no traía buenas noticias. «Somos igual que aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo», subrayó. Y no fue a mejor: luego explicó cómo los móviles nos usan a nosotros, y no al revés, y cómo las democracias liberales se han vaciado de valores hasta convertirse en un escenario en el que los políticos interpretan una lucha con el único objetivo de mantenerse en el poder. «El legado del liberalismo ha sido el vacío», sentenció, muy severo, muy profesor. Terminó dando las gracias por no haber sido condenado a muerte. El público aplaudió.
Más tarde, Mario Draghi retomó esa senda oscura, que es la senda de Europa. Describió un panorama complicado en el que los países se están cerrando sobre sí mismos y ha vuelto el poder militar duro a nuestras vidas. «¿Por qué no podemos cambiar?», se preguntaba. «Los desafíos que afectan a áreas como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías punteras requieren inversiones compartidas y ser tratadas a escala continental». La única solución, zanjó, es el federalismo de Europa. Por lo menos terminó con esperanza: «Estoy seguro de que podemos hacerlo».
Iba tan mal el mundo dentro del Campoamor, y hacía tan buen tiempo fuera. «Pues decían que iba a llover toda la semana», repetía uno de los organizadores, sonriente, ya de mañana.
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El Rey Felipe, sobre la Princesa Leonor: «Me corresponde ir cediéndole ya este espacio»
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El bigote de Mendoza y el moño de Byung-Chul Han
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Byung-Chul Han: «Uno se imagina que es libre, pero lo que hace es explotarse a sí mismo»
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Mario Draghi: «Por necesidad, el futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo»
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Doña Leonor: «La convivencia es el único camino para lograr el progreso compartido»
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Eduardo Mendoza: «Los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto»
A Graciela Iturbidele costaba leer con la luz, pero dio igual: su discurso estaba por encima de los tropiezos. «La fotografía desvela un fragmento de realidad que yo procuro volver a velar, con el objeto de no dilapidar el misterio que recoge», explicó. Antes citó a Brassaï: «La vida no puede ser captada ni por el realismo ni por el naturalismo, sino solamente por el sueño, el símbolo o la imaginación». Y se despidió con un mensaje político: «El arte fotográfico no conoce fronteras (…) por más que algunos hombres poderosos pretendan limitar el libre tránsito entre los países y coartar la libertad de pensar y crear».
Al final, el Rey ‘boomer’ dijo: «Una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito». O sea, que hay que saber distinguir a la gente normal de la otra. Aunque todos vayan bien vestidos.
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